Sonido Fulgor

domingo, 7 de febrero de 2010

Chögyam Trungpa: Dharma, arte y percepción. No.3


          El proceso de la percepción.
La cuestión de la realidad es extremadamente desconcertante. Nadie la conoce pero todos creen que alguien la conoce. Este parece ser el problema con que nos encontramos: quizá nadie sabe nada en absoluto o quizás todos saben. Por eso no debemos confiar únicamente en la información, las sugerencias, y las ideas provenientes de fuentes externas; debemos trabajar con nosotros mismos para llegar a tener una comprensión personal de la realidad y saber apreciarla. Se podría decir que la realidad es el espacio básico en el que operamos en nuestra vida diaria, cotidianamente, y que este espacio nos proporciona una sensación de consuelo junto con una leve sensación de confusión. Parece haber una interacción fundamental entre estas dos.

Cuando comenzamos a percibir el mundo de los fenómenos, no lo percibimos puramente como algo gris e indefinido, como si estuviese camuflajeado. Todo lo contrario; hay montones de puntos sobresalientes que se destacan. Por ejemplo, la percepción de un objeto corriente -digamos un huevo o una taza de té- no da una sensación de tedio porque ese tipo de objeto es común y corriente; ya sabemos que aspecto tiene un huevo, ya sabemos qué aspecto tiene una taza de té. En cambio, cuando estamos ante algo extraordinario, es como si nos hubieran dado acceso privilegiado a un espectáculo de gala. En resumen,  da lo mismo que nuestro estado pscicológio esa el habitual o uno de exaltación y que el mundo nos parezca extremadamente monótano o sumamente entretenido, ordinariamente, experimentamos una sensación de confusión y de agresión.

Esta agreción constituye un obstáculo para el dharma visual así como para el auditivo y otras percepciones sensoriales; además, impide comprender la realidad en toda su dimensión. Por esta razón, cierto tipo de disciplina fundamental es imprescindible. sin la práctica real de la meditación, la cual nos ayuda a establecer un lazo de amistad con nosotros mismos, somos incapaces de oír o ver plenamente, no podemos percibir las cosas tal cual. Pero si tenemos una disciplina, poco a poco nos iremos abriendo de manera natural al mundo real, al mundo del caos, del dolor, y de la ansiedad.

Llegar a un estado en el que no hay agresión, no significa dejar de percibir y quedarse en blanco, sino empezar a percibir de una manera en particular. En la ausencia de agresión hay mas claridad porque desaparecen todas las actitudes basadas en la ansiedad, las ideas y los ideales. Aprendemos a ver las cosas sin imponerles ninguna exigencia. No estamos intentando imponer a otros nuestras ideas o adoptar las de alguien; la experiencia se vuelve entonces directa y muy personal.

La experiencia del estado de ausencia de agresión se vuelve tan personal que en ocasiones es bastante dolorosa. Como se han eliminado todo tipo de obstáculos, por primera vez vemos las cosas con claridad y pureza; descubrimos la posibilidad de escuchar la música en toda su pureza... Cuando somos así de sensibles  a la experiencia, se vuelve más penetrante y empieza a tener más sentido; por eso también es muy probable que nos irrite. Al mismo tiempo cabe un gran sentido del humor. Ya no nos sentimos obligados a ajetrearnos ni a atravesar a nado el inconmensurable océano de exigencias que el mundo nos impone; no necesitamos ofrecerle resistencia. Surge una sensación de claridad extraordinariamente agradable, acompañada de una precisión abrumadora que hace que la experiencia sea a la vez terriblemente dolorosa. Podríamos decir entonces que este recorrido, es un estado de ánimo, que es también, aprender a ver las cosas como son, -y que es también aprender a tener una experiencia de la iconografía y del arte sacro del mundo-.

Muchas veces hacemos un esfuerzo titánico por tratar de entender, pero nuestra avidez es tal que el entusiasmo se transforma en embotamiento. Debido a ello, hay muchas cosas que entendemos mal. A veces nos quedamos con la mente en blanco y la comunicación resulta imposible. Ya no sabemos siquiera cómo contruir una frase; no se nos ocurre nada que escribir y perdemos el hilo. Hay una serie de inconvenientes que se plantean como consecuencia de la avidez, eufenismo que se refiere en realidad a la prisa mental. Pero éste es un proyecto a largo plazo. Es indispensable estudiar esta materia y trabajar con ella; al mismo tiempo, hay que examinar la propia vida y la propia experiencia. Podemos aprender a vivenciar correctamente el mundo para que nuestra vida valga la pena y sigamos aprendiendo de ella. Podemos percibir un mundo lleno de espacio, o un mundo sin nada de espacio, lo cual llega a ser lo mismo. La experiencia de la ausencia de espacio es a la vez espacio. Por lo tanto, cuando atiborramos el espacio con un montón de cosas, la misma aglomeración se transforma en espacio.

Paulatinamente, la percepción visual se va convirtiendo en realidad. Según las enseñanzas tradicionales, el proceso de la percepción visual tiene varias etapas. Primero vemos con la mirada, luego olemos con la mirada, luego oimos con la mirada y finalmente tocamos el objeto con la mirada. Cada percepción, sensorial para por esa misma sucesión. Por ejemplo, en el plano auditivo, cuando oímos algo, primero lo vemos, luego lo oímos, después lo olemos y finalmente lo tocamos. Hay pequeñas transiciones psicológicas que se producen sin parar. La percepción es un proceso gradual.

Si somos realistas, podemos admitir que cuando vemos algo y lo vivenciamos, de manera personal, el primer contacto es abrupto e impulsivo. Pero s nos quedamos, empezamos a oler ese objeto visual, a sentir su textura, su ambientación, sus vibraciones. Luego empezamos a oírlo, oímos su textura, y también su respiración, áspera o delicada. Realmente poseemos la capacidad de escuchar cómo palpita ese objeto visual, de ver los latidos de su corazón, a la vez que los oímos. Por último, una vez que hemos pasado por todo ese proceso, desarrollamos un interes inmenso por ese objeto visual  y tratamos de tocarlo con la mirada. Nos comprometemos ante esa percepción y establecemos una relación real con todo lo que sucede en este mundo nuestro. Comenzamos a tocar el mundo, a sentir su textura real más allá del medo sonido, olor, o primer destello visual de esa textura. De ese modo logramos establecernos en una comunicación total.

Ese proceso ocurre todo el tiempo, en todo lo que hacemos en la vida y en todos los niveles de la percepción: auditivo, olfativo, visual, o gustativo. Tanto si estamos comiendo, escuchando, música, mirando objetos, ponéndonos la ropa o nadando en la piscina, esas cuatro categorias -vista, olfato, oído y tacto- están siempre activas. Esa es la manera de percibir realmente las cosas tal como son. Sin embargo, es frecuente saltar de una percepción a otra en vez de seguir el proceso normal y gradual para llegar a ver las cosas como son. Primero establecemos un contacto con la superficie de la situación, luego damos un paso hacia atrás y por último volvemos a tocar esa superficie. Entablamos un diálogo con nosotros mismos, nos contamos un cuento: "Quizá esto no esté bien, quizás no sea verdad, quizá sea ima situación ideal. Conversémoslo, pensémoslo, comparémoslo". Seguimos así todo el rato, rebotando de aquí para allá y de allá para acá. Es una tendencia neurótica -e incluso psicótica- que suele intervenir en la percepción.

La percepción visual del modo en que nos referimos entonces, no tiene nada que ver con distinguir correctamente los colores; percibir es algo que incluso un daltónico puede hacer. Cuando empezamos a ver algo, lo primero es la cuestión de la perspectiva visual, el hecho de que el mundo que vemos está enmarcado por nuestros ojos, de modo que tiene una forma oval, de huevo. no es posible superar las limitaciones del órgano visual. Después nos ponemos a oler, operación que se sitúa más atrás en la cabeza. El olfato capta cosas que están por detrás de lo que vemos. Luego aparece el locutor interno que nos dice que el objeto tiene un olor determinado. Acto seguido empezamos a oír ese objeto en estéreo; no sólo de atrás o desde delante, sino también, desde abajo, desde arriba. Empezamos a palpar una presencia y tratamos de adivinar qué podría ser. Por último establecemos una relación; empezamos a tocar, lo que hace que la situación sea muy inmediata y audaz. Lo sentimos personalmente y tomamos decisiones: "Me gusta, me lo llevo", o: "No me gusta, lo dejo". Todo ocurre en una fracción de segundo y a gran velocidad, ¡pum pum pum pum!, El mecanismo es muy rápido y muy simple, y siempre está operando.

En cuanto al arte dhármico y la experiencia absoluta, la idea es ir aprendiendo a ver las cosas como son, tocar las cosas como son. Entonces podremos simplemente percibir un objeto, sin sentirnos obligados a aceptar o rechazar nada, nos limitamos a estar ahí. Hay una especie de inmovilidad, de punto muerto, en la que los comentarios u observaciones pierden importancia, y lo esencial pasa a ser las posibilidad de ver las cosas como son. Es como una rana sentada enmedio de un charco bajo la lluvia. Cada vez que una gota de agua la roza, la rana pestañea pero no cambia de postura. No se zambulle en el charco ni tampoco se aleja saltando. El símbolo para esa cualidad es un toro sentado, así que nuestra ranita se convierte en un toro sentado.


Ser y proyectar.

La tradición budista mantiene que las percepciones sensoriales psicológicas son seis: ver, oir, gusta, oler y pensar; cada una tiene un objeto sensorial correspondiente. Las percepciones y sus objetos se llaman los doce dyatanas, término sánscrito que significa literalmente "dominio, campo, morada". Según la psicología budista, el proceso que se da con cada una de estas percepciones, consta de tres etapas. Primero está la sensacion de existir. El acto de escuchar o de mirar algo nos da la sensación de existir. Es una impresión muy general; no estamos organizando ni conceptualizando nada, simplemente sentimos que existimos. En segundo lugar viene un instante de vacilación, un corte brusco, y nos proyectamos hacia el objeto. La tercera etapa es la comunicación entre las dos anteriores: el proceso de proyección y la sensación de existir se unifican.

Podemos trabajar con las percepciones sensoriales de esa manera, pero en cámara lenta, como una práctica para ir tomando conciencia del espacio. En primer lugar, se trabaja con la sensación de existir. Estando de pie, presente, uno siente esa impresión fundamental de existir. Luego, para comprobar esa existencia, hay que hacer algo, proyectarse hacia afuera. Finalmente uno empieza a sentir la interacción, un vaivén que se produce entre el proyector y la proyección. Esta práctica consiste en pasar lentamente por cada una de las tres estapas del proceso de percepción: la sensación de ser, la sensación de actuar y la sensación de unir ambas.

Lo que pretendemos hacer en este ejercicio es integrar ciertas nociones de psicología busida en una práctica concreta. Todo proceso parte de una percepción sensorial embrionaria. ya que incluso antes de percibir el objeto o de mover el cuepo existe la posibilidad de usar los órganos de los sentidos. Luego usamos el lenguaje y oímos nuestras propias palabras, usamos la percepción visual y el movimiento el cuerpo, y también es probable que captemos el olor de la situación en su conjunto. La idea es convertir nuestra manera habitual de proyectarnos en una especie de fórmula: empezar por la sensación de ser, situarse en un contexto, luego difuminar lentamente los contornos y después ejecutar lo que haya.

Es obvio que la sensación de existir no puede ser algo inamovible, sino algo que oscila todo el tiempo. Se proyecta todo el tiempo. Se proyecta hacia afuera y hacia dentro y es muy fluctuante. Sinembargo, debería haber un intento de relacionarse con toda la situación, con un sentido de totalidad, percibir las cosas tal y como son en su totalidad. Es como un collar de cuentas o la cola de un animal. Si uno ensarta una gran cantidad de cuentas, tendrá un mala; la cola de un animal esta hecha por cientos de pelos reunidos. De modo que hay una sensación general de existir formada por la reunión de un montón de cosas.

Horizontes perdidos.

El simbolismo relativo se basa en una experiencia nueva del mundo. Esto no se refiere a visiones logradas con la alteración de las percepciones neurológicas, típica de ciertas formas de materialismo espiritual, sino simplemente a una experiencia que trasciende los fenómenos usuales clasificados como buenos o malos, las promesas y las amenazas. Este tipo de percepción visual es algo primordial, fundamental, y sólo se puede desarrollar gracias a la disciplina de la meditación. Sin este entrenamiento, sin domesticar la mente, evaluamos las situaciones incorrectamente o nos dejamos abrumar por ellas. No somos capaces de percibir las cosas tal y como son en su totalidad.

Solemos luchar de mil maneras por entender la vida y alcanzar una perspectiva más elevada. A veces las vislumbramos en las obras de grandes artistas como William Blake. Intentamos llegar cada vez más alto, como si fuéramos enanos. Pero de nada sirve menospreciarnos tanto, pues siempre tenemos la posibilidad de captar alguno de los puntos sobresalientes o principios del dharma visual absoluto. Es probable que al comienzo la experiencia no sea continua sino que se produzca al acar, casi por accidente, este hecho tal vez no nos guste, porque no responde a nuestra prisa ni a nuestro deseo de aprender más.

También hay mucho espacio. Por esta razón, cuando realmente percibimos las cosas de una manera personal y veraz, descubrimos que las percepciones que vivenciamos pueden ser extremadamente dolorosas e irritantes. Nos causan mucha aficción; es como mirar al Sol. El libro tibetanos de los muertos explica cómo nos espantamos con las visiones brillantes y penetrantes; cuando vemos algo agradable y suave, nos sentimos atraídos. El resultado suele ser que tomamos el camino de las visiones seductoras y no el de las penetrantes. No obstante, el Libro tibetano de los muertos, también dice que si uno sigue las visiones brillantes y penetrantes está la posibilidad de la iluminación; en cambio, si se deja fascinar por apariciones bonitas, fantasiosas y llenas de colorido, se encontrará atrapado una y otra vez en la rueda del samsara. (Samsara, sanscrito: vorágine, torbellino. El ciclo de renacimientos donde la existencia se caracteriza por la confusión y el apego al yo.)

Tenemos dificultades con el tipo de percepciones visuales que dominan nuestra vida. Por lo general, tenemos miedo de zambullirnos en un campo de alta tensión y preferimos quedarnos con una energía más moderada, tenue y monótona. Nos parece que no solo será más simple, sino también más barato. El problema -si me permite expresarme así- es que somos demasiado cobardes. Tal vez nos creamos personas valientes y competentes, capaces de pelear con cualquier contrincante y doblegarlo a base de argumentos lógicos y dejando las cosas claras. Tal vez tengamos la impresión de estar bien equipados, de contar con todos los mecanismos de defensa imaginables, y con todas las armas ofensivas. Esta sensación de prepotencia es muy común, pero no deja de ser una expresión de cobardía. Somos tan paranóicos que quisiéramos estar preparados para todos los peligros que nos acechan. Quisiéramos protegernos de la realidad del miedo. Nos gustaria ver cosas muy delicadas y coloridas. Sinembargo, si examinamos mas de cerca ese deseo de delicadeza y color, ese rechazo de la intensidad, descubriremos que en el fondo lo único que andamos buscando es enfermarnos.  Preferimos sentir náuseas en vez de dejarnos estimular por la fuente de energía. Si nos enfermamos, podremos decir: "Disculpa, me duele el estómago. Me tengo que ir a acostar. Lo siento mucho, no podré ir a tu fiesta". ¡Somos tan convincentes! Siempre estamos buscando la manera de acobardarnos.

No tenemos ningún deseo de enfrentar la luz intensa, la brillantez nítida, aguda, penetrante y cortante. Nadie tiene ganas de trabajar con eso, todos se sienten inseguros. Una manera muy común de acobardarse consiste en adoptar una actitud santurrona: "Si confio en mi experiencia, si la miro con veneración, es probable que la radiación brillante no me haga daño, y me acepte". También podemos ponernos a filosofar: "Como mi filosofía es bastante amistosa, tal vez logre salvarme y ser aceptado dentro de esa visión de experiencia aguda y penetrante". Ambas actitudes son maneras de protegernos, porque las realidades brillantes, precisas y penetrantes de la vida nos dan pavor. En la medida de lo posible, preferimos eludirlas del todo.

A veces nos da vergüenza de que la vida nos ponga entre la espada y la pared. Nos parece que debemos hacer algo para enfrentar la situación, o que por lo menos debemos dar la impresión de que estamos haciendo algo. Diremos, por ejemplo: "Qué experiencia más fantastica, penetrante y sobrecogedora. Me voy a entregar a ella". O armamos todo un cuento: "Aquí estoy, desnudo, a punto de lanzarme al vacío. El dolor y el placer ya me dan igual. ¡Venga, vamos!". Pero si realmente nos encontramos frente al precipicio, somos incapaces de saltar. Da lo mismo que nos mostremos sutiles o dramáticos, no es más que una comedia. Cada uno de nosotros, sin excepción, es un cobarde. Conocemos las consecuencias y por eso nos negamos a lanzarnos al vacío. Las experiencia penetrantes de la vida son extraordinariamente fuertes; son tan verdaderas que es imposible quitárselas de encima. Esto no se aplica tan sólo a la percepción visual, sino también a la experiencia emocional; la percepción visual y la experiencia emocional siempre van de la mano.

La percepción visual es el portal, la entrada para establecer una relación con las emociones. Cuando el objeto emocional no es literalmente visible, cuando no está delante de los ojos, nos imaginamos psicológicamente la percpeción visual y sentimos emocion. Por ejemplo, cuando amamos a alguien de manera entrañable, tanto que nos duele, se nos suele aparece las imagen de la persona y terminamos teniendo conversaciones imaginarias; la persona nos habla y le contestamos. Llegamos incluso a construir una sensación de contacto físico, nos vemos juntos comiendo en un restaurante o paseando los dos en coche por el campo. Todas estas percepciones, están relacionadas con la vista. La percepción visual es la vanguardia de todas las demás percepciones sensoriales; a ella le sigue la experiencia audiditva.

Tenemos una mente extraordinariamente fecunda y un potencial inmenso, pero al mismo tiempo nos negamos a comprometernos realmente. Preferimos recostarnos en el nido de nuestra neurosis y quedarnos ahí acurrucaditos descansando para siempre, como si fueramos una uña encarnada. De vez en cuando nos aburrimos y salimos a entretenernos. Pero somos demasiado formales e infantiles, da lo mismo que vayamos al cine, que comamos en un restaurante de lujo, que tomemos unas copas con los amigos o que vayamos de viaje a Asia o Europa si tenemos suficiente dinero. No son mas que trucos, no es algo real. No es realmente lo que tendríamos que hacer.

Hay personas que se creen muy francas y que piensan que no tienen pelos en la lengua, pero también son demasiado formales. Por más que vayan por ahí desparramando su neurosis a troche y moche, subiendo la voz, hablando a gritos, peleando, matando, haciendo el amor, están atascados en el punto de partida. Somos tan cobardes y nos da tanta verguenza que preferiríamos no hablar del tema y menos aún pensar en él. Pero ¿para qué sirven todos estos pequeños secretos y juegecitos? Parce que nos encantan. Se acaba un día y empieza otro y todo sigue igual. En el fondo, tenemos tanto miedo de esa brillantez que se nos viene encima, de la experiencia penetrante de la vida, que ni siquiera somos capaces de enfocar la vista en algo.

Tenemos pavor y no queremos realmente relacionarnos con nada. Nos sentimos un tanto torpes. A veces despachamos nuestra torpeza de manera muy profesional, como cuando ofecemos explicaciones a un policia que nos detiene en la carretera. Otras veces la despachamos como si estuviéramos hablando con nuestros hijos pequeños. Pero ninguna de esas tácticas funciona, son simulacros de profesionalismo que no sirven. Hemos llegado a un punto en el que ya no vemos nada, no oímos nada, no decimos nada. Somos ciegos, sordos y mudos. Así es, en el fondo, el proceso que vivimos, y realmente ya es hora de hacer algo. Debemos actuar; aún no estamos paralizados por completo, aún hay mucha energía. Efectivamente, podemos empezar a enfrentar la realidad tal y como es. No veo ninguna dificultad en ello.

La verdadera dificultad radica en que no tenemos la menor intención de vivencial plenamente la realidad. Siempre estamos esforzándonos por introducir una realidad sucedánea. Si caemos en la cuenta, por ejemplo, de que nuestro hijo o hija no cumple con nuestras expectativas, nos diremos: "Tarde o temprano esta criatura recobrará el juicio y volverá a casa". Y si nuestra pareja nos ha dejado, pensaremos: "Ya regresará y sabrá cuales son mis verdaderos sentimientos". Incluso si extraviamos nuestro animal de compañia, nuestro perro o gato, tendremos la esperanza de que algún día volverá y nos reconocerá. Todos esos pequeños gestos tienen algo patético y, además, carecen de sentido. Si tomamos LSD o algún otro alucinogeno y vivimos una pesadilla, es probable que lo probemos de nuevo para ver si la segunda vez es mejor. Y si a la quinta vez sentimos que estábamos apunto de tener una revelación espectacular, entonces lo volveremos a probar una sexta vez. Es una actitud que se perpetúa a sí misma sin parar, pero jamás conseguiremos que el pez caiga en nuestras redes.

En el mundo del arte también podríamos adoptar la misma actitud superficial de que todo es muy interesante y muy lindo. Después todo acaba y llega un día en el que la experiencia se borra y el recuerdo de lo que hemos vivido ya no aparece ni en sueños. Lo hemos olvidado todo, es como un horizonte perdido.


Dar

Estudiar el simbolismo en función del deseo de aprender cada vez más, tiene una validez discutible, debido a la gran cantidad de agresión que esto encierra. No estoy usando la palabra agresión en el sentido de estar enojado o de perder los estribos estrictamente, sino también describiendo un obstáculo fundamental que tiene que ver con esas sospechosas colecciones de actitudes y jueguecitos neuróticos que hemos hecho y que seguimos haciendo. Cuando nos enfurecemos realmente, se nos inyectan los ojos de sangre  y ya no vemos nada; nos ponemos a tartamudear y somos incapaces de hablar de forma coherente. Nos transformamos en un vegetal cruel. Ese tipo de agresión es el mayor obstaculo a la percepción, incluyendo la percepción del simbolismo. El simbolismo consiste en adquirir una nueva visión, la de ver las cosas en función de su propia naturaleza sin tratar siempre de cambiarlas.

Si vieran realmente la ciudad de Boulder, con sus montañas y sus celajes, no habría agresión. Pero tengo mis dudas de que la hayan visto de verdad. Este comentario no pretende ser altivo, no estoy insinuando que la existencia que llevan no sea honorable, es solamente un recordatorio. Quizá no tenga la menos idea de cómo organizarse para vivir todo lo que les toca vivir. Esto es sumamente probable, porque la agresión es algo demasiado fuerte. Cuando se proyectan hacia un objeto, lo que quieren es capturarlo, como la araña que apresa una mosca y le chupa la sangre. Tal vez con eso consigan sentirse reconfortados, pero en realidad es un gran problema, puesto que el arte dhármico -y también la iconografía dharmica- es por definición, una experiencia personal en la que no hay agresión.

La agresión no consiste únicamente en tener un ataque de irla y pegarle al marido o pelearse con los vecinos; esos no son más que subproductos de la agresión. La verdadera agresión está en la mente, en el corazón. Hace que hierva la sangre. Nos volvemos tan tremendamente idiotas y susceptibles que ya no vemos nada. Extrañamente, al llegar a ese punto, tenemos una pseudo experiencia de ausencia de ego porque nos fundimos totalmente con la agresión. Al montar realmente en cólera dejamos de existir, solo existe la agresión. Perdemos nuestro punto de referencia, que es lo que más tememos. Estamos tan furiosos que empezamos a ver rojo, el corazón nos late como si se nos fuera a salir por la boca y escuchamos un zumbido en los oidos. Termiamos reducidos al tamaño de una pulga minúscula, una pulga roja que quisiera saltar y no puede, una pulga malvada y sanguinaria. Por muy grandes que creamos ser, no somos más que una pulga.

La agresión genera un gran número de obstaculos a la experiencia del simbolismo. Cuando hablamos sobre la agresión mucha gentes se molesta; no quieren que se toque el tema, no quieren tener nada que ver con el asunto: "Mejor hablemos de algo apacible y placentero; se supone que usted está aqui para calmarnos". Pero desgraciadamente, la verdad es que las cosas no funcionan así. Debemos explorar lo que tenemos, debemos ver cómo la sordera y la ceguera surgen como fruto de la agresión personal. Cuando nos ponemos agresivos, nos volvemos locos por averiguar ciertos hechos. Quisiéramos poseer la verdad, masticarla, tragarla, devorarla. Es un problema bastante grave; exigimos la verdad como si fuera un chocolate. Pero seguimos con rabia y queremos cada vez más, así que buscamos otro pedazo de chocolate. Seguimos actuando de la misma forma sin darnos cuenta jamás de que nos estamos inflingiendo una enorme sucesión de caprichos que nos dejan sordos, mudos y ciegos. Nuestra percepción del simbolismo queda completamente obstruida. Es un estado terrorífico, absolutamente pavoroso.

La agresión actua como un inmenso velo que nos impide ver el funcionamiento preciso del simbolismo absoluto, y también del simbolismo relativo. Según el método tradicional, el único remedio posible es la entrega. Eso parece ser lo único que permite vencer la agresión. Entregarse no significa reducirse a un niño pequeño y saltar al regazo de un adulto buscando una figura paterna o materna. Entregarse es simplemente estar dispuesto a dar, a soltar un montón de compulsiones personales, económicas y espirituales que nos cierran. La tendencia a replegarse sobre sí mismo es una forma de agresión que hace que uno esté cada vez más ciego. De modo que es muy importante abrirse, entregarse, porque eso hace que uno pueda por fin empezar a dejar de lado la agresión.

Entonces tendremos ganas de dar, de abrirnos, de dar un salto. Es un alivio muy grande ver que podemos empezar a day y dar y dar. No hablo de dar en el sentido convencional de la palabra, por ejemplo regalar cinco dolares de los diez que traemos en la cartera. No basta con desprenderse del cincuenta porciento para perpetuar nuestro rollo; es necesario desprenderse de todo el rollo. Cada vez que demos, nuestra visión se volverá más clara porque disminuirá el filtro que nos nubla la vista; también el oido se hará mas agudo porque se reducirá el tapón de cerumen que tenemos adherido a los tímpanos. Mientras mas soltemos la rigidez, las actitudes defensivas y el rencor, más recuperaremos la capacidad de oír y ver. No le estamos haciendo un favor a nadie y nadie nos va a dar las gracias; no tiene nada que ver con la actitud de un párroco rural que agradece a los feligreses su donativo a la iglesia conm quizá, poca autenticidad. Aquí no se trata de dar nada a nadie, sino de desprenderse sencillamente de la agresión sin esperar nada a cambio. La idea es simplemente dar, dar y dar, soltar. Cada vez que demos, aumenta nuestra claridad y alcanzamos a percibir mejor el verdadero sentido del simbolismo. Vemos muy claramente los dos niveles de la realidad, el simbolismo relativo y el absoluto.

En realidad dar y abrirse deja de ser doloros cuando se practica; es la idea de dar y abrirse la que resulta insoportable. Cuando se nos pide ceder, dar un salto, nos sentimos muy incómodos. no queremos hacerlo, aunque también sentimos una leve tentación: "Quizás descubra algo totalmente nuevo o quizas pierda todo lo que poseo". Hagámosle caso a esa curiosidad mental y demos más, abrámonos cada vez más, abrámonos por completo. Tarde o temprano tendremos que hacerlo, y cuanto antes mejor. Espero que todo esto no resulte demasiado complicado. En el fondo, el tema de esta discusión es solamente el acto de dar. Es muy simple: dar y soltar la agresión.

Cuando hemos dado, cuando hemos abierto los ojos y los oidos y hemos dejado todo completamente limpio, cuando hemos aprendido a ver todo con mirada penetrante, tendremos una experiencia súbita de precisión. La precisión y la claridad son tan grandes que es como si tuviéramos lentes o audífonos nuevos. Las cosas se vuelven tan precisas e inmediatas que duelen. Quisiéramos volver a nuestra antigua manera desquiciada de funcionar: "Más vale ser sordo que escuchar algo así, más vale ser ciego que ver algo así".

En cierta forma se parece a lo que dice la antigua generación, que se niegua a dejar que los hijos crezcan siguiendo su propio estilo, como mejor les parezca; muchos padres tienen ese problema. Pero el caso es que hemos llegado a una situación muy complicada: ver tanto se ha vuelto insoportable. Todo es demasiado preciso, directo y verdadero: "¿Cómo haré para protegerme de la verdad? Tendré que volrer atrás y rechazarlo todo. Tendré que mentir un poco. Me voy a cubrir la cabeza con una manta y haré como si no hubiera pasado nada; regresaré al pasado, a esos tiempos fantásticos, sucios, neuróticos y sabrosos que me gustaban mucho más". Es muy posible que tengamos ganas de volver al pasado y degradarnos. Si estamos olbigados a ver mas de lo que queremos, soñamos con volver a la infancia, volver al vientre materno y transformarnos en embrión y luego en espermatozoide, hasta finalmente desaparecer para siempre. En realidad podemos hacer algo mejor que eso.

Enfrentemos los hechos de la realidad y la precisión tan irritante y potente que conllevan. Una vez que entendamos su funcionamiento y sintamos su textura, una vez que percibamos realmente, dejarán de ser un problema; sólo surgirán dificultades si no tenemos la curiosidad y alerta necesaria para percibir el simbolismo que va surgiendo, las señales que nos van llegando. Podemos vivencial el simbolismo de manera precisa y directa; una vez que nos hemos lanzado al vacio y abandonado el territorio familiar, somos como niños desnudos sin ideas preconcebidas. Podemos vivenciar el simbolismo sobre la marcha. Tenemos la capacidad de hacerlo; somo claros, precisos y honestos. Y esa precisión se vuelve poderosa e importante.

No nos quejemos del pasado, con eso sólo conseguiremos perder energía. Podemos hacer muchísimas cosas por la humanidad si aprendemos a abrirnos y a ser precisos.


"El vasto espacio de la sabiduria sin origen, luminoso por sí mismo, es la base del ser, el principio y fin de la confusión. La conciencia en su estado primordial. Esta base de ser que se conoce como la mente original es la fuente de la que surgen todos los fenómenos. Se le llama la gran madre, la matriz de la potencialidad en la que surge y se disuelve todo en la espontaneidad perfecta en si misma. Todos los aspectos de los fenómenos son claros y lúcidos por completo. El universo entero está abierto, libre de obstrucciones. Todo se interpenetra mutuamente.

Al ver todo como es, desnudo, calro y libre de obscurecimientos, no hay nada ya que lograr ni entender. La naturaleza de los fenómenos se muestra en forma natural y está presente naturalmente en la conciencia que trasciende el tiempo. Todo es perfecto tal y como es. Todos los fenómenos aparecen en su singularidad como parte de patrones en constante cambio que vibran con significado a cada instante, y sinembargo no hay significado alguno que pueda darse a tales significados que vaya más allá del momento en el que surgen.

Se trata de la danza en la que la materia es un símbolo de la energía, y ésta es un símbolo del vacío. Somos un símbolo de nuestra propia iluminación. La iluminación ya está en nosotros".
Dilgo Khyentse Rimpoche


Es posible arreglárselas con el mundo. El día que aceptemos relacionarnos con él, sabremos apreciar la idea de simbolismo. La agreción, la paranoia y la incapacidad de dar un salto, son obstáculos al simbolismo. Pero si dejamos de rechazar el mundo, será él quien se nos venga encima de un salto una y otra vez, será él quienos imponga el simbolismo, y entonces entenderemos y percibiremos todo tipo de realidades. El simbolismo está por todas partes: arriba, abajo, a la derecha y a la izquierda.


Chögyam Trungpa. Conferencia en el Instituto Naropa. Boulder Colorado, 1975.

2 comentarios:

  1. Anónimo8.2.10

    Después de varias lecturas, te agradezco este texto, es muy significativo. Emilio.

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  2. Anónimo14.3.14

    Donde consigo el libro, dharma, arte y percepcion visual?

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