Sonido Fulgor

sábado, 12 de enero de 2008



A UN ÁRBOL
Ana Elena Pola Santamaría

Perderse en eso era algo que había decidido, hace mucho, no se iba a permitir. Era doloroso, más de lo que él podía resistir. Para eso se había hecho su armadura. Uuh, le llevó años y tres mujeres construírsela, pero finalmente quedó exacta, a su medida. Tenía reforzado el lado izquierdo del pecho, ahí donde más amenazaba un ataque frontal, fatal. Tenía también cubierto el cuello, la espalda, las extremidades, las nalgas y por supuesto sus genitales. Con lo vulnerables que suelen ser. Tenía incluso un casco que le protegía firme los pómulos, las orejas, el cráneo y la nariz. Se le escapaba un poco el cabello entre el yelmo de metal, pero pensó, no importaba. Y no importó. Mas el amor… el amor es un infeliz y se le coló por los ojos. Se le alojó en el pecho. Y ahí, le empezó a crecer.

Lo notó en una pierna que de rodilla tenía una flor.
Y en la armadura que del torso tendió a verdecer.
Pero tan bien construida estaba, que el amor, no se volvió a salir.

El guerrero había sido invadido.

1 comentario:

  1. El guerrero había sido invadido. Un abrazo, polita.

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