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Aquí donde los techos se sostienen por arcos y el viento corre deprisa, aquí donde sufrimos y hacemos el amor, en el compás que va del cielo a la tierra, los que se unen lloviendo, que va del pasado al futuro, los que se unen lloviendo, aquí donde el desierto se une a mi alma también, también lloviendo, aquí es donde todo se para de abrupto, aquí es el lugar al que llega la muerte.
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Con dos capuchinos en mis manos,
caminando, no estaré solo esta noche.
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Si tus pies te aguantan.
Si el río no está lejos.
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Eternamente agradecida
con las aguas que le han dado,
la montaña respira clara
en el esplendor invisible,
negro y salvaje
que está allá
donde los barcos rodean.
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¿Qué has pedido en tu noche de fiesta
que los zanates han venido hasta mí gritando?
¿Es que te confundiste de piel,
pantera, y ya no estás muerta?
No, no era la hora
y yo lloraba cada día
por verte amanecer sin ojos.
Pero ahora veo que te vuelves
a calzar de sueños infantiles,
de romances injustos, de errores santos.
Veo que te perfumas.
Que te penetra el burro líquido.
Que absorbes venenos misteriosos.
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Si hay seis estrellas
sobre tus hombros
y un techo
sobre tu coronilla,
¿por qué no acercas
dos palas?
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desciende,
desciende, y cuando hayas descendido, desciende más,
desciende hasta perder tu nombre.
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Depende del tamaño
de tu sed
el manantial
en que bebas.
emilio
calzando sueños infantiles, romances injustos, errores santos.
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