Sonido Fulgor

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miércoles, 25 de febrero de 2009

XIII

a)

Las noche adquiere una conexión familiar con la neblina.

Van de la mano, fornican y se extrañan en la lejanía;

se retuercen y tiemblan de frío con un viento helado

y se estacionan en el pico de un cerro solitario.

En el otoño tiñen el bosque de espíritus rojizos

y guardan el crujido de la tierra, de las hojas muertas.

Nuevas hojas tendrán el mismo lugar y el mismo sonido,

nuevas ramas brotarán de las yagas de las ramas viejas,

hasta que las raíces se arraiguen profundas en la piedra

y los musgos cubran finalmente el último rastro del hombre.

Entonces la noche y la neblina seguirán fornicando:

lo suyo va más allá del tiempo que a nosotros nos marca.

Su juego ha sido un testigo mudo y fiel de nuestras vidas,

el ejemplo claro de cuánto podemos marchitarnos.

b)

Si es así,

¿por qué seguir preguntándonos por nosotros, nuestras vidas?

¿Por qué seguir midiéndonos con arena y manecillas?

La respuesta sería no tener nada más que preguntar.

Si el sol para nosotros es medida y no pura vida

¿para qué seguir preguntándonos?

Si tenemos contados los amaneceres y las noches,

¿para qué seguir midiéndonos?

Habría que encontrar un juego como la noche y la neblina,

olvidarnos de nosotros mismos mientras lo jugamos,

de nuestras preguntas, medidas, respuestas y muertes,

y no pensar en nada más, y florecer, y extrañar, y fornicar,

y todos los amaneceres y todos los anocheceres

y rojo y verde y el minuto y el segundo


Diego A.

XXV

atardecer

nubes hinchadas

surgen de los montes

llueven presagios

 

luego la calma

viene gris

sólo silencio

 

la brisa lenta

recupera su color:

capas de luces

 

el horizonte

ondulando a lo lejos

peina la noche

 

verde florecer

y los tallos que brotan

y las hojas que cantan

 

una montaña

despierta con el verde

y se echa a andar

 

el sol rojizo

cabalga las montañas

viene la noche

XIII

tren

de lusitania a hispania

un pasaje amplio

de tierra, yerba y montaña.

la piedra virgen y olivares desperdigados.

canales oscuros y quietos

que reflejan delgadas filas de árboles.

y a la vista de esos seres amorfos,

tan delicadamente formados uno junto a otro,

la palabra árbol no es suficiente.

pensándolo bien,

                        tampoco la palabra canal.

pensándolo bien,

            las palabras no bastan ni bastarán.

 

doce horas.

 

hispania de punta a punta

se ha recorrido por la ventana del tren.

de los viejos pasos del viajero

se borran poco a poco las huellas.

los días comienzan y transcurren

en asientos incómodos.

de llanuras a montañas verdes,

y casas insertadas en los montes.

y las palabras no bastan…

 

podría vivir toda mi vida en un tren,

en la cambiante ventana

errática como aurora.

erótica como aurora.

buscaría la paz en un paisaje frondoso

y me reinventaría con cada nueva visión.

aunque las palabras nunca basten,

las mías serían palabras peregrinas,

y se parecerían más al viento

que a todas las palabras.


Diego A.

XI

tumba de Fernando Pessoa

tres meses (más o menos)

para llenar un cuaderno de letras.

un año o dos

para no estar de acuerdo

con lo que fuiste

un año o dos antes.

no es un problema de tiempo,

porque el tiempo no existe.

es un problema de presente.

quién somos y cómo somos

lo que somos.

doblegarnos

a nuestros propios límites.

 

nos queremos tanto

que aun en la muerte

seguimos venerando

nuestros viejos huesos

en nuevos mausoleos.

trascendemos a nuestros muertos

buscando nuestra propia

trascendencia en la muerte.

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