En qué preciso momento se separó la vida de nosotros,/ en qué lugar,/ en qué recodo del camino? … Nada ha dolido tanto a nuestro corazón/ como colgar de nuestros labios la palabra amargura./ ¿Por qué anduvimos este trecho desprovistos de abrigo?…/ Caminar... ¿Hacia dónde?/ ¿Con qué motivo?/ Andar con el corazón atado,/…Hemos recorrido largos caminos./ Hemos sembrado nuestra angustia/ en el lugar más profundo de nuestro corazón/…¿Qué silencios nos quedan por recorrer?/ ¿Qué senderos aguardan nuestro paso?/…Ya no es necesario atar al hombre para matarlo./ Basta con apretar un botón/ y se disuelve como montaña de sal bajo la lluvia.
jacques viau renaud
La voz del poeta Franketienne, pluma mayor de Haití, llegó a todos los rincones del país a través de las radioemisoras. Fue una arenga llena de amor al país de la mala suerte. Habló de las fortalezas del pueblo haitiano, de la cultura viva que no se apaga, de la esperanza en medio de lo imposible. Concluye diciendo: “Aunque se vayan todos, aunque sea el único hombre que quede en este país, yo no me voy. Me quedo en Haití.”
Lo escuchamos por Signal 90.5 FM en la radio del coche. Franketienne conmueve. La palabra de este pintor y escritor, autor de Dezafi (1970), primera novela escrita en creole en dictadura duvalierista, tiene crédito para los haitianos. Candidato al premio Nobel de Literatura hace algunos años, es el máximo orgullo para la comunidad cultural.
Blanche Petrich
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