Sonido Fulgor

jueves, 24 de junio de 2010

Coraje y Compasión
caminan tomados de la mano.

Sobre la educación estética del hombre

PRIMERA CARTA

sobre la educación estética del hombre

de Friedrich Schiller

1 Me concedéis, pues, el honor de exponeros en una serie de cartas los resultados de mis investigaciones sobre la belleza y el arte. Siento vivamente el peso de esta tarea, pero también su encanto y su dignidad. Me dispongo a hablar de un tema que está directamente relacionado con la parte más noble de nuestra felicidad, y que no es nada ajeno a la nobleza moral de la naturaleza humana. Voy a presentar la belleza ante un corazón que es capaz de sentir todo su poder y de ponerlo en práctica, ante un corazón que, en una investigación en la que se hace necesario apelar por igual a sentimientos y a principios, tendrá que hacerse cargo de la parte más difícil de mi tarea.

2 Generosamente me imponéis como un deber aquello que yo quería pediros como favor, dando así apariencia de mérito a lo que tiendo a hacer por propia inclinación. La libertad de exposición que me prescribís, antes que una obligación, constituye para mí una necesidad. Poco versado en el uso de formas escolásticas, apenas correré peligro de pecar contra el buen gusto por emplearlas equivocadamente. Mis ideas, nacidas más a raíz del trato continuado conmigo mismo, que de una rica experiencia de mundo o de unas lecturas determinadas, no renegarán de su origen, serán culpables de cualquier otra falta antes que de sectarismo, y se derrumbarán por propia debilidad, antes que sostenerse en virtud de una autoridad y de una fuerza ajena a ellas mismas.

3 No he de ocultaros que los principios en que se fundamentan las afirmaciones que siguen son en su mayor parte principios kantianos; pero si en el curso de estas investigaciones hallaseis algún tipo de referencia a una determinada escuela filosófica, atribuidlo antes a mi incapacidad que a esos principios. Vuestra libertad de espíritu será siempre algo inviolable para mí. Vuestra propia sensibilidad me proporcionará los hechos que han de servir de fundamento a mi teoría, vuestro entendimiento libre dictará las leyes según las que habré de proceder.

4 Las ideas fundamentales de la parte práctica del sistema kantiano sólo han sido motivo de disputa entre los filósofos; sin embargo el conjunto de la humanidad, y me comprometo a demostrarlo, ha estado desde siempre de acuerdo con ellas. Si se las libera de su forma técnica, aparecen como sentencias antiquísimas de la razón común y como hechos de aquel instinto moral que la sabia naturaleza da al hombre como tutor, hasta que un discernimiento claro lo hace mayor de edad. Pero es justamente esa forma técnica, que revela la verdad al entendimiento, quien la oculta a su vez al sentimiento, pues al entendimiento le es necesario desgraciadamente destruir primero el sentido interior del objeto para poder apropiarse de él. Como el químico, el filósofo sólo descubre el enlace de los elementos mediante la disolución, y sólo llega a comprender la obra de la naturaleza espontánea mediante tortuosos procedimientos técnicos. Se ve obligado a encadenar con reglas a los fenómenos para captarlos en su fugacidad, a desmembrar sus bellos cuerpos en conceptos y a conservar su vivo espíritu en un indigente armazón de palabras. ¿Es, entonces, extraño que el sentimiento natural no pueda reconocerse en una imagen semejante, y que la verdad aparezca como una paradoja en las exposiciones analíticas?

5 Por esta razón os pido que seáis indulgente conmigo si en lo sucesivo, tratando de acercar el objeto de mis investigaciones al entendimiento, lo alejara de la sensibilidad. Lo que acabo de decir acerca de las experiencias morales, es aplicable con mayor motivo al fenómeno de la belleza. Toda su magia descansa en su misterio: si suprimimos la necesaria unidad de sus elementos, desaparece también su esencia.

QUINTA CARTA

1 ¿Es éste el carácter que encontramos en la época actual, el que reflejan los acontecimientos presentes? Dirigiré ahora mi atención al motivo más relevante de este amplio panorama.

2 Es cierto que la opinión ha perdido su prestigio, que la arbitrariedad ha sido desenmascarada y, aunque todavía poderosa, no puede aparentar ya la más mínima dignidad; el hombre ha despertado de su larga indolencia y del engaño en que se complacía, y exige insistentemente la restitución de sus derechos inalienables. Pero no los exige sin más; se alza en todas partes para tomar por la fuerza lo que, según él, se le niega injustamente. El edificio del Estado natural se tambalea, sus frágiles cimientos ceden, y parece existir la posibilidad física de sentar en el trono a la ley, de honrar por fin al hombre como fin en sí, y hacer de la verdadera libertad el fundamento de la unión política. ¡Vana esperanza! Falta la posibilidad moral, y ese instante tan propicio pasa desapercibido para la ciega humanidad.

3 El hombre se refleja en sus hechos, y ¡qué espectáculo nos ofrece el drama de nuestro tiempo! Por un lado salvajismo, por el otro apatía: ¡los dos casos extremos de la decadencia humana, y ambos presentes en una misma época!

4 En las clases más bajas y numerosas de la sociedad se advierten impulsos primitivos y sin ley que, una vez deshechos los lazos del orden social, se desencadenan y apresuran con furia indomable a satisfacer sus impulsos animales. Puede que la humanidad objetiva haya tenido motivos para lamentarse de la existencia del Estado; pero la subjetiva ha de honrar sus instituciones. ¿Puede censurársele al Estado que olvidara la dignidad de la naturaleza humana, cuando de lo que todavía se trataba era de defender la existencia de la propia humanidad? ¿Puede reprochársele que se apresurara a separar mediante una fuerza disgregadora y a unir mediante una fuerza cohesionante, cuando aún no era posible pensar en una fuerza formativa? La disolución del Estado es la mejor justificación de la necesidad de su existencia. La sociedad, una vez desatados los lazos que la fundamentan, en lugar de progresar hacia una vida orgánica, se precipita de nuevo en el reino de las fuerzas elementales.

5 Por otra parte, las clases cultas nos proporcionan la imagen todavía más repulsiva de una postración y de una depravación de carácter que indigna tanto más cuanto que la cultura misma es su fuente. No recuerdo ahora qué filósofo antiguo o moderno hizo la observación de que las cosas más nobles son también las más repugnantes cuando se descomponen, pero esta sentencia puede aplicarse asimismo al ámbito de lo moral. El hijo de la naturaleza se convierte, cuando se sobreexcede, en un loco frenético; el discípulo de la cultura, en un ser abyecto. La ilustración de la que se vanaglorian, no del todo sin razón, las clases más refinadas, tiene en general un influjo tan poco beneficioso para el carácter, que no hace sino asegurar la corrupción valiéndose de preceptos. Negamos la naturaleza en su propio dominio, para acabar experimentando su tiranía en el terreno moral, y aunque nos oponemos a sus impresiones, tomamos de ella nuestros principios. La afectada decencia de nuestras costumbres niega a la naturaleza la primera palabra todavía excusable, para concederle la última y decisiva sentencia en nuestra moral materialista. El egoísmo ha impuesto su sistema en el seno de la sociabilidad más refinada y, sin haber llegado a alcanzar un corazón sociable, experimentamos todos los contagios y vejaciones de la sociedad. Sometemos nuestro libre juicio a su despótica opinión, nuestro sentimiento a sus caprichosas costumbres, nuestra voluntad a sus seducciones; y lo único que afirmamos es nuestro capricho, enfrentándolo a sus derechos sagrados. Una orgullosa autosuficiencia constriñe el corazón del hombre de mundo, un corazón que con frecuencia late aún armoniosamente en el hombre natural, y, como si se tratara de una ciudad en llamas, cada cual procura salvar de la devastación sólo su miserable propiedad. Se piensa que la única posibilidad de protegerse de los desvaríos del sentimentalismo es renunciar por completo a él, y la burla, que con frecuencia refrena saludablemente al exaltado, difama con la misma desconsideración al más noble de los sentimientos. Bien lejos de procurarnos la libertad, la cultura genera únicamente una nueva necesidad con cada una de las fuerzas que forma en nosotros; los lazos de la materia nos oprimen cada vez más angustiosamente, de tal modo que el miedo a perder ahoga incluso nuestro vivo impulso de perfeccionamiento, y hace valer la máxima de la obediencia ciega como la suprema sabiduría de la vida. Vemos así que el espíritu de la época vacila entre la perversión y la tosquedad, entre lo antinatural y la naturaleza pura y simple, entre la superstición y el escepticismo moral, y tan sólo el propio equilibrio del mal es a veces capaz de imponerle unos límites.

DÉCIMA CARTA

1 Así pues, estaréis de acuerdo conmigo, y os habréis convencido por lo tratado en mis anteriores cartas, de que el hombre puede alejarse de su determinación a través de dos caminos opuestos, de que nuestra época se ha extraviado por ellos, y ha caído, por una parte, en manos de la tosquedad, y por otra, de la apatía y de la depravación moral. De este doble extravío ha de regresarse por medio de la belleza. Pero, ¿cómo ha de poder la cultura estética enfrentarse a la vez a dos males opuestos y reunir en sí dos cualidades contradictorias? ¿Puede poner cadenas a la naturaleza del salvaje, y poner en libertad la del bárbaro? ¿Puede atar y desatar a la vez? Y si no fuera realmente capaz de ambas cosas, ¿cómo podría esperarse razonablemente de ella un efecto tan grande como el de la educación de la humanidad?

2 Sin duda, habremos oído hasta la saciedad la afirmación de que el desarrollo del sentido de la belleza refina las costumbres, de modo que no parece necesario aportar ninguna otra prueba. Nos apoyamos en la experiencia cotidiana, la cual muestra que, casi sin excepción, a un gusto cultivado van unidos un entendimiento claro, un sentimiento vivaz, una conducta liberal, e incluso digna, y a un gusto inculto, generalmente lo contrario. Alegamos confiados el ejemplo del pueblo más civilizado de la Antigüedad, en el cual el sentido de la belleza alcanzó también su máximo desarrollo; y, del mismo modo, el ejemplo opuesto de aquellos pueblos en parte salvajes, en parte bárbaros, que expiaron su insensibilidad hacia lo bello con un carácter tosco o sombrío. No obstante, a algunos pensadores se les ocurre a veces negar este hecho, o poner en duda la validez de las conclusiones que de él se desprenden. No piensan tan mal de aquel estado salvaje que se les reprocha a los pueblos incultos, ni tampoco que sea tan ventajoso ese refinamiento que se ensalza en los pueblos cultos. Ya en la Antigüedad hubo hombres que no consideraron la cultura estética ni mucho menos como un beneficio, y se inclinaron por ello a negarle a las artes de la imaginación la entrada en su república.

3 Y no hablo de aquéllos que sólo censuran a las Gracias porque nunca experimentaron sus favores. Éstos, que no conocen otra escala de valores que el esforzarse por el provecho y el beneficio palpable, ¿cómo podrían ser capaces de apreciar la serena actividad del gusto en el carácter interior y exterior del hombre, y de tener en cuenta las ventajas esenciales de la cultura estética, olvidando sus ocasionales desventajas? El hombre que no tiene sentido de la forma desprecia toda gracia de exposición, considerándola como una corrupción, ve toda delicadeza y grandeza de conducta como extravagancia y afectación. No puede perdonar al favorito de las Gracias el que, como hombre de mundo, sea capaz de deleitar todas las reuniones de sociedad, que como hombre de negocios, imponga siempre su opinión, que como escritor, imprima su espíritu a todo su siglo, mientras que él, la víctima del celo y de la aplicación, no puede ganarse ningún respeto con todo su saber, ni mover ninguna piedra de su sitio. Ya que nunca fue capaz de aprender del otro el secreto genial de hacerse agradable, no le queda otro remedio que lamentarse de la depravación de la naturaleza humana, que atiende más a la apariencia que a la esencia.

4 Pero hay voces dignas de atención, que se declaran contrarias a los efectos de la belleza, alegando en su contra terribles ejemplos de la experiencia. No se puede negar, dicen, que los encantos de la belleza sirven para fines loables si caen en buenas manos, pero no se contradice con su esencia el hecho de que, si caen en malas manos, produzcan justamente el efecto contrario, y que se sirvan de su fuerza cautivadora para mover al error y a la injusticia. Dado que el gusto sólo presta atención a la forma y hace caso omiso del contenido, acaba imprimiendo en el ánimo la peligrosa tendencia a desatender toda realidad y a sacrificar verdad y moralidad por los encantos de una mera vestimenta. Se pierde así toda diferencia objetiva entre las cosas, y es sólo la apariencia quien determina su valor. ¡Cuántos hombres de talento, siguen diciendo, no se dejan apartar de una actividad seria y ardua por la fuerza seductora de lo bello, o al menos se ven inducidos a ejercitarla superficialmente! Y cuántos hombres de corto entendimiento están en desacuerdo con el orden social, sólo porque a la fantasía de los poetas le dio por construir un mundo en el que todo sucede de otra manera muy distinta que en el mundo real, un mundo en el que las opiniones no están sujetas a ninguna conveniencia, y en donde ningún artificio cultural somete a la naturaleza. ¿Qué dialéctica más peligrosa no habrán aprendido las pasiones desde que resplandecen con los más brillantes colores en las representaciones de los poetas, imponiéndose habitualmente a las leyes y a los deberes? ¿Qué puede haber ganado la sociedad con que ahora la belleza de leyes al trato social, regido hasta entonces por la verdad, y con que el aspecto exterior determine el respeto, algo que sólo debería basarse en el mérito? Es cierto que ahora vemos florecer todas aquellas virtudes que producen un efecto agradable al manifestarse, y que otorgan consideración social, pero, a cambio, vemos también reinar todo tipo de desórdenes, y generalizarse todos aquellos vicios que son compatibles con un bello atavío. De hecho, debe darnos que pensar el que prácticamente en todas las épocas históricas en que florecen las artes y el gusto domina, hallemos una humanidad decadente, y el que no podamos aducir un solo ejemplo de un pueblo en el que coincidan un grado elevado y una gran universalidad de cultura estética con libertades políticas y virtudes cívicas, bellas costumbres con buenas costumbres, y en el que vayan unidas la elegancia y la verdad del comportamiento.

5 Mientras Atenas y Esparta mantenían su independencia, y el respeto a las leyes era la base de su constitución, tanto el gusto como el arte se encontraban todavía lejos de su madurez, y aún faltaba mucho para que la belleza imperara en los ánimos. Sin duda la poesía había alcanzado ya una altura sublime en su vuelo, pero sólo con las alas del genio, de quien sabemos que está muy próximo al estado salvaje, que es una luz que brilla en las tinieblas, y que se opone al gusto de su época antes que actuar en su favor. Cuando, bajo Pericles y Alejandro, llegó la edad dorada de las artes y se generalizó el dominio del gusto, no encontramos ya la fuerza y la libertad propias de Grecia. La elocuencia falseaba la verdad, la sabiduría ofendía en boca de un Sócrates, y la virtud en la vida de un Foción. Los romanos, como sabemos, tuvieron que agotar sus fuerzas en guerras civiles y, afeminados por la suntuosidad del Oriente, someterse al yugo de un soberano feliz, para ver triunfar al arte griego sobre la rigidez de su carácter. Tampoco en el caso de los árabes amaneció la cultura antes de que se debilitara la energía de su espíritu guerrero, bajo el cetro de los Abasidas. En la Italia moderna, el arte no se desarrolló hasta que, una vez desaparecida la poderosa Liga de Lombardía, Florencia se sometió a los Médicis, y el espíritu de independencia de todas aquellas valerosas ciudades dejó paso a una sumisión poco honrosa. Es casi superfluo recordar el ejemplo de las naciones modernas, cuyo refinamiento aumentó en la misma medida en que desapareció su independencia. En cualquier época histórica a la que dirijamos nuestra atención, vemos que el gusto y la libertad se rehúyen mutuamente, y que la belleza fundamenta su dominio sólo en la decadencia de las virtudes heroicas.

6 Y, sin embargo, esta energía de carácter, que por lo general es el tributo que se rinde a cambio de la cultura estética, constituye el estímulo más eficaz para toda la grandeza y excelencia de la humanidad, y su carencia no puede suplirla ninguna otra cualidad, por muy excepcional que sea. Así pues, si nos atenemos únicamente a lo que hasta hoy nos enseña la experiencia acerca del influjo de la belleza, no nos sentiremos efectivamente muy alentados a cultivar sentimientos que son tan peligrosos para la verdadera cultura humana, y preferiremos prescindir de la fuerza relajante de la belleza, aun a riesgo de caer en la brutalidad y en la rigidez, que entregamos a sus efectos debilitantes a pesar de todas las ventajas del refinamiento. Pero quizás no sea la experiencia el tribunal indicado para dilucidar una cuestión como ésta, y antes de conceder autoridad a su testimonio, debería estar fuera de toda duda que la belleza de la que estamos hablando es la misma contra la que declaran esos ejemplos. Pero esto parece presuponer un concepto de belleza cuya fuente no es la experiencia, ya que es a través de este concepto como debe determinarse si lo que se denomina bello en la experiencia merece con razón ese nombre.

7 Este concepto racional puro de la belleza, si fuera posible llegar a desvelarlo, y ya que no puede derivarse de ningún caso real, sino que más bien es el que justifica y guía nuestro juicio acerca de todos los casos reales, debería buscarse por la vía de la abstracción y deducirse ya de la posibilidad de la naturaleza sensible-racional; en una palabra: la belleza debería revelarse como una condición necesaria de la humanidad. Así pues, de aquí en adelante debemos elevarnos al concepto puro de humanidad, y dado que la experiencia sólo nos muestra estados concretos de hombres concretos, pero nunca la humanidad entera, hemos de intentar descubrir lo absoluto y lo permanente de esos fenómenos individuales y cambiantes y, dejando de lado toda contingencia, apoderarnos de las condiciones necesarias de su existencia. Esta vía transcendental nos alejará por un tiempo del ámbito familiar de las apariencias sensibles y de la viva presencia de las cosas, para demorarnos en el árido paisaje de los conceptos abstractos. Pero nosotros aspiramos a un conocimiento de fundamentos sólidos, y quien no se atreva a abandonar la realidad, no llegará nunca a conquistar la verdad.

todas las cartas aquí

martes, 22 de junio de 2010

Manos de barro
levantarán a su
semejante.

lunes, 21 de junio de 2010

1963 - Charles Mingus: The Black Saint and the Sinner Lady











The Black Saint And The Sinner Lady
From a Poem: "Touch my beloved's thought while her world's affluence crumbles at my feet"
Grabado el 20/01/1963.
Impulse IMP 11742



Descarga


Cara A

"Track A — Solo Dancer" – 6:20


Stop! Look! and Listen, Sinner Jim Whitney!


"Track B — Duet Solo Dancers" – 6:25


Hearts' Beat and Shades in Physical Embraces


"Track C — Group Dancers" – 7:00


(Soul Fusion) Freewoman and Oh, This Freedom's Slave Cries





Cara B

"Mode D — Trio and Group Dancers"


Stop! Look! and Sing Songs of Revolutions!




"Mode E — Single Solos and Group Dance"




Saint and Sinner Join in Merriment on Battle Front




"Mode F — Group and Solo Dance"




Of Love, Pain, and Passioned Revolt, then Farewell, My Beloved, 'til It's Freedom



Day – 17:52




Músicos

Jerome Richardson — saxofones soprano y barítono, flauta
Charlie Mariano — saxofón alto
Dick Hafer — saxofón tenor, flauta
Rolf Ericson — trompeta
Richard Williams — trompeta
Quentin Jackson — trombón
Don Butterfield — tuba, trombón bajo
Jaki Byard — piano
Jay Berliner — guitarra acústica
Dannie Richmond — batería
Bob Simpson — ingeniero de grabación



***



***



The Black Saint and the Sinner Lady

Charles Mingus - The Black Saint and the Sinner Lady






f
or better or worse, we here at Stylus, in all of our autocratic consumer-crit greed, are slaves to timeliness. A record over six months old is often discarded, deemed too old for publication, a relic in the internet age. That's why each week at Stylus, one writer takes a look at an album with the benefit of time. Whether it has been unjustly ignored, unfairly lauded, or misunderstood in some fundamental way, we aim with On Second Thought to provide a fresh look at albums that need it. 

"Touch my beloved’s thought while her world’s affluence crumbles at my feet." -- From a poem on LP’s front sleeve.

One year prior to John Coltrane recording his most illustrious album, A Love Supreme, jazz bassist/composer Charles Mingus recorded its reciprocal, The Black Saint and the Sinner LadyA Love Supreme crashes like ocean waves, steadily and righteously—a baptismal current of spiritual awakening. The Black Saint and the Sinner Lady roars like a typhoon, rolling and thundering—a feverish downpour of unbound romanticism. In addition to religious referencing in A Love Supreme’s track listing, Coltrane penned a tribute to God for its liner notes and also included a similarly themed poem. One step ahead of Coltrane in terms of expressing the state of his soul through album supplements, Mingus composed the liner notes for The Black Saint and the Sinner Lady, in which he wrote:

“This music is only one little wave of styles and waves of little ideas my mind has encompassed through living in a society that calls itself sane, as long as you’re not behind iron bars where there at least one can’t be as crazy as in most of the ventures our leaders take upon themselves to do and think for us, even to the day we should be blown up to preserve their idea of how life should be. Crazy? They’d never get out of the observation ward at Bellevue.”

Mingus was arguably the most important jazz composer to the Beat scene of the 1950s, so it’s not surprising that he would embellish his track listing with tone poems. These lyrical subscripts focused on “Freedom”, “Revolution” and “Merriment on Battle Front”. It’s important to note that even though most people think of the late 1960s—hippies and rock music—when they think of rebellion and renaissance in this country, the real insurrection—the hottest burst of enlightenment—was occurring in the late 1950s and early 1960s via Beat writers, avant-garde filmmakers, jazz composers and one tragic comedian named Lenny Bruce, who battled the Establishment before it became a surefire way of scoring with chicks. By the late 1960s, the true rebels were either dead or insane and what was left were moneymaking posers who were too callow, too cautious, to get involved at the ground floor. The Beatles and the Stones were for the children playing revolution; Coltrane and Mingus were for the adults living it. The Sexual Revolution in particular didn’t kick off with an electric guitar strum, but with thetap, tap, tap of an exotic drum.

Whereas Coltrane was getting on the spiritual tip, Mingus avowed secularism and to greater degree: sensuality. The music on “Black Saint” thrashes about in tortured close quarters—like the broody scoundrel Brando played in A Street Car Named Desire—springing up to drenched sheets and a heaving chest. The Sinner Lady is delicious poison on our Black Saint’s mind—stroking his manhood with a Jezebel smirk, clutching his heart with a stone cold hold. She dances slowly with him, then faster—faster! —grinding a fire as she whispers sin in his ear; her soft voice sings of love and revolt. The drums march forth; the trumpets and trombones moan amorously; the bright piano cuts its way through the dark tempest; the saxophone cries in simultaneous pain and release; the tuba and bass throb a burgeoning movement. Is this modern jazz or dance music for lustful existentialists? Whatever it is, The Black Saint and the Sinner Lady isn’t for people who like their music featherlike. No. It’s for us iconoclastic fuckers who relish intensity and depth with a madass swing!

Thank you Mingus. Goddamn. 
Edwin Faust


sábado, 19 de junio de 2010

Ultimo articulo de Monsiváis

La sabiduría del autoengaño

Nada más lógico y, a su modo, más aleccionador, que la estrategia de persuasiones de los más calificados y autocalificados funcionarios del gobierno federal. Si hemos de traducir este sistema, describámoslo así y dejémoslo así: “A la sociedad o al pueblo ya no se le convence, ha perdido el don divino de la credulidad, y, o no están informados de nada, o se nutren de internet, radio, incluso noticieros de televisión, celulares, o twitters. Y los que no, ni se enteran ni les importa, y con dificultad saben el nombre de alguno de nosotros, lo que llamamos aquí analfabetismo onomástico. Entonces, ¿a quién persuadir?, pues a los más enterados, a los más competentes, a los que rigen los destinos de la nación, nos referimos naturalmente a nosotros mismos. De esta manera nuestra estrategia mediática y nuestras redes sociales se dirigen a ese objetivo maravilloso: convencernos a nosotros mismos. Si logramos eso, lo demás ya no importa. Hablamos para oírnos y, sin broma alguna, la técnica es de una gran profundidad: el que persuade a las élites, persuade a lo más elevado del país. Por eso al autoengaño, como le dicen los resentidos, es la manera más solidaria y eficaz de ir avanzando en el gobierno”.

Desde fuera, el asunto se podría ver distinto: un laberinto de afirmaciones que indignan de forma sistemática pero efímera, ya que las siguientes expresiones de los poderosos irritan aún más. Influido por esta táctica, me explico para entenderme. No ves que los altos funcionarios (la altura se mide por el salario real, las prestaciones, la importancia que se les concede y el número de fuerzas de seguridad que los acompañan) crean en lo que dicen. Esto sería abusar de su candor. Más bien, el procedimiento va así: el funcionario declara a sabiendas de que nadie le va a creer y en la ruta hacia la decepción con este pueblo ingrato, oye y lee sus propias palabras y queda encantado. ¿Por qué no se le habrían ocurrido a él primero? Luego, al ver las cuantiosamente reproducidas en los noticieros y en los periódicos se anima por completo. Vaya que tengo razón, me lo confirma ese alto funcionario que, por coincidencia, lleva mi nombre. A los críticos no los lee porque eso sería un desgaste visual innecesario.

* * *

No estoy ironizando ni haría falta tratándose de la cadena de acontecimientos interminables y veloces que, cuando no queda otra, nos usa de testigos. Cómo explicarse de otra manera que el secretario de Gobernación Fernando Gómez Mont hable del fuego cruzado en el combate en el Tec de Monterrey y afirma como si a alguien le constara que los estudiantes asesinados habían estado del lado bueno y por ello los habían ultimado los sicarios. No le importa lo realmente ocurrido, el despojo de las identificaciones, el secuestro de los videotapes del Tecnológico, la granada que destrozó a uno de los jóvenes, la imposibilidad de que hubiesen sido los narcos. Todo eso pertenece al reino de lo inconvincente, y esto no lo dice en serio como funcionario del ramo, lo dice y muy en serio como primer oyente y lector de las palabras del secretario de Gobernación. Y luego va rectificando, no porque rechace lo sucedido, sino porque en el laboratorio del autoengaño, que es la primera función gubernamental, se inventó una sección llamada “Desmentidos por si acaso” y allí, en vez de las pruebas de balística que debieron ser lo primero, se acude ahora al cotejo de versiones, aunque la primera es la mejor y es la única. Si por casualidad resulta que los soldados asesinaron a los estudiantes, el secretario dirá: “Siempre dijimos que había culpables”.

* * *

Tómese el ejemplo del secretario de Economía Ernesto Cordero, podría decirse con amargura que es un accidente su profesión de economista, su verdadero oficio es el de ilusionista a la antigua, de esos de las ferias donde hacía su debut la inocencia infantil. Nada por aquí, nada por allá, no es una crisis lo que están ustedes viendo, señores, señoritas, jóvenes, personas adultas que me hacen favor de seguir mis movimientos y la conducción de la economía, fíjense bien, no le crean a sus sentidos, hijos del mal y la frustración, crean en lo que les digo, no vean lo que ganan, ni los índices del desempleo, ni la quiebra de pequeñas y medianas empresas, ni lo que dice el INEGI sobre febrero del 2010, el peor tiempo de la recesión, ni ninguna de esas vaciladas, no señores, señoritas y demás edades, júntense para no perderse mis palabras, aunque luego las repita igualitas, fíjense lo que les digo, no le den vueltas, la economía se ha recuperado casi todita, es un milagro de los que hacían antes para prestigiar la nueva religión, la economía levita, el gobierno multiplicó los caudales y los platos de lentejas, fíjense bien, ayer había una catástrofe, hoy el peso camina sobre las aguas.

* * *

El secretario del Trabajo Javier Lozano ofrece con alegría desdichadamente no contagiosa, su proyecto de reforma laboral: “No le den vueltas, sujetos a los que nunca llamaré amigos porque mi puesto no es una tienda de condescendencias. Lo que el gobierno les ofrece es respetar con puntualidad ciega la Constitución pero estableciendo leyes aparte para no tocarla y sí modernizarla. ¿Qué prefiere el desempleado: que no lo pongan a prueba un tiempo indeterminado para que si no funciona de acuerdo a los criterios de la empresa lo corran con el salario anterior al mínimo? ¿O tener que trabajar en las calles incorporado a la economía informal que es la que le da la oportunidad al gobierno para decir que ha creado tantos empleos que ahora se piensa en exhibir desempleados como especie en extinción? A ver, legisladores, sindicatos y frentes auténticos, no se opongan a las bondades de la explotación, opónganse a las iniquidades del comunismo subversivo. Con la reforma laboral que proponemos, y que es la justa porque es la que a nosotros nos convence, se acabarán muchos problemas, para empezar la existencia de problemas, ese invento de los desocupados. Por ejemplo, se acabarán los chistecitos sobre la huelga de Cananea que sólo rima con Jorge Larrea, ya los delincuentes que ocupan las instalaciones lo saben: o se salen de allí o se meten, y no por su propio pie a unos galerones donde no podrán escavar porque no se permiten las fugas. A los del SME que no se les vaya a ocurrir poner diablitos en sus casas porque una infracción del suministro eléctrico será condenada a 30 años sin luz, ya saben: “Si tú no eres represivo, lo que pasa es que a ti no te engañan con pancartas de protesta, tú lees lo que te traen tus asesores, lo estudias cinco minutos y lo firmas convencido de que has hecho lo justo porque de otra manera no serías tú”.

Gracias a la estrategia del autoengaño el gobierno duerme en paz y las instituciones ya no tienen por qué lavar ajeno.

viernes, 18 de junio de 2010

Higiene Mental

Para limpiar un corazón lo que hay que hacer es dejar de imaginarlo como lo imaginamos.

Así como para reconciliarnos con un muerto hay que dejar que flote en el aire.

miércoles, 16 de junio de 2010

Instrucciones para cantar

Empiece por romper los espejos de su casa, deje caer los brazos, mire vagamente la pared, olvidese. Cante una sola nota, escuche por dentro. Si oye (pero esto ocurrirá mucho después) algo como un paisaje sumido en el miedo, con hogueras entre las piedras, con siluetas semidesnudas en cuclillas, creo que estará bien encaminado, y lo mismo si oye un río por donde bajan barcas pintadas de amarillo y negro, si oye un sabor pan, un tacto de dedos, una sombra de caballo. Después compre solfeos y un frac, y por favor no cante por la nariz y deje en paz a Schumann.

J.C.

lunes, 14 de junio de 2010

A la espera de la oscuridad


Ese instante que no se olvida
Tan vacío devuelto por las sombras
Tan vacío rechazado por los relojes
Ese pobre instante adoptado por mi ternura
Desnudo desnudo de sangre de alas
Sin ojos para recordar angustias de antaño
Sin labios para recoger el zumo de las violencias
perdidas en el canto de los helados campanarios.

Ampáralo niña ciega de alma
Ponle tus cabellos escarchados por el fuego
Abrázalo pequeña estatua de terror.
Señálale el mundo convulsionado a tus pies
A tus pies donde mueren las golondrinas
Tiritantes de pavor frente al futuro
Dile que los suspiros del mar
Humedecen las únicas palabras
Por las que vale vivir.

Pero ese instante sudoroso de nada
Acurrucado en la cueva del destino
Sin manos para decir nunca
Sin manos para regalar mariposas
A los niños muertos

sábado, 12 de junio de 2010

Dos poemas de Shelley

1

La sombra de una Fuerza incognoscible
flota, aunque incognoscible, entre nosotros;
visita este amplio mundo con la misma
indisciplina que el viento entre las flores;
como un rayo de luna que inquieta,
secreto, imprevisible,
el corazón y rostro humanos;
como el rumor pausado de la tarde,
como una nube en noche clara,
como el recuerdo de alguna música,
como aquello que se ama por hermoso
pero aún más porque es ignoto.

2

Espíritu, Belleza que consagras
con tu lumbre el humano pensamiento
sobre el que resplandeces, ¿dónde has ido?
¿Por qué cesa tu brillo y abandonas
este valle de lágrimas desierto?
¿Por qué el sol no teje por siempre
un arco iris en tu arroyo?
¿Por qué cuanto ha nacido languidece?
¿Por qué temor y sueño, vida y muerte
ensombrecen el mundo de este modo?
¿Por qué el hombre ambiciona tanto
odio y amor; desánimo, esperanza?

De La Belleza Intelectual I Y 2

3

Temo tus besos, dulce dama.
Tú no necesitas temer los míos;
Mi espíritu anda tan hondamente abrumado,
que no puede agobiar el tuyo.

Temo tu porte, tus modos, tu movimiento.
Tú no necesitas temer los míos;
Es inocente la devoción del corazón
con la que yo te adoro.

domingo, 6 de junio de 2010

LA POSMODERNIDAD; NUEVO 'RÉGIMEN DE VERDAD', VIOLENCIA METAFÍSICA Y FIN DE LOS METARRELATOS Por Adolfo Vásquez Rocca








LA POSMODERNIDAD Por Adolfo Vásquez Rocca





1.- De la destotalización del mundo a la obsesión epistemológica por los fragmentos.



Lo que se denomina "posmodernidad" aparece como una conjunción ecléctica de teorías. Esa amalgama va desde algunos planteamientos nietzscheanos e instintivistas hasta conceptos tomados del Pragmatismo anglosajón hasta pasar por retazos terminológicos heideggerianos, nietszcheanos y existencialistas. Se trata, pues, de un tipo de pensamiento en el que caben temáticas dispersas y, a menudo, conjuntadas sin un hilo teórico claro.

La posmodernidad no es una época que se halle después de la modernidad como etapa de la historia. El “post” de la posmodernidad, a juicio de Gianni Vattimo, es “espacial” antes que “temporal”. Esto quiere decir que estamos sobre la modernidad. La Posmodernidad no es un tiempo concreto ni de la historia ni del pensamiento, sino que es una condición humana determinada, como insinúa Lyotard en La condición postmoderna.

El término posmodernidad nace en el domino del arte y es introducido en el campo filosófico hace tres décadas por Jean Lyotard con su trabajo La condición moderna(1983).



Jean-Francois Lyotard explica la “condición postmoderna” de nuestra cultura como una emancipación de la razón y de la libertad de la influencia ejercida por los “grandes relatos”, los cuales, siendo totalitarios, resultaban nocivos para el ser humano porque buscaban una homogeneización que elimina toda diversidad y pluralidad: “Por eso, la Posmodernidad se presenta como una reivindicación de lo individual y local frente a lo universal. La fragmentación, la babelización, no es ya considerada un mal sino un estado positivo” porque “permite la liberación del individuo, quien despojado de las ilusiones de las utopías centradas en la lucha por un futuro utópico, puede vivir libremente y gozar el presente siguiendo sus inclinaciones y sus gustos”.
La Posmodernidad, dice Lyotard, es una edad de la cultura. Es la era del conocimiento y la información, los cuales se constituyen en medios de poder; época de desencanto y declinación de los ideales modernos; es el fin, la muerte anunciada de la idea de progreso.


Filosofía y Arte Posmoderno por Adolfo Vasquez Rocca

2.- De los grandes relatos a las petites histoires.

El término posmodernidad puede ser identificado, como lo hace Habermas, con las coordenadas de la corriente francesa contemporánea de Bataille a Derrida, pasando por Foucault, con particular atención al movimiento de la deconstrucción de indudable actualidad y notoria resonancia en la intelectualidad local.

La era moderna nació con el establecimiento de la subjetividad2 como principio constructivo de la totalidad. No obstante, la subjetividad es un efecto de los discursos o textos en los que estamos situados3. Al hacerse cargo de lo anterior, se puede entender por qué el mundo postmoderno se caracteriza por una multiplicidad de juegos de lenguaje que compiten entre sí, pero tal que ninguno puede reclamar la legitimidad definitiva de su forma de mostrar el mundo.





Con la deslegitimación de la racionalidad totalizadora procede lo que ha venido en llamarse el fin de la historia. La posmodernidad revela que la razón ha sido sólo una narrativa entre otras en la historia; una gran narrativa, sin duda, pero una de tantas. Estamos en presencia de la muerte de los metarrelatos, en la que la razón y su sujeto –como detentador de la unidad y la totalidad– vuelan en pedazos. Si se mira con más detenimiento, se trata de un movimiento de deconstrucción del cogito y de las utopías de unidad. Aquí debe subrayarse el irreductible carácter local de todo discurso, acuerdo y legitimación. Esto nos instala al margen del discurso de la tradición literaria (estética) occidental. Tal vez de ahí provenga la vitalidad de los engendros del discurso periférico, en Los Margenes de la Filosofía como dirá Derrida.

La destotalización del mundo moderno exige eliminar la nostalgia del todo y la unidad. Como características de lo que Foucault ha denominado la episteme4posmoderna podrían mencionarse las siguientes: deconstrucción, descentración, diseminación, discontinuidad, dispersión. Estos términos expresan el rechazo delcogito que se había convertido en algo propio y característico de la filosofía occidental, con lo cual surge una “obsesión epistemológica” por los fragmentos.

La ruptura con la razón totalizadora supone el abandono de los grands récits, es decir, de las grandes narraciones, del discurso con pretensiones de universalidad y el retorno de las petites histoires. Tras el fin de los grandes proyectos aparece una diversidad de pequeños proyectos que alientan modestas pretensiones. Aquí se insiste en el irreductible pluralismo de los juegos de lenguaje, acentuando el carácter local de todo discurso, y la imposibilidad de un comienzo absoluto en la historia de la razón. Ya no existe un lenguaje general, sino multiplicidad de discursos. Y ha perdido credibilidad la idea de un discurso, consenso, historia o progreso en singular: en su lugar aparece una pluralidad de ámbitos de discurso y narraciones.

Filosofía Posmoderna por Adolfo Vasquez Rocca
Además de señalar que la desmitologización de los grandes relatos es lo característico de la posmodernidad, es necesario aclarar que estos metarrelatos no son propiamente mitos, en el sentido de fábulas. Ciertamente tienen por fin legitimar las instituciones y prácticas sociales y políticas, las legislaciones, las éticas. Pero, a diferencia de los mitos, no buscan esta legitimación en un acto fundador original, sino en un futuro por conseguir, en una idea por realizar. De ahí que la modernidad sea un proyecto.

El mundo postmoderno ha desechado los metarrelatos. El metarrelato es la justificación general de toda la realidad, es decir, la dotación de sentido a toda la realidad. Ninguna justificación puede alcanzar a cubrir toda la realidad, ya que necesariamente caerá en alguna paradoja lógica o alguna insuficiencia en la construcción (especialmente en la completitud o en la coherencia) y que desdicen sus propias pretensiones onmiabarcantes. El hombre postmoderno no cree ya los metarrelatos, el hombre postmoderno no dirige la totalidad de su vida conforme a un solo relato, porque la existencia humana se ha vuelto tan enormemente compleja que cada región existencial del ser humano tiene que ser justificada por un relato propio, por lo que los pensadores postmodernos llaman microrrelatos.

El microrrelato tiene una diferencia de dimensión respecto del metarrelato, pero esta diferencia es fundamental, ya que sólo pretende dar sentido a una parte delimitada de la realidad y de la existencia. Cada uno de nosotros tiene diferentes microrrelatos, probablemente desgajados de metarrelatos, que entre ellos pueden ser contradictorios, pero el ser humano postmoderno no vive esta contradicción porque él mismo ha deslindado cada una de esta esfera hasta convertirlas en fragmentos. El hombre postmoderno vive la vida como un conjunto de fragmentos independientes entre sí, pasando de unas posiciones a otras sin ningún sentimiento de contradicción interna, puesto éste entiende que no tiene nada que ver una cosa con otra. Pero esto no quiere decir que los microrrelatos no sean cambiables sin mayor esfuerzo, ya que los microrrelatos responden al criterio fundamental de utilidad, esto es, son de tipo pragmáticos.


Modernidad y Posmodernidad Estética Por Adolfo Vásquez Rocca
Ahora bien, si no hay metarrelatos tampoco hay utopías. La única utopía posible – si acaso pudiera todavía haber una- es la huida del mundo y de la sociedad y por la conformación del espacio utópico en el seno de la intimidad, con determinados elementos degradados de las tradiciones orientales, de los los nuevos orientalismos. Es una utopía fragmentada para un mundo fragmentado, una religión muy propia de la Posmodernidad, sin sacrificios y sin privaciones.

¿En qué punto nos encontramos ahora? Sin duda en el dominio de la interpretación y la sobreinterpretación. Las interpretaciones dotan de sentido a los hechos. La interpretación es una condición necesaria para que podamos conocer la realidad, para que nos podamos relacionar con ella. La interpretación cuaja en la tradición y es el conocimiento de nuestras formas de interpretación el objeto de la ciencia central de la Posmodernidad: la Hermenéutica. La Hermenéutica tiene sus orígenes en los principios del conocimiento humano, no en vano Aristóteles escribe una tratado sobre la interpretación. Con Gadamer la Hermenéutica cobra un nuevo giro, ya no pretende aprehender el verdadero y único sentido del texto, sino manifestar las diversas interpretaciones del texto y las diversas formas de interpretar. Hemos aludido por primera vez a un elemento fundamental del pensamiento postmoderno: el texto.

En la Posmodernidad, si la entendemos como Filosofía del Lenguaje o Teoría Literaria el texto se independiza del autor hasta tal punto de que el autor puede ser obviado. En la Posmodernidad hay dos tendencias muy marcadas y contradictorias sobre la autoría, la que la desprecia por centrarse únicamente en el texto y la que quiere explicar el texto como trasunto del autor. No cabe hablar propiamente de un autor, pues el autor del texto se ha perdido, como también se ha perdido el ser humano como sujeto, es decir, como director libre de sus acciones.


Margenes de la Filosofía por Adolfo Vásquez Rocca


El pensamiento débil [Vattimo], el postmoderno, no es sinónimo de debilidad. El pensamiento débil es el portavoz de la sospecha, es un pensamiento eminentemente crítico, no tolera ninguna pretensión totalitaria sobre la realidad, ningún pensamiento que quiere trascender los límites del microrrelato. Detrás de cada intención totalitaria, de cada metarelato como pretensión de interpretación última y definitiva sobre la realidad y el sentido del mundo se esconde un interés del poder, de un poder manifiesto u oculto, que, a través del lenguaje ontologizado y ontologizante – metafísico y/o teológico, quiere someter la realidad a una visión univoca y normativa, anulando y vaciando la potencialidad humana de hacer y crear mundos.

Debemos situar el punto de partida de este paradigma -del asalto a la razón- en la filosofía de Nietzsche, aunque ubicado poco antes, contemporáneo al Iluminismo, debemos hacer justicia al Romanticismo,corriente continental que inició la crítica de la Modernidad poniendo énfasis, ya no en la razón, sino en la intuición, la emoción, la aventura, un retorno a lo primitivo, el culto al héroe, a la naturaleza y a la vida, y por sobre todas las cosas una vuelta al panteísmo. Nietzsche se encargará de revitalizar estos motivos casi un siglo más tarde, imprimiéndole su sello propio, una filosofía cuyos rasgos esenciales han de ser el individualismo, un relativismo gnoseológico y moral, vitalismo, nihilismo y ateísmo, todo esto sobre un telón de fondo irracionalista.

Gianni Vattimo tiene razón cuando ve en Nietzsche el origen del postmodernismo, pues él fue el primero en mostrar el agotamiento del espíritu moderno en el ‘epigonismo’. De manera más amplia, Nietzsche es quien mejor representa la obsesión filosófica del Ser perdido, del nihilismo triunfante después de la muerte de Dios.

El postmodernismo aparece, pues, como resultado de un gran movimiento de des-legitimación llevado a cabo por la modernidad europea, del cual la filosofía de Nietzsche sería un documento temprano y fundamental.

La posmodernidad puede ser así entendida como una crítica de la razón ilustrada tenida lugar a manos del cinismo contemporáneo. Baste pensar en Sloterdijk y suCrítica de la razón cínica5, donde se reconoce como uno de los rasgos reveladores de la Posmodernidad el anhelo por momentos de gran densidad crítica, aquellos en que los principios lógicos se difuminan, la razón se emancipa y lo apócrifo se hermana con lo oficial, como acontece según Sloterdijk con el nihilismo desde Nietzsche, y aun desde los griegos de la Escuela Cínica.




Vásquez Rocca, Adolfo, La Posmodernidad; a 30 años de "La condición postmoderna" de Lyotard.

La ruptura con la razón totalizadora aparece, por un lado como abandono de los grandes relatos –emancipación de la humanidad–, y del fundamentalismo de las legitimaciones definitivas y como crítica de la “totalizadora” ideología sustitutiva que sería la Teoría de Sistemas.

La posmodernidad ha impulsado –al amparo de esta crítica– “un nuevo eclecticismo en la arquitectura, un nuevo realismo y subjetivismo en la pintura y la literatura, y un nuevo tradicionalismo en la música”6. La repercusión de este cambio cultural en la filosofía ha conducido a una manera de pensar que se define a sí misma, según he anticipado, como fragmentaria y pluralista, que se ampara en la destrucción de la unidad del lenguaje operada a través de la filosofía de Nietzsche y Wittgenstein.

Lo específicamente postmoderno son los nuevos contextualismos o eclecticismos. La concepción dominante de la posmodernidad acentúa los procesos de desintegración. Subyace igualmente un rechazo del racionalismo de la modernidad a favor de un juego de signos y fragmentos, de una síntesis de lo dispar, de dobles codificaciones; la sensibilidad característica de la Ilustración se transforma en el cinismo contemporáneo: pluralidad, multiplicidad y contradicción, duplicidad de sentidos y tensión en lugar de franqueza directa, “así y también asa” en lugar del univoco “o lo uno o lo otro”, elementos con doble funcionalidad, cruces en lugar de unicidad clara Un singular “Ni sí ni no, sino todo lo contrario. El último reducto posible para la filosofía” – como señalará Nicanor Parra en su Discurso de Guadalajara7.

Así, con la posmodernidad se dice adiós a la idea de un progreso unilineal, surgiendo una nueva consideración de la simultaneidad, se hace evidente también la imposibilidad de sintetizar formas de vida diferentes, correspondientes a diversos patrones de racionalidad.

La posmodernidad, como proceso de descubrimiento, supone un giro de la conciencia, la cual debe adoptar otro modo de ver, de sentir, de constituirse, ya no de ser, sino de sentir, de hacer. Descubrir la dimensión de la pluralidad supone descubrir también la propia inmersión en lo múltiple.

La Modernidad confundió la razón, entendida como facultad, con una forma de racionalidad concreta. Toda la razón había quedado recluida al ámbito de la razón científica natural y matemática. Ignorado otras formas de racionalidad y de pensamiento, a las que se les consideraba menores o irracionales, especialmente a la racionalidad propia del pensamiento estético y literario.


De los grandes relatos a las petites histoires. Por Adolfo Vásquez Rocca


3.- El crepúsculo del deber o la ética indolora de los nuevos tiempos democráticos.

En la cultura posmoderna se acentúa un individualismo extremo, un "proceso de personalización" que apunta la nueva ética permisiva y hedonista: el esfuerzo ya no está de moda, todo lo que supone sujeción o disciplina austera se ha desvalorizado en beneficio del culto al deseo y de su realización inmediata, como si se tratase de llevar a sus últimas consecuencias el diagnóstico de Nietzsche sobre la tendencia moderna a favorecer la “debilidad de voluntad”, es decir la anarquía de los impulsos o tendencias y, correlativamente, la pérdida de un centro de gravedad que lo jerarquiza todo: “la pluralidad y la desagregación de los impulsos, la falta de un sistema entre ellos desemboca es una “voluntad débil”. Asociaciones libres, espontaneidad creativa, no-directividad, nuestra cultura de la expresión, pero también nuestra ideología del bienestar estimulan la dispersión en detrimento de la concentración, lo temporal en lugar de lo voluntario, contribuyen al desmenuzamiento del Yo, a la aniquilación de los sistemas psíquicos organizados y sintéticos.

La Posmodernidad es un momento de 'consignas' cosméticas: mantenerse siempre joven, se valoriza el cuerpo y adquieren auge una gran variedad de dietas, gimnasias de distinto tipo, tratamientos revitalizantes y cirugías estéticas.

En la posmodernidad los sucesos pasan, se deslizan. No hay ídolos ni tabúes, tragedias ni apocalipsis, “no hay drama” expresará la versión adolescente postmoderna.

La condición postmoderna es, sin embargo, tan extraña al desencanto, como a la positividad ciega de la deslegitimación. ¿Dónde puede residir la legitimación después de los metarrelatos? El criterio de operatividad es tecnológico, no es pertinente para juzgar lo verdadero y lo justo. ¿El consenso obtenido por discusión, como piensa Habermas? Violenta la heterogeneidad de los juegos de lenguaje. Y la invención siempre se hace en el disentimiento. El saber postmoderno no es solamente el instrumento de los poderes. Hace más útil nuestra sensibilidad ante las diferencias, y fortalece nuestra capacidad de soportar lo inconmensurable. No encuentra su razón en la homología de los expertos, sino en la paralogía de los inventores8.

La condición postmoderna Por Adolfo Vasquez Rocca

4.- De la Estética del Simulacro a La Transparencia del Mal.

El "ser" ya no cuenta, el valor deviene en "parecer"9, lo que se conoce como la "cultura del simulacro"10.

Los escritos de Baudrillard11, otro de los profetas de la posmodernidad, tributan a una obsesión por el signo y sus espejos, el signo y su producción febril en la sociedad de consumo, la virtualidad del mundo y La transparencia del mal12. La mercancía y la sociedad contemporánea están consumidas por el signo, por un artefacto que suplanta y devora poco a poco lo real, hasta hacerlo subsidiario. Lo real existe por voluntad del signo, el referente existe porque hay un signo que lo invoca. Vivimos en un universo extrañamente parecido al original las cosas aparecen replicadas por su propia escenificación– señala Baudrillard.

La Posmodernidad, en contraste con la Modernidad, se caracteriza por las siguientes notas: nihilismo y escepticismo, reivindicación de lo plural y lo particular, deconstrucción, relación entre hombres y cosas cada vez más mediatizada, lo que implica una desmaterialización de la realidad (Lyotard). Con respecto a esto Jean Baudrillard habla de un “asesinato de la realidad”. En su libro El crimen perfecto, presenta metafóricamente cómo se produce en las postrimerías de siglo esta desaparición de la realidad mediante la proliferación de pantallas e imágenes, transformándola en una realidad meramente virtual: “Vivimos en un mundo en el que la más elevada función del signo es hacer desaparecer la realidad, y enmascarar al mismo tiempo esa desaparición”.


LA POSMODERNIDAD; NUEVO 'RÉGIMEN DE VERDAD', VIOLENCIA METAFÍSICA Y FIN DE LOS METARRELATOS Por Adolfo Vásquez Rocca
No existe ya la posibilidad de una mirada, de una mirada de aquello que suscita la mirada, porque, en todos los sentidos del término, aquello otro ha dejado de mirarnos. El mundo ya no nos piensa, Tokio ya no nos quiere13. Si ya no nos mira, nos deja completamente indiferentes. De igual forma el arte se ha vuelto por completo indiferente a sí mismo en cuanto pintura, en cuanto creación, en cuanto ilusión más poderosa que lo real. No cree en su propia ilusión, y cae irremediablemente en el absurdo de la simulación de sí mismo.

Baudrillard intuye la evolución de fin de milenio como una anticipación desesperada y nostálgica de los efectos de desrealización producidos por las tecnologías de comunicación. Anticipa el despliegue progresivo de un mundo en el que toda posibilidad de imaginar ha sido abolida. El feroz dominio integral del imaginario sofoca, absorbe, anula la fuerza de imaginación singular.

Baudrillard localiza precisamente en el exceso expresivo el núcleo esencial de la sobredosis de realidad. Ya no son la ilusión, el sueño, la locura, la droga ni el artificio los depredadores naturales de la realidad. Todos ellos han perdido gran parte de su energía, como si hubieran sido golpeados por una enfermedad incurable y solapada14. Lo que anula y absorbe la ficción no es la verdad, así como tampoco lo que deroga el espectáculo no es la intimidad; aquello que fagocita la realidad no es otra cosa que la simulación, la cual secreta el mundo real como producto suyo.

Baudrillard exhausto de la esperanza del fin certifica que el mundo ha incorporado su propia inconclusibilidad. La eternidad inextinguible del código generativo, la insuperabilidad del dispositivo de la réplica automática, la metáfora viral15. La extinción de la lógica histórica ha dejado el sitio a la logística del simulacro y ésta es, según parece, interminable.


Postmodernidad Cultura y Arte

El momento postmoderno es, como se ve, un momento antinómico, en el que se expresa una voluntad de desmantelamiento, una obsesión epistemológica con los fragmentos o las fracturas, y el correspondiente compromiso ideológico con las minorías políticas, sexuales o lingüísticas.

Es necesario, a este respecto, tener presente que en la expresión “momento postmoderno” la palabra momento ha de tomarse literalmente16 - como un parpadeo, como un “abrir y cerrar de ojos” y, por decirlo paradójicamente, como categoría fundamental de una conciencia de época, claramente posthistórica.

La complejidad del momento postmoderno no es sólo una cuestión de perspectiva histórica –o más bien de falta de ella–, sino que viene dada por el propio movimiento de repliegue sobre sí mismo característico de la posmodernidad (frente a los desarrollos lineales de la periodización moderna o clásica) lo que la dota de un espacio histórico informe y desestructurado donde han caído los ejes de coordenadas, a partir de los cuales se establecía el sentido y el discurso de la escena histórico-cultural de una época.

La caída de los discursos de legitimación que vertebraban los diferentes meta-relatos de carácter local y dependiente, ha producido –como se ha señalado – una nivelación en las jerarquías de los niveles de significación y la adopción de prácticas inclusivistas e integradoras de discursos adyacentes, paralelos e incluso antagónicos.


Teatro Contemporaneo Por Adolfo Vásquez Rocca


La posmodernidad es aquel momento en que las dicotomías se difuminan y lo apócrifo se asimila con lo oficial.

Desde un determinado punto de vista, la “revolución de la posmodernidad” aparece como un gigantesco proceso de pérdida de sentido que ha llevado a la destrucción de todas las historias, referencias y finalidades. En el momento postmoderno el futuro ya ha llegado, todo ha llegado ya, todo está ya ahí. No tenemos que esperar ni la realización de una utopía ni un final apocalíptico. La fuerza explosiva ya ha irrumpido en las cosas. Ya no hay nada que esperar. Lo peor, el soñado final sobre el que se construía toda utopía, el esfuerzo metafísico de la historia, el punto final, está ya entre nosotros. Según esto, la posmodernidad sería una realidad histórica–posthistórica ya cumplida, y la muerte de la modernidad ya habría hecho su aparición.

En este sentido, el artista postmoderno se encuentra en la misma situación de un filósofo: el texto que escribe, la obra que compone, no se rigen en lo fundamental por reglas ya establecidas, no pueden ser juzgadas según un canon valorativo, esto es, según categorías ya conocidas. Antes bien, son tales reglas y categorías lo que el texto o la obra buscan. De modo que artista y escritor trabajan sin reglas, trabajan para establecer las reglas de lo que habrá llegado a ser. La negación progresiva de la representación se vuelve aquí sinónimo de la negación de las reglas establecidas por las anteriores obras de arte, que cada nueva obra ha de llevar a cabo de nuevo.
Todo esto ya se encuentra prefigurado en las vanguardias artísticas de comienzo del siglo pasado.


Posmodernidad y deconstrucción Por Adolfo Vásquez Rocca



5.- Del metarelato a la Posmodernidad estética; discurso y producción.

Ahora bien, el postmodernismo como ideología puede ser entendido como un síntoma de los cambios estructurales más profundos que tienen lugar en nuestra sociedad y su cultura como un todo o, dicho de otra manera, en el modo de producción.

Esta constatación del modo diferente de construcción de la realidad va seguida de la distinción entre una estetización "superficial" y una profunda: la primera refiere a fenómenos globales como el embellecimiento de la realidad, lo cosmético y el hedonismo como nueva matriz de la cultura y la estetización como estrategia económica; el segundo incluiría las transformaciones en el proceso productivo conducidas por la nuevas tecnologías y la constitución de la realidad por los medios de comunicación. Dentro de este escenario global es que debe analizarse lo que ha estado gestándose en los últimos doscientos años, nos referimos a la "estetización epistemológica" o como he querido llamarlo17 el giro estético de la epistemología18. Este se inicia con el establecimiento de la estética como disciplina epistemológica basal, que pasa por la configuración nietzscheana del carácter estético-ficcional del conocimiento y termina en el siglo XX con la estetización epistemológica que puede rastrearse en la nueva filosofía analítica y el establecimiento de la hermenéutica - las interpretación que dota de sentido a los hechos - como ciencia central de la Posmodernidad, de allí que surjan como categorías fundamentales – en el modo de hacer filosofía – el texto y el discurso. Con Gadamer la Hermenéutica cobra un nuevo giro, ya no pretende aprehender el verdadero y único sentido del texto, sino manifestar las diversas interpretaciones del texto y las diversas formas de interpretar. Hemos aludido por primera vez a un elemento fundamental del pensamiento postmoderno: el texto.

La Posmodernidad, si la entendemos como Filosofía del Lenguaje, es una reflexión sobre el lenguaje escrito, en contraposición con la tendencia anglosajona que se centra en el lenguaje oral. El texto se independiza del autor hasta tal punto de que el autor puede ser obviado. El texto se independiza de su autor, porque con cada lectura tiene lugar una reelaboración, que es en sí misma una reinterpretación; no tiene sentido intentar encontrar lo que el autor ha querido decir, sino lo que los lectores, a lo largo de la historia, han dicho que el texto quería decir. La verdad se transforma en verdad interpretativa o verdad hermenéutica.

Posmodernidad y deconstrucción Por Adolfo Vásquez Rocca

6.- Deconstrucción de la noción de “autor”

La noción de “autor” –como creador individual de una obra artística o literaria– se puede situar histórica y culturalmente en el tránsito de la modernidad a la posmodernidad, la noción de creador individual empieza a problematizarse desde fines del siglo XIX y a lo largo del siglo XX, donde la noción se hace insostenible.

Tal como lo refiere Michel Foucault , el autor que desde el siglo XIX venía jugando el papel de regulador de la ficción, papel característico de la era industrial y burguesa, del individualismo y de la propiedad privada, habida cuenta de las modificaciones históricas posteriores, no tuvo ya ninguna necesidad de que esta función permaneciera constante en su forma y en su complejidad.

Para Foucault el autor es una producción cultural que mediante la experiencia de una subjetividad replegada sobre sí –fragmentada– da lugar al yo individual, a la personalidad que difumina la conciencia de pertenecer a un colectivo. Así, la pérdida de la experiencia colectiva modifica la noción misma de relato y con ello el sentido colectivo de la escritura, esto es, como memoria e inconsciente que se escribe.

De este modo se intentará abolir al autor, así como a cualquier otra forma de institucionalización de la escritura. Por ello el discurso no será considerado más que en sus descentramientos y sus desterritorializaciones. Al dar por cierta la desaparición del sujeto, el discurso que funda la subjetividad no puede mantener los mismos niveles de coherencia más que como una forma de ejercer poder.


Posmodernidad Literatura y Arte Por Adolfo Vásquez Rocca


Todas las operaciones que designan y asignan las obras deben ser consideradas siempre como operaciones de selección y de exclusión. “Entre los millones de huellas dejadas por alguien tras su muerte, ¿cómo se puede definir una obra?”. Responder la pregunta requiere una decisión de separación que distingue (de acuerdo con criterios que carecen tanto de estabilidad como de generalidad) los textos que constituyen la “obra” y aquellos que forman parte de una escritura o una palabra “sin cualidades” y que, por ende, no han de ser asignados a la “función de autor”.

Debe considerarse además que estas diferentes operaciones –delimitar una obra (un corpus), atribuirla a un autor, producir su comentario– no son operaciones neutras. Ellas están orientadas por una misma función, definida como “función restrictiva y coercitiva” que apunta a controlar los discursos clásicos, ordenándolos y distribuyéndolos.

Tal como lo refiere Michel Foucault , el autor que desde el siglo XIX venía jugando el papel de regulador de la ficción, papel característico de la era industrial y burguesa, del individualismo y de la propiedad privada, habida cuenta de las modificaciones históricas posteriores, no tuvo ya ninguna necesidad de que esta función permaneciera constante en su forma y en su complejidad.

Como sucesor del autor, el escritor ya no tiene pasiones, humores, sentimientos, impresiones, sino un rol bifurcador de discursos propios y ajenos, en una intertextualidad que prolifera hasta perder los lindes del yo, hasta la escisión de la identidad o su fragmentación esquizoide en la escritura.

La muerte del autor responde, de este modo, al proyecto de desubjetivación, que intenta eliminar la referencia a un sujeto originario sustentador de la verdad y el sentido del texto. En efecto, el sujeto que comienza a pensarse en la escritura, es un sujeto deudor de las citas de la cultura que tejen su obra. El entramado que constituye al texto posee una referencialidad infinita, que multiplica desde distintas vertientes elementos refractarios de otras. Aquello que preexiste de trasfondo es la muerte de un referente máximo que establezca los linderos –los alcances– de las miradas; es la proliferación de las perspectivas.

De este modo en el pensamiento contemporáneo ha tenido lugar un acoso sistemático a las nociones de sujeto y verdad, tal como la tradición científica y filosófica las concibió, decretando su expulsión de los reductos de la psicología, la historia, la antropología y la sociología. La pretensión de objetividad por parte de un sujeto que no puede sino ser contingente ha generado una serie de dudas y sospechas en torno a la noción misma de sujeto que sustenta los discursos científicos y filosóficos desde la modernidad.



Juan Luis Martinez _Obra Poética

Un planteamiento interesante en torno las relaciones conflictuadas entre autor, texto y lector, así como de la cuestión anteriormente planteada respecto de las nociones de autor y autoría, es la de Juan Luis Martínez . La propuesta del poeta es la de una autoría transindividual, que quiere superar desde oriente la noción de intertextualidad según se ha entendido en occidente, donde los textos de base están presentes en las transformaciones del texto que los procesa; pero en J. L. Martínez ésta [intertextualidad] parece resolverse en la negación de la existencia de las individualidades en la literatura, al hacer fluir bajo nombres distintos una misma corriente, que es y no es él. El ideario poético con el que J. L. Martínez aparece comprometido es el de emanar una identidad velada, en sus palabras “no sólo ser otro sino escribir la obra de otro”. Fue Flaubert quien dijo que “un autor debe arreglárselas para hacer creer a la posteridad que no ha existido jamás”. Palabras que calaron hondo en Juan Luís Martínez poeta secreto como pocos. El poeta debe saber andar sobre sus pasos y borrar sus propias huellas.

En la Posmodernidad hay dos tendencias muy marcadas y contradictorias sobre la autoría, la que la desprecia por centrarse únicamente en el texto y la que quiere explicar el texto como trasunto del autor. No cabe hablar propiamente de un autor, pues el autor del texto se ha perdido, como también se ha perdido el ser humano como sujeto, hoy son los sistemas de producción de signos los que reclaman para sí la atención y esto esta dado en lo que Debord llamará La Sociedad del Espectáculo, o Lipovetsky el Imperio de lo Efímero. De allí que fenómenos en apariencia banales como el el cine, la moda, el diseño y la arquitectura, entendidos éstos como sistemas productores de signos, o de narratividades -de acuerdo a su modo de constitución- influyen de manera decisiva en el modo de ser, en el ethos postmoderno, el cual puede ser entendido desde dentro de su proceso de gestación sólo a partir de las claves hermenéuticas que nos proporciona el paradigma estético.

Posmodernidad, Arte y Filosofía Por Posmodernidad y deconstrucción Por Adolfo Vásquez Rocca


7.- Las obras de arte como organizaciones imaginarias del mundo

Así Lyotard al utilizar los términos “relato”, “grandes relatos” y “metarrelato” se dirige a un mismo referente: los discursos legitimadores a nivel ideológico, social, político y científico. “Un metarrelato es, en la terminología de Lyotard, una gran narración con pretensiones justificatorias y explicativas de ciertas instituciones o creencias compartidas.19 Un Léxico último –si se quiere emplear la terminología de Rorty–. El discurso legitimador se caracteriza no por ser prosa narrativa sino principalmente prosa argumentativa. Todo intento que realizar políticamente un sistema ideológico tienen en su interior el germen del totalitarismo, la determinación de la pluralidad a partir de un solo punto de vista que se impone por todos los medios posibles. En cambio, los microrelatos, las narraciones literarias -por ejemplo- no tienen la intención de dar cuenta de hechos verdaderos sino que su consistencia artística deriva de su verosimilitud, es decir, de la capacidad del texto para hacerse creíble dentro de su contexto y del mundo que ha creado.

De este modo las obras de arte no son, pues, objetos específicos –aislados del mundo y de su acontecer–, sino más bien organizaciones imaginarias del mundo, las que para ser activadas requieren ser puestas en contacto con un modo de vida, por particular que este sea, con un fenómeno concerniente al ser humano, de modo tal que, como se hace evidente en la posmodernidad, arte, producción y vida se codeterminan y se copertenecen.

El estallido de los grandes relatos es de este modo el instrumento de la igualdad y de la emancipación del individuo liberado del terror de los megasistemas, de la uniformidad de lo Verdadero, del derecho a las diferencias, a los particularismos, a las multiplicidades en la esfera del saber aligerado de toda autoridad suprema, de cualquier referencia de realidad. La operación del saber posmoderno, es la de la heterogeneidad y dispersión de los lenguajes al modo de Babel, de las teorías flotantes, todo lo cual no es más que una manifestación del hundimiento general -fluido (líquido) y plural- que nos hace salir de la edad disciplinaria y amplía la continuidad democrática e individualista que dibuja la originalidad del momento posmoderno, es decir el predominio de lo individual sobre lo universal , de lo psicológico sobre lo ideológico , de la comunicación sobre la politización , de la diversidad sobre la homogeneidad, de lo permisivo sobre lo coercitivo.

Fuente:  http://revista.escaner.cl/node/1912
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