Sonido Fulgor

martes, 2 de junio de 2009

Diario del juego

En todos los hogares, en todas las ciudades, en cada persona existen preguntas como éstas: ¿qué demonios está pasando?, ¿por qué no entiendo lo que siento?, ¿por qué a mí?, ¿quién soy?, ¿está bien fumar, está bien el sexo, está bien comer de esta manera, está bien mi trabajo, está bien mi relación con mi familia, está bien mi relación de pareja?, ¿está bien mi vida?, ¿soy malo?, ¿soy noble?, ¿me equivoco demasiado?, ¿pienso correctamente las cosas?, ¿respondo bien a quien pide mi ayuda?, ¿me he aislado?, ¿soy lo que creo que soy?, ¿me estoy engañando a mí mismo?, ¿me he olvidado de lo que aspiraba a ser?, ¿cedí a las presiones de mis padres, a las presiones de la sociedad?
Son preguntas tan sencillas que no las hemos sabido responder, y por eso día con día permanecen en la mente humana. Si la respuesta genera conflicto entonces no es ninguna respuesta, pero si la respuesta genera paz interna, verdadera paz incuestionable, entonces el hombre ha acertado, y su vida vuelve a encaminarse.
En cualquier momento, en cualquier lugar, la vida de un hombre de un instante a otro puede volver a encaminarse. Esto es un milagro cuando ocurre, pero para que ocurra, para que ocurra ahora y no en veinte años o al final de nuestras vidas se necesita creer, los niños creen con tanta intensidad que pueden jugar.
Creer no lleva al hombre a las iglesias. Lo que conduce a las iglesias es no dudar. Creer lleva al hombre a jugar. No sabemos jugar porque cualquier juego digno de ser jugado implica nuestra capacidad de respuesta. Y hace mucho que nos dejó de importar lo que sentimos, lo que pensamos, lo que recordamos, lo que somos. Nuestra mente ha olvidado, nuestro corazón ha olvidado, por creernos figuras, adultos, exitosos, personalidades, elocuentes, amistosos, galanes, preciosas, alternativos, combatientes, grandes-pensadores, eruditos, místicos, economistas, lo-que-sea, por creernos algo hemos olvidado. Y ésta es la triste historia de cómo el hombre dejó de jugar. Es tan habitual no jugar que cuando jugamos, cuando verdaderamente jugamos, la noche se abre como una flor invisible y prohibida y derrama una lengua inolvidable que no tiene palabras.
Cuando verdaderamente jugamos no importa tanto lo que antes importaba demasiado, y uno es eterno sin pensarlo, sin buscarlo y sin darse cuenta.

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