A propósito de la visita de Arcadi Espada hace un año a México logré colarme en una cena en Bucareli con los altos responsables federales de la lucha contra el crimen. Entre los invitados estaba el fiscal para atender los casos de violencia contra la prensa.
Qué vi:
Vi trajes cruzados.
Vi peinados rigurosamente engominados.
Vi abrazos de trenza.
Vi corbatas azul cobalto.
Vi un buen servicio de meseros, a ritmo coreográfico.
Vi maneras exquisitas y zapatitos de charol.
En resumen, vi cómo se repartían otra rebanada del cremoso pastel del presupuesto.
Qué no vi:
No vi un mapa mental con los casos y los medios amenazados.
No vi empatía con el dolor de las víctimas.
No vi sentido de emergencia nacional.
No vi voluntad de asumir riesgos, ni siquiera verbales.
¿De verdad no saben que la libertad de expresión es la piedra de toque de todas las libertades democráticas?
¿De verdad no les preocupa la amenaza, el silencio forzoso, la autocensura que recorre muchos medios?
El problema no está en la capital. Está en las radios comunitarias y en la prensa local de las ciudades sacudidas por la violencia.
Cualquier estudioso del crimen sabe que lo único que inhibe una conducta ilícita es la certeza de que conllevará detención, un juicio y una sentencia.
Y eso en México no lo sabe:
Ni el presidente municipal enfangado,
ni el rico con ínfulas,
ni el jefecillo narco,
ni el teniente coronel con doble vida.
¿Lo sabrá el fiscal especial contra la violencia en los medios?
Esperemos que el atroz crimen de Regina Martínez, reportera de Proceso, en Xapala, Veracruz, sirva al menos para recordárselo.
Ricardo Cayuela, Letras Libres
No hay comentarios:
Publicar un comentario