Sonido Fulgor

lunes, 9 de enero de 2012

"La piel que habito" (apunte de Pedro Almodóvar)


Este es el resumen, escrito a vuelapluma, de lo que he leído y escuchado en los últimos días acerca de la película que acabamos de estrenar.
Los primeros minutos, después de verla, le gente se queda sin habla.
La segunda vez gusta más. El hecho de no estar pendientes de los giros de la trama hace que se disfruten más los detalles. Eso me han dicho. La familiaridad ayuda a disfrutar de las personas, los lugares, los libros, todo tipo de relaciones, incluida la relación con las películas. Recuerdo que en el momento de su estreno vi tres veces seguidas "Chinatown" de Polanski, para estar seguro de que la había entendido.
La mejor banda sonora de Alberto Iglesias, que ya es decir. Estoy de acuerdo. También dicen ditirambos de la fotografía de José Luis Alcaine, y yo me uno al aplauso. El maestro Alcaine merece todo el reconocimiento que está recibiendo.
La primera parte desconcierta, reconozco que el verbo desconcertar me pone nervioso porque puede ser sinónimo de lejanía y extrañeza. Es cierto que durante la primera hora muestro al espectador la vida de tres personajes (Antonio, Elena y Marisa) en un cigarral toledano, alejados del mundo, totalmente aislados, cuya cotidianeidad resulta bastante rara y suscita muchas y variadas preguntas. En la primera mitad no hay respuestas. El narrador, en este caso yo, voy a mi bola, como se diría vulgarmente, pero nada más lejos de la realidad. En la segunda mitad (también hay consenso en este aspecto) la narración empieza a mostrarse a sí misma, respondiendo a todas las preguntas, para estupor del espectador. Esa es la estructura narrativa que he elegido, no quiero decir que sea la ideal, ni la única, pero es la que me he impuesto. Consciente de lo extremo de mi propuesta me he esforzado, durante los años de gestación del guión, en atar todos los cabos. Nunca me había preocupado tanto de que no quedara un solo cabo suelto.
El final es lo más parecido a un final feliz, sin embargo lo que permanece en la mente del espectador es una sensación desasosegante. Vera Cruz (la gente también se ríe cuando escuchan al personaje decir su nombre, me han preguntado si es un homenaje a Penélope, o a la película de Sara Montiel, yo respondo que a ambas, pero la verdad es que no lo había pensado antes), bueno, Vera, antes de ser bautizada así, es sometida a uno de los castigos más horrendos. Para liberarse, después de seis años de cautiverio el personaje (inmensa Elena Anaya) se ve obligado a convertir el Cigarral en una tumba. Estas dos circunstancias se pegan a la piel del espectador y le acompañan durante días. Esto también es común, aunque la sensación cambie de carácter con los días. Encuentro halagador que la película acompañe al espectador durante días.
El psicópata interpretado por Antonio Banderas, el cirujano Dr. Robert Ledgard, provoca primero pavor y después ternura. Yo creo que un gran porcentaje de la ternura va dirigida a Antonio Banderas actor, no hacia el monstruoso Dr. Ledgard. El personaje del cirujano y científico es un hombre amoral y sin escrúpulos, con una historia familiar muy trágica. En la recta final el personaje se humaniza a través de su amor por Vera. Este amor no solo le humaniza sino que muestra su vulnerabilidad, y la combinación Banderas + Fragilidad conmueve al espectador más gélido. Es difícil odiar a Antonio, aunque su personaje sea odioso, y es difícil condenar a alguien que se ha despojado hasta tal punto de todo su antiguo poder. En este caso, amor, vulnerabilidad y fatalidad son tres conceptos que caminan juntos y se confunden de modo indisoluble.
Al contrario de algunos críticos, más conscientes de las referencias evidentes, ninguno de los espectadores ha comparado al Dr. Ledgard con el Dr.Frankenstein. Ni a mí con Mary Shelley, la creadora del personaje, aunque esto último no me importaría.
Lágrimas. Mucha gente me ha dicho que ha llorado con la última frase de Elena Anaya. Una frase compuesta de solo dos palabras, casi inaudible.
No es una película de terror. Los amantes de este género no deben ir con esa idea porque saldrán defraudados. Digamos, a juzgar por las primeras reacciones, que aunque dé miedo, la película no pertenece al género de terror.
Un día antes del estreno de "La piel…", y veintiséis años después de su rodaje, se proyectaba en los cines Ideal "La ley del deseo". No la había visto en pantalla grande desde su estreno en el año 86 del siglo pasado, tampoco la había visto en vídeo, nunca veo mis películas.
Por primera vez sentí deseos de volver a verla. Veintiséis años suponen una distancia suficiente, el problema con las películas propias es que pierdes toda capacidad como espectador. Y fue muy emocionante. Está mal decirlo, pero me sentí tan orgulloso de haberla rodado en su momento! Había olvidado muchos detalles que iba recordando mientras veía la película. No solo recuperé la memoria de la película sino de todos los días del rodaje, de mi vida en Madrid, del verano, de mi casa en Lope de Rueda, de mis amores, de mis conflictos, de la arrolladora vitalidad de aquella época. Una época venturosa pero tan frenética que es un milagro que todos los que participamos en el rodaje hayamos sobrevivido para contarlo. Recordé la dicha sin límite de ver ensayar y rodar a Carmen Maura y Antonio Banderas, ambos encaramados en el pico más alto de sus carreras, reafirmándome en lo que yo soñaba cuando decidí dedicarme a este oficio: el privilegio de ser el primer espectador del trabajo de los actores. No creo que hubiera gozado más si en vez de Carmen y Antonio hubiera tenido delante a Bette Davis y Katherine Hepburn. Me emocionó hasta tal punto la proyección que, antes de que se encendieran las luces, me refugié en el lavabo del cine para que nadie me viera en semejante estado. Soy muy pudoroso y me da mucho apuro emocionarme con las imágenes que yo mismo he creado, o al menos, emocionarme en público.
Me reconcilié incluso con la interpretación del tercero en discordia, nunca mejor dicho, el actor Eusebio Poncela, que en su momento no me gustó, y tuvimos nuestros problemas.
Fue muy oportuno volver a ver "La ley del deseo" el día antes del estreno de "La piel que habito", recordar en nuestro reencuentro lo que había significado Antonio Banderas en mi carrera y en mi vida, reconocer que mi eclecticismo viene de antiguo, y que ya el propio Antonio había interpretado a un explosivo psicópata veintiséis años antes, que la película transitaba por varios géneros para terminar en un thriller intenso y nocturno, al que no todos los personajes sobrevivían, porque esa es una de las reglas del género. Comparada con "La ley…" "La piel…" tiene mucho menos humor, y la paleta de color es más sombría, no me repito, pero afortunadamente sigo siendo el mismo.
Continúo con las reacciones generales:
Humor. Hay básicamente dos momentos en los que la gente se ríe. Dos apariciones. La del Hombre Tigre, interpretado con precisión salvaje por Roberto Alamo, vestido para la ocasión con un disfraz felino diseñado por Jean Paul Gaultier (es Carnaval, el disfraz está justificado). El personaje recurre a un peculiar modo de identificación para que Marilia, la guardiana de El Cigarral, le abra la puerta. Y la aparición de mi hermano Agustín, flanqueado por su hijo Miguel, en la boutique vintage de la madre de Vicente (Jan Cornet). Agustín arrastra una pesada maleta con la ropa de su mujer, que acaba de abandonarle por enésima vez, y él llega a la tienda dispuesto a vender toda su ropa. Me alegro del éxito cómico de Agustín. Estoy seguro de que le hace mucha ilusión. A propósito, ni siquiera hemos hablado de ello.
La oscuridad. Black is black, pero en lo referente al cine, la negritud depende del punto de vista del espectador. Yo he perdido la conciencia de haber hecho mi película más oscura, también de haber emprendido un camino nuevo. Esto último es muy halagador, pero de momento no soy consciente. Supongo que todavía no tengo perspectiva. Esperaré veintiséis años. Ojalá que cuando llegue ese momento me sienta tan orgulloso de haberla escrito/vivido/dirigido, como después de ver el otro día "La ley del deseo".

Pedro Almodóvar
13 de septiembre de 2011


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