sábado, 28 de febrero de 2009
Aviso
Por medio de la presente expreso que
PRIMERO La danza onírica se traslada a las radios michoacanas y a la web auditiva, tons, pongan cosas pensando en esto, considerando los oídos, lo que más nos es útil para la radio es la música y la literatura, canciones y textos breves, de calidad, ya sean originales o de autor.
SEGUNDO Básicamente lo primero.
TERCERO LA DANZA DE LOS SUEÑOS MARTES 9 PM 1550 AM, MICHOACÁN, fecha de inicio a consideración de las fuerzas de expansión, fricción y demás movimientos de piltrafas moleculares.
ETM
jueves, 26 de febrero de 2009
Diario de Krishnamurti, obra de oro
Libro de Notas.
Roma e Florencia. Septiembre 27 a Octubre 18, 1961
Caminando a lo largo de la vía pavimentada que domina la basílica mayor y más abajo los famosos escalones que llevan a la fuente, con gran cantidad de flores selectas de variados y múltiples colores, y cruzando la atestada plaza seguimos por una estrecha calle de dirección única [vía Margutta], tranquila, con no demasiados automóviles; ahí, en esa calle oscuramente iluminada, súbitamente y del modo más inesperado advino «lo otro» con tan intensa ternura y belleza que el cuerpo y el cerebro quedaron inmóviles. Hasta ahora y por algunos días ello no había hecho sentir su inmensa presencia; estaba ahí vagamente, a la distancia, sólo un susurro y, no obstante, en él lo inmenso se manifestaba sutilmente, con expectante paciencia. El pensamiento y el habla se desvanecieron y había un júbilo peculiar acompañado de claridad. Ello prosiguió con menor intensidad por la larga y estrecha calle hasta que el rugir del tráfico y el atestado pavimento nos tragaron a todos. Era una bendición que estaba más allá de todas las imágenes y pensamientos.
28
En raros e inesperados momentos, «lo otro» ha venido súbita e imprevisiblemente y prosiguió su camino, sin invitación y sin que hubiera habido necesidad de ello. Toda necesidad y toda exigencia interna deben cesar por completo para que ello sea.
La meditación en las tranquilas horas de la madrugada, sin ningún automóvil cerca que metiera ruido, era el descubrimiento de la belleza. No era el pensamiento; no era ninguna sustancia externa o interna que estuviera expresándose a sí misma; no era el movimiento del tiempo, porque el cerebro estaba quieto. Era la negación total de todo lo conocido, no una reacción sino una negación que no tenía causa; era un movimiento en completa libertad, un movimiento que no tenía dirección ni medida; en ese movimiento había una energía ilimitada cuya misma esencia era silencio, quietud. Su acción era inacción total, y la esencia de esa inacción es libertad. Había una gran bienaventuranza, un gran éxtasis que pereció al ser tocado por el pensamiento.
30
El sol se estaba poniendo entre grandes nubes coloreadas tras de las colinas de Roma; eran nubes brillantes, el cielo estaba salpicado de ellas, y toda la tierra se puso espléndida, aun los postes del telégrafo y las interminable filas de edificios. Pronto oscurecería y el automóvil corría velozmente [17]. Las colinas se desvanecían y la campiña se aplanaba. Mirar con el pensamiento y mirar sin el pensamiento son dos cosas diferentes. Mirar con el pensamiento esos árboles al costado de la carretera y los edificios al otro lado de los áridos campos, mantiene al cerebro atado a sus propias amarras de tiempo, experiencia, memoria; la maquinaria del pensamiento trabaja interminablemente, sin descanso, sin frescor; el cerebro se vuelve torpe, insensible, sin el poder de recuperación. Está eternamente respondiendo al reto, y su respuesta es inapropiada, nunca es fresca, nueva. Mirar con el pensamiento mantiene al cerebro en el surco del hábito y del reconocimiento; lo torna cansado y perezoso; vive dentro de las estrechas limitaciones de su propia hechura. Nunca es libre. Esta libertad tiene lugar cuando no es el pensamiento el que mira; mirar sin el pensamiento no significa una observación en blanco, estar ausente, distraído. Cuando el pensamiento no mira, entonces hay sólo observación, sin el proceso mecánico del reconocimiento y la comparación, la justificación y la condena; este ver no fatiga al cerebro porque han cesado todos los procesos mecánicos del tiempo. Mediante el completo descanso, el cerebro se refresca a fin de responder sin reacción, de vivir sin deterioro, de morir sin la tortura de los problemas. Mirar sin el pensamiento es ver sin la interferencia del tiempo, del conocimiento y el conflicto. Esta libertad para ver no es una reacción; todas las reacciones tienen causas; mirar sin reacción alguna no es indiferencia, ni aislamiento, ni separativa frialdad. Ver sin el mecanismo del pensamiento es el ver total sin particularización ni división, lo que no significa que la separación y la desigualdad no existan. El árbol no se transforma en una casa ni la casa en un árbol. Ver sin el pensamiento no adormece el cerebro; por el contrario, éste se halla totalmente despierto, atento, sin fricción ni dolor. La atención sin las fronteras del tiempo es el florecimiento de la meditación.
Octubre 3
Las nubes eran magnificas, el horizonte estaba cubierto de ellas, salvo en el oeste donde el cielo se hallaba despejado. Algunas nubes eran negras, cargadas de truenos y lluvia; otras, de un blanco puro, llenas de luz y esplendor. Las había de todas las formas y tamaños, delicadas, amenazantes, como olas; se amontonaban las unas contra las otras, con inmenso poder y belleza. Parecían inmóviles pero había un impetuoso movimiento dentro de ellas y nada podía refrenar su arrasadora inmensidad. Un viento suave soplaba desde el oeste, conduciendo estas vastas montañas de nubes contra las colinas; las colinas daban forma a las nubes y las formas se movían con estas nubes de luz y oscuridad. Las colinas con sus aldeas desparramadas aquí y allá, esperaban por las lluvias que tanto estaban tardando en llegar; esas colinas pronto estarían verdes otra vez y los árboles perderían pronto sus hojas con el ya cercano invierno. La recta carretera estaba bordeada a cada lado con árboles de bellas formas y el automóvil la recorría a gran velocidad, aun en las curvas; había sido hecho para desarrollar grandes velocidades en carreteras y se estaba comportando muy bien esa mañana [18]. Lo habían modelado para acelerar, para bajar la velocidad bordeando la carretera. Muy pronto dejamos el campo y entramos en la ciudad [Roma] pero aquellas nubes estaban ahí, inmensas, furiosas y expectantes.
En medio de la noche [en Circeo], cuando todo estaba completamente quieto excepto por el ocasional grito de un búho que llamaba sin obtener respuesta, en una casita en los bosques [19], la meditación era un puro gozo, sin el aleteo de un solo pensamiento con sus interminables sutilezas; era un movimiento que no tenía fin, una observación desde el vacío en la que había cesado todo movimiento del cerebro. Era un vacío para el que nunca había existido el conocer; era un vacío que no había conocido el espacio; era un vacío de tiempo. Estaba más allá de todo ver, conocer y ser. En este vacío había furia, la furia de una tempestad, la furia del universo en explosión, la furia de la creación que nunca podría expresarse de ningún modo. Era la furia de toda la vida, la muerte y el amor. Pero no obstante era el vacío, un vasto, ilimitado vacío que nada podría llenar jamás, ni transformar, ni abarcar. La meditación era el éxtasis de este vacío.
La sutil relación que hay entre la mente, el cerebro y el cuerpo, es el complicado juego de la vida. Hay desdicha cuando uno predomina sobre el otro y la mente no puede dominar el cerebro o el organismo físico; cuando hay armonía entre ambos, entonces la mente puede consentir en obrar de acuerdo con ellos; ella no es un juguete de ninguno de los dos. Lo total puede contener lo particular, pero lo pequeño, la parte, jamás puede formular el todo. Es algo increíblemente sutil para ambos el vivir juntos en completa armonía, sin que el uno o el otro domine, opte, ejerza violencia. El intelecto puede destruir el cuerpo y lo hace, y el cuerpo con su torpeza e insensibilidad puede pervertir al intelecto y ocasionar su deterioro. El descuido del cuerpo con su complacencia y sus gustos en reclamo permanente, con sus apetitos, puede volver al cuerpo pesado e insensible y así embotar el pensamiento. Y el pensamiento, cuando se torna más refinado, más sagaz, puede descuidar y de hecho descuida las exigencias del cuerpo, el que entonces comienza a pervertir al pensamiento. Un cuerpo obeso, grosero, interfiere con las sutilezas del pensamiento, y el pensamiento, al escapar de los conflictos y problemas que él ha engendrado, hace del cuerpo realmente una cosa perversa. El cuerpo y el cerebro han de ser sensibles y estar en armonía para acompañar la increíble sutileza de la mente, que siempre es explosiva y destructiva. La mente no es un juguete del cerebro, cuya función es mecánica.
Cuando se ve la absoluta necesidad de una armonía total del cerebro y del cuerpo, entonces el cerebro vigilará al cuerpo sin dominarlo, y este mismo vigilar agudiza al cerebro y hace que el cuerpo sea sensible. El ver es el hecho, y con el hecho no hay transacciones; el hecho podrá ser descartado, negado o eludido, pero seguirá siendo un hecho. Lo que es esencial es la comprensión del hecho y no su evaluación. Cuando el hecho es visto, entonces el cerebro está alerta a los hábitos, a los factores degenerativos del cuerpo. Entonces el pensamiento no impone una disciplina sobre el cuerpo ni lo controla. Porque la disciplina y el control contribuyen a la insensibilidad, y cualquier forma de insensibilidad es deterioro, marchitez.
De nuevo al despertar, automóviles rugiendo en la cuesta de la colina y en el aire se respiraba el aroma de un bosquecillo cercano [20], y la lluvia golpeaba sobre la ventana, ahí estaba otra vez «lo otro» llenando la habitación; era intenso y había en ello una sensación de furia; era la furia de una tormenta, de un río pletórico y rugiente, la furia de la inocencia. Estaba ahí en la habitación con tal plenitud, que toda forma de meditación llegó a su fin y el cerebro estaba mirando, sintiendo desde su propio vacío. Ello persistió por un tiempo considerable pese a la furia de su intensidad, o bien a causa de ella. El cerebro quedó vacío, lleno de «lo otro», que hacia trizas cuanto uno pensaba, sentía o veía; era un vacío en el que nada existía. Ese vacío era completa destrucción.
4
El tren [a Florencia] iba muy rápido, a más de noventa millas por hora; los pueblos sobre las colinas eran familiares y el lago [Trasimenus] parecía un amigo. Era un país familiar, el olivo y el ciprés y el camino que seguía el ferrocarril. Estaba lloviendo y la tierra se alegraba de ello porque habían transcurrido meses sin lluvia, y ahora se veían nuevos retoños verdes y los ríos, de color pardo, se deslizaban henchidos y veloces. El tren seguía por los valles, lanzando su aviso en los cruces, y los obreros que trabajaban a lo largo de las vías interrumpían su tarea para saludar con la mano cuando el tren amenguaba la velocidad. Era una mañana fresca y agradable, y el otoño tornaba el color de muchas hojas en amarillo y castaño; estaban arando profundamente la tierra para la siembra de invierno, y las colinas parecían tan amigables, nunca demasiado altas, y tan apacibles, tan antiguas. El tren eléctrico corría otra vez a mucha velocidad, y los conductores nos habían dado la bienvenida invitándonos a entrar en su casilla, porque nos habíamos encontrado varias veces en el curso de algunos años; antes de que el tren arrancara nos dijeron que debíamos ir a verlos; eran tan amigables como los ríos y las colinas. Desde la ventanilla de ellos uno veía extenderse todo el campo; y las colinas con sus poblados y el río cuyo curso estábamos siguiendo parecían estar a la espera del familiar bramido de su tren. El sol rozaba unas pocas colinas y había una sonrisa sobre la faz de la tierra. Mientras corríamos velozmente hacia el norte el cielo se aclaraba y los cipreses y olivos se mostraban delicados en su esplendor contra el azul del cielo. La tierra, como siempre, era bella.
Era noche profunda cuando la meditación llenaba los espacios del cerebro y más allá. La meditación no es un conflicto, una guerra entre lo que es y lo que debería ser; no había control alguno y, por tanto, no había distracción. No había contradicción entre el pensador y el pensamiento porque no existía ninguno de los dos. Sólo había un ver sin el observador; este ver provenía del vacío, y el vacío no tenía causa. Toda causalidad engendra inacción, la cual es llamada acción.
Qué extraño es el amor y qué respetable se ha vuelto: el amor a Dios, el amor al prójimo, el amor a la familia. Qué pulcramente se le ha dividido, el profano y el sagrado; deber y responsabilidad; obediencia y buena voluntad para morir y para dar muerte. Los sacerdotes hablan de él y lo mencionan los generales cuando planean las guerras; de él se lamentan eternamente los politices y la dueña de casa. Los celos y la envidia alimentan el amor, y en ese amor se encuentra aprisionada la relación. El amor está en la pantalla y en las revistas, y lo pregona estridentemente la radio y la televisión. Cuando la muerte se lleva al amor, está la fotografía en el marco o la imagen que la memoria continua repasando, o es celosamente mantenido por medio de la creencia. Generación tras generación se educan en esto y así el dolor prosigue interminablemente.
La continuidad del amor es placer y con éste viene siempre el dolor, pero nosotros tratamos de evitar a uno y de aferrarnos al otro. Esta continuidad implica estabilidad y seguridad en la relación, y en la relación no debe haber ningún cambio porque la relación es hábito, y en el hábito hay seguridad y hay dolor. Es a esta inacabable maquinaria de placer y dolor que nos aferramos, y esta cosa es llamada amor. Para escapar de su aburrimiento están la religión y el romanticismo. Las palabras cambian y se modifican con cada uno, pero el romanticismo ofrece un maravilloso escape del hecho que constituyen el placer y el dolor. Y, por supuesto, el último refugio, la última esperanza es Dios, quien así se ha vuelto muy respetable y provechoso.
Pero todo esto no es amor. El amor no tiene continuidad; no puede ser trasladado al mañana, no tiene futuro. Si lo tiene es memoria, recuerdos, y los recuerdos son cenizas de todo cuanto está muerto y sepultado. El amor no tiene mañana; no puede ser encerrado en el tiempo y convertido en algo respetable. El amor está ahí cuando el tiempo no está. El amor no tiene expectativas ni esperanzas; la esperanza engendra la desesperación. No pertenece a ningún dios y, por tanto, a ningún pensamiento ni sentimiento. No puede ser conjurado por el cerebro. Vive y muere a cada minuto. Es algo terrible, porque el amor es destrucción. Es destrucción sin mañana. Amor es destrucción.
miércoles, 25 de febrero de 2009
XIII
a)
Las noche adquiere una conexión familiar con la neblina.
Van de la mano, fornican y se extrañan en la lejanía;
se retuercen y tiemblan de frío con un viento helado
y se estacionan en el pico de un cerro solitario.
En el otoño tiñen el bosque de espíritus rojizos
y guardan el crujido de la tierra, de las hojas muertas.
Nuevas hojas tendrán el mismo lugar y el mismo sonido,
nuevas ramas brotarán de las yagas de las ramas viejas,
hasta que las raíces se arraiguen profundas en la piedra
y los musgos cubran finalmente el último rastro del hombre.
Entonces la noche y la neblina seguirán fornicando:
lo suyo va más allá del tiempo que a nosotros nos marca.
Su juego ha sido un testigo mudo y fiel de nuestras vidas,
el ejemplo claro de cuánto podemos marchitarnos.
b)
Si es así,
¿por qué seguir preguntándonos por nosotros, nuestras vidas?
¿Por qué seguir midiéndonos con arena y manecillas?
La respuesta sería no tener nada más que preguntar.
Si el sol para nosotros es medida y no pura vida
¿para qué seguir preguntándonos?
Si tenemos contados los amaneceres y las noches,
¿para qué seguir midiéndonos?
Habría que encontrar un juego como la noche y la neblina,
olvidarnos de nosotros mismos mientras lo jugamos,
de nuestras preguntas, medidas, respuestas y muertes,
y no pensar en nada más, y florecer, y extrañar, y fornicar,
y todos los amaneceres y todos los anocheceres
y rojo y verde y el minuto y el segundo
Diego A.
XXV
atardecer
nubes hinchadas
surgen de los montes
llueven presagios
luego la calma
viene gris
sólo silencio
la brisa lenta
recupera su color:
capas de luces
el horizonte
ondulando a lo lejos
peina la noche
verde florecer
y los tallos que brotan
y las hojas que cantan
una montaña
despierta con el verde
y se echa a andar
el sol rojizo
cabalga las montañas
viene la noche
XIII
tren
de lusitania a hispania
un pasaje amplio
de tierra, yerba y montaña.
la piedra virgen y olivares desperdigados.
canales oscuros y quietos
que reflejan delgadas filas de árboles.
y a la vista de esos seres amorfos,
tan delicadamente formados uno junto a otro,
la palabra árbol no es suficiente.
pensándolo bien,
tampoco la palabra canal.
pensándolo bien,
las palabras no bastan ni bastarán.
doce horas.
hispania de punta a punta
se ha recorrido por la ventana del tren.
de los viejos pasos del viajero
se borran poco a poco las huellas.
los días comienzan y transcurren
en asientos incómodos.
de llanuras a montañas verdes,
y casas insertadas en los montes.
y las palabras no bastan…
podría vivir toda mi vida en un tren,
en la cambiante ventana
errática como aurora.
erótica como aurora.
buscaría la paz en un paisaje frondoso
y me reinventaría con cada nueva visión.
aunque las palabras nunca basten,
las mías serían palabras peregrinas,
y se parecerían más al viento
que a todas las palabras.
Diego A.
XI
tumba de Fernando Pessoa
tres meses (más o menos)
para llenar un cuaderno de letras.
un año o dos
para no estar de acuerdo
con lo que fuiste
un año o dos antes.
no es un problema de tiempo,
porque el tiempo no existe.
es un problema de presente.
quién somos y cómo somos
lo que somos.
doblegarnos
a nuestros propios límites.
nos queremos tanto
que aun en la muerte
seguimos venerando
nuestros viejos huesos
en nuevos mausoleos.
trascendemos a nuestros muertos
buscando nuestra propia
trascendencia en la muerte.
lunes, 23 de febrero de 2009
viernes, 20 de febrero de 2009
jueves, 19 de febrero de 2009
Un poema de Ernesto Cardenal
Recibe estas rosas
costarricenses,
Myriam, con estos
versos de amor
mis versos te recordarán
que los rostros
de las rosas se
se parecen al tuyo
las rosas
te recordarán
que hay que cortar
el amor,
Y que tu rostro
pasará como
Grecia y Roma
Cuando no haya
más amor
ni rosas de Costa Rica
Recordarás, Myriam,
esta triste canción.
Un soneto de Miguel de Cervantes
¿Quién dejará, del verde prado umbroso,
las frescas yerbas y las frescas fuentes?
¿Quién, de seguir con pasos diligentes
la suelta liebre o jabalí cerdoso?
¿Quién, con el son amigo y sonoroso,
no detendrá las aves inocentes?
¿Quién, en las horas de la siesta, ardientes,
no buscará en las selvas el reposo,
por seguir los incendios, los temores,
los celos, iras, rabias, muertes, penas
del falso amor que tanto aflige al mundo?
Del campo son y han sido mis amores,
rosas son y jazmines mis cadenas,
libre nací, y en libertad me fundo.
Un poema de Dámaso Alonso
3A. PALINODIA: DETRÁS DE LO GRIS
Ah, yo quiero vivir
dentro del orden general
de tu mundo.
Necesito vivir entre los hombres.
Veo un árbol: sus brazos ya en angustia
o ya en delicia lánguida
proclaman su verdad:
su alma de árbol se expresa,
irreductiblemente única.
Pero el hombre que pasa junto a mí
el hombre moderno
con sus radios, con sus quinielas, con sus películas sonoras
con sus automóviles de suntuosa hojalata
o con sus tristes vitaminas,
mudo tras su etiqueta que dice «comunismo» o «democracia» dice,
con apagados ojos y un alma de ceniza
¿que es?, ¿quién es?
¿Es una mancha gris, un monstruo gris?
Monstruo gris, gris profundo,
profundamente oculta sus amores, sus odios,
gris en su casa,
gris en su juego,
en su trabajo, gris,
hombre gris, de gris alma.
Yo quiero, necesito,
mirarle allá a la hondura de los ojos, conocerle,
arrancarle su careta de cemento,
buscarle por detrás de sus tristes rutinas.
Por debajo de sus fórmulas de lorito
real (¡Pase usted! ¡Tanto gusto!),
aventarle sus tumbas de ceniza
huracanarle su cloroformo diario.
Un día llegará en que lo gris se rompa,
y tus bandos resuenen arcangéíicos,
oh gran Dios.
Dime, Dios mío, que tu amor refulge
detrás de la ceniza.
Dame ojos que penetren tras lo gris
la verdad de las almas,
la hermosa desnudez de tu imagen:
el hombre.
MALA SANGRE (Arthur Rimbaud)
De mis antepasados galos, tengo los ojos azul pálido, el cerebro pobre y la torpeza en la lucha. Me parece que mi vestimenta es tan bárbara como la de ellos. Pero yo no me unto de grasa la cabellera.
Los galos fueron los desolladores de animales, los quemadores de hierbas más ineptos de su época. Les debo: la idolatría y la afición al sacrilegio; ¡oh! todos los vicios, cólera, lujuria, la lujuria, magnífica; sobre todo, mentira y pereza.
Siento horror por todos los oficios. Maestros obreros, todos campesinos, innobles. La mano en la pluma equivale a la mano en el arado. -¡Qué siglo de manos!- Yo jamás tendré una mano. Además, la domesticidad lleva demasiado lejos. La honradez de la mendicidad me desespera. Los criminales asquean como castrados: yo, por mi parte, estoy- intacto y eso me da lo mismo.
Pero, ¿qué es lo que ha dotado a mi lengua de tal perfidia, para que hasta aquí haya guardado y protegido mi pereza? Sin ni siquiera servirme de mi cuerpo para vivir y más ocioso que el sapo, he subsistido dondequiera. No hay familia en Europa a la que no conozca. -Hablo de familias como la mía, que todo se lo deben a la Declaración de los Derechos del Hombre-. ¡He conocido cada hijo de familia!
¡Si yo tuviera antecedentes en un punto cualquiera de la historia de Francia!
Pero no, nada.
Me resulta bien evidente que siempre he sido de raza inferior. Yo no puedo comprender la rebelión. Mi raza no se levantó jamás sino para robar: así los lobos al animal que no mataron.
Rememoro la historia de Francia, hija mayor de la Iglesia. Villano, hubiera yo emprendido el viaje a Tierra Santa; tengo en la cabeza rutas de las llanuras suabas, panoramas de Bizancio, murallas de Solima, el culto de liaría, el enternecimiento por el Crucificado, despiertan en mí entre mil fantasías profanas. Estoy sentado, leproso, sobre ortigas y tiestos rotos, al pie de un muro roído por el sol. Más tarde, reitre, hubiera vivaqueado bajo las noches de Alemania.
Ah, falta aún: danzo en el aquelarre, en un rojo calvero, con niños y con viejas.
Mis recuerdos no van más lejos que esta tierra y que el cristianismo. Nunca acabaré de verme en ese pasado. Pero siempre solo; sin familia; hasta esto, ¿qué lengua hablaba? Jamás me veo en los consejos del Cristo; ni en los consejos de los Señores, representantes del Cristo.
¿Qué era yo en el siglo pasado? Sólo hoy vuelvo a encontrarme. No más vagabundos, no más guerras vagas. La raza inferior lo ha cubierto todo -el pueblo, como dicen-; la razón, la nación y la ciencia. ¡Oh, la ciencia! Todo se ha hecho de nuevo. Para el cuerpo y para el alma -el viático- tenemos la medicina y la filosofía-los remedios de comadres y los arreglos de canciones populares. ¡Y las diversiones de los príncipes y los juegos que ellos prohibían! ¡Geografía, cosmografía, mecánica, química! ...
¡La ciencia, la nueva nobleza! El progreso. ¡El mundo marcha! ¿Por qué no había de girar?
Es la visión de los números. Vamos al Espíritu. Esto es muy cierto, es oráculo esto que digo. Lo comprendo, pero como no sé explicarme sin palabras paganas, querría callar.
La sangre pagana renace. El Espíritu está cerca, ¿por qué no me ayuda Cristo dando a mi alma nobleza y libertad? ¡Ay, el Evangelio ha fenecido! ¡El Evangelio! El Evangelio.
Yo espero a Dios con gula. Soy de raza inferior por toda la eternidad.
Heme aquí en la playa armoricana. Ya pueden iluminarse de noche las ciudades. Mi jornada ha concluido; dejo la Europa. El aire marino quemará mis pulmones; me tostarán los climas remotos. Nadar, aplastar la hierba, cazar, fumar sobre todo; beber licores fuertes como metal fundido --como hacían esos caros antepasados en torno de las hogueras.
Regresaré con miembros de hierro, la piel oscura, los ojos furiosos: de acuerdo a mi máscara, me juzgarán de raza fuerte. Tendré oro: seré ocioso y. brutal. Las mujeres cuidan a esos inválidos feroces que retornan de las tierras calientes. Me inmiscuiré en los asuntos políticos. Salvado.
Ahora estoy maldito, tengo horror de la patria. Lo mejor es un sueño bien ebrio, sobre la playa.
No hay tal partida. Retomemos los caminos de aquí, cargado con mi vicio, el vicio que ha hundido sus raíces de sufrimiento en mi flanco desde la edad de la razón, que sube al cielo, me golpea, me derriba, me arrastra.
La última timidez y la última inocencia. Está dicho. No mostrar al mundo mis ascos y mis traiciones.
¡Vamos! La caminata, el fardo, el desierto, el hastío y la cólera.
¿A quién alquilarme? ¿Qué bestia hay que adorar? ¿Qué santa imagen atacamos? ¿Qué corazones romperé? ¿Qué mentira debo sostener? ¿Entre qué sangre caminar?
Mas vale guardarse de la justicia. La vida dura, el simple embrutecimiento, levantar, con el puño seco, la tapa del ataúd, sentarse, sofocarse. Así, nada de vejez, ni de peligros: el terror no es francés.
-¡Ah! estoy tan desamparado, que ofrezco a cualquier divina imagen mis ímpetus de perfección.
¡Oh mi abnegación, oh mi caridad maravillosa! ¡Aquí abajo, no obstante!
De profundis Domine, ¡si seré tonto!
Muy niño aún, admiraba yo al galeote intratable sobre el que siempre vuelve a cerrarse la prisión; visitaba las posadas y los albergues que él hubiera consagrado habitándolos; veía a través de su idea el cielo azul y el florido trabajo de los campos; husmeaba su fatalidad en las ciudades. Y él tenía más fuerza que un santo, más sentido común que un viajante)-y sólo se tenía a sí, ¡a sí mismo! como testigo de su razón y de su gloria.
En las rutas, durante las noches de invierno, sin techo, sin ropas, sin pan, una voz me estrujaba el corazón helado: "Flaqueza o fuerza: ya está, es la fuerza. Tú no sabes adónde vas, ni por qué vas, entra en todas partes, responde a todo. No han de matarte más que si ya fueras un cadáver". A la mañana, tenía la mirada tan perdida y tan muerto el semblante que los que se encontraban conmigo acaso no me vieron.
En las ciudades, el barro se me aparecía de pronto rojo y negro, como un espejo cuando la lámpara circula en la pieza vecina, ¡como un tesoro en la selva! Buena suerte, gritaba yo, y veía en el cielo un mar de humo v de llamas; y a derecha, y, a izquierda, todas las riquezas ardían como un millar de rayos.
Pero la orgía y la camaradería de las mujeres me estaban prohibidas. Ni siquiera un compañero. Yo me veía ante una muchedumbre exasperada, frente al pelotón de ejecución, llorando la desgracia de que no hubieran podido comprender, ¡y perdonando! ¡Como Juana de Arco! "Sacerdotes, profesores, maestros, os equivocáis al entregarme a la justicia. Jamás he pertenecido a este pueblo; yo no he sido jamás cristiano; yo soy de la raza que cantaba en el suplicio; no comprendo las leyes; no tengo sentido moral, soy una bestia: os estáis equivocando ..."
Sí, tengo los ojos cerrados a vuestra luz. Yo soy un animal, un negro. Pero yo puedo ser salvado. Vosotros sois falsos negros, vosotros maniáticos, feroces, avaros. Mercader, tú eres negro; magistrado, tú eres negro; general, tú eres negro; emperador, vieja comezón, tú eres negro: tú has bebido un licor no tasado, de la fábrica de Satán. Este pueblo está inspirado por la fiebre y el cáncer. Inválidos y viejos son tan respetables, que merecen ser hervidos. Lo más discreto es abandonar este continente, donde ronda la locura para proveer de rehenes a esos miserables. Entro en el verdadero reino de los hijos de Cam.
¿Conozco al menos la naturaleza? ¿Me conozco? Basta de palabras. Sepulto a los muertos en mi vientre. ¡Gritos, tambor, danza, danza, danza, danza! Ni siquiera se me ocurre que a la hora en que los blancos desembarquen, yo caeré en la nada.
¡Hambre, sed, gritos, danza, danza, danza, danza!
Los blancos desembarcan. ¡El cañón! Hay que someterse al bautismo, vestirse, trabajar.
He recibido en el corazón el rayo de la gracia. ¡Ah, no lo había previsto!
No he cometido mal alguno. Los días me van a ser ligeros, me será ahorrado el arrepentimiento. No habré padecido los tormentos del alma casi muerta para el bien, en la que vuelve a subir la luz, severa como los cirios funerarios. La suerte del hijo de familia, féretro prematuro cubierto de límpidas lágrimas. No hay duda de que el libertinaje es tonto, el vicio es tonto; hay que arrojar lejos la podredumbre. ¡Pero el reloj no habrá llegado a sonar solamente la hora del puro dolor! ¿Voy a ser arrebatado como un niño para jugar en el paraíso olvidado de toda la desgracia?
¡Pronto! ¿Hay otras vidas? El sueño en medio de la riqueza es imposible. La riqueza siempre ha sido bien público. Sólo el amor divino otorga las llaves de la ciencia. Veo que la naturaleza no es más que un espectáculo de bondad. Adiós quimeras, ideales, errores.
El canto razonable de los ángeles se alza desde el navío salvador: es el amor divino. ¡Dos amores! Puedo morir de amor terreno, morir de abnegación. ¡Yo he dejado almas cuya pena se acrecentará con mi
partida! Vos me elegisteis de entre los náufragos; ¿no son amigos míos los que quedan?
¡Salvadlos!
Me nació la razón. El mundo es bueno. Bendeciré la vida. Amaré a mis hermanos. Estas no son ya promesas infantiles. Ni la esperanza de escapar a la vejez y a la muerte. Dios es mi fuerza y yo alabo a Dios.
El hastío ha dejado de ser mi amor. Las cóleras, los libertinajes, la locura -cuyos impulsos y desastres conozco, todo mi fardo está en el suelo. Apreciemos sin vértigo la extensión de mi inocencia. Ya no sería capaz de pedir la confortación de un apaleo. No me creo embarcado para unas bodas, con Jesucristo por suegro.
No soy prisionero de mi razón. He dicho: Dios. Quiero la libertad en la salvación: ¿cómo alcanzarla? Me abandonaron las aficiones frívolas. Ya no necesito la abnegación ni el amor divino. No echo de menos el siglo de los corazones sensibles. Cada cual tiene su razón, desprecio y caridad: retengo mi sitio en la cúspide de esta angélica escala de buen sentido.
En cuanto a la felicidad establecida, doméstica o no... no, no puedo. Estoy demasiado disperso, demasiado débil. La vida florece por el trabajo, vieja verdad: en cuanto a mí, mi vida no es suficientemente pesada, vuela y flota lejos por encima de la acción, ese caro lugar del mundo.
¡Cómo me vuelvo solterona, lo que me falta el coraje de amar la muerte!
Si Dios me concediera la calma celeste, aérea, la plegaria, como a los antiguos santos. ¡Los santos! ¡qué fuertes! Los anacoretas, ¡artistas como ya no los hay!
¡Farsa continua! Mi inocencia me da ganas de llorar. La vida es la farsa a construir por todos.
¡Basta! He aquí el castigo. ¡En marcha! ¡Ah, los pulmones arden, las sienes zumban! ¡La noche rueda por mis ojos, con todo este sol! El corazón ... los miembros ...
Adónde vamos? ¿A1 combate? ¡Yo soy débil! Los otros avanzan. Las herramientas, las armas... ¡el tiempo!...
¡Fuego! ¡Fuego sobre mí! ¡Aquí! O me rindo. ;Cobardes! ¡Yo me mato! ¡Yo me tiro alas patas de los caballos!
¡Ah! ...
-Ya me acostumbraré.
¡Eso sería la vida francesa, el sendero del honor!
martes, 17 de febrero de 2009
HSIEH LIBERACIÓN (I KIN)
ORÁCULO
El JUICIO
Liberación. El suroeste ayuda.
Si no existe ya ningún sitio
donde uno pueda ir,
el regresar trae buena fortuna.
Si hay aún un sitio donde uno tenga que ir,
el apresurarse trae buena fortuna.
LA IMAGEN
Comienzan el trueno y la lluvia:
la imagen de la liberación.
Así el hombre noble perdona los errores
y olvida las faltas.
LAS LÍNEAS
1) Sin culpa.
2) Uno mata tres zorras en el campo. Y recibe una flecha amarilla. La perseverancia trae buena fortuna.
3) Si un hombre lleva un peso sobre sus espaldas y, sin embargo, conduce un carruaje, propicia que se acerquen los ladrones. La perseverancia conduce a la humillación.
4) Haz a un lado la punta del pie. Entonces vendrá un compañero, en él puedes confiar.
5) Si el hombre noble puede salvarse a sí mismo, trae buena fortuna. Así prueba a los hombres comunes que es sincero.
6) El príncipe tira a un halcón en una alta muralla. Lo mata. Todo sirve de ayuda.
Elegías del Duino, Primer Elegía, Rilke
¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes
angélicas? Y aun si de repente algún ángel
me apretara contra su corazón, me suprimiría
su existencia más fuerte. Pues la belleza no es nada
sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces
de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente
desdeña destrozarnos. Todo ángel es terrible.
Así que me contengo, y me ahogo el clamor de la garganta
tenebrosa. Ay, ¿quién de veras podría ayudarnos? No
los ángeles, no los hombres, y ya saben los astutos
animales que no nos sentimos muy seguros en casa,
dentro del mundo interpretado. Nos queda quizás
algún árbol en la loma, al cual mirar todos los días;
nos queda la calle de ayer y la demorada lealtad
de una costumbre, a la que le gustamos, y permaneció,
y no se fue. Oh, y la noche, y la noche, cuando el viento
lleno de espacio cósmico nos roe la cara:
¿Para quién no permanecería aquélla, la anhelada,
la tierna desengañadora, ahí, dolorosamente próxima
al corazón solitario? ¿Es más suave con los amantes?
Ay, ellos sólo se ocultan uno a otro su suerte.
¿Todavía no lo sabes? Arroja el espacio que abarquen
tus brazos hacia los espacios que respiramos; quizá
los pájaros sientan el aire ensanchado con un vuelo
más íntimo.
Sí, las primaveras de veras te necesitaban. Varias
estrellas te pedían que las rastrearas. Se alzaba
en el pasado una ola hacia ti, o cuando pasabas
por una ventana abierta, se te entregaba un violín.
Todo esto era una misión, ¿pero fuiste capaz de cumplirla?
¿No estabas siempre distraído por la esperanza, como
si todo ello te anunciara a una amada? (¿Dónde intentas
alojarla, si en ti los grandes pensamientos extraños
entran y salen, y con frecuencia se quedan durante la noche?).
Pero si sientes anhelos, canta pues a las amantes; no es,
en absoluto, suficientemente inmortal su famoso
sentimiento. Aquéllas que casi envidias, las abandonadas,
las encuentras mucho más amantes que las saciadas.
Empieza siempre de nuevo la alabanza siempre inalcanzable.
Piensa: el héroe sigue en pie, aun el ocaso fue para él
sólo un pretexto para ser: su último nacimiento.
Pero a las amantes la exhausta naturaleza las recoge
en su seno, como si no hubiera fuerzas para lograr esto
dos veces. ¿Has pensado lo suficiente en Gaspara Stampa,
y lo que puede sentir cualquier chica a quien el amado
abandonó, frente a tan elevado ejemplo de mujer amante:
¿Llegaré a ser como ella? ¿Estos, los más antiguos
dolores, no deberán, por fin, darnos fruto? ¿No es
tiempo ya de que, al amar, nos liberemos del amado y,
temblorosos, resistamos, como la flecha resiste al arco,
para ser, unidos en el salto, algo más que la sola
flecha? Porque el permanecer está en ninguna parte.
Voces, voces. Corazón mío, escucha, como sólo los santos
escuchaban; la enorme llamada los alzaba del suelo;
pero ellos seguían de rodillas, de modo imposible,
sin darse cuenta: de tal manera escuchaban. No
que pudieras soportar la voz de Dios, lejos de eso, pero
escucha el soplo, las noticia incesante que se forma
del silencio. Murmura hasta ti desde aquellos que han
muerto jóvenes. ¿Acaso su destino no se dirigió siempre
tranquilamente a ti, en Roma y Nápoles, cuando entrabas
en alguna iglesia? O una inscripción sublime se grababa
para ti, como hace poco la lápida de Santa María Formosa?
¿Qué quieren de mí? Debo apartar en silencio
la apariencia de injusticia que a veces estorba un poco
el puro movimiento de sus espíritus.
Realmente es extraño ya no habitar la tierra,
ya no ejercitar las costumbres apenas aprendidas;
a las rosas, y a otras cosas particularmente promisorias,
ya no darles el significado del futuro humano; ya no ser
aquél que uno fue en interminables manos angustiadas
y hasta hacer a un lado el propio nombre, como un juguete
roto. Extraño, ya no seguir deseando los deseos. Extraño,
ver todo lo que tenía sus propias relaciones, aletear
tan suelto en el espacio. Y estar muerto es doloroso,
y lleno de recuperación, de modo que uno rastree
lentamente un poco de eternidad. Pero todos los vivos
cometen el mismo error de diferenciar demasiado
tajantemente. Los ángeles (se dice) con frecuencia no
sabrían si andan entre los vivos o entre los muertos.
La corriente eterna arrastra siempre consigo todas
las edades a través de las dos zonas y atruena sobre ambas.
Finalmente ya no nos necesitan, los que partieron
temprano, uno se desteta dulcemente de lo terrestre, como
uno se emancipa con ternura de los senos de la madre.
Pero nosotros, que necesitamos tan grandes secretos,
nosotros que tan frecuentemente obtenemos del duelo
progresos dichosos, ¿podríamos existir sin ellos?
¿Es inútil el mito de que, en la antigüedad, durante
las lamentaciones fúnebres por Linos,
una atrevida música primitiva se abrió paso en la árida materia
inerte; y entonces, por primera vez, en el espacio
sobresaltado, en el que un muchacho casi divino de pronto
se perdió para siempre, el vacío produjo esa vibración
que ahora nos entusiasma y nos consuela y ayuda?
JMR
lunes, 16 de febrero de 2009
Una fuerte lluvia va a caer (Bob Dylan's poem)
¿Dónde has estado mi hijo de los ojos azules?
¿Dónde has estado mi pequeño querido?
He tropezado en el costado de doce
montañas nubladas
He caminado y gateado en seis
autopistas inclinadas
Me he parado en el medio de bosques tristes
He estado afuera de frente a una docena
de océanos muertos
He estado diez mil millas en la boca
de una tumba
Y es una fuerte, fuerte, fuerte, fuerte
Y es una fuerte lluvia la que va a caer.
¿Qué has visto mi hijo de los ojos azules?
¿Qué has visto mi pequeño querido?
Vi un niño recién nacido con lobos salvajes
a su alrededor;
Vi una carretera de oro sin nadie
en ella
Vi una rama negra con sangre
que seguía cayendo
Vi un cuarto lleno de hombres
con martillos ensangrentados
Vi una escalera blanca cubierta
de agua
Vi diez mil charlatanes con las lenguas rotas
Vi revólveres y espadas filosas en las manos
de pequeños
Y es una fuerte, fuerte, fuerte, fuerte,
Y es una fuerte lluvia la que va a caer.
¿Qué escuchaste mi hijo de los ojos azules?
¿Qué escuchaste mi pequeño querido?
Escuché el sonido del relámpago
que bramaba advertencias
Escuché el rugido de una ola capaz
de inundar al mundo entero
Escuché a cien tam-tams con manos
incendiadas
Escuché a diez mil murmurando
y nadie escuchaba
Escuché a una persona morir de hambre
y a muchos reírse
Escuché la canción de un poeta que murió
en el arroyo
Escuché los sonidos de un payaso que lloraba
en el callejón
Escuché el sonido de una persona que pedía
ser humano
Y es una fuerte, fuerte, fuerte, fuerte
Y es una fuerte lluvia la que va a caer.
¿A quién encontraste mi hijo de los ojos azules?
¿A quién encontraste mi pequeño querido?
Encontré a un niño al lado de un potrillo muerto
Encontré a un blanco arrastrando a un perro negro
Encontré a una joven con el cuerpo quemado
Encontré a un joven que me dio un arco iris
Encontré a un joven que estaba herido de amor
Encontré otro hombre herido de odio
Y es una fuerte, fuerte, fuerte, fuerte
Y es una fuerte lluvia la que va a caer.
¿Qué harás ahora mi hijo de los ojos azules?
¿Qué harás ahora mi pequeño querido?
Me voy afuera antes que la lluvia
comience a caer
Caminaré hacia las profundidades de la floresta
oscura, más profunda
Donde la gente es numerosa y sus manos
están vacías
Donde las píldoras
de veneno están inundando sus aguas
Donde la casa del valle encuentra
la prisión húmeda y sucia
Donde el rostro del verdugo está siempre
bien escondido
Donde el hambre es cruel, donde las almas
son olvidadas
Donde el color es negro, donde nada
es el número
Y yo lo diré y lo hablaré y lo pensaré
y lo respiraré
Y lo reflejaré desde la montaña para que todas las almas
lo puedan ver
Entonces me pararé sobre el océano hasta
empezar a hundirme
Pero sabré bien mi canción antes de empezar
a cantar
Y es una fuerte, fuerte, fuerte, fuerte
Y es una fuerte lluvia la que va a caer.
Bob Dylan
viernes, 13 de febrero de 2009
Mil veces el cielo
Prefacio
Esta entrevista fue realizada el 6 de febrero del 2009 a Luz Emilia Viveros, mejor conocida como ‘Mimi’, una mujer de ochenta años cuya virtud es mantenerse completamente feliz y sana. Tiene seis hijos y muchos nietos. A continuación, sus palabras, una prueba de sensibilidad y sencillez. Parecería que al responder percibe la realidad de manera frontal, directa. De pronto le cuesta trabajo elegir las palabras, saltar de la intuición al intelecto. Todo el tiempo sonríe, y muchas veces se ríe.
TANIA: ¿ Qué se siente tener ochenta años?
MIMI: Es tener una paz interna
TANIA: ¿ Esa paz es absoluta?
MIMI: Si
TANIA: ¿ Es una plenitud total?
MIMI: Si
TANIA: ¿Cuándo la alcanzaste?
MIMI: Hace como 10 años
TANIA: Si te dieran la oportunidad de tener la edad que quisieras, ¿Cuál sería?
MIMI: Ochenta
TANIA: ¿ Crees en Dios?
MIMI: ¿Cuál Dios? Mira, yo veo el sol, veo la luna, siento la energía, pero yo a Dios no lo veo.
TANIA ¿ Crees en la reencarnación?
MIMI: Claro que no, para mí no existe.
TANIA: ¿El cielo o la tierra?
MIMI: Mil veces el cielo.
TANIA: ¿ Por qué?
MIMI: Porque es bellísimo.
TANIA: ¿ El día o la noche?
MIMI: Los dos me fascinan.
TANIA: ¿Qué opinas de la muerte?
MIMI: Pues así es ¿no?, con la muerte no hay negociaciones.
TANIA: Cuando mueras, o sea como en 100 años ¿qué te gustaría que hicieran con tu cuerpo?
MIMI: Que me entierren junto a un árbol, que nadie se ponga a chillar, ni se vistan de negro.
TANIA: ¿ Cuál es la finalidad de la vida?
MIMI: Estar feliz y sano.
TANIA: ¿Qué es el sueño?
MIMI: Es el hermano de la muerte.
TANIA: ¿ Qué es la humildad?
MIMI: (pensativa) .. Yo no sé como explicar eso
TANIA: ¿Dónde aprendiste la humildad?
MIMI: Yo creo que de mi mamá
TANIA: ¿Qué opinas de la guerra?
MIMI: Es algo horrible, horrible, no hay solución
TANIA: ¿Qué opinas del dinero?
MIMI: No, yo no quiero nada de eso, es material, es lo peor del mundo.
TANIA: ¿Qué puede hacer uno para ser ordenado?
MIMI: Entender dos cosas: que ordenas porque te sientes bien y que lo estás haciendo para ti.
TANIA: ¿Hormigas o pulgas?
MIMI: Hormigas, yo tuve una hormiguita mucho tiempo.
TANIA: Número favorito
MIMI: El ocho
TANIA: ¿Te arrepientes de algo?
MIMI: No, de nada. Al contrario.
TANIA: ¿Qué opinas de el amor?
MIMI: Los hombres son pasajeros, el amor a los hijos es eterno, mis hijos son ahorita lo único que me importa.
TANIA: ¿Eres coqueta?
MIMI: Uyyyy sí. No soy racista pero siempre me han gustado los güeros.
TANIA: ¿Con qué actor te casarías?
MIMI: Flash Gordon.
TANIA: Películas antiguas favoritas
MIMI: Retrato de Dorian Gray, Rapsodia en azul, Duelo al sol.
TANIA: ¿Y actuales?
MIMI: Meet joe Black, 7 almas, 1900, Milagros inesperados.
TANIA: ¿Qué sentiste la primera vez que fuiste al cine?
MIMI: No me acuerdo, pero veía como 3 o 4 películas diarias.
TANIA: Tres músicos favoritos
MIMI: Chopin, José José, Rachmammaninof…
TANIA: ¿Y Luis Miguel?
MIMI: No, no, no. De Luis Miguel no quiero nada.
TANIA: ¿Cuál es tu danzón favorito?
MIMI: Nereidas
TANIA: ¿Tu postre favorito?
MIMI: Chongos zamoranos
TANIA: ¿Qué le dirías a Dios?
MIMI: ¿Cuál Dios?
TANIA: Un tipo grande, blanco, con barba larga
MIMI: ¿Como Kenny? (su ultimo amante)
TANIA: Sí.
MIMI: Ah, entonces así sí.
TANIA: ¿ Qué le dirías a Obama?
MIMI: Que está muy guapo.
TANIA: ¿Te casarías con el?
MIMI: No, yo ya no quiero niños.
TANIA: ¿Qué le dirías a Bush?
MIMI: (silencio absoluto)
TANIA: ¿Qué le dirías al Papa?
MIMI: jerk
TANIA: Un consejo para la humanidad
MIMI: ¿Y quién me va a escuchar?
jueves, 12 de febrero de 2009
Carta a los artrópodos (Pedro Miguel)
Los antepasados de ustedes y los nuestros han rivalizado desde el primer poblamiento de las tierras emergentes, allá por los tiempos ordovícicos (hace 500 millones de años), e incluso desde antes, cuando surgió la vida animal en las aguas marinas “nutritivas y tibias como la orina de un diabético”. Podremos tener antepasados comunes, pero nunca los reconoceremos a ustedes como hermanos nuestros.
Por entonces, ustedes depredaban a nuestros tatarabuelos peces, y ya en tierra firme, mientras los primeros tetrápodos se esforzaban por desarrollar sus extremidades gelatinosas y por sobrevivir en el aire seco, ustedes, provistos de la movilidad que dan las patas plenamente funcionales, hundían sus colmillos formidables en la carne desamparada de aquellos lejanos ancestros nuestros. Entrado el Carbonífero, gracias a una atmósfera hiperoxigenada, ustedes desarrollaron dimensiones atroces (ciempiés de dos metros de largo, arañas capaces de devorar a un gato, libélulas de envergadura comparable a la de las águilas actuales) que les permitieron engullir anfibios y reptiles. De no haber sido por el cambio climático que sobrevino al fin de aquel periodo, tal vez los vertebrados habitaríamos hoy en día las rendijas de las casas de ustedes, nos disputaríamos las migajas de su cena y correríamos aterrorizados para evitar ser aplastados por sus patas peludas y por sus pedipalpos letales. Pero, en buena hora, el oxígeno escaseó, y sus sistemas traqueales resultaron incapaces, en la nueva circunstancia, de sostener aquellas monstruosas dimensiones.
Los hemos estudiado, clasificado, rebanado en el microscopio y disuelto en ácidos para obtener las claves de su composición última y residual, y hemos concluido por sostener, en nuestro discurso racional, que ustedes son banales e insignificantes, migajas de vida rudimentaria dispersas por el mundo. Sin embargo, algo en nuestra psique les teme, los odia y los asocia con la bestia invisible que devoró a plena luz del día al autor del Necronomicón, el árabe loco Abdul Alhazred.
Es posible que el pánico irracional que ustedes aún causan en muchos individuos de nuestra especie se encuentre grabado en los genes desde aquellos tiempos anómalos, al igual que la pesadilla recurrente de insectos gigantes y que el arquetipo de la araña devoradora. Tal vez hoy en día, en las contadas ocasiones en que un miriápodo se zampa a un ratón, o cuando un arácnido consigue cazar a un pequeño pájaro, los vertebrados sintamos un escalofrío de agravio revivido. Hay un dato importante: nuestro elemento primario de superioridad sobre ustedes no fue el tamaño ni la movilidad, sino la memoria. Y es que ustedes son seres sin recuerdos ni afectos, y sin más órganos perceptivos y cognitivos que un tumor triganglio dedicado a procesar las señales provenientes de sus ojos, sus antenas y sus hocicos, y un cordón de nudos ventrales que regulan su digestión y su circulación rudimentaria.
Nosotros hemos heredado de nuestros ancestros peces, anfibios y reptiles, junto con el sistema límbico, las emociones primarias que ustedes desconocen; en el cerebro de nuestros abuelos mamíferos se desarrollaron circunvoluciones que, sin incrementar el volumen del órgano, aumentaban su superficie; en nuestros predecesores más inmediatos apareció el neocórtex, y en él, la idea de Dios, el pensamiento económico, las narraciones de Kafka, la teoría de la evolución, los planos del Taj Mahal, los desfiles de modas y la comprensión paulatina de los agujeros negros. Ustedes, en cambio, llevan 500 millones de años sin pensar en nada y sin otras pulsiones que las de comer y evitar que se los coman.
Hoy en día hemos establecido reglas para compartir con ustedes este planeta, nos resignamos a que nos devoren cuando hemos muerto; nos dignamos a entablar relaciones de estricta conveniencia con las abejas, los camarones, los gusanos de seda y la grana cochinilla, y hasta somos capaces de admirar las alas de una mariposa, a condición de que el resto de su anatomía nos pase inadvertida; podemos hallar simpáticos a algunos de ustedes, como los grillos (los volvemos símbolo de nuestros tapujos morales antes de echarlos a una sartén hirviente) y las catarinas; convertimos a las hormigas en ejemplo de laboriosidad (y después las masacramos en masa con un polvito blanco); los incorporamos a nuestro zodíaco, como les cupo en suerte al escorpión y al cangrejo, nos chupamos los dedos con el delicado sabor de la pulpa interior de langostas y camarones y, de cuando en cuando, los contratamos como mercenarios y ponemos un alacrán entre las sábanas del prójimo enemigo.
Pero no se equivoquen: nosotros los odiamos, artrópodos. Generalizamos y exageramos sus secreciones irritantes o venenosas, los identificamos con la suciedad y lo aborrecible, compartimos las fobias literarias hacia los trilobites, nos asquea su sexualidad (esos espermatóforos desprendibles a conveniencia...), nos repugnan sus articulaciones, nos enferman sus hábitos alimenticios (esa manía de vomitar jugos gástricos sobre lo que se van a tragar...), despreciamos su vida social inconsciente y mecánica, nos irritan las cucarachas, nos causan rechazo moral las mantis religiosas, no cejaremos nunca en el afán de lograr la extinción total de las moscas y los zancudos.
Olvídense de la fobia que nos causan las serpientes, el miedo que experimentamos ante un lagarto, el asco que nos infunden los buitres y las hienas, nuestras precauciones ante los tigres y los lobos. No se fijen en nuestras diferencias internas, como las que desembocaron en la Primera y en la Segunda guerras mundiales, en Vietnam, en Kampuchea, en Yugoslavia, en Gaza. Téngannos miedo: qué seremos capaces de hacer contra ustedes si los romanos hicieron lo que hicieron a los cartagineses, los otomanos, a los armenios, Stalin, a los pueblos soviéticos, Hitler, a los judíos y a los gitanos y a los comunistas y a los eslavos y a los homosexuales, Bush, al mundo.
Hoy por hoy, peleamos una guerra confusa y desganada. Tal vez se intensifique, cuando los humanos hayamos devorado todo lo devorable en el planeta, volteemos hacia ustedes, nos aguantemos las náuseas y los volvamos hamburguesas. Pero tal vez sea más probable que nos partamos la madre entre nosotros y que ustedes, hereden una Tierra que han poseído siempre y en la que nosotros somos un paréntesis más bien pequeño. Tal vez les dejemos un mundo enrojecido, caliente y agrietado, en el que ustedes saltarán sobre los charcos de ponzoña química que testimoniarán nuestro paso por el mundo y volverán a ser gigantes, como en el Carbonífero.
Mientras llega la hora de la verdad, recuerdo uno de los excepcionales gestos de piedad que uno de los nuestros --César, su nombre de pila, Vallejo, su apellido-- ha tenido hacia ustedes. Se los dejo. Qué importa que no vayan a entenderlo ni en otros cien millones de años de evolución:
Es una araña enorme que ya no anda;
una araña incolora, cuyo cuerpo,
una cabeza y un abdomen, sangra.
Hoy la he visto de cerca. Y con qué esfuerzo
hacia todos los flancos
sus pies innumerables alargaba.
y he pensado en sus ojos invisibles,
los pilotos fatales de la araña.
Es una araña que temblaba fija
en un filo de piedra;
el abdomen a un lado,
y al otro la cabeza.
Con tantos pies la pobre, y aún no puede
resolverse. Y, al verla
atónita en tal trance,
hoy me ha dado qué pena esa viajera.
Es una araña enorme, a quien impide
el abdomen seguir a la cabeza.
Y he pensado en sus ojos
y en sus pies numerosos...
¡Y me ha dado qué pena esa viajera!
La jornada