Sonido Fulgor

lunes, 31 de marzo de 2008

Prince de la nuit (Henri Michaux)


Prince de la nuit, du double, de la glande

aux étoiles,

du siège de la Mort,

de la colonne inutile,

de l'interrogation suprême.


Prince de la couronne rompue

du règne divisé, de la main de bois.


Prince pétrifié à la robe de panthère.

Prince perdu.


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Príncipe de la noche, del doble, de la glándula

de estrellas,

de la sede de la Muerte,

de la columna inútil,

de la pregunta suprema.


Príncipe de la corona rota

del reino dividido, de la mano de madera.


Príncipe petrificado vestido de pantera.

Príncipe perdido.

sábado, 29 de marzo de 2008

lunes, 17 de marzo de 2008

Los sueños de Daniel
Rodrigo Solís Arechavaleta

Daniel soñó
que sería un abogado.
Que encontraría al amor,
vestido de verde,
bajo un álamo.
Que se casaría
un día de verano.
Que tendría dos hijas lindas,
una lujosa oficina,
y un par de momentos trágicos.

Un día le gustó la medicina,
y al siguiente se encontró graduado,
conoció a una muchacha
en la fila de un banco,
y un día se encontró casado.
Tuvo dos hijas,
lindas, sí,
pero no tanto,
y miles de momentos trágicos.

Daniel soñó su muerte
causada por un arrebato,
un chispazo de gloria,
morirse haciendo algo;
y un día se encontró en el lecho,
muriéndose de viejo, y de cansado.

Murió Daniel feliz,
salvo por un detalle;
murió pensando que tal vez,
en un parque,
vestida de verde
y bajo un álamo,
estaría una mujer,
esperando...

viernes, 14 de marzo de 2008

Proverbios del Infierno (William Blake), 2 de 4


Las Prisiones están construidas con las piedras de la Ley, los Burdeles con ladrillos de Religión.

El orgullo del pavo real es la gloria de Dios.

La lascivia del chivo es el don de Dios.

La ira del león es la sabiduría de Dios.

La desnudez de la mujer es la obra de Dios.

Exceso de penas ríe. Exceso de dicha llora.

El rugir de leones, el aullar de lobos, el bramar del mar tempetuoso y la espada destructiva, son
porciones de la eternidad demasiado grandes para el ojo del hombre.

El zorro condena la trampa, no a sí mismo.

Dicha engendra. Las penas paren.

Que el hombre lleve la piel del león, la mujer el vellón de la oveja.

El pájaro un nido, la araña una tela, el hombre la amistad.

Al egoísta y sonriente necio y al necio taciturno y ceñudo se los tendrá por sabios, para que puedan ser una férula.

Lo que hoy está probado, en otro tiempo era sólo imaginado.

La rata, el ratón, el zorro, el conejo, observan las raíces. El león, el tigre, el caballo, el elefante, observan los frutos.

La cisterna contiene: la fuente desborda.

Un pensamiento colma la inmensidad.

Estáte siempre dispuesto a decir lo que piensas y el hombre vil te evitará.

Todo lo que es posible creer es una imagen de la verdad.

El águila nunca perdió tanto tiempo como cuando aceptó aprender del cuervo.

jueves, 6 de marzo de 2008

Los trece cielos, según los aztecas


Para los aztecas, el conocimiento de los diversos cielos era tan importante como el saber acerca de los diversos ciclos humanos.
Contaban ellos que, pese a las apariencias, había más de un cielo sobre las cabezas de los hombres. Al menos, trece, contabilizaban los sabios.
En el primer cielo, según ellos, hay una estrella hembra y una estrella macho. Ellas son las más importantes del firmamento y están puestas en su lugar para velar por la raza humana.
Después hay un segundo cielo donde mora la raza de mujeres sin carnes. Son de puro hueso y se llaman las "mujeres de mal agüero". Permanecen en estado de lactancia, aguardando el fin del mundo, porque saben que cuando llegue ese momento podrán descender y devorar a los hombres. Algunos mitos aseguran que ese día llegará cuando se acaben los dioses y Tezcaltipoca robe al Sol.
En el tercer cielo hay cuatrocientos hombres de cinco colores diferentes: amarillos, negros, blancos, azules y colorados. Su única función es ser guardianes de su propio cielo.
En el cuarto habitan todas las especies de aves. Es, quizás, el más bullicioso, repleto de gorjeos, cantos, graznidos. Todas las aves que pueblan la tierra provienen de ese lugar.
En el quinto cielo, ya bastante alejado de la tierra, residen serpientes de fuego. Están allí para crear cometas y demás señales luminosas del firmamento.
Luego viene un cielo de puro aire. En él están toda clase de vientos, corrientes y brisas. Los dioses lo crearon para que todos los elementos ya creados respiraran y se movieran.
El séptimo cielo es una región de polvo y piedras. Cada tanto se sacude y parte de su contenido cae a la tierra.
En el octavo cielo, más allá de la imaginación humana, los dioses se encuentran y deliberan.
En el noveno están las deidas más antiguas, aquellas que como el tiempo existieron incluso antes que los grandes dioses comenzaran a notarse. De allí en adelante nadie sabía lo que había. Ni siquiera los dioses. Porque hay regiones del universo reservadas para el misterio.

Andreas Koppen

miércoles, 5 de marzo de 2008

Proverbios del Infierno (William Blake), 1 de 4


En tiempos de siembra aprende, enseña con la cosecha, en invierno disfruta.

Lleva tu carro y tu arado sobre los huesos de los muertos.

La senda del exceso conduce al palacio de la sabiduría.

La Prudencia es una vieja, fea y rica solterona cortejada por la Incapacidad.

Quien desea pero no actúa, cría pestilencia.

El gusano tajado perdona al arado.

Sumerge en el río al que ame el agua.

Un idiota no ve el mismo árbol que el sabio.

Aquel cuyo rostro no destella jamás será estrella.

La Eternidad está enamorada de las producciones del tiempo.

La abeja atareada no tiene tiempo para tristezas.

Las horas de locura el reloj las calcula, pero las de la sabiduría ningún reloj puede medirlas.

No hay alimento sano que con red o trampa se cace.

Recurre al número, peso y medida en año de escasez.

Ningún pájaro vuela muy alto, si lo hace con sus propias alas.

Cuerpo muerto no venga injurias.

El acto más sublime es poner a otro por delante de ti.

Si el insensato persistiese en su locura, se volvería sabio.

La insensatez es la capa de la bellaquería.

La Vergüenza es la capa del Orgullo.


W. Blake

Norwegian Wood - Victor Wooten

Sí, cómo hay gente anormal!

martes, 4 de marzo de 2008

El mito de Sísifo (Albert Camus)

Los dioses condenaron a Sísifo a empujar eternamente una roca hasta lo alto de una montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Pensaron, con cierta razón, que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.
Si damos crédito a Homero, Sísifo era el más sabio y más prudente de los mortales. No obstante, según otra tradición, propendía al oficio de bandido. No veo contradicción en ello. Difieren las opiniones sobre los motivos que lo llevaron a ser el trabajador inúil de los infiernos. Se le reprocha ante todo cierta ligereza con los dioses. Reveló sus secretos. Egina, hija de Asopo, fue raptada por Júpiter. Al padre le extrañó su desaparición y se quejó a Sísifo. Éste, que estaba enterado del rapto, ofreció a Asopo informarlo de todo, a condición de que diera agua a la ciudadela de Corinto. Prefirió la bendición del agua a los rayos celestiales. Y en castigo acabó en los infiernos. Homero nos cuenta también que Sísifo había encadenado a la Muerte. Plutón no pudo soportar el espectáculo de su imperio desierto y silencioso. Envió al dios de la guerra, que liberó a la Muerte de manos de su vencedor.

Cuentan también que Sísifo, en trance de muerte, quiso poner imprudentemente a prueba el amor de su esposa. Le ordenó que arrojase su cuerpo insepulto a la plaza pública. Sísifo fue a parar a los infiernos y allí, irritado por obediencia tan contraria al amor humano, consiguió permiso de Plutón para regresar a la tierra y castigar a su mujer. Pero cuando volvió a ver el rostro de este mundo, a disfrutar del agua y el sol, de las piedras cálidas y el mar, no quiso regresar a las sombras infernales. Nada consiguieron llamadas, cóleras y advertencias. Durante muchos años siguió viviendo delante de la curva del golfo, el mar resplandeciente y las sonrisas de la tierra. Fue preciso un decreto de los dioses. Mercurio vino a agarrar al audaz por el pescuezo y, arrebatándole a sus goces, lo devolvió a la fuerza a los infiernos, donde su roca estaba ya preparada.

Se habrá comprendido ya que Sísifo es el héroe absurdo. Lo es tanto por sus pasiones como por su tormento. Su desprecio por los dioses, su odio a la muerte y su pasión por la vida le valieron ese suplicio indecible en el cual todo el ser se dedica a no rematar nada. Es el precio que hay que pagar por las pasiones de esta tierra. Los mitos están hechos para que la imaginación los anime. En el caso de éste, vemos solamente todo el esfuerzo de un cuerpo tenso para levantar la enorme piedra, empujarla y ayudarla a subir por una pendiente cien veces recomenzada; vemos el rostro crispado, la mejilla pegada contra la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta de greda, un pie que la calza, la tensión de los brazos, la seguridad enteramente humana de dos manos llenas de tierra. Al final de este prolongado esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, llega a la meta. Sísifo contempla entonces cómo la piedra rueda en unos instantes hacia ese mundo inferior del que habrá de volver a subirla a las cumbres. Y regresa al llano.

Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa. ¡Un rostro que pena tan cerca de las piedras es ya de piedra! Veo a ese hombre bajar con pasos pesados aunque regulares hacia el tormento cuyo fin no conocerá. Esa hora que es como un respiro y que se repite con tanta seguridad como su desgracia, esa hora es la de la conciencia. En cada uno de esos instantes, cuando abandona las cimas y se hunde poco a poco hacia las guaridas de los dioses, Sísifo es superior a su destino. Es más fuerte que su roca.
Lo trágico de este mito estriba en que su héroe es consciente. ¿En qué quedaría su pena, en efecto, si a cada paso lo sostuviera la esperanza de lograrlo? El obrero actual trabaja, todos los días de su vida, en las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo. Pero sólo es trágico en los raros momentos en que se hace consciente. Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde, conoce toda la amplitud de su miserable condición: en ella piensa durante el descenso. La clarividencia que debía ser su tormento consuma al mismo tiempo su victoria. No hay destino que no se supere mediante el desprecio.

Si el descenso se hace ciertos días con dolor, puede hacerse con gozo. La palabra no es exagerada. Me imagino otra vez a Sísifo regresando hacia su roca, y el dolor existía al principio. Cuando las imágenes de la tierra se aferran con demasiada fuerza al recuerdo, cuando la llamada de la felicidad se hace demasiado apremiante, entonces la tristeza se alza en el corazón del hombre: es la victoria de la roca, es la propia roca. Una angustia inmensa es demasiado pesada de llevar. Son nuestras noches de Getsemaní. Pero las verdades aplastantes desaparecen al ser reconocidas. Edipo, por ejemplo, obedece primero al destino sin saberlo. A partir del momento en que sabe, su tragedia comienza. Pero en el mismo instante, ciego y desesperado, reconoce que el único lazo que lo ata al mundo es la fresca mano de una jovencita. Una frase desmesurada resuena entonces: "Pese a tantas pruebas, mi avanzada edad y la grandeza de mi alma me llevan a juzgar que todo está bien". El Edipo de Sófocles, como el Kirilov de Dostoyevski, da así la fórmula de la victoria absurda. La sabiduría antigua coincide con el heroísmo moderno.

No se descubre lo absurdo sin sentirse tentado de escribir algún manual de felicidad. <¿Y cómo así? ¿por caminos tan angostos...?> Pero no hay más que la misma tierra. Son inseparables. El error consistiría en decir que la felicidad nace forzosamente del descubrimiento absurdo. A veces ocurre que el sentimiento de los absurdo nace de la felicidad. Todo está bien, dice Edipo, y esa frase es sagrada. Resuena en el universo feroz y limitado del hombre. Enseña que no todo está agotado, no ha sido agotado. Expulsa de este mundo a un dios que había entrado en él con la insatisfacción y el gusto de los dolores inútiles. Hace del destino un asunto humano, que deberá arreglarse entre los hombres.

Todo el gozo silencioso de Sísifo está en eso. Su destino le pertenece Su roca es su casa. De la misma manera el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, manda callar a todos los ídolos. En el universo que de pronto ha recobrado su silencio se alzan las mil vocecitas maravilladas de la tierra. Llamadas inconscientes y secretas, invitaciones de todos los rostros, son el reverso necesario y el precio de la victoria. No hay sol sin sombra, y es menester conocer la noche. Si hay un destino personal, no hay un destino superior o al menos no hay sino uno, que juzga fatal y despreciable. En lo demás, sabe que es dueño de sus días. En ese instante sutil en el que el hombre se vuelve sobre su vida, Sísifo, regresando hacia su roca, contempla esa serie de actos desvinculados que se convierte en su destino, creado por él, unido bajo la mirada de su memoria y pronto sellado con su muerte. Así, persuadido del origen plenamente humano de cuanto es humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando.

¡Dejo a Sísifo al pie de la montaña! Uno siempre recupera su fardo. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. También él juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin dueño no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esa piedra, cada fragmento mineral de esa montaña llena de noche, forma por sí solo un mundo. La lucha por llegar a las cumbres basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo feliz.
A. Camus

domingo, 2 de marzo de 2008

Diablo rojo (Rodrigo y Gabriela)

Blanca Sirena

Oh Doncella,
Ángel de los rubios sueños,
Piel sumiso de la noche clara;
Del fuego protegido en tu figura agua,
Forjado entre una lágrima cometa oro,
Soles dibujados en delfín misterio,
Que bañan dulce arena de la voz saliente;
En estrellas Cáncer de tu boca brota,
La desnuda tarde en tu naranja risa;
Huyendo las sirenas en tu rostro nube
Hacia la nieve póstuma del tiempo niño.
Del tierno lago por tu aroma aclara,
Pájaros nacidos de tus verdes ojos.
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