Al principio de la evolución humana, el deseo es dueño absoluto del hombre y le acosa por todas partes; en el punto medio de la evolución, el deseo y la voluntad chocan de continuo en alternadas victorias; al terminar la evolución, el deseo ha muerto y la voluntad domina sin oposición ni rivalidades. Mientras el Pensador no está lo bastante desarrollado para ver directamente, guía la voluntad por medio de la razón; mas como ésta sólo puede deducir sus conclusiones del acopio de imágenes mentales que constituyen su experiencia, y como quiera que este acopio es limitado, la voluntad ordena constantemente acciones erróneas. Los sufrimientos que de estos errores proceden, aumentan el caudal de las imágenes mentales, suministrando así a la razón mayor copia de materiales de donde sacar sus conclusiones. Así se realiza el progreso; así se origina el conocimiento. Mas de tal manera el deseo se mezcla frecuentemente con la voluntad, que lo que aparece determinado desde dentro, lo sugieren en realidad anhelos de la naturaleza inferior, excitada por objetos que le brindan satisfacciones. En vez de un conflicto declarado entre las dos, la inferior se introduce de modo sutil en la corriente de la más elevada y desvía su curso. Si los deseos de la personalidad quedan derrotados en campo abierto, conspiran arteramente contra su vencedor y a menudo consiguen por astucia lo que no pueden por fuerza. Durante esta segunda gran etapa, en que las facultades de la mente inferior se hallan en proceso de evolución, la lucha es condición normal, es la batalla que se libra entre el predominio de las sensaciones y el predominio de la razón.
El problema consiste en resolver el conflicto conservando la voluntad libre; determinar la voluntad a lo mejor, siendo lo mejor objeto de elección. Debe escogerse lo mejor, pero por un acto de volición autonómica, que dimane directamente de una necesidad ordenada de antemano. La certeza de una ley impulsiva ha de obtenerse de voluntades innumerables, cada una de las cuales sea libre de determinar su propio curso. La solución, una vez conocida, de este problema, es sencilla por más que la contradicción parezca irreductible a primera vista. Que el hombre sea libre de determinar sus propios actos, pero que cada uno de éstos produzca un resultado inevitable; que el hombre discurra libremente entre todos los objetos del deseo y escoja el que quiera, pero que sufra las consecuencias de su elección, agradables o penosas, y al cabo rechazará espontáneamente los objetos cuya posesión trae aparejado el dolor, no apeteciéndolos ciertamente desde el punto y hora en que haya adquirido la completa experiencia de que su posesión acaba en quebranto. Luchando por lograr el placer y evitar la pena, procurará que no le aplasten las tabla de la ley; la lección se repetirá el número de veces que sea necesario, a cuyo fin proporcionarán las reencarnaciones tantas vidas como requiera el más perezoso discípulo. Poco a poco desaparecerá el deseo de los objetos que producen al cabo sufrimiento y aunque la cosa se presente envuelta en todo su tentador espejismo, la rechazará, no por impulsión externa, sino por libre elección. Ha dejado ya de ser apetecible; ha perdido su poder.
Así sucederá con cada cosa después de la otra. La elección de los objetos marcha más y más en armonía con la ley, conforme el tiempo avanza. "Muchos son los senderos del error; el de la verdad es uno"; recorridos los primeros y visto que todos terminan en sufrimiento, no cabe perplejidad en escoger el camino de la verdad, trazado por el conocimiento. Los reinos inferiores trabajan armoniosamente a impulsos de la ley; el reino humano es un caos de voluntades en pugna, en rebelión y en lucha contra la ley; pero llega el momento en que se desenvuelve dentro de él una unidad más noble, una elección armoniosa de voluntaria obediencia, que, por estar fundada en el conocimiento y en recuerdo de los resultados de la obediencia, es estable, sin que haya tentación capaz de quebrantarla. El hombre ignorante y falto de lecciones está siempre en peligro de caer; mas, conocido el bien y el mal por propia experiencia, al escoger el bien está eternamente por encima de toda posibilidad de cambio.
VIII
La voluntad es el deseo más noble.
ResponderEliminarY el deseo más noble es el amor.
Y el amor, lo único que quiere,
es expandirse en su propio reino.
Y su reino es el mundo.