Sonido Fulgor

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sábado, 5 de mayo de 2012

A un año ya sin Monsiváis, en su natalicio.






Carlos Monsiváis, el Adelantado


Jenaro Villamil


Carlos Monsiváis es un caso extraño de conquistador que ya intuía y conocía las dimensiones de los territorios imaginarios, -intelectuales, culturales, periodísticos, sociales- antes de haberlos colonizado plenamente.

El  método de conquista de Monsiváis nunca fue la espada y la cruz, sino el humor y la inteligencia. Su método de amistad nunca fue el apapacho y la falsa amabilidad sino el desafío intelectual y el compromiso compartido.
Era un conquistador desde las izquierdas. Con ellas mantuvo un permanente diálogo y exigencia, pero nunca la abandonó como opción vital, aún con todos sus excesos, sus prejuicios, sus ánimos teológicos, sus carencias. De la derecha le interesaban sus códigos, su lenguaje, incluso sus expresiones artísticas y, por supuesto, sus exabruptos que lo divertían al elaborar Por mi Madre, Bohemios,  pero no la falsa seguridad que da la superioridad de las jerarquías.
La obra de Carlos Monsiváis es abierta, vital, provocadora, permanente. Aún dialoga con los jóvenes que recientemente han marchado con Javier Sicilia denunciando la irracionalidad de la doble violencia –verbal y física- que ha imperado en este sexenio; con quienes defienden aquí y en todo el mundo el derecho a ser diferentes, el respeto a sus opciones de vida como gays, lesbianas o transexuales; a quienes batallan por darle acceso a medicamentos, servicios de salud dignos e integridad moral a quienes viven con VIH; para quienes han migrado de sus lugares de origen y enriquecen la cultura de las ciudades donde viven y se niegan a ser el pretexto para campañas de odio xenofóbico; a quienes pelean por el respeto a la laicidad y están en contra de los prejuicios morales y de los intentos de uniformidad cultural; para los movimientos feministas y medioambientalistas; para quienes ejercen el periodismo crítico, cotidiano, a pesar de la autocensura imperante; para los insumisos que aún creen y luchan por una nueva dignidad.
Identifico tres ejes importantes en la vitalidad de la obra de Monsiváis que quiero reflexionar con ustedes:
a)    En primer lugar, no existieron para él territorios únicos u ortodoxos de expresión. Consideraba que la crónica no sólo era un género periodístico sino un vehículo para desplegar sus recursos ensayísticos, su talento literario, su cultura totalizadora, su memoria privilegiada, su extraordinario oído para la poesía y las expresiones populares, su propia capacidad fabuladora y su ironía emparentada a la escuela de Oscar Wilde y de Salvador Novo, pero también a la lectura constante y erudita de La Biblia, que, desde su niñez, fue pilar fundamental en su talento para la metáfora y la parábola.
La capacidad de Monsiváis para mezclar esos géneros y esos tonos, incluso rompiendo las reglas estilísticas más rígidas se encuentran con toda claridad en su más reciente libro, Apokalipstick, publicado meses antes de su fallecimiento.
He aquí un pequeño ejemplo en el capítulo “El Rap de las Postrimerías”:
“Ciudad de México: la acumulación de almas, recursos naturales, cuerpos a la deriva, edificios, instituciones, calles sobrepobladas, estadísticas que bien podrían ser predicciones de la migración próxima, la que ya sólo encuentra oportunidades de empleo en el interior de la conciencia…
“Conciencia ciudadana que –no obstante etapas de apatía y cinismo- crece con regularidad, tolerancia que se vuelve un ‘ecosistema’ piscológico, moral y cultural, extravagancias que de tan multiplicadas ya no se divierten, violencia que es consecuencia del capitalismo salvaje, de la naturaleza humana, del neoliberalismo, del tamaño de la urbe y de los roces de la aglomeración…Y lo que desafía las previsiones es la sensación de multitud al acecho (dentro de uno mismo incluso), que transforma las predicciones ominosas en asesinos seriales. A la velocidad de la luz no se observa bien lo dispuesto en la intimidad y a la velocidad de la masificación menos”…. (p. 21).
O esta maravillosa descripción-fabulación y análisis sobre el nuevo lenguaje que es “El Chateo”:
“En internet lo que se da es maravilloso, el esplendor de la mitomanía colectiva. El ligue en el chat, lo que tal vez sea el ‘chateo lúbrico’, es formidable porque los chateadores se enfundan en personalidades descomunales, cualidades físicas, dimensiones inacabables. Como nunca, la gente deposita en el internet la personalidad, el cuerpo, el atractivo, la cantidad de orgasmos por noche que quisiera tener. Y el anonimato facilita las invenciones.
“Antes todos firmaban ‘Pedro Infante’, ahora firman: ‘Hugh Jackman’ o ‘Matt Damon’, y quieren ser aceptados por lo que obviamente no son, y al no tener ya el contexto físico verdadero, el chateo alcanza extremos gloriosos. Es otro modo de reducir la idea del amor a la ‘declaración de los bienes’ que cada uno se hace a sí mismo en función de su fantasía. Si algo logra Internet es dejar al lado la función del amor, porque además, el amor exige imágenes…
“Un ejemplo:
-¿Cómo te llamas?
-Gustavo, y tú?
-Alma Delia, pero todos me dicen María del Carmen.
-¿Y por qué?
-Porque a mi mamá le gustaba el nombre de María del Carmen y estaba muy borracha cuando me llevó al Registro Civil y el juez era muy sordo y me puso Alma Delia, y luego a mi mamá le dio flojera regresar.
-No, yo también me llamo Heriberto, pero mi papá tenía un compadre con ese nombre y mi mamá huyó con él.
-¡Qué mala onda! Te apuesto a que extrañaste vivir sin tu mamá.
-¿Quién no? Pero como dice un profesor que tuve, ya sólo hay familias disfuncionales. ¿Pero no vamos a hablar de lo nuestro?
-Pinche avorazado, nomás entras al chateo y ya te pones el condón.
-No hay de mi tamaño.
-Creo que sí, en la tienda de juguetes…” (pp. 355-356).
b)    En segundo lugar, la obra de Monsiváis no se explica sin un ingrediente fundamental: su compromiso e interés por divulgar, analizar, apoyar y compartir los movimientos sociales en contraposición con la cultura dominante de los poderes religioso, político, económico, o social.
Monsiváis fue siempre de izquierda por convicción y militante sin carnet único. Podía entrar y salir con enorme facilidad de un movimiento a otro, no buscaba liderarlo sino influir en él para que no desbarrancara en el culto a la burocracia, para darle una dimensión moral.
En muchos sentidos, se adelantó a la propia izquierda partidista: en su concepto de sociedad civil que se autoorganiza, en la idea de que el mejor programa para una izquierda mexicana no era el marxismo sino el laicismo, en su capacidad como periodista para darle voz a quienes estaban excluidos de los salones del gran poder autorreferencial.
 Se transformó en el divulgador y defensor de los derechos de las minorías. Siendo él mismo parte de una minoría: nació pobre, fue protestante en un país de mayoría católica y decidió vivir una opción gay sin etiquetas ni estridencias en un país donde ha privado el machismo y sólo muy recientemente la homofobia es políticamente incorrecta, Monsiváis detectó desde muy joven la clave para su compromiso por los más débiles: lo marginal en el centro –título de su magnífico estudio biográfico y literario de Salvador Novo y, en buena medida, autosemblanza-.
Para Monsiváis lo que estaba en la periferia de la “Alta cultura” o de la “Alta política” o del “Alto periodismo” era lo importante. Un crimen de odio homofóbico o de misoginia lo conmovía e interesaba mucho más que los pleitos de las burocracias culturales, sin excluir que estaba permanentemente informado de los chismes y rumores de los entretelones del poder.
Para Monsiváis los triunfos y las batallas mejor ganadas por las izquierdas y las minorías fueron las victorias culturales. Las causas perdidas en el terreno del poder son las victorias en los territorios de una nueva ética ciudadana. Por ejemplo, para Monsiváis, las victorias más importantes del movimiento zapatista del EZLN y del lopezobradorismo, en vigencia, no fueron la toma del Palacio Nacional sino la construcción de una nueva dignidad de los que nada tenían más que el honor de la congruencia.
En Apokalipstick describió así las aportaciones principales de la Marcha de la Dignidad, encabezada por el zapatismo en 2001:
“-por primera vez en la historia de México una movilización indígena concentra la atención nacional y hasta cierto punto internacional (en América Latina, desde luego, principalmente en Guatemala, El Salvador, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela).
-por vez primera, es genuino el debate sobre los derechos indígenas y no, con blanduras burocráticas, sobre lo que les conviene a ellos, los ajenos a la Patria, los que no son como nosotros, Ellos, los dueños de todo el tiempo del mundo, porque al no caber en nuestro espacio, su tiempo carece de continuidad, del antes y del después.
-por vez primera, una mujer indígena le habla al Congreso de la Unión (algunos se ausentan físicamente, pero todos la escuchan).
-por vez primera, un sector de marginados dispone de una estrategia”.
En contraste, su crítica al discurso justificatorio del poder frente a los abusos y a los agravios cometidos fue una constante. La pluma de Monsiváis fue siempre más poderosa y más dañina para esos políticos e intelectuales que le han rendido pleitesía a la real politik.
Por ejemplo, en su último artículo publicado en el periódico El Universal, titulado “La Sabiduría del Autoengaño”, Monsiváis ironizó así el discurso del ex secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, quien frente a la matanza de unos estudiantes en la ciudad de Monterrey afirmó que desgraciadamente los jóvenes habían estado del “lado bueno” y por eso fueron asesinados, pero que no era responsabilidad del gobierno federal:
“Nada más lógico y a su modo, más eficiente, que la estrategia del autoengaño del gobierno federal. No son los únicos, desde luego, en este laberinto de afirmaciones que parten de la irrealidad y luego se alojan en la realidad más profunda, aquello que habitan los manufactureros de la verdad. Me explico para entenderme. No es que los altos funcionarios (la altura se mide por el salario real, las prestaciones, la importancia que se les concede y el número de fuerzas de seguridad que los acompaña) crean en lo que dicen. Esto sería abusar de su candor. Más bien, el procedimiento va así: el funcionario declara a sabiendas de que nadie lo va a creer, en la ruta hacia la decepción; y luego lee sus propias declaraciones y le encantan. ¿Por qué no se le había ocurrido a él primero?. Luego, al verlos reproducidas en los noticieros y en los periódicos, se anima por completo. Vaya que tengo razón, me lo confirma ese alto funcionario que por coincidencia lleva mi nombre”.
Esta misma descripción puede caber para Ernesto Cordero, el más reciente arquetipo del autoengaño sexenal, o para el jefe del titular de Hacienda.
c)    El otro gran pilar de la obra de Monsiváis es su enorme gusto por las expresiones culturales, en general. En sus textos, en su museo, en sus participaciones constantes en el foro público (lo mismo en una conferencia que en un programa de televisión o en algún documental), Monsiváis borraba las fronteras entre la “alta cultura” y la “cultura popular”. Monsiváis escribía Estudios Culturales antes de que la academia norteamericana creara los Estudios Culturales, anotó Juan Villoro en Barcelona. Y no le falta razón.
Su interés y pasión iba lo mismo por Pedro Infante que por Tin Tan o Cantinflas, que por poetas como Salvador Novo, Carlos Pellicer que por pintores como Francisco Toledo o Frida Khalo y los muralistas mexicanos, que por los grabadores, los caricaturistas, los fotógrafos y los grandes artesanos mexicanos. Buena parte de su colección en el Museo El Estanquillo se debe a la obra de una artista poblana que construyó las maquetas  con escenas de la vida cotidiana o los artesanos que trabajan el hueso, las miniaturas, etc. Estaba al tanto de lo mejor de la literatura mexicana que inglesa, norteamericana, española, catalana, rusa o sueca. Su pasión por el cine lo llevaba a ser una biblioteca ambulante de nombres, fechas, escenas, adaptaciones y versiones de películas.
Su erudición no era un pretexto para distanciarse de sus lectores o de sus seguidores. Al contrario, era el contexto, el pegamento esencial para recrear y explicar mejor cada rincón de su pasión fundamental: la Ciudad de México.
Monsiváis es un “hombre llamado ciudad” y difícilmente puede uno encontrar un rincón de esta gran concentración urbana que él no haya recorrido, conocido, disfrutado e incluso, padecido.
No es anécdota menor que en una ocasión, al ser asaltado en uno de los miles de taxis que tomó en su vida, el ladrón al reconocerlo abandonó su pretensión y le abrió la puerta con esta frase: “perdone usted, maestro”.
Perdone usted, maestro y amigo, si en este día se nos ha dado el exceso verbal para invocarlo, pero no había de otra. Un año es mucho y es nada, al mismo tiempo. Un año sin usted es un aprendizaje muy duro, pero necesario. Un año sin Carlos es una responsabilidad muy grande también.
Por esta razón, también quiero hacer una propuesta para que desde el ámbito del Instituto Nacional de Bellas Artes se impulsen cátedras para conocer y releer la obra de Carlos Monsiváis. Su ausencia física nos pesa, nos entristece, nos ha dejado un poco más barata la cuenta de teléfono para algunos amigos, pero engrandece su obra.  Ahí están sus libros, sus artículos, sus conferencias, sus participaciones en televisión y en radio, incluso, sus discusiones y polémicas más importantes con los movimientos sociales y de izquierda.
Esa es la dimensión pública e infinita de un Monsiváis que, como el gato de Alicia en el País de las Maravillas, nos sonríe desde algún punto de este hermoso palacio.

viernes, 6 de abril de 2012

Biblioteca Monsiváis en Ciudadela





El proyecto contará con un tapete realizado por el artista oaxaqueño Francisco Toledo y forma parte de la iniciativa La Ciudadela: La Ciudad de los Libros

La presidenta del Conaculta, Consuelo Sáizar, presentó esta mañana del lunes 12 de marzo en conferencia de prensa, la biblioteca personal Carlos Monsiváis conformada por más de 24 mil ejemplares entre libros, folletos y publicaciones periódicas que se ubicará en una crujía del ala poniente de la Biblioteca de México, “José Vasconcelos”, que se encuentra  en la Plaza de la Ciudadela en el Centro Histórico.

“Carlos Monsiváis fue el cronista imprescindible, el animador del pensamiento, el que armaba u obtenía las claves  para descifrar las nuevas tendencias del arte, las manifestaciones de una sociedad y todo a través de una mirada tan curiosa, como atenta e irrepetible”.

El proyecto se suma a la iniciativa: La Ciudadela: La Ciudad de los Libros que cuenta hasta el momento con las colecciones de José Luis Martínez, Antonio Castro Leal, Jaime García Terrés y Alí Chumacero, con el objetivo de preservar la biblioteca personal de los escritores para ponerla a disposición de investigadores, lectores y personas interesadas.

La titular del Conaculta explicó que en el acervo del periodista, escritor y cronista se puede encontrar géneros como el cuento, el teatro, la novela y la poesía, además de volúmenes de gran formato de fotografía, arte y grabado, obras sobre cine y ciencias sociales, así como una hemeroteca con colecciones de revistas como Sur, Tiempo, Siempre!, Mad, Proceso, El Universal Ilustrado y cómics como La familia Burrón y The Spirit.

Además, incluye libros autografiados por intelectuales de la segunda mitad del siglo XX como Salvador Novo, Octavio Paz, Gabriel García Márquez, Vicente Leñero, Margo Glantz, entre muchos otros y publicaciones en inglés de cultura contemporánea que, de acuerdo con Consuelo Sáizar, fueron espejo y soporte de las opiniones, pasiones e intereses de Carlos Monsiváis.

El arquitecto Javier Sánchez Corral, responsable del proyecto, explicó que  a pesar de que el espacio personal de trabajo de Monsiváis se caracterizó por su desorden, el escritor sabía dónde se encontraban colocados sus libros, por lo que se buscó una arquitectura que reflejara este singular aspecto.

“Se partió de la imagen de su escritorio con libros apilados. Los libreros son de  diferentes formatos y maderas que se adaptan a los tamaños de los libros y forman bloques en una especie de laberinto”, dijo Sánchez Corral, quien también mostró el diseño mediante un recorrido virtual en 3D y un video alusivo.

El espacio de 7 x 21 metros cuadrados contará con un tapete artesanal hecho de fieltro y con trabajo de hilado y tejido realizado por el artista oaxaqueño Francisco Toledo, quien retomó el motivo de los gatos, mascotas preferidas de su amigo, Carlos Monsiváis.

“Se trata de un trabajo neutro con dibujos a mano en el que Toledo decidió agregarle tintes naturales y que ocupará alrededor de 128 metros cuadrados de superficie”.

La biblioteca contará con tragaluz, lugares destinados a la lectura, un módulo de servicios y un bloque vacío sin libros con la intención de generar un espacio silencioso de reflexión.

Por su parte, Fernando Álvarez del Castillo, director general de Bibliotecas del Conaculta, mencionó que la colección está valuada en 13 millones de pesos y se encuentra en un estado de conservación aceptable.

Agregó que entre las publicaciones del acervo que también sobresalen, está Obras Espirituales de San Juan de la Cruz publicado en 1703, Compendio della vita di S. Luigi Gonzaga della Compagnia di Gesu de Virgilio Cepari de 1792 y El Crimen de Santa Julia: Defensa gráfica de Francisco A. Serralde publicado en 1899.

Subrayó que los ejemplares cuentan con etiquetas de radiofrecuencia, además de que serán digitalizados en su totalidad. Se tratará de un acervo cerrado al que sólo tendrá acceso el bibliotecario responsable a quien se le solicitará el ejemplar en un módulo de servicios en donde el usuario proporcionará una credencial para su consulta en una sala de lectura.

Por último, la presidenta del Conaculta destacó ante la presencia de Beatriz Sánchez Monsiváis, prima del escritor, que se espera que las obras de la biblioteca personal de Carlos Monsiváis estén concluidas al terminar el último trimestre del año.

lunes, 9 de enero de 2012

Fernando Benítez (nota de Arturo Jiménez)



Escribió dos novelas y varios libros de ensayos y reportajes, entre ellos los cinco tomos de Los indios de México;es considerado el padre de los suplementos culturales modernos, desde los que promovió a varios escritores y artistas; para los periodistas era escritor, para los escritores, periodista, y los antropólogos e historiadores recelaban de sus investigaciones; fue uno de los fundadores de La Jornada y del suplemento La Jornada Semanal; generó incontables anécdotas e ingredientes para su propio mito; a todos decía hermanito y casi siempre estaba alegre; solía acostarse en el suelo cuando le tomaban una foto en grupo y cuentan que su tarjeta de presentación decía: Fernando Benítez, lector de novelas.
Ahora, Fernando Benítez realizará otra hazaña: cumplir 100 años de nacimiento y seguir vivo en la memoria de muchos. Nacido en la ciudad de México el 10 de enero de 1912, esta fecha también es un misterio, pues algunos consignan que fue el día 16 y otros que el año fue 1910. Incluso Augusto Monterroso y varios amigos sospechaban que el año podría ser 1905. Lo cierto es que Benítez murió el 21 de febrero de 2000, luego de una vida y obra considerada como reflejo de la historia del México del siglo XX.
En el perfil especial Fernando Benítez, un hijo del siglo, publicado por La Jornada el 17 de enero de 2000, un mes antes de su muerte, Carlos Monsiváis resume y perfila con humor: “Nota de un no tan hipotético diccionario del siglo XXII: Benítez, Fernando. Nació en la ciudad de México en 1910 y desapareció en 2032 en un vuelo de reconocimiento de la expedición en busca del sitio donde se supone estuvo la selva Lacandona (cerca de donde estuvo Chiapas). Entre sus obras destacan Los indios de México (cinco tomos de Ediciones Era), un valioso documento literario y antropológico sobre las etnias hoy en buena parte radicadas en el estado de California. Dramaturgo gozosamente fallido (Cristóbal Colón), novelista a reconsiderar (El rey viejo, El agua envenenada), historiador (La ruta de Hernán Cortés, Los demonios en el convento, La ciudad de México),embajador de México en la República Dominicana, fue también periodista y promotor cultural de primer orden. Tuvo a su cargo los siguientes suplementos: México en la cultura de Novedades; La cultura en México, de Siempre!; Sábado, de Unomásuno; La Jornada Semanal, de La Jornada.Antes de unirse a la ‘expedición nostálgica’, publicó una serie de artículos protestando contra la instalación de MacDonald’s en los centros ceremoniales prehispánicos, y contra la estatua en el Zócalo al Turista Desconocido.”
El periodista
Desde muy joven Benítez ingresó en el periodismo en Revista de Revistas. Ya está presente en sus artículos su destreza narrativa y su pasión por la historia mexicana, apunta el poeta José Emilio Pacheco en el suplemento citado y recuerda que fue reportero estrella de El Nacional en la época de Lázaro Cárdenas. “Su primer libro,Caballo y dios, no ha vuelto a ser impreso ni releído. Contiene algunos relatos que mezclan ficción y realidad, como no se usaba entonces.”
Recuerda además que Benítez y Octavio Paz cubrieron para diversas publicaciones mexicanas la creación de la Organización de las Naciones Unidas, en San Francisco. Y resume: “Dirige El Nacional. Se pelea con Ernesto P. Uruchurtu, subsecretario de Gobernación. Renuncia. Queda desempleado. En 1949 aparece como director de México en la Cultura, suplemento de Novedades. Todo el medio siglo posterior estará dominado por los suplementos que él dirige”.
En México en la Cultura, creado en 1949, estuvieron figuras como Alfonso Reyes y el destacado diseñador gráfico español Miguel Prieto, así como jóvenes promesas como los escritores Monsiváis, Pacheco, Carlos Fuentes y Elena Poniatowska, y los artistas plásticos José Luis Cuevas y Vicente Rojo, este también como diseñador.
Poco antes de morir, Alfonso Reyes dijo en 1959 acerca de México en la Cultura: “La vida cultural de México (...) podrá reconstruirse, en sus mejores aspectos, gracias al suplemento deNovedades. Cuantos en él pusimos las manos tenemos mucho que agradecerle”.
Por un problema de censura Benítez tuvo que salir en 1961 de Novedades y con él se fueron más de 40 escritores y artistas. Casi todos y otros más reaparecieron en 1972 en La cultura en México, que Benítez dirigió hasta 1972, cuando lo sustituyó Monsiváis. En esa época publicaron un reportaje sobre el asesinato del líder campesino Rubén Jaramillo, que no agradó al gobierno priísta de Adolfo López Mateos.
Progresista y democrático
En un texto de 1992 publicado por La Jornada y reproducido en el citado perfil de 2000, Carlos Fuentes destaca acerca de la visión política de Benítez: Las batallas libradas por Fernando fueron incontables, por toda nación latinoamericana injustamente agredida, por la libertad de España y contra Franco. Los suplementos culturales dirigidos por Fernando fueron generoso asilo de la emigración española y, más tarde, de la sudamericana. Una foto sumamente dinámica muestra a Benítez enfrentándose al entonces jefe de la policía metropolitana que quería impedirles a los republicanos españoles manifestarse contra la visita de Eisenhower a Madrid ante la embajada estadunidense en el Paseo de la Reforma.
Los años 60 fueron particularmente relevantes en la vida política de Benítez, como apunta Fuentes: “Junto con Fernando, defendimos a los muchachos del 68, a José Revueltas y a Octavio Paz cuando renunció a la embajada en India y fue zaherido de manera infame por el presidente Díaz Ordaz, su gobierno y los medios de información. Tlatelolco nos marcó profundamente y quizá temimos en exceso que derivase hacia un gorilato mexicano: la argentinización del país”.
En los años posteriores Fernando Benítez dirigiría el suplemento Sábado,de Unomásuno, y más adelante, en 1984, participaría en la fundación del diario La Jornada, al lado de Carlos Payán, Carmen Lira y otros periodistas. Ahí, Benítez se encargaría del suplemento La Jornada Semanal, que también ha marcado una pauta en el periodismo cultural de México y que ahora es dirigido por el poeta Hugo Gutiérrez Vega.
Los indios de y en México
Acerca del fuerte vínculo del trabajo de Fernando Benítez con los indígenas de México, Monsiváis apunta en un fragmento, reproducido en la exposición Benítez en la cultura, que se exhibe en el Palacio de Bellas Artes hasta el 22 de enero: “Una obra literaria escrita en un idioma tenso, desgarrado, ávido, entusiasmado por la descripción, es también casi una novela, con el doloroso don narrativo que preside sus páginas; es etnología y antropología y sociología y una lección de teoría política porque, aun cuando la intensidad y la concentración de Los indios de México no permiten ni toleran la demagogia, la situación actual, la desesperación y la desesperanza de nuestra población indígena, no permiten ni toleran la indiferencia”.
En la muestra se recurre también a un fragmento del propio Benítez: Mi trabajo con los indios ha sido una experiencia espiritual que ha enriquecido notablemente mi vida. Yo no les he dado voz a los indios. No, no es así. Pero si no he sido yo quien les ha enseñado algo a esos 6 millones de mexicanos, son ellos los que me han enseñado a mí.
Pacheco reflexiona de igual modo:“Los indios de México, la gran serie que coincidió en el tiempo con Mailer, Capote y Wolfe, y representa para nosotros la cumbre del new journalism”.
Acerca de este nuevo periodismo referido por Pacheco, el propio Benítez decía: Yo no establezco esas fronteras arbitrarias que en México se hacen entre periodismo y literatura. Creo que el periodismo es literatura, literatura bajo presión, la presión del tiempo y de la actualidad. El periodista no tiene tiempo de pulir sus escritos, sin embargo ofrece los hechos antes de que pierdan actualidad.
En entrevista con La Jornada por esta celebración del centenario del nacimiento de Fernando Benítez, Elena Poniatowska resume: Benítez creía muchísimo en sí mismo y en su suplemento. Siempre decía que lo que él había escrito era genial, que lo que los demás escribían era genial, que era genial Carlos Fuentes, José Luis Cuevas. Y tenía razón. Decía que los que antes había promovido, ahora eran sus maestros, como Pacheco y Monsiváis. También destacaba el trabajo de Gastón García Cantú y de Jaime García Terrés. Benítez tenía el don de la alegría y de hacer reír a los demás. Por ejemplo, decía que llevaba paraguas en todo momento sólo para subrayar su elegancia.
de La Jornada, 9 de enero 2012

domingo, 30 de octubre de 2011

"¿Por qué quemas mi peluca, brujo?"

Breve aparición de Carlos Monsivais como Santa en la Película de los Caifanes, de Juan Ibáñez. Su voz fue doblada por el maestro del Voice Over Jorge Arvizu "El Tata".


domingo, 2 de octubre de 2011

Lectura y globalización

Elogio (innecesario) de los libros

por Carlos Monsiváis    


En relación con la lectura en el siglo XXI latinoamericano, los agoreros podrían fallar y acertar a la vez. En conjunto se lee menos, y la lectura dista de ocupar el sitio real y mitológico de otro tiempo, donde las resonancias de los libros eran inmensas, así sólo la minoría leyera de modo regular. Ahora el costo de los libros los aleja con frecuencia de los estudiantes de la enseñanza pública (en el ámbito de la enseñanza privada, lo inaccesible suele provenir del desinterés, pues allí la posesión se valora muy por encima del conocimiento). Así mismo, no se dispone de un sistema de información bibliográfica que oriente y ahorre esfuerzos (más del 90% de los libros carecen de una recepción mínimamente adecuada); disminuye, por razones de la cultura de masas, el valor atribuido a la lectura; no procede, con la rapidez debida, la actualización tecnológica, y así sucesivamente.
    ¿Cómo afecta la globalización los procesos de lectura? Es muy pronto para decirlo y el asunto es de tal vastedad que sólo un insensato titularía una ponencia «Lectura y globalización». Sin embargo, aventuro un bosquejo del tema:

  • Se perfeccionan o, si se quiere, se vuelven casi inapelables procesos ya advertibles desde hace décadas; el primero, el avasallamiento de las industrias culturales de Norteamérica, que en materia de lectura imponen (proponer sería un verbo de enorme modestia) dos grandes zonas del consumo: los bestsellers (a tal punto identificados con los viajes, que si uno está en casa de cualquier modo se abrocha el cinturón de seguridad) y la literatura de autoayuda o superación personal.
  • Internet obliga a un mucho mayor ejercicio de la lectura, así sea fragmentaria y opuesta a las prácticas antiguas de concentración, y también distribuye un cúmulo informativo desconocido y abrumador. Por ejemplo, lo que hoy los interesados en el mundo entero conocen sobre Leonardo da Vinci, el Opus Dei, los templarios, las sectas católicas, etcétera, se debe al éxito de El código Da Vinci, que remite a internet.
  • El lector se considera cada vez más representante de los lectores, debido al proceso que a todos, en algún nivel, nos vuelve emblemáticos de lo global. Falta poco para escuchar en las reuniones: «¡Qué global te viste!» o «De veras, no tenía idea de que fueras tan local».
  • Las industrias editoriales, por fuerza, tienden a integrarse a grandes holdings, y el gran mérito de las editoriales pequeñas es y será convertir su resistencia en una alternativa institucional.
  • Se unifican de modo constante las visiones educativas y se globaliza el proceso de la enseñanza superior. Eso no elimina las distancias históricas entre metrópolis y tercer mundo, pero sí las aclara y, por así decirlo, quebranta las nociones deterministas. Las carencias científicas y tecnológicas no describen mentalidad alguna, sino procesos del imperio, y la falta de proyectos y de posibilidades en las naciones sujetas a su hegemonía o, mejor, dependientes de sus ritos de pobreza.
  • El universo de la imagen, la iconosfera, desplaza en la vida colectiva al universo del libro. Y a esta pérdida de centralidad me refiero en las notas siguientes.


    ***
        Gracias a la lectura, cada persona se multiplica a lo largo del día. El impulso del personaje de un relato, de una atmósfera literaria, de un poema, renueva y vigoriza las opiniones morales y políticas, vuelve por una hora un poeta o un narrador al que complementa con imaginación lo leído, ayuda a situarse ante el horizonte científico o social, vigoriza el sentido idiomático. Así sea a contracorriente de algunos textos, la lectura es el ingreso a la racionalidad, la fantasía, la grandeza de los idiomas, el don de extraer universos de la combinación de las palabras. Lo afirma Borges, que ya lo dijo todo con tal de volvernos su sistema de ecos: «No vivo para leer, leo para vivir».

    ***
        ¿Ha disminuido el hábito de la lectura? Tal vez sí, y uso el tal vez porque según mi experiencia, antes tampoco se leía mucho. Y el analfabetismo funcional se expande por razones diversas, que incluyen la falta de hábito social y familiar de la lectura, el desinterés de los gobiernos, la ausencia en la educación básica de la recomendación de libros, la decisión (involuntaria) de considerar bibliotecas y librerías espacios hostiles y extraños (en México, en 2001, el director del Instituto Nacional de la Juventud declaró que el aumento del 15% del IVA a los libros serviría, ya reconvertido ese dinero en bibliotecas, «¡para que ningún joven tenga que entrar a una librería!»). Y la causa mayor es la competencia abrumadora de la iconosfera, del universo de imágenes. Con todo, se sigue leyendo porque sin el aprendizaje del lenguaje y sus recursos en distintos niveles, no existe la articulación social.

    ***
        Muy poco se consigue si se quiere obligar a la lectura a las personas o a las comunidades. Sí hay tal cosa, como la vocación lectora y los estímulos, y las incitaciones al libro algo consiguen, pero no milagros, en el estilo de «Una mañana Gregorio Samsa despertó y comprobó que había leído de principio a fin la Encyclopedia Britannica». Se pueden multiplicar las ofertas y el acceso a los libros, pero los grandes lectores, los lectores profesionales, por así decirlo, seguirán siendo minoría.
        Por lo demás, se modifica el acercamiento a la lectura. El libro ya no es un signo irrestricto de autoridad, no en Latinoamérica, desde luego, donde si alguien quería leer la Biblia requería hasta hace medio siglo los «intérpretes calificados», que evitaban los «extravíos». La cultura fílmica es hoy otra ruta formativa y lo visual se propone como la vía mayoritaria. Sin embargo, nada remplaza ni puede remplazar a la lectura en lo tocante a la comprensión de la historia, la sociedad y los seres humanos, a la estructuración lógica del conocimiento y al simple hecho de la comunicación inteligible.

    ***
        A la pregunta del aporte de los libros a los niños y los jóvenes, la respuesta obligada debe ser: «Que cada uno responda». No conozco otra mejor. La persona que se entusiasma ante un libro está al tanto de uno de los aportes de la lectura y no necesita más explicaciones. Por unas horas, esas páginas le modificaron la vida y lo hicieron distinto. ¿Qué más se quiere que la pérdida legítima de identidad durante un tiempo de hechizamiento? Si uno al leer no es otro y no es otros, no es nadie.

    ***
        ¿Humaniza la lectura? La pregunta es una trampa heredada del tiempo de la superioridad indiscutible de los letrados y, de manera más enfática, del clasismo de las élites, que se burlan de los analfabetos porque éstos no logran, como sí lo consiguen quienes los desprecian, renunciar al placer de la lectura. Y si los que se abstienen no se deshumanizan, los lectores tampoco se humanizan por el mero hecho de serlo, porque la ventaja de frecuentar lo impreso no consiste en la superioridad sobre los demás (imposible de obtener por un mero ejercicio óptico), sino en el cambio interno; en la certeza de que uno ha sido mejor que de costumbre mientras lee, y volverá a remontar algunas de sus limitaciones cuando recuerde lo leído. Así por ejemplo, en materia de clásicos —de El Quijote a Cien años de soledad, de la Divina Comedia a Residencia en la tierra— sólo sus frecuentadores están al tanto de lo que se habrían perdido de no hacerlo. Y allí radica su gran ventaja: en la celebración del tiempo ganado.
        Ejemplifico de mala manera las maniobras de la superioridad instantánea de quienes dicen leer sobre quienes manifiestamente no lo hacen. En 2001 el presidente de México, Vicente Fox, fue al Segundo Congreso de la Lengua en Valladolid, España. Al leer su discurso habló del gran escritor José Luis Borgues. El mundo ilustrado le cayó encima y aún persiste la burla, originada en un 99% entre personas que jamás han leído a Borges, ni tal desmesura se proponen. Algo parecido a ser moderno a costa de la edad media. Y don Vicente Fox coronó el episodio meses después. Al preguntársele por las críticas recibidas, comentó: «Bueno, me atacaron muchísimo porque no supe decir el nombre de un escritor. Pero cualquiera puede cometer un lapsus bilingüe».

    ***
        ¿Cómo se impulsa la lectura? Desde la fundación de las repúblicas, los gobernantes de Latinoamérica ensalzan los libros en ceremonias escolares, se olvidan de los tímidos privilegios fiscales, editan joyas o joyitas de la prosa y la poesía nativas (que se eternizan en las bodegas, esos panteones de la identidad nacional), y les rinden homenaje a los grandes escritores, en veladas donde los asistentes, con celo policial, alivian su aburrimiento contabilizando los signos del tedio del gobernante. ¡Qué tipazo es el presidente! ¿Usté cómo domeñó sus bostezos?
        ¡Ah! Y de vez en cuando se lanzan campañas de animación, como la del PRI en la década de los años setenta, que mandó imprimir miles de pósters: «Hidalgo, un mexicano que aprendió a leer a tiempo / Juárez, un mexicano que aprendió a leer a tiempo / Zapata, un mexicano que aprendió a leer a tiempo»... A tiempo de entrar a la historia, uno supone, para descifrar la escritura en la pared, y no mucho más.
        ¿Qué han leído los gobernantes? En principio, casi nada, porque no disponen de tiempo. Si acaso, leyeron o ya leerán, lo que comprueba la calidad de sus improvisaciones. Antes, se recordaba lo leído durante la etapa estudiantil, y eso con el fin de asombrarse a sí mismos. ¿A qué hora se lee y para qué? Doy un ejemplo, para mí, relevante. A un político del Partido Acción Nacional (de la derecha mexicana), Carlos Medina Placencia, un periodista le pregunta: «¿Qué lee ahora, senador?». Responde: «Nada, porque me cambié de casa y tuve que meter mis libros en cajas». Nuevo interrogante: «¿Y hace cuánto se cambió de casa?». Contestación elocuente: «Hace como ocho años». Además, es notoria en todos los dirigentes de la vida pública, eclesiásticos y empresarios entre ellos, la ausencia del vocabulario proveniente de la lectura; Ludwig Wittgenstein lo definió en forma memorable: «Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo». Digo la frase y visualizo a la clase dirigente latinoamericana, y no sólo a ella, encerrada, previo ángel exterminador, en el aula de aquel distante y cercano sexto año de educación privada.
        A los políticos, los mercadólogos (los nuevos poderes tras el trono) y los asesores de imagen (el nuevo trono) les aconsejan: «No se alejen de su electorado,/ eviten las palabras domingueras,/ no envíen a sus oyentes al lugar más alejado del mundo, el diccionario». Y el consejo culminante: «Hablen como la gente de la calle», como si pudiesen hablar de otra manera. Sin embargo, el problema central de la capacidad tan menguante de la comprensión se halla también, y muy primordialmente, en varios temas.

    ***
        Afirma George Steiner: «Leer bien es arriesgarse a mucho. Es dejar vulnerable nuestra identidad, nuestra posesión de nosotros mismos (...) Quien haya leído La metamorfosis, de Kafka, y pueda mirarse impávido al espejo será capaz, técnicamente, de leer la letra impresa, pero es un analfabeto en el único sentido que cuenta».
        Escribió Alfonso Reyes: «Estamos tejidos en la sustancia de los libros mucho más de lo que a simple vista parece. Aun los rasgos más espontáneos de nuestra conducta y aun nuestras más humildes palabras tienen detrás, sepámoslo o no, una larga tradición literaria que viene empujándonos y gobernándonos». Lo dicho por Reyes es innegable hasta cierto momento; luego un círculo de fenómenos (la desaparición gracias a la telenovela del antiguo lenguaje del melodrama, tan armado en la retórica de las crispaciones; la preeminencia de los cómics, el gran instrumento de la alfabetización de masas; el desvanecimiento del sitio central de la poesía; la erosión de la lógica en el sistema universitario y en la formación del conocimiento y, sobre todo, el culto a los fragmentos y el relegamiento de las visiones de conjunto) garantizan lo que en un primer momento podía calificarse de «actitud distraída», que es, en rigor, la incapacidad de concentrarse culturalmente por el abandono o el desconocimiento del pensamiento abstracto y de los referentes culturales.

    ***
        El plurilingüismo no va a la par de la democracia. Si las élites latinoamericanas reciben el siglo XX hablando francés, lo despiden «en inglés», por lo común con el vocabulario mínimo, el que les hace leer a saltos The New York Times, Time Magazine, Newsweek, los servicios indispensables de internet, algún bestseller de Stephen King o de Tom Clancy (o los relevos en la lista de The Top Ten) y los libros de su especialidad, nunca demasiados. Y lo usual, en todas las clases sociales, es detenerse en el inglés comercial, laboral y técnico. Y, ni modo, en el spanglish de la clase dirigente, el único idioma del que algo se percibe es el español.

    ***
        En la parte cercana a los seminarios y a la erudición, la derecha latinoamericana dispuso de un pasado bibliófilo; ahora la modernidad les reduce el espacio de credibilidad y, además, no les deja tiempo para leer, sólo para inmovilizarse ante la televisión. En la izquierda partidaria el antiintelectualismo se expresa por la devoción a la praxis, o, lo más común, por la burocratización de la idea de la praxis. Lo que no es acción es traición, y hay que enviar la invitación a la toma de conciencia con copia para las autoridades. Y la derecha, por otra parte, se especializa en su aversión a las audacias artísticas, lo que los lleva a censurar exposiciones, obras de teatro y películas. Por lo común, la secularización de las sociedades los obliga a retroceder, pero jamás desisten.
    Resultan un tanto desalentadoras las campañas gubernamentales «en favor de la lectura» (frase usada hasta el cansancio en México). Desde hace medio siglo en el mundo son excepciones los dirigentes de toda índole formados en la lectura. Recuerdo ahora la campaña del candidato Vicente Fox. En un encuentro en el Polyforum con intelectuales y artistas, Fox se sinceró: «A diferencia de ustedes, que se formaron leyendo libros, yo me formé viendo las nubes». ¿Cuántos altos dirigentes podrían decir lo mismo? El presidente Bush tal vez no. Él se formó invadiendo las nubes.
        El alejamiento orgánico de la lectura de parte de la clase gobernante ha tenido, entre otros, un costo: la ausencia de medidas de protección. A diferencia de los gobiernos de España, al tanto de las ventajas de una política fiscal que aliente a las editoriales, los gobiernos en América Latina suelen presionar por más impuestos a libros y editoriales, sin la mínima visión de conjunto del asunto. Mi chovinismo me lleva al ejemplo del secretario de Hacienda de México, Francisco Gil Díaz, que al defender sus cargas impositivas acusa a los intelectuales de no haber conseguido que el pueblo lea, y concluye heroicamente: «Lo único que se lee en México son cómics semipornográficos». Y sus acciones no le acarrean costos políticos porque en materia de lecturas cada quien se conforma con reiterar sus promesas íntimas: «El año que viene sí termino de leer este soneto».


    Educación y lectura
    La masificación de la enseñanza tiene consecuencias positivas en lo cultural. En América Latina hay cientos de millones de estudiantes, de educación primaria a posgrado, y si en relación con otros países es aún insuficiente el número de inscritos en la enseñanza superior (o postsecundaria, como sugería Octavio Paz, no sé si malévolamente), las cifras son altísimas de cualquier modo.
    ¿De qué se habla cuando se anuncia la «catástrofe educativa»? De varios procesos simultáneos: 




    • La incapacidad de las escuelas públicas y privadas de actualizar los métodos de enseñanza (y la falta de recursos para implantar adecuadamente la informática en la enseñanza pública).
    • La distorsión de las dificultades de la literatura. «No entiendo poesía, se me hace muy difícil».
    • La identificación entre lectura y compromisos de adquisición del título universitario.
    • La deserción sistemática de los obligados a trabajar o, seré más específico, a buscar empleo; el crecimiento de la población escolar y la disminución constante de recursos del Estado en el caso de escuelas públicas.
    • El fin de la creencia en las bondades providenciales del título universitario (ya no es cierto el dicho antiguo: «Cada abogado trae su pan»).
    • La falta de previsión en lo tocante a la relación entre universidades y mercado de empleos.
    • La conversión de la globalidad en religión civil, adorada en abstracto.
    • La absoluta falta de planeación. Así por ejemplo, la carrera de más acelerado desenvolvimiento en América Latina es ciencias de la comunicación o de la información, poblada de ansiosos de aparecer en televisión, o de «manipular a las masas» (de seguir así la explosión demográfica de esta carrera, se verá el caso insólito de las masas manipulando a las masas). Y la mercadotecnia es la nueva carrera universitaria de crecimiento veloz.

         En la educación pública la burocracia se expande, son lamentables los salarios de los profesores, las instalaciones son ruinosas y los planes de estudios se improvisan cada tres años. La educación privada no está mejor, instalaciones aparte en algunos casos, pero sus egresados sí disponen de más seguridades, o de alguna; por eso en México a la carrera de administración de empresas se le dice «administración de herencias». Así, no obstante la masificación de la enseñanza, los sistemas educativos no han variado en lo básico porque la tecnología deja muy atrás a la pedagogía y no hay suficiente dinero para la actualización tecnológica.

      De la lectura como privilegio óptico

      El deterioro del proceso educativo amengua considerablemente la puesta al día cultural. En la década de los años setenta se creyó posible o se quiso creer que en América Latina había cientos o miles de millones de estudiantes en la lectura.     No hay tal por razones diversas, entre ellas la inexorable: en cualquier sociedad sólo una minoría lee, y su proporción jamás crece al ritmo exacto de la demografía. Lo usual es el consumo de unos cuantos libros (por lo común entendido como cumplimiento de tareas de clase) y abundan las copias xerox. El grado xerox de la lectura. Sí, es muy importante el volumen de ediciones del Estado y las universidades (absolutamente desinteresadas en los asuntos de la distribución), pero tampoco son menospreciables la desidia y la hipocresía. ¡Ah, esas quejas a gritos de lo caro del libro de quienes jamás protestarían por el costo de las bebidas!
          El acercamiento a la lectura sólo por obligación desemboca en las «generaciones fechadas» de profesionistas, de los que es posible saber, con exactitud pasmosa, sus años de universidad y de posgrado por las referencias bibliográficas en su conversación. Y el fenómeno se agrava con la inexistencia de un sistema de bibliotecas digno de tal nombre. Son varias las bibliotecas de Estados Unidos y Europa que tienen más volúmenes que todas las de México juntas (lo anterior no me convierte en fetichista de las bibliotecas).
          Pudo y puede ser de otro modo, pero en América Latina nunca se le ha reconocido provecho alguno al acto de leer, calificado de «obsesión de grupos»; algo semejante a la Marca de Caín, el mismo que no acompaña a Abel por estar ante un libro. Leer «está bien» si se viaja en avión, si se está enfermo, si se convalece o si se requieren temas de sobremesa. Hasta allí. Y con esto pierde la sociedad, al abandonar una de sus ventajas primordiales: la lectura como estructura personal del conocimiento. El que no lee se acerca a las ideas con miedo, rechazo previo, encono o veneración parroquial; el que lee puede hacer eso mismo, pero es menor el número de probabilidades.
          Desde los años setenta, y el fenómeno es internacional, se renunció en la enseñanza elemental de América Latina a la memorización de fechas, poemas, procesos, y sólo se ha conseguido potenciar la amnesia de lo jamás aprendido. Y no se impulsa la lectura desde las instituciones educativas, ya que, en el fondo, no creen posible animar a los estudiantes a hacer lo que los funcionarios desdeñan. Este es el mensaje, no tan oculto: «Lee este libro en memoria de lo que nunca hojearás o vislumbrarás siquiera». La mayoría abandona su proceso educativo en el sexto año de primaria y otro porcentaje importante lo hace en el ciclo secundario; quienes prosiguen no suelen ver en la lectura un instrumento del desarrollo personal, sino un rito de tránsito. El proceso es más o menos el siguiente:

      • Los profesores de primaria y secundaria leen poco porque el salario no les alcanza y, por eso, no transmiten lo que no poseen: el placer de la lectura.
      • Los maestros de enseñanza media y, con frecuencia, de educación superior, no leen porque sus sueldos no lo permiten, y muy pocas veces las bibliotecas de sus instituciones tienen el acervo conveniente.



    • Ergo, los maestros transmiten su moraleja de múltiples formas: el libro es prescindible, ya que a mí, el maestro, no me impulsó en la vida, y a ustedes, los alumnos, los llevará, si no se cuidan, a ser profesores.


      Sé que generalizo, sé que no generalizo. Al tema, siempre que aparece, lo acompaña la solución: formar a los lectores desde la niñez. Pero, en la práctica, la apatía es notoria y es la minoría previsible la que lee desde siempre.

      «Me gusta leer de noche para combatir el insomnio»
      El analfabetismo funcional es sin duda la relación dominante con la lectura. Hay una impresión dominante: leer es dejar de ver lo interesante, leer es renunciar al ejercicio de la vista. Las madres exclaman al ver al hijo o a la hija leyendo: «¿Qué haces allí sentadote? Ponte a hacer algo útil». Por lo común, se leen los textos que nada más exigen la atención distraída y fragmentaria, o el apego devocional a falsos catecismos (la literatura de «autoayuda»). En América Latina, los prestigios literarios suelen darse por fe y no por demostración. El atractivo hipnótico de la tecnología auspicia generaciones de lectores que no se reconocerían como tales.
          La literatura del self help o de autoayuda pertenece al territorio de las generaciones, ya sin el menor sentido de culpa respecto a sus deberes hacia los libros. Los libros de superación personal son el mejor ejemplo de lo que se lee contradiciendo las tradiciones de la lectura, y son también un regreso al ámbito del Catecismo del padre Ripalda en su versión triunfalista. Un ejemplo:
      P.: ¿Qué es el éxito?
      R.: La única meta digna de obtener en la vida.
      P.: ¿Dónde está el éxito?
      R.: Al alcance de la voluntad de la persona y de su capacidad para conseguirlo en diez lecciones fáciles.
      P.: ¿Dónde se inicia la búsqueda del
      éxito?
      R.: Ante el espejo, asegurando que el rostro tiene una expresión decidida.
          La lectura de los alejados de los libros. Pero éstos, ¿qué leen en rigor? Además de lo evidente (cómics, periódicos deportivos, libros de autoayuda o de superación personal, textos religiosos, divulgaciones de historia nacional e internacional, manuales de la especialidad), leen a través de los diálogos del cine y la televisión (donde el sustrato literario se desvanece), de los mensajes religiosos (amenazados cada vez más por la mercadotecnia), de la publicidad, del habla de los cómicos televisivos.

      Del Mercado del Libro
      ¿Cómo se forman, se amplían o, de ser el caso, se reducen las generaciones de lectores, las hoy llamadas escuetamente el Mercado del Libro? La pregunta surge de un proceso marcado por la crisis de la industria gráfica y la industria editorial, la captura creciente de los puntos de venta por libros que sólo lo son en apariencia (esoterismo, consejos para obtener éxito instantáneo, etcétera), las inmensas dificultades de distribución y la carencia (histórica) de proyecto cultural de las instituciones gubernamentales, carencia que los programas más ostentosos no resuelven. Que el problema es grave lo exhiben las declaraciones extremistas. En 1992, Jaime Labastida, director de Siglo XXI, fue categórico: «Lo que hace falta no son campañas de promoción de la lectura, ni que los libros tengan mejores precios, ni tampoco que existan más bibliotecas y librerías. No necesitamos este tipo de estímulos porque los estímulos son mentales. Cuando hay verdadero interés, la actividad de la lectura se desarrolla por sí misma» (El Universal, 28 de diciembre de 1992).
          En su énfasis, Labastida se acerca un tanto a la tesis macluhaniana del fin de la era de Gutenberg: «La palabra escrita para efectos de diversión, como la novela y el relato, ha cedido mucho espacio a otras formas de entretenimiento, como el cine y la televisión; incluso el cine destruyó de manera completa la actividad teatral y ahora la televisión está destruyendo el cine (industria que ahora también se encuentra en crisis) y a la palabra escrita». La noción un tanto vaga de «estímulos mentales» y la síntesis del panorama, desoladora o defoliada, requieren explicación y matices. Ni el cine destruyó «de manera completa» la actividad teatral, que continúa incesante, aunque en graves dificultades económicas, ni la televisión está destruyendo (modificando sí) al cine, ni la palabra escrita ha perdido lo esencial de su impulso extraordinario. Y en cuanto a «los estímulos mentales», de ser éstos los que imagino, surgen de factores muy variados: las tradiciones de familia y comunidad, la vida estudiantil, las redes amistosas, las modas, las tendencias místicas y paramísticas, los deseos de superación, los descubrimientos personales que, como sea, en ese azar que nunca lo es tanto, necesitan bibliotecas, precios accesibles que persuadan a los lectores de mínimos recursos, campañas permanentes de incitación a la lectura, sistemas eficaces de distribución de la vasta y nunca muy distribuida producción estatal, etcétera. Los métodos —si se quiere convencionales— de acercamiento al libro distan de haberse agotado, entre otras cosas porque nunca se han intentado de manera rigurosa y sistemática, pese a la abundancia relativa de ediciones de libros de calidad que no contrarrestan la falta de proyectos nacionales, la abundancia burocrática y la sujeción de todos los planes a los relevos de gobierno.
          Es notorio el sitio ínfimo que el Estado y la sociedad le conceden a la lectura. Al respecto, Octavio Paz declaró:
      «Los escritores mexicanos trabajamos en condiciones particularmente desventajosas: nuestra industria editorial es raquítica, las ediciones son ridículas por lo que se refiere al número de ejemplares, y aun así penetran muy difícilmente en un público que no lee. Y no lee porque no se ha inculcado en los hogares, ni en las escuelas, el amor a la lectura. La indiferencia ante el libro, general en los pueblos hispánicos, se convierte entre nosotros en una suerte de horror. Para la mayoría de nuestros compatriotas leer un libro es una excentricidad, una curiosidad psicológica que colinda con la patología. Esto ha sido el resultado de años y años de ruidosas campañas de alfabetización» (La Jornada, 16 de enero de 1993).
          La descripción de Paz no es justa. Las campañas de alfabetización han sido importantísimas y el desbordamiento de la enseñanza media y superior ha disminuido el antiintelectualismo en la sociedad (hoy, el libro es objeto de reconocimiento, en actitudes que van del respeto al fetichismo). La nueva generación de lectores aprovecha los resquicios de las oportunidades, y se hace presente en bibliotecas estatales, municipales y universitarias, cadenas de préstamos, fotocopias, búsquedas de saldos. El libro ha llegado errática pero significativamente a sectores que antes lo ignoraban, que si se inhiben ante los precios es por la ausencia del hábito social que considere productivo el gasto económico en un objeto de conocimiento. Los gobiernos, en Saturno, les atribuyen (si algo reconocen) a los rezagos del pasado y la economía mundial la falta de lectura, o la ven como el pago del presente por el bienestar de las generaciones futuras: «Tus nietos gozarán, viajarán, dispondrán de ocios creativos y leerán gracias a tus sacrificios».


      ***
          En materia literaria, está desapareciendo la provincia, en el sentido peyorativo del término. La sigue habiendo en materia de producción y distribución de libros, pero el nivel es semejante, y el conocimiento instalado de los escritores ya no difiere sensiblemente. El criterio de ventas no es de modo alguno sinónimo de calidad, pero tampoco, como lo han probado Rulfo y García Márquez, de falta de calidad. Y se han desvanecido las viejas oposiciones: nacionalismo / cosmopolitismo; alta cultura / cultura popular; tradición / modernidad, antinomias que se reformulan muy de otra manera.

      ¿Cuántos lectores quedan?
      ¿Qué significa la escasez de lectores y cuáles son sus causas? Entre ellas están:
      • El peso, tan señalado, de las rutinas televisivas. En la primera mitad del siglo, al menos en las clases medias, aunque también en sectores obreros, el periódico forma parte de los hábitos hogareños, y el civismo de los niños se inicia al oír a sus familiares discutir interpretaciones y noticias como parte de su vida cotidiana. Esto ahora sólo ocurre excepcionalmente durante los noticieros televisivos, y en lo tocante a la prensa, se confina a los escándalos. El morbo sí es pasión genuina de los lectores y los divulgadores de lo leído a medias.
      • Se busca complacer de modo primordial al «lector real o posible», superficial en extremo, descuidado, atravesado por el rencor social, que satisface sus demandas noticiosas al revisar las cabezas de los periódicos. Y los periódicos latinoamericanos, pese a su genuina vocación internacional, se desentienden del lector ideal, que es, en síntesis, el que de verdad lee los periódicos, y responde de manera crítica y desde posiciones comunitarias a la noticia y sus interpretaciones.
      • Las dificultades adquisitivas se acrecientan. La lectura se encarece y se «privatiza», y el problema se acentúa por la escasez de bibliotecas públicas. Falta hablar de las tecnologías que hoy se proponen como remplazo del libro. Su potencialidad es asombrosa, y muy probablemente determinarán los procesos de la enseñanza. Pero en la medida en que un niño o un joven o una persona adulta se encuentre con objetos poblados de signos descifrables, de los que extrae conocimientos sobre el ser humano, información, deleite, sentido del humor, gozo y cultivo del idioma, en esa medida la resurrección se garantiza.
      • La desconfianza casi instintiva ante lo afirmado en diarios y revistas, lo que se complementa con la credulidad casi instintiva ante los frutos del sensacionalismo. No se cree en la manipulación gubernamental, que usa las ocho columnas como cripta a perpetuidad del presidencialismo; se cree con fervor en las noticias que tienen la apariencia de rumor («¿Ya leíste eso? Parece como si te lo estuvieran diciendo»). Así, los lectores sistemáticos se reducen en cada ciudad a la minoría que lee dos o tres diarios (la excepción serían aquellos dedicados al deporte y los que satisfacen una idea antigua de pueblo: «Colectividad que sólo cree en el crimen, el deporte y el espectáculo»).
      • Según Piso, una valoración internacional de niveles de entendimiento, la capacidad de captar lo esencial de los textos no es lo más notable de América Latina. Se lee, pero se han perdido muchísimos niveles o asideros de comprensión.

        Derechos de los lectores

        Los derechos de los lectores distan de estar garantizados en la mayor parte de las publicaciones que, por lo demás, ni siquiera los consideran. Esto se debe, entre otros motivos, a:

        • El criterio cortesano que jerarquiza las noticias (primero, lo que le interesa al gobierno; ya después, si hay espacio, lo que le interesa a la sociedad).
        • El desinterés ante el seguimiento de noticias de importancia. Al principio, son hechos excepcionales; luego, son situaciones anticlimáticas. Gracias a tal estrategia, a casi todas las publicaciones sólo les interesan las noticias que surgen porque sí y desaparecen acto seguido.
        • La idea dominante, no por jamás verbalizada menos actuante, del rango secundario de lo escrito, relegado por lo televisivo.

            La lectura sigue siendo un acto profundamente personal. Y al Estado y la sociedad les corresponde crear las condiciones para que quien lo desee tenga a su alcance las facilidades o las oportunidades para ejercer como lector, rango nada menospreciable de los placeres de la subjetividad.
        ¿Una conclusión? Tiré mi corazón al azar y me lo ganó la lectura.

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