El invierno,
suave viento en árbol fino,
espera ser derrumbado
por el calor celestial
que la primavera trae consigo.
Despierto entre sueños de muerte
y apapachos musicales,
para regodearme un día más
en la eternidad de mis
imaginarias soledades.
El sol,
niño travieso,
entra entre luces de risa
danzando por mi ventana
como un instrumento más,
de esta orquesta mañanera.
Y mi voz,
juvenil,
atrae a los pájaros
con su dulce vuelo,
va de un árbol a otro
adelantada en diversiones
intuyendo a la primavera,
que ya anda seduciendo
a los últimos suspiros
del humilde invierno
que todo lo entregó,
dándome,
en sus manos sabias,
rosas blancas que caen
en el río donde todo mi pasado,
es una melodía sagrada
donde ya no puedo reposar.
Sólo el amor
como lágrima de nieve tenemos.
Su ritmo de cielo despejado,
atrae claras nubes
que fácilmente se dejan arrastrar
hacia espacios más amplios,
donde los dioses llegan ya,
a pintar con más colores
mis imaginarias soledades,
y este dulce despertar,
tan esperado desde
que el fuego divino brotó
como brota el ladrido
de un perro,
me trajó hasta mí,
el misterio de mis manos
que escriben,
este tierno recordar;
Yo soy el que soy.
Y este río de amor,
siendo lo único que me tiene,
vuelve a rozar
con sus risas de agua,
soledades y ritmos juveniles,
un día nuevo para llevarme hasta el mar,
en una eterna sinfonía del comienzo perpetuo,
mi fuente,
mi dulce despertar,
a mí,
dios,
de mí y en mí,
de mí hasta mí.
suave viento en árbol fino,
espera ser derrumbado
por el calor celestial
que la primavera trae consigo.
Despierto entre sueños de muerte
y apapachos musicales,
para regodearme un día más
en la eternidad de mis
imaginarias soledades.
El sol,
niño travieso,
entra entre luces de risa
danzando por mi ventana
como un instrumento más,
de esta orquesta mañanera.
Y mi voz,
juvenil,
atrae a los pájaros
con su dulce vuelo,
va de un árbol a otro
adelantada en diversiones
intuyendo a la primavera,
que ya anda seduciendo
a los últimos suspiros
del humilde invierno
que todo lo entregó,
dándome,
en sus manos sabias,
rosas blancas que caen
en el río donde todo mi pasado,
es una melodía sagrada
donde ya no puedo reposar.
Sólo el amor
como lágrima de nieve tenemos.
Su ritmo de cielo despejado,
atrae claras nubes
que fácilmente se dejan arrastrar
hacia espacios más amplios,
donde los dioses llegan ya,
a pintar con más colores
mis imaginarias soledades,
y este dulce despertar,
tan esperado desde
que el fuego divino brotó
como brota el ladrido
de un perro,
me trajó hasta mí,
el misterio de mis manos
que escriben,
este tierno recordar;
Yo soy el que soy.
Y este río de amor,
siendo lo único que me tiene,
vuelve a rozar
con sus risas de agua,
soledades y ritmos juveniles,
un día nuevo para llevarme hasta el mar,
en una eterna sinfonía del comienzo perpetuo,
mi fuente,
mi dulce despertar,
a mí,
dios,
de mí y en mí,
de mí hasta mí.
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