Sonido Fulgor

domingo, 8 de mayo de 2011

Pellicer, Diego Rivera.


Los "Contemporáneos" y sus Contemporáneos

Por Salvador Elizondo
De la introducción a la antología MUSEO POETICO,
Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1974.

Con el grupo de poetas llamados "los contemporáneos" pasa un poco lo mismo que con Tablada: es difícil ubicarlos en un punto preciso de la cronología. Así como Tablada o su influencia aparecen a cada momento en toda la historia de la poesía mexicana entre la última década del siglo pasado y la sexta del presente, el grupo de "contemporáneos" conoce un proceso de conglomeración paulatina que va de 1915 en que Carlos Pellicer (1899) publica algunos poemas que encarnan ya un nuevo espíritu indefinido, hasta 1928 cuando la colaboración de todos cristaliza, tras varias tentativas parciales, en la publicación de la revista "Contemporáneos" que aparece desde 1928 hasta 1931 y después de lo cual se dispersan, a partir de un punto común a todos, en direcciones diversas.
Todos ellos nacen entre 1899 y 1905, lo que parece ser el único dato de referencia común; nadie ha puesto en duda el que más que una suma de afinidades, representan "los contemporáneos" la afinidad de algunas diferencias radicales, las diferencias que singularizan a cada uno. Si su obra conoció en cada caso la expresión más alta después de que el grupo ya se había disuelto, en todos ellos tuvo también inicios determinantes antes de que el grupo se expresara a través de las páginas de la revista que le dio nombre. Son, en resumidas cuentas, no menos importantes como grupo que como poetas individuales aunque es importancia ocupa diferentes puntos en la historia de la poesía moderna. El estudiante extranjero que desee complementar sus conocimientos del curso de la poesía en México durante los años en que se formó este grupo de poetas, hará bien en visitar el edificio que aloja a la Secretaría de Educación Pública, en la Calle República Argentina en la Ciudad de México. Podrá admirar uno de los mejores momentos de la pintura mexicana en la obra decorativa de murales al fresco que realizó Diego Rivera entre 1923 y 1928. A la luz de las ideas de este gran pintor mexicano el grupo de "los contemporáneos" se ve severamente criticado en un tablero del corredor sur del patio posterior del tercer piso. Los atributos del "Arte", en la concepción purista de esta expresión: la lira, el laurel, la paleta, etcétera, están siendo barridos por una burguesa que es obligada a ello por una mujer del pueblo armada de punta en blanco. Sobre los "atributos" se doblega la masa obesa de un "contemporáneo" con orejas de burro que recibe una patada en el trasero de un campesino u obrero. El movimiento de "los contemporáneos" representa, en grados muy diversos según la personalidad de sus exponentes, en términos generales, la influencia que habiendo partido de Francia casi simultáneamente, estarían destinadas a no encontrarse más que en un punto situado en el infinito: la poesía pura y el surrealismo. Con el surrealismo culminan las posibilidades de la "imagen poética" , es decir las posibilidades que la poesía tiene de estimular la producción de cosas visibles con los ojos cerrados; en la poesía pura culmina la posibilidad de producir cosas "pensables" por medio de la poesía. La poesía pura es el punto más alto, final de la poesía de la inteligencia, como el surrealismo lo es de la sensación.
Esto no es una casualidad; en especial si tenemos en cuenta las circunstancias precisamente cronológicas. Los años veinte son, en toda su extensión, el campo en que medra el surrealismo, pero en el orden crítico son también los años en que se debate denodadamente una cuestión que había tenido sus orígenes en Poe, sus expresiones más notables en Mallarmé (con todo propósito incluimos en el Apéndice Documental algunas expresiones de esta tendencia) y su etapa polémica a partir de la publicación de Charmes de Valéry, que dio lugar a las expostulaciones por las que el Abate Bremond, en 1926, trató de demostrar ante la Academia Francesa que, para que se cumpla la función de la poesía, no es, de ninguna manera, necesario "entender" lo que el poema dice.
En el orden cronológico común de esos poetas ocupa primer lugar Enrique González Rojo (1899-1939), no menos que en el valor de su poesía, especialmente la que produjo en la última etapa de su vida que no ha sido conocida más que a través de ediciones póstumas y por escasas ilustraciones antológicas. Fue un poeta que manejó con maestría todas las grandes innovaciones, como el verso libre sin perder ninguna habilidad para emplear las formas tradicionales desde el "corrido" hasta la stanza. Es, seguramente, el poeta mexicano que más evidentemente deriva de Valéry en los aspectos formales, que son los menos interesantes en la medida en que son tan perfectos. Se adscribe a la contemplación de la luz y del cristal, categoría imposible del ideal poético, denodadamente perseguido desde su germinación primigenia y término indefinible, último, al que se dirige. Veremos claramente a donde va a dar esta corriente que se empecina por conocer o por describir la luz, en el poema con que se cierra esta antología.
Bernardo Ortiz de Montellano (1899-1949) representa dentro del grupo de los "contemporáneos" una instancia especial. Es, en cierto modo, el primer exponente de una tradición poética que podría llamarse mexicana. Su preocupación principal fue el sueño y éste como expresión de la famosa hipálage: el sueño, mono imitador de la muerte. Su "segundo sueño" tiene una estructura idéntica al "Primero" de Sor Juana, que los alumnos no tardarán en descubrir si leen ambos poemas con atención.
Carlos Pellicer (1899) es el poeta que no dejará tenue huella en el espíritu del alumno extranjero, sobre todo si viene de latitudes boreales o australes. Pellicer es, en el aspecto de su poesía descriptiva una forma que como la de Ortiz de Montellano se remonta a Sor Juana, la de Pellicer se remonta a la de Bernardo de Balbuena (1562-1627), primer poeta que describió y elevó al ámbito de la poesía el paisaje de México, es decir la descripción de algo nuevo. Las metáforas tradicionales para describir la naturaleza no le bastaron a este poeta de exuberante sensualidad y de vehemente panteísmo. En su libro Práctica de vuelo (1956) ha recogido su experiencia religiosa que junto con su visión del paisaje de México y de América constituye la parte más importante de su obra.
José Gorostiza (1901-1973) es de todo este grupo el que en su acepción más amplia, es decir más profunda, merece el título de poeta filosófico si es que esta denominación puede ilustrar en algo el significado ultra-filosófico de la poesía. El sentido de su poema Muerte sin fin ha sido explorado por muchos y las conjeturas van desde la explicación dialéctica del mundo hasta la pluralidad de significado. Hay quienes, en nombre de la "construcción poética pura" afirman que carece de significado y que en ella fondo y forma son la misma cosa indistinta. El alumno podrá sacar sus propias conclusiones después de hacer una lectura atenta del poema. Encontrará, sin duda, que se trata de la descripción de un proceso en que las partes que actúan son la inteligencia y la realidad, que está descrita en sí misma como un proceso apocatástico en el que todas las cosas evolucionan hacia sus orígenes... y "al origen fatal de sus orígenes", que es la muerte.
Jaime Torres Bodet (1902-1974). Es, quizás, de todos los "contemporáneos" el poeta en quien la tradición y la novedad encuentra un equilibrio perfecto gracias a la extrema sencillez y delicadeza de su introspección meditativa acerca de las cosas cotidianas que se resuelve en composiciones de profunda y clara diafanidad. Casi toda su obra es el recuento de su vida, transcrito a un ámbito del lenguaje poético en el que las cosas simples se convierten en reflejo de las cosas complejas sin que apenas nos demos cuenta de ello y como sin querer.
Jorge Cuesta (1903-1941) representa junto con González Rojo y Gorostiza lo que podría llamarse el ala intelectualista de los "Contemporáneos"; poetas que provenían de la tendencia fundada por Valéry a partir de las premisas de Mallarmé. Como en el caso de Díaz Mirón la leyenda de su vida abruma muchas veces la clara comprensión de su poesía, pues pasa siempre por alto su condición profesional que, en resumidas cuentas es la que priva sobre el espíritu de su obra maestra, el Canto a un dios mineral. Cuesta fue químico de profesión y de no escasas inquietudes en ese campo de la ciencia tanto como en el de la poesía, esa otra ciencia de la que Valéry decía que era la más exacta de todas. El gran poema de Cuesta proclama claramente esta preocupación fundamental; se trata de un poema acerca de los estados y transformaciones de la materia inerte. El vocabulario alquimístico no contribuye en pequeña medida a la construcción de este poema que concibe la alquimia como lo que se ha revelado que realmente era: la ciencia de la transformación simbólica de la materia, es decir de la química como ciencia de los símbolos, una concepción que no dista mucho de las que se sustentan actualmente en el aspecto teórico y matemático de todas las ciencias. La lectura acuciosa de su poesía no tardará en revelar el fundamento de esta aseveración.
En Xavier Villaurrutia (1903-1950) el movimiento poético de los "Contemporáneos" obtiene su grado más expresivo. Como en Torres Bodet entroncan en la obra de Villaurrutia a la vez que una tradición que se remonta al período barroco de la poesía mexicana y su conceptismo, la novedad de la imagen, pero sin fundirse, conservando cada una de estas formas sus límites precisos dentro de la obra total de Villaurrutia cuyo único denominador común es tal vez la preocupación, como en Ortiz de Montellano, del sueño. Pero si para este poeta el soñar es una "técnica" para ahondar en el misterio y descubrir lo impensado, para Villaurrutia el sueño es una cosa desligada del soñador, una construcción que se erige a sí misma por medio de imágenes que son, a su vez, el resultado de una combinación verbal. La preeminencia de la sensación como valor poético y del juego de palabras y la redundancia expresiva son, en la poesía de Villaurrutia, la reminiscencia de la manera más consumada de López Velarde.
Salvador Novo (1904-1974) es el poeta de este grupo de expresión más variada y de obra más rica; ésta abarca desde poemas escritos a los once años en los que ya es claramente visible lo que habría de ser uno de los caracteres más evidentes de su poesía: la ironía, que será una de las constantes (o variables) más interesantes de la poesía mexicana más reciente que fructifica en el género del epigrama, como veremos un poco más adelante. Pero contra lo que se pudiera pensar en el sentido de que Novo ha sido quien introdujo el humor y la sátira en el curso de nuestra poesía, como consecuencia de su conocimiento de la poesía inglesa por conducto de la cual pudo introducir un especial prosaisismo en la lengua española, no debe impedir que advirtamos que Novo es esencialmente un poeta desencantado en quien la ironía y la desilusión están dirigidos hacia la banalidad de la sociedad contemporánea cuya vida ha sido el tema de su obra durante los últimos años. Los alumnos extranjeros encontrarán en su poesía un reflejo bastante legible de la frivolidad y de la estupidez que el poeta encuentra en casi todos los grandes acontecimientos de nuestra historia reciente.
Con Gilberto Owen (1905-1952) se cierra el ciclo de los "Contemporáneos". Su obra admite una distinción tajante: la que por una parte pone su espíritu plenamente identificado con la vanguardia de sus primeros años de poeta, en que priva muy claramente el espíritu del surrealismo y la vanguardia, y la segunda, de la que son producto sus poemas de mayor introspección meditativa en que a partir de los temas bíblicos consigue algunas obras notables, como los poemas que componen el Libro de Ruth (1944). Damos aquí algunas muestras de las dos maneras esenciales de este poeta, el más joven de su grupo.
Y ahora una precisión cronológica para definir los vagos límites de esta escuela o grupo poético: La revista "Contemporáneos" que dio el nombre general de estos poetas se publicó entre 1928 y 1931. Algunos de ellos se habían dado a conocer antes de la iniciación de la publicación de esta revista. Después de 1931, los "contemporáneos" siguieron rumbos diferentes y sus creaciones más importantes no se dieron sino entre 1935 y 1945, cuando ya el grupo se había vuelto legendario. Fuerza es tener en mente que la importancia fundamental de este período de la poesía mexicana se caracteriza por la asimilación de ciertas ideas -ideas de enorme importancia- en el desarrollo no de una entidad limitada que la nacionalidad hubiera calificado como "la poesía mexicana", sino que justamente por sus caracteres propios se inscribía ya plenamente dentro del orden de la poesía universal. No se puede negar que la poesía de los "Contemporáneos" representa el espíritu de nuestra poesía, si no en su más alto grado de originalidad, sí en su diapasón más amplio de universalidad y aliento cosmopolita.
Otros poetas medraron paralelamente a los "Contemporáneos" en la arca Arcadia mexicana de los años treintas y cuarentas. Algunos de ellos como Elías Nandino (1903) siguieron de cerca las huellas de los "Contemporáneos"; otros, en quienes la poesía mexicana ha conocido algunos grados de su mayor excelencia, fueron los poetas católicos Alfonso Méndez Plancarte (1905-1955) de quien hemos incluido en esta antología un prodigioso soneto bisílabo y Manuel Ponce (1913) de quien incluimos algunos poemas sagrados de atrevidísima técnica. Sus "Misterios" son la asimilación de la técnica del jaikú -que Tablada había introducido en 1918 a la técnica de la poesía en español- a la poesía sacra o litúrgica. El bellísimo poema Ojos de Cristo nos remite claramente a los orígenes de nuestro lenguaje poético y al "Madrigal" de Cetina con el que se inicia la presente antología.
Hemos incluido en el Apéndice Documental algunos poemas de otras lenguas que consideramos que pueden esclarecer el sentido general de la tendencia de la poesía mexicana durante el período que vio el encuentro y la dispersión de los "Contemporáneos". Poetas avocados a la pureza y a la autonomía del poema, fue quizás Paul Valéry su paradigma. De él damos allí su famoso Le cimetiêre marin. De su maestro Stephane Mallarmé damos la versión original de Le tombeau d'Egar Poe que los alumnos podrán comparar con una excelente versión española debida a Jorge Cuesta, en la sección correspondiente de este poeta. Asimismo damos en la Sección Documental dos versiones contemporáneas del poema de Mallarmé al inglés. Los alumnos extranjeros de esta lengua seguramente las encontrarán esclarecedoras del sentido que universalmente ha cobrado la poesía a partir de ese momento.

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