Respondiendo a un cuestionario, Knut Hamsun dijo una vez que escribía para matar el tiempo. Creo que aun cuando fuera sincero al hacer esa afirmación, se engañaba a sí mismo. El escribir, como la vida misma, es un viaje de descubrimiento. La aventura es de carácter metafísico: es una manera de aproximación indirecta a la vida, de adquisición de una visión del universo total y no parcial. El escritor vive entre los mundos superior e inferior, y se interna por cierto camino para convertirse eventualmente en el mismo camino.Comencé a escribir en medio de absoluto caos y oscuridad, empantanado en un fangal de ideas, emociones y experiencias.Aún hoy no me considero un escritor, por lo menos en el sentido común de la palabra. Soy un hombre que refiere la historia de su vida, proceso que se me aparece cada vez más inagotable. Es un vuelco desde dentro para afuera, un viaje a través de X dimensiones con el resultado de que, en determinado punto del camino, uno descubre que lo que dice no es en modo alguno tan importante como el hecho de decirlo. Es esta cualidad del arte la que le confiere un tono metafísico, la que lo alza por encima del tiempo y del espacio y la que lo centra o integra en todo el proceso cósmico. Y esto es lo que hace del arte algo "terapéutico": significación, falta de propósitos, infinitud.Casi desde el mismo comienzo tenía yo plena conciencia de que el arte no reconocía metas. Nunca esperé abrazar la totalidad sino ofrecer meramente en cada fragmento separado, en cada obra, el sentimiento del todo, sentimiento que, a medida que avanzo, experimento con mayor intensidad porque voy excavando en zonas cada vez más profundas de la vida, voy excavando cada vez más profundo en el pasado y en el futuro. Con esta incesante excavación sin fin, nace en mí una certeza más grande que la de la fe o la de la creencia. Cada vez siento mayor indiferencia por mi destino como escritor para sentir mayor certidumbre acerca de mi destino como hombre.Comencé estudiando asiduamente el estilo y técnica de los escritores que había admirado y reverenciado: Nietzche, Dostoievsky, Hamsun, hasta Thomas Mann, quien hoy descarto por considerarlo un hábil fabricante, un ladrillero, un borrico inspirado, un caballo de tiro. Imité todos los estilos en la esperanza de hallar la clave de cómo escribir. Al fin llegué a un punto muerto, a una desesperanza y desesperación que pocos hombres han conocido, porque no había divorcio entre mi ser de escritor y mi ser de hombre: fracasar como escritor equivalía a fracasar como hombre. Y fracasé. Comprendí que no era nada, menos que nada: una cantidad negativa. Y fue entonces, cuando me hallaba en medio de ese muerto Mar de los Sargazos, por así decirlo, cuando realmente empecé a escribir. Comencé a garrapatear, echándolo todo por la borda, incluso a aquéllos a quienes había amado. Apenas oí mi propia voz, quedé encantado: el hecho de que era una voz aislada, distinta, única, me sostenía. No me interesaba que lo que escribiera fuese considerado malo. Bueno y malo eran palabras que había apartado de mi vocabulario. Me lancé de un salto al reino de la estética, el reino no ético, no utilitario del arte. Mi propia vida se convirtió en una obra de arte. Había encontrado una voz, volvía a ser yo mismo. La experiencia se asemejaba mucho a lo que había leído de los iniciados en el culto Zen. Mi fracaso completo había sido como la recapitulación de la experiencia de la raza: la futilidad de todo; debía haberlo pisoteado todo, haberme desesperado, para reconquistar la humildad, para borrarme de la pizarra, por así decirlo, a fin de recobrar mi autenticidad. Tenía que haber llegado al borde para dar un salto al vacío.Hablo ahora de la Realidad, aunque sé que es imposible alcanzarla, por lo menos escribiendo. Aprendo menos y comprendo más: aprendo de algún modo distinto, más subterráneo. Cada vez voy adquiriendo en mayor medida el don de captarlo todo inmediatamente. Desarrollo la capacidad de percibir, aprehender, analizar, sintetizar, incluir en categorías, dar forma articular, todo ello a la vez. El elemento estructural de las cosas se revela a mi mirada más prontamente. Rehuyo todas las interpretaciones categóricas: con la creciente simplificación, el misterio se torna más inalcanzable. Lo que sé, tiende a ser cada vez, más inexpresable. Vivo completamente para mí mismo, aunque sin el menor vestigio de egotismo ni egoísmo. Vivo la parte de vida que me toca vivir y de este modo voy creando el esquema de las cosas. Día tras día y de todos los modos, promuevo el desarrollo, el enriquecimiento, la evolución y la involución del cosmos. Doy todo cuanto tengo para dar, voluntariamente, y tomo todo cuanto puedo digerir. Soy al mismo tiempo un príncipe y un pirata. Soy el signo igual, la contraparte espiritual del signo Libra, introducido en el Zodíaco original cuando se separó a Virgo de escorpión. Siento que en el mundo hay lugar para todos, que hay grandes profundidades interespaciales, grandes universos del ego, grandes islas de descanso y recuperación, para quienquiera que alcance la individualidad. En la superficie, donde braman las batallas históricas, donde todo se interpreta en términos de dinero y poder, puede haber un apiñamiento, un hacinamiento, pero la vida sólo comienza cuando uno se sumerge por debajo de la superficie, cuando uno renuncia a la lucha, se hunde y desaparece de la vista. Ahora puedo tanto escribir como no escribir: ya no hay ninguna compulsión, ya el escribir no presenta ningún aspecto terapéutico. Lo que hago, lo hago llevado por una pura alegría: dejo caer mis frutos como árbol maduro. Lo que el lector común o el crítico hagan con ellos no me interesa. No estoy estableciendo valores: defeco y nutro. Eso es todo.
continuará...
Excelente. "Soy el peor enemigo de mí mismo", Miller.
ResponderEliminarEl peor enemigo siempre es uno mismo. Gran post de Fede.
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