Sonido Fulgor

martes, 22 de abril de 2008

Píldoras de inmortalidad



"Se toman tres libras de auténtico cinabrio y una libra de miel blanca. Se mezclan y se pone a secar la mezcla bajo el sol. Luego se tuesta sobre el fuego hasta que se le pueda dar forma de píldoras. Cada mañana se toman diez píldoras del tamaño de un cañamón. En el curso de un años los cabellos blancos se volverán negros, los dientes destruidos volverán a crecer, el cuerpo se volverá lustroso y brillante. Si un viejo toma esta medicina por un largo período de tiempo, se convertirá en joven. Y aquel que la tome constantemente disfrutará de la vida eterna y no morirá".

Nei P'ien, cap. VII
Ko Hung, también conocodio como Pao Pu Tzu, alquimista chino del siglo III d.c.

sábado, 19 de abril de 2008

Le Mat



Peregrino en el encanto abominable de las formas,
mensajero de lo esencial, es decir de mí mismo,
desdeñando los ensueños del pensar
hago de todos los caminos mi camino.
Hoja seca que en un suspiro del tiempo
viene a conceder esperanza a las hogueras,
escalofrío que torna verde los labios de las hembras
y violeta el miembro que penetra sus misterios,
sonido que se desliza entre el badajo y la campana,
serpiente que repta en la roca sin dejar huella,
misterio insondable del origen primero, sueño que
sueña,
abundancia invisible, todas mis horas son siempre hoy.

Voy a lo esencial, al centro del mundo,
y entre el vacío que separa a los números
me expando hacia las diez direcciones
para encontrar mi significado profundo
en cualquier sitio.

Dejo siempre que las circunstancias decidan
porque sé que soy yo mismo quien las crea.
Me apodero de las mil cosas al entregarme a ellas
pero cuando marcho aquí lo hago ya en otros mundos.
Sin principio ni fin, más anciano que la noche o el día,
más joven que el niño recién creado por el cosmos,
más brillante que la luz y más oscuro que un abismo,
soy el fuego que arde en el centro de la mente.
¿Quién se atreve a definirme? Con mis zapatos rojos
borro todas las fronteras. No me enquisto,
no me escondo, no me escapo, no agredo.
Como las nubes sin cesar me transformo.
Cuando cesa el ensueño de la separación
soy el mismo de antes y el mismo de después.
Soy la palabra secreta encerrada en cada piedra.
Voy en el germen, en la espiral del crecimiento,
en la danza afelpada del organismo que declina.
Eje invisible de todo lo que gira
soy la locura agazapada en la lengua del sabio,
la víctima en el lobo, el ladrón en el juez.

Huyo de las palabras porque sólo son memoria
y sin embargo mi silencio las sostiene.
Soy el contenido que escapa de las formas,
el terreno donde germinan las estrellas,
la indecible Verdad raiz de la belleza,
resplandor que denuncia mi acción invisible
agregando la demencia de lo impensable
al objeto que esconde cada palabra
y a la palabra que esconde cada objeto.

Soy el vuelo antes del nacimiento del pájaro,
la música sin músico, el tiempo sin arquitecto,
el silbido que precede a la espada,
el coro celestial de los gusanos
inscrito ya en el cuerpo que nace,
los gestos ordenados en el espacio futuro
creando los senderos por donde pasará el danzante,
la vibración eterna de cada semilla efímera,
la caída que ha de darle significado al muro,
el beso que hace nacer todos los labios.

En mi abismal energía el pensamiento pierde límites.
Ante cualquier proposición abro el abanico
de los múltiples contrarios,
el ciclón que se pasea entre las tumbas,
el pantano donde se hunden los cimientos de la razón
para producir la flor indiferente
que se entrega al temerario regocijo del momento
surgiendo como un sapo volador del lago infinito.

A veces me siguen fugaces recuerdos de lo que
he dejado atrás
en mi carrera incesante por no perder la inocencia
primera,
allí donde no existen cualidades ni reputación ni leyes
ni nombre ni sexo ni edad ni país ni tradición
ni historia.
Sin preocuparme dejo entrar en mí mismo
los innumerables aspectos de mi ser.

Nado contra la corriente hasta llegar a la fontana
donde el paso final se sumerge en el comienzo.
Sin rechazar la complejidad voraz del mundo
en medio de as diez mil cosas soy un eje único.
Ante lo que brilla me extiendo como sombra.
Los abismos sombríos me convierten en luciérnaga.

Espectador en llamas desintegro las estructuras
de la ilusión
observando el mundo como un espectáculo vacío.
Aquello que busco lo he encontrado hace mil años.
La presa como un perro fiel me persigue.
Espacio es mi cuerpo infinito y Tiempo
lo que a mí me sucede.

Disuelto en la conciencia devengo el Creador.
El universo entonces se me aparece como un hijo
único.
Miro a todos los seres y las cosas con amor de padre
y es intensa mi ternura por la existencia efímera.
Nada comienza nada termina nada nace nada muere.
Sé que al lanzar una piedra hacia el confín remoto
he de verla llegar algún día a la palma de mi mano.
Tripulante del sueño no le temo al despertar.
No soy pez engreído que al saltar del agua se piensa
duéño del cielo.
Reconozco que sólo soy una parte ínfima del engranaje
oceánico
y acepto con amor sacrificar mi figura ilusoria
para que el corazón de luz se abra en rosa de fuego.

De mi pensamiento no queda más que el perfume
porque las palabras antes que música fueron aroma
y de mis pasos el ritmo bruto de la ausencia de
esquema.
Soy lo que soy, amo como amo, deseo lo que deseo,
estoy donde estoy.
Centrado en la fuente de la vida soy aquel que nunca
duerme
como una llama de oro en un vaso de cristal sin fin.


A. Jodorowsky

Descuido del divertido vivir a quien la muerte llega impensada

Vivir es caminar breve jornada,
y muerte viva es, Lico, nuestra vida,
ayer al frágil cuerpo amanecida,
cada instante en el cuerpo sepultada.
Nada que, siendo, es poco, y será nada
en poco tiempo, que ambiciosa olvida,
pues de la vanidad mal persuadida
anhela duración, tierra animada.
Llevada de engañoso pensamiento
y de esperanza burladora y ciega,
tropezará en el mismo monumento,
como el que, divertido, el mar navega,
y sin moverse vuela con el viento,
y antes que piense en acercarse, llega.


Francisco de Quevedo

sábado, 12 de abril de 2008

miércoles, 9 de abril de 2008

Dos poemas de Alejandra Pizarnik








la jaula
Afuera hay sol.
No es más que un sol
pero los hombres lo miran
y después cantan.

Yo no sé del sol.
Yo sé la melodía del ángel
y el sermón caliente
del último viento.

Sé gritar hasta el alba
cuando la muerte se posa desnuda
en mi sombra.

Yo lloro debajo de mi nombre.
Yo agito pañuelos en la noche y barcos sedientos de realidad
bailan conmigo.
Yo oculto clavos
para escarnecer a mis sueños enfermos.

Afuera hay sol.
Yo me visto de cenizas.

los trabajos y las noches
para reconocer en la sed mi emblema
para significar el único sueño
para no sustentarme nunca de nuevo en el amor
.
he sido toda ofrenda
un puro errar de loba en el bosque
en la noche de los cuerpos

para decir la palabra inocente

Why were they proud?


Why were they proud? Because their marble founts
Gush'd with more pride than do a wretch's tears?
Why were they proud? Because fair orange-mounts
Were of more soft ascent than lazar stairs!
Why were the proud? Because red-lined accounts
Were richer than the songs of Grecian years?
Why were the proud? again we ask aloud,
Why in the name of Glory were they proud?

J. Keats, Isabella or the pot of basil

lunes, 7 de abril de 2008

Capítulo 128 de Rayuela, traducido para mi amigo etm

Nous sommes quelques-uns à cette époque à avoir voulu attenter aux choses,

créer en nous des espaces à la vie, des espaces qui n'étaient pas et ne semblaient

pas devoir trouver place dans l’espace. 

ARTAUD , Le Pèse-nerfs. 

 

Somos sólo algunos en esta época quienes hemos querido atentar contra las cosas, crear en nosotros espacios a la vida, espacios que no sean y no parezcan tener que encontrar un lugar en el espacio.

ARTAUD, El Pesa-nervios

La Búsqueda del Agua, de R. A.

Hay que fluir.

Como hálitos entre las copas de los árboles,

fuego que se expande en un incendio,

tierra seca entre manos callosas y cansadas,

las estrellas que dejaron de existir hace millones de años

y todavía se ven en el cielo,

como el níquel aleatorio en el centro de la tierra,

o el sueño redundante en la cabeza del sonámbulo,

como el final agitado de todas las pesadillas

en el puente entre la oniria y el mismo mundo de día tras día,

o el arena del desierto que nunca se pisa dos veces

hay que fluir..

 

En donde me encuentro, sin embargo,

los párpados están abiertos y la mente atormentada

por visiones interminables de caótica quietud.

Y en mi insomnio no hay tierra

donde se arrastren las serpientes

ni agua que hidrate las imágenes

de las que están hechas los sueños.

Despierto detrás de los mismos ojos,

entre las mismas venas y la misma sangre

al mismo mundo y al mismo cansancio,

con los mismos deseos y los mismos olores,

los mismos colores y el hecho mismo

de que viendo tanto no veo nada.

De unos días para acá tiendo mucho a llorar porque no sé fluir;

soy el personaje ciego de una vieja parábola

que en su búsqueda se arruinó a sí mismo

y se perdió en un laberinto

de carne viva y preguntas inútiles.

Ahora, en el abismo de un remanso opaco (el mío),

estoy perdido como nunca y no sé fluir.

Cada vez que lo intento soy espeso y viscoso,

una gota de sucio semen derramado

después de un sexo vacío como tantos en tantos días,

y soy también esa patética necesidad de llenar huecos con silencios,

y esperar de falsos gemidos,

(falsas palabras de aliento y falsa sabiduría)

el consuelo de una vida que cada vez me da más asco.

 

Todos los días soy el mudo testigo de la poesía acribillada

mientras el mundo fluye.

El agua de la corriente no moja mi cuerpo de roca al fondo del arroyo.

Y cada tarde, y cada uno de todos los reflejos en este juego

de espejos que llamamos humanidad, nuestra ciencia,

nuestra sangre nuestros hijos nuestras luces nuestro concreto

nuestros horrores nuestras pasiones y nuestros falsos amores

todos

Somos todos de piedra.

 

De unos días para acá me pierdo fácilmente

en pasillos que no llevan a ningún lado, entre moscas y brea,

y el rancio concreto de las calles.

Las miradas de los demás relinchan afiladas sobre mi espalda,

y en sus risas y perfumes ya no siento nada familiar.

Sus ropas de invierno y de primavera desgarran el alma

con sus telas falsas y opacas, y sus sucios alientos

destilan la sobriedad del olvido y el tabaco.

Mis sueños y mis ebriedades

están teñidas de la melancolía de las estaciones que se terminan,

y no hay consuelo en la lluvia ni en las montañas silenciosas,

mudos testigos de la ciudad.

No hay consuelo

en las jacarandas regadas sobre el piso fuera de estación,

ni en los labios de la misma mujer que aparece,

siempre con distinta forma, a contagiarme su amargura,

y huye del sueño respirando falsas promesas y falsos amores.

No hay consuelo en la falsa sabiduría

con que nos hemos engañado desde que nacimos,

la ciencia de mierda, la filosofía de mierda,

las redes que engañosamente nos hacen,

con soberbia supremacía, encontrar

en delicados sistemas ficticios

el ficticio consuelo de la vida ficticia.

Ni siquiera me encuentro en mis palabras

que alguna vez se impregnaron orgullosas sobre el papel

y en las que antes pude refugiarme.

Ahora mis palabras están infectas y viejas

y han perdido toda su fuerza.

Hablan de pesadez y no de alivio.

Habría que destruir todos los vestigios de nuestra humanidad,

porque es solitaria. Porque soy humano y estoy solo

entre otros que no pueden ver su soledad.

Estoy solo y muy cansado, y también muy harto de mí.

De mis palabras pedantes y falsas, vacías de ensoñación,

solas en el mundo de noche, en la noche ahogada que ya no se siente,

solas incapaces de escribir el canto desesperado de la ciudad que se hunde

y de nosotros que seguimos siendo de piedra

mientras el mundo fluye de vuelta a su origen.

A veces quiero estar muerto. Quiero estar

muy muerto y mandarlo a todo al carajo.

 

Sin embargo, cada tanto

una flor perdida entre las jacarandas fuera de estación,

un olor fresco que viene lejos y llega girando en el viento,

una nube frondosa que amenaza con el relámpago

me recuerda el sueño que perdí y me incita a buscar de nuevo la poesía.

 

Hay algo que cautiva en el ritmo de tu respiración

y sólo en ti escucho la música olvidada

de los delirios que perdí a lo largo de los años.

No te parece a ninguna otra.

Debajo de tu cuerpo corre ansioso un río.

Eres pequeña y firme.

Tus senos están casi al roce de su pecho y tu mirada

apunta hacia un lugar de hálito y de lumbre, de perla y de caos.

Y tus labios, que sólo podrían haber sido descritos

en un viejo cuento mágico que terminara  con una muerte

sobre pétalos durante una tarde anaranjada

acercan a la forma de todos los sueños.

 

¿Me escuchas, M? Hablo de ti

porque yo sólo buscaba respuestas y en ti encuentro mi poesía.

Buscaba razón y encontré un relámpago. Y encontré mi pluma,

que desesperada busca librarse de todas las palabras.

Y por eso quiero huir contigo,

 a ese lugar hecho de viento y oniria

muy parecido al mar, a veces soleado, a veces nublado y eléctrico

donde la muerte nos envuelva lenta y silenciosa

y aprendamos a amarla como al relámpago y al agua.

 

Lo he visto, M, siguiendo tu mirada perdida.

El sol revienta contra tus pechos y paso el día haciéndote el amor

con un ritmo parecido al ritmo de las olas.

A veces mi lengua se pierde en tu espalda de azúcar

mientras el mar, poco a poco, nos lava de esta suciedad.

Y los cuerpos que son prisiones se derriten

y nuestras bocas se colman del sabor

de nuestras pieles que comienzan a gotear, y la marea

atrapada dentro de nosotros vuelve

a su escurridiza violencia y finalmente

forma otra vez parte de la ola del fin del tiempo.

 

A veces es necesario olvidar todo.

A veces es necesario dejar todo detrás

y empezar un viaje lleno de pétalos y delirios

lejos de lo que ya conocemos.

De los días y las noches iguales que mueren de piedra

la lírica inútil de mi prosa que se seca

antes de salir por la pluma.

Tantas palabras huecas como noches opacas

huecas como troncos secos

huecas como mujeres amargas

huecas como una muerte rígida y solitaria

y la filosofía y todo el conocimiento que es tan engañoso

y como miradas afiladas

y sexos sucios y vacíos

hueco como un viejo cajón que tamborilea

y su sonido viajante

hueco como las letras perdidas que huyen

y esta noche que también huye lenta

por la boca de la pluma

(porque es de noche y no

me queda más que suspirarte)

 

Y toda tú te pareces a una noche perdida

brutalmente salpicada de estrellas

en un camino a la mitad de la nada.

Y en la noche a la que te pareces no hay nada detrás

de las luces del carro

las ruedas y el ronroneo del último motor de nuestras vidas.

Detrás de nosotros una ciudad se hunde

con sus máquinas de piedra y sus hombres de piedra.

Caminando lejos del último camino,

rugen las nubes, ruge el relámpago,

 

llueve

 

en esa noche cuando huyamos

 

Pero hoy es otra noche y todo suena falso y lejano.

Es otra noche y sigo buscando el agua.

No duermo.

 

Tengo insomnio y busco el agua,

Y la pluma no resbala sobre el papel.

Tengo insomnio y tengo miedo

de cerrar los ojos y perder las olas.

De despertar y ser de piedra,

y haber perdido tu nombre,

o de sólo pronunciarlo y no llegar a él.

De la pálida muerte que yace tiesa

y es el desierto de todos los días.

 

Tengo miedo y tengo insomnio.

                                    Pienso en ti.

                                                Termina la noche.

 

Hace unos minutos los pájaros comenzaron a cantar,

y el rocío del amanecer está salpicado sobre la ventana.


R. A.

jueves, 3 de abril de 2008

Fragmento de Muerte Sin Fin (J. Gorostiza)

Porque el tambor rotundo
y las ricas bengalas que los címbalos
tremolan en la altura de los cantos,
se anegan, ay, en un sabor de tierra amarga,
cuando el hombre descubre en sus silencios
que su hermoso lenguaje se le agosta,
se le quema -confuso- en la garganta,
exhausto de sentido;
ay, su aéreo lenguaje de colores,
que así se jacta del matiz estricto
en el humo aterrado de sus sienas
o en el sol de sus tibios bermellones;
él, que cincela sus celos de paloma
y modula sus látigos feroces;
que salta en sus caídas
con un ruidoso síncope de espumas;
que prolonga el insomnio de su brasa
en las mustias cenizas del oído;
que oscuramente repta
e hinca enfurecido la palabra
de hiel, la tuerta frase de ponzoña;
él, que labra el amor del sacrificio
en columnas de ritmos espirales;
sí, todo él, lenguaje audaz del hombre,
se le ahoga -confuso- en la garganta
y de su gracia original no queda
sino el horror de un pozo desecado
que sostiene su mueca de agonía.
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