Sonido Fulgor

jueves, 25 de marzo de 2010

Poesía surrealista



WESTWEGO (fragmento)

Extraño viajero viajero sin equipajes
jamás he salido de París
mi memoria no me abandonaba un paso
mi memoria me seguía como un perrito
yo era más tonto que las cabrillas
que brillan en el cielo a media noche
hace calor
me digo en voz baja y muy seriamente
tengo mucha sed mucha sed
sólo tengo mi sombrero
llave de los campos llave de los sueños
padre de los recuerdos
acaso no he salido nunca de París
pero esta noche en esta ciudad me hallo
detrás de cada árbol de las avenidas
un recuerdo acecha mi paso.
Eres tú mi viejo París
Pero por fin esta noche me hallo en esta ciudad
tus monumentos son los mojones kilométricos de mi fatiga
reconozco tus nubes
que se pegan a las chimeneas
para decirme adiós o buenos días
por la noche eres fosforescente
te quiero como se quiere a un elefante
todos tus gritos son para mí de ternura
estoy como Aladino en el jardín
donde alumbraba la lámpara mágica
no busco nada
estoy aquí
estoy sentado en la terraza de un café y sonrío con todos mis dientes
pensando en mis famosos viajes
Yo quería ir a Nueva York o a Buenos Aires
conocer la nieve de Moscú
partir una tarde a bordo de un buque
para Madagascar o Shangai
remontar el Mississippí
he ido a Barbizon
y releído los viajes del capitán Cook
me he tumbado en el musgo elástico
he escrito poemas junto a una anémona silvia
cogiendo las palabras que pendían de sus ramas
el pequeño ferrocarril me hacía pensar en el transcandiense
y esta noche sonrío porque estoy aquí
ante este vaso tembloroso
en que veo el universo
riendo

Philippe Soupault



Los alimentos del regreso

En el fondo de la noche más desnuda
no hay rastro de la ciudad entre la marejada
Sólo tengo que coger tu mano
para cambiar el rumbo de tus sueños
y embellecer tu aliento maltratado en la pelea

Todos los senderos que te desnudan
han perdido en la hiedra de mi cuerpo
sus perros sus carillones
El tallo embotado de la estrella
hace palpitar tu sexo conmovido
a mil leguas vírgenes de aquí

Permanecemos sordos al cordero negro
a toda gota de agua de pulpo
Hemos abierto el lecho
a la piedra cóncava del día en busca de sangre
de resistencia.

René Char



El etc. blanco

La catedral blanca se transforma en guantes blancos. Blanco, blanco, blanco. El elefante blanco golpea la cabellera del aire en la espuma blanca de la nada. Blanco, blanco, blanco. Los ojos arrojan los objetos de leche en los caminos eléctricos y amontonan en derredor de los pianos de caucho gritos blancos. Blanco, blanco, blanco. El tiempo blanco lame las manos, los guantes, las mujeres, los rostros, las cabelleras. Blanco, blanco, blanco. Las manos blancas vienen a arrancar los dientes al lago. Blanco, blanco, blanco. Las diminutas estrellas danzan sobre las enormes naranjas con gran deleite de los millares de niñitos blancos. Blanco, blanco, blanco. El blanco se transforma en un muerto azucarado que suplica: blanco, blanco, blanco. Los monumentos transpiran mermelada. Los inmensos pies de hierro se precipitan en una caída de dientes en la catedral de champiñones en casa de la mujer blanca. La mujer blanca come de vez en cuando cabelleras lacias. El rostro de la mujer blanca desprende en el lago una danza de fósforo y de largas patas de aire. El elefante derriba a la mujer blanca. El aire se apaga y la vida inmensa echa azúcar y sal en derredor de vivos y muertos.

Hans Arp





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