Luego de observar las flores blancas en lo alto allí donde el verde y el blanco se superponen al azul del cielo del día, luego de sentir esas ramas de ocho a quince metros tan delgadas, tan flexibles, subiendo y bajando al mismo tiempo, luego de acercarse tanto al pájaro que uno mismo era quien se metía entre los árboles que son como arbustos, esos árboles donde todo lo que entra no sabe más que perderse allí en el fondo de los árboles, luego de esto llegó el niño de la casa de enfrente a cuestionar todo lo que existe, ha existido y nunca existirá en este mundo. Cuestiona tanto que uno no ha podido más que ser uno más de los cuestionados, y qué bueno, porque uno ha aprendido de ese niño que a todos los cuestiona, a permanecer en el cuestionamiento. Ayudar a un ser amado dejándole que haga lo que quiera no es una ayuda sincera, y casi siempre esta relación termina por desordenarse. La mejor manera de ayudarle a alguien, cercano o no, es cuestionándolo. Y la mejor manera de recibir ayuda es permitiendo que se nos cuestione. Pero si nuestro orgullo es poderoso lo único que haremos es alejar de nosotros a quien nos ama. Dejar que nos cuestionen es tan importante como cuestionar las verdades que día con día se nos imponen y nosotros mismos nos imponemos. Pero el orgullo es demasiado poderoso, demasiado astuto, y por eso el orgullo es autodestructivo y peligroso. El orgullo conduce a la insatisfacción, o de algún modo se relacionan. La insatisfacción es perversa, vanidosa, superficial, soberbia y cruel. La máscara del orgullo no es divertida como la de los bufones, la máscara del orgullo ha torturado y seguirá despreciando. La vanidad y el orgullo hacen al hombre ser esclavos de una absurda idea. Después del orgullo uno escucha a quien ama, y aún a quien no ama. Después del orgullo a uno no le queda más que escuchar, y por eso uno escuchó al niño que tanto lo cuestionaba. Y así fue que uno, lentamente, se convirtió en algo que cambiaba tan rápido como el fuego. Sus manos, su cuerpo y su corazón participaron en esa lucha sin conflicto, en esa búsqueda tan grande. Su cerebro vibró y sus ojos ardieron. La sangre se había calmado con el agua helada de la tarde pero más tarde, con la danza de la noche, volvería a bullir y el corazón habría de acelerarse, y él no tendría más que ir hacia lo otro. Porque Dios habla a través de quien ama, uno debe escuchar a quien ama, a quien no ama y también a Dios. Uno sólo debe escuchar, sin opinión, sin juicio, sin orgullo. Así lo hace y la noche está enamorada de sí misma.
Todo el sentido de la vida se ocupa en encontrar tu dignidad, tu propia dignidad, esa leyenda que arderá por los siglos de los siglos, y que no tiene ceniza.
Más allá de los infelices sueños de los hombres la noche está cubierta de estrellas y aún con las lámparas eléctricas de un amarillo muy violento, no en sí sino para la serena oscuridad de la noche, aún con esas luces amarillas, altas y estorbosas para esta visión, aún con ellas la noche parece haber cubierto este monte con un velo infinito y delgado, aún más delgado que las ramas de la tarde, aún más delgado que los pájaros de la mañana, aún más ligero que el aire que corre deprisa y de golpe se aquieta, un velo lleno de repentinos perros ladrando y largos vacíos muy hondos. La noche cubre a la tierra como si la tierra se pareciera más a la noche que al día, como si la tierra fuera también delgada como la noche, como una línea delgada a mitad de una esfera, y que no tiene la pesadez de sus rocas, de su tierra compacta, todo es como si la noche y la tierra vivieran desde siempre juntas y fueran, juntas, la arena más fina.
La noche, madre del búho, ella se fue para volver, ella se irá con sus profundos lenguajes y entonces nos quedaremos con el sol. Nada se queda fuera de este hermoso ciclo. Ahora el cielo está gris de nubes, pero un gris supremo, no el gris que comúnmente el hombre imagina. Es un gris espeso y plácido. Como una puerta que está por abrirse para ver a la luna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario