Sonido Fulgor

sábado, 5 de mayo de 2012

A un año ya sin Monsiváis, en su natalicio.






Carlos Monsiváis, el Adelantado


Jenaro Villamil


Carlos Monsiváis es un caso extraño de conquistador que ya intuía y conocía las dimensiones de los territorios imaginarios, -intelectuales, culturales, periodísticos, sociales- antes de haberlos colonizado plenamente.

El  método de conquista de Monsiváis nunca fue la espada y la cruz, sino el humor y la inteligencia. Su método de amistad nunca fue el apapacho y la falsa amabilidad sino el desafío intelectual y el compromiso compartido.
Era un conquistador desde las izquierdas. Con ellas mantuvo un permanente diálogo y exigencia, pero nunca la abandonó como opción vital, aún con todos sus excesos, sus prejuicios, sus ánimos teológicos, sus carencias. De la derecha le interesaban sus códigos, su lenguaje, incluso sus expresiones artísticas y, por supuesto, sus exabruptos que lo divertían al elaborar Por mi Madre, Bohemios,  pero no la falsa seguridad que da la superioridad de las jerarquías.
La obra de Carlos Monsiváis es abierta, vital, provocadora, permanente. Aún dialoga con los jóvenes que recientemente han marchado con Javier Sicilia denunciando la irracionalidad de la doble violencia –verbal y física- que ha imperado en este sexenio; con quienes defienden aquí y en todo el mundo el derecho a ser diferentes, el respeto a sus opciones de vida como gays, lesbianas o transexuales; a quienes batallan por darle acceso a medicamentos, servicios de salud dignos e integridad moral a quienes viven con VIH; para quienes han migrado de sus lugares de origen y enriquecen la cultura de las ciudades donde viven y se niegan a ser el pretexto para campañas de odio xenofóbico; a quienes pelean por el respeto a la laicidad y están en contra de los prejuicios morales y de los intentos de uniformidad cultural; para los movimientos feministas y medioambientalistas; para quienes ejercen el periodismo crítico, cotidiano, a pesar de la autocensura imperante; para los insumisos que aún creen y luchan por una nueva dignidad.
Identifico tres ejes importantes en la vitalidad de la obra de Monsiváis que quiero reflexionar con ustedes:
a)    En primer lugar, no existieron para él territorios únicos u ortodoxos de expresión. Consideraba que la crónica no sólo era un género periodístico sino un vehículo para desplegar sus recursos ensayísticos, su talento literario, su cultura totalizadora, su memoria privilegiada, su extraordinario oído para la poesía y las expresiones populares, su propia capacidad fabuladora y su ironía emparentada a la escuela de Oscar Wilde y de Salvador Novo, pero también a la lectura constante y erudita de La Biblia, que, desde su niñez, fue pilar fundamental en su talento para la metáfora y la parábola.
La capacidad de Monsiváis para mezclar esos géneros y esos tonos, incluso rompiendo las reglas estilísticas más rígidas se encuentran con toda claridad en su más reciente libro, Apokalipstick, publicado meses antes de su fallecimiento.
He aquí un pequeño ejemplo en el capítulo “El Rap de las Postrimerías”:
“Ciudad de México: la acumulación de almas, recursos naturales, cuerpos a la deriva, edificios, instituciones, calles sobrepobladas, estadísticas que bien podrían ser predicciones de la migración próxima, la que ya sólo encuentra oportunidades de empleo en el interior de la conciencia…
“Conciencia ciudadana que –no obstante etapas de apatía y cinismo- crece con regularidad, tolerancia que se vuelve un ‘ecosistema’ piscológico, moral y cultural, extravagancias que de tan multiplicadas ya no se divierten, violencia que es consecuencia del capitalismo salvaje, de la naturaleza humana, del neoliberalismo, del tamaño de la urbe y de los roces de la aglomeración…Y lo que desafía las previsiones es la sensación de multitud al acecho (dentro de uno mismo incluso), que transforma las predicciones ominosas en asesinos seriales. A la velocidad de la luz no se observa bien lo dispuesto en la intimidad y a la velocidad de la masificación menos”…. (p. 21).
O esta maravillosa descripción-fabulación y análisis sobre el nuevo lenguaje que es “El Chateo”:
“En internet lo que se da es maravilloso, el esplendor de la mitomanía colectiva. El ligue en el chat, lo que tal vez sea el ‘chateo lúbrico’, es formidable porque los chateadores se enfundan en personalidades descomunales, cualidades físicas, dimensiones inacabables. Como nunca, la gente deposita en el internet la personalidad, el cuerpo, el atractivo, la cantidad de orgasmos por noche que quisiera tener. Y el anonimato facilita las invenciones.
“Antes todos firmaban ‘Pedro Infante’, ahora firman: ‘Hugh Jackman’ o ‘Matt Damon’, y quieren ser aceptados por lo que obviamente no son, y al no tener ya el contexto físico verdadero, el chateo alcanza extremos gloriosos. Es otro modo de reducir la idea del amor a la ‘declaración de los bienes’ que cada uno se hace a sí mismo en función de su fantasía. Si algo logra Internet es dejar al lado la función del amor, porque además, el amor exige imágenes…
“Un ejemplo:
-¿Cómo te llamas?
-Gustavo, y tú?
-Alma Delia, pero todos me dicen María del Carmen.
-¿Y por qué?
-Porque a mi mamá le gustaba el nombre de María del Carmen y estaba muy borracha cuando me llevó al Registro Civil y el juez era muy sordo y me puso Alma Delia, y luego a mi mamá le dio flojera regresar.
-No, yo también me llamo Heriberto, pero mi papá tenía un compadre con ese nombre y mi mamá huyó con él.
-¡Qué mala onda! Te apuesto a que extrañaste vivir sin tu mamá.
-¿Quién no? Pero como dice un profesor que tuve, ya sólo hay familias disfuncionales. ¿Pero no vamos a hablar de lo nuestro?
-Pinche avorazado, nomás entras al chateo y ya te pones el condón.
-No hay de mi tamaño.
-Creo que sí, en la tienda de juguetes…” (pp. 355-356).
b)    En segundo lugar, la obra de Monsiváis no se explica sin un ingrediente fundamental: su compromiso e interés por divulgar, analizar, apoyar y compartir los movimientos sociales en contraposición con la cultura dominante de los poderes religioso, político, económico, o social.
Monsiváis fue siempre de izquierda por convicción y militante sin carnet único. Podía entrar y salir con enorme facilidad de un movimiento a otro, no buscaba liderarlo sino influir en él para que no desbarrancara en el culto a la burocracia, para darle una dimensión moral.
En muchos sentidos, se adelantó a la propia izquierda partidista: en su concepto de sociedad civil que se autoorganiza, en la idea de que el mejor programa para una izquierda mexicana no era el marxismo sino el laicismo, en su capacidad como periodista para darle voz a quienes estaban excluidos de los salones del gran poder autorreferencial.
 Se transformó en el divulgador y defensor de los derechos de las minorías. Siendo él mismo parte de una minoría: nació pobre, fue protestante en un país de mayoría católica y decidió vivir una opción gay sin etiquetas ni estridencias en un país donde ha privado el machismo y sólo muy recientemente la homofobia es políticamente incorrecta, Monsiváis detectó desde muy joven la clave para su compromiso por los más débiles: lo marginal en el centro –título de su magnífico estudio biográfico y literario de Salvador Novo y, en buena medida, autosemblanza-.
Para Monsiváis lo que estaba en la periferia de la “Alta cultura” o de la “Alta política” o del “Alto periodismo” era lo importante. Un crimen de odio homofóbico o de misoginia lo conmovía e interesaba mucho más que los pleitos de las burocracias culturales, sin excluir que estaba permanentemente informado de los chismes y rumores de los entretelones del poder.
Para Monsiváis los triunfos y las batallas mejor ganadas por las izquierdas y las minorías fueron las victorias culturales. Las causas perdidas en el terreno del poder son las victorias en los territorios de una nueva ética ciudadana. Por ejemplo, para Monsiváis, las victorias más importantes del movimiento zapatista del EZLN y del lopezobradorismo, en vigencia, no fueron la toma del Palacio Nacional sino la construcción de una nueva dignidad de los que nada tenían más que el honor de la congruencia.
En Apokalipstick describió así las aportaciones principales de la Marcha de la Dignidad, encabezada por el zapatismo en 2001:
“-por primera vez en la historia de México una movilización indígena concentra la atención nacional y hasta cierto punto internacional (en América Latina, desde luego, principalmente en Guatemala, El Salvador, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela).
-por vez primera, es genuino el debate sobre los derechos indígenas y no, con blanduras burocráticas, sobre lo que les conviene a ellos, los ajenos a la Patria, los que no son como nosotros, Ellos, los dueños de todo el tiempo del mundo, porque al no caber en nuestro espacio, su tiempo carece de continuidad, del antes y del después.
-por vez primera, una mujer indígena le habla al Congreso de la Unión (algunos se ausentan físicamente, pero todos la escuchan).
-por vez primera, un sector de marginados dispone de una estrategia”.
En contraste, su crítica al discurso justificatorio del poder frente a los abusos y a los agravios cometidos fue una constante. La pluma de Monsiváis fue siempre más poderosa y más dañina para esos políticos e intelectuales que le han rendido pleitesía a la real politik.
Por ejemplo, en su último artículo publicado en el periódico El Universal, titulado “La Sabiduría del Autoengaño”, Monsiváis ironizó así el discurso del ex secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, quien frente a la matanza de unos estudiantes en la ciudad de Monterrey afirmó que desgraciadamente los jóvenes habían estado del “lado bueno” y por eso fueron asesinados, pero que no era responsabilidad del gobierno federal:
“Nada más lógico y a su modo, más eficiente, que la estrategia del autoengaño del gobierno federal. No son los únicos, desde luego, en este laberinto de afirmaciones que parten de la irrealidad y luego se alojan en la realidad más profunda, aquello que habitan los manufactureros de la verdad. Me explico para entenderme. No es que los altos funcionarios (la altura se mide por el salario real, las prestaciones, la importancia que se les concede y el número de fuerzas de seguridad que los acompaña) crean en lo que dicen. Esto sería abusar de su candor. Más bien, el procedimiento va así: el funcionario declara a sabiendas de que nadie lo va a creer, en la ruta hacia la decepción; y luego lee sus propias declaraciones y le encantan. ¿Por qué no se le había ocurrido a él primero?. Luego, al verlos reproducidas en los noticieros y en los periódicos, se anima por completo. Vaya que tengo razón, me lo confirma ese alto funcionario que por coincidencia lleva mi nombre”.
Esta misma descripción puede caber para Ernesto Cordero, el más reciente arquetipo del autoengaño sexenal, o para el jefe del titular de Hacienda.
c)    El otro gran pilar de la obra de Monsiváis es su enorme gusto por las expresiones culturales, en general. En sus textos, en su museo, en sus participaciones constantes en el foro público (lo mismo en una conferencia que en un programa de televisión o en algún documental), Monsiváis borraba las fronteras entre la “alta cultura” y la “cultura popular”. Monsiváis escribía Estudios Culturales antes de que la academia norteamericana creara los Estudios Culturales, anotó Juan Villoro en Barcelona. Y no le falta razón.
Su interés y pasión iba lo mismo por Pedro Infante que por Tin Tan o Cantinflas, que por poetas como Salvador Novo, Carlos Pellicer que por pintores como Francisco Toledo o Frida Khalo y los muralistas mexicanos, que por los grabadores, los caricaturistas, los fotógrafos y los grandes artesanos mexicanos. Buena parte de su colección en el Museo El Estanquillo se debe a la obra de una artista poblana que construyó las maquetas  con escenas de la vida cotidiana o los artesanos que trabajan el hueso, las miniaturas, etc. Estaba al tanto de lo mejor de la literatura mexicana que inglesa, norteamericana, española, catalana, rusa o sueca. Su pasión por el cine lo llevaba a ser una biblioteca ambulante de nombres, fechas, escenas, adaptaciones y versiones de películas.
Su erudición no era un pretexto para distanciarse de sus lectores o de sus seguidores. Al contrario, era el contexto, el pegamento esencial para recrear y explicar mejor cada rincón de su pasión fundamental: la Ciudad de México.
Monsiváis es un “hombre llamado ciudad” y difícilmente puede uno encontrar un rincón de esta gran concentración urbana que él no haya recorrido, conocido, disfrutado e incluso, padecido.
No es anécdota menor que en una ocasión, al ser asaltado en uno de los miles de taxis que tomó en su vida, el ladrón al reconocerlo abandonó su pretensión y le abrió la puerta con esta frase: “perdone usted, maestro”.
Perdone usted, maestro y amigo, si en este día se nos ha dado el exceso verbal para invocarlo, pero no había de otra. Un año es mucho y es nada, al mismo tiempo. Un año sin usted es un aprendizaje muy duro, pero necesario. Un año sin Carlos es una responsabilidad muy grande también.
Por esta razón, también quiero hacer una propuesta para que desde el ámbito del Instituto Nacional de Bellas Artes se impulsen cátedras para conocer y releer la obra de Carlos Monsiváis. Su ausencia física nos pesa, nos entristece, nos ha dejado un poco más barata la cuenta de teléfono para algunos amigos, pero engrandece su obra.  Ahí están sus libros, sus artículos, sus conferencias, sus participaciones en televisión y en radio, incluso, sus discusiones y polémicas más importantes con los movimientos sociales y de izquierda.
Esa es la dimensión pública e infinita de un Monsiváis que, como el gato de Alicia en el País de las Maravillas, nos sonríe desde algún punto de este hermoso palacio.

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