Este
es el resumen, escrito a vuelapluma, de lo que he leído y escuchado en los
últimos días acerca de la película que acabamos de estrenar.
Los
primeros minutos, después de verla, le gente se queda sin habla.
La segunda vez gusta más. El hecho de no estar
pendientes de los giros de la trama hace que se disfruten más los detalles. Eso
me han dicho. La familiaridad ayuda a disfrutar de las personas, los lugares,
los libros, todo tipo de relaciones, incluida la relación con las películas.
Recuerdo que en el momento de su estreno vi tres veces seguidas
"Chinatown" de Polanski, para estar seguro de que la había entendido.
La mejor banda sonora de Alberto Iglesias, que ya es
decir. Estoy de acuerdo. También dicen ditirambos de la fotografía de José Luis
Alcaine, y yo me uno al aplauso. El maestro Alcaine merece todo el
reconocimiento que está recibiendo.
La primera parte desconcierta, reconozco que el verbo
desconcertar me pone nervioso porque puede ser sinónimo de lejanía y extrañeza.
Es cierto que durante la primera hora muestro al espectador la vida de tres
personajes (Antonio, Elena y Marisa) en un cigarral toledano, alejados del
mundo, totalmente aislados, cuya cotidianeidad resulta bastante rara y suscita
muchas y variadas preguntas. En la primera mitad no hay respuestas. El
narrador, en este caso yo, voy a mi bola, como se diría vulgarmente, pero nada
más lejos de la realidad. En la segunda mitad (también hay consenso en este
aspecto) la narración empieza a mostrarse a sí misma, respondiendo a todas las
preguntas, para estupor del espectador. Esa es la estructura narrativa que he
elegido, no quiero decir que sea la ideal, ni la única, pero es la que me he
impuesto. Consciente de lo extremo de mi propuesta me he esforzado, durante los
años de gestación del guión, en atar todos los cabos. Nunca me había preocupado
tanto de que no quedara un solo cabo suelto.
El final es lo más parecido a un final feliz, sin
embargo lo que permanece en la mente del espectador es una sensación
desasosegante. Vera Cruz (la gente también se ríe cuando escuchan al personaje
decir su nombre, me han preguntado si es un homenaje a Penélope, o a la
película de Sara Montiel, yo respondo que a ambas, pero la verdad es que no lo
había pensado antes), bueno, Vera, antes de ser bautizada así, es sometida a
uno de los castigos más horrendos. Para liberarse, después de seis años de
cautiverio el personaje (inmensa Elena Anaya) se ve obligado a convertir el
Cigarral en una tumba. Estas dos circunstancias se pegan a la piel del
espectador y le acompañan durante días. Esto también es común, aunque la
sensación cambie de carácter con los días. Encuentro halagador que la película
acompañe al espectador durante días.
El psicópata interpretado por Antonio Banderas, el
cirujano Dr. Robert Ledgard, provoca primero pavor y después ternura. Yo creo
que un gran porcentaje de la ternura va dirigida a Antonio Banderas actor, no
hacia el monstruoso Dr. Ledgard. El personaje del cirujano y científico es un
hombre amoral y sin escrúpulos, con una historia familiar muy trágica. En la
recta final el personaje se humaniza a través de su amor por Vera. Este amor no
solo le humaniza sino que muestra su vulnerabilidad, y la combinación Banderas
+ Fragilidad conmueve al espectador más gélido. Es difícil odiar a Antonio,
aunque su personaje sea odioso, y es difícil condenar a alguien que se ha
despojado hasta tal punto de todo su antiguo poder. En este caso, amor,
vulnerabilidad y fatalidad son tres conceptos que caminan juntos y se confunden
de modo indisoluble.
Al contrario de algunos críticos, más conscientes de
las referencias evidentes, ninguno de los espectadores ha comparado al Dr.
Ledgard con el Dr.Frankenstein. Ni a mí con Mary Shelley, la creadora del
personaje, aunque esto último no me importaría.
Lágrimas. Mucha gente me ha dicho que ha llorado con
la última frase de Elena Anaya. Una frase compuesta de solo dos palabras, casi
inaudible.
No es una película de terror. Los amantes de este
género no deben ir con esa idea porque saldrán defraudados. Digamos, a juzgar
por las primeras reacciones, que aunque dé miedo, la película no pertenece al
género de terror.
Un día antes del estreno de "La piel…", y
veintiséis años después de su rodaje, se proyectaba en los cines Ideal "La
ley del deseo". No la había visto en pantalla grande desde su estreno en
el año 86 del siglo pasado, tampoco la había visto en vídeo, nunca veo mis
películas.
Por primera vez sentí deseos de volver a verla.
Veintiséis años suponen una distancia suficiente, el problema con las películas
propias es que pierdes toda capacidad como espectador. Y fue muy emocionante.
Está mal decirlo, pero me sentí tan orgulloso de haberla rodado en su momento!
Había olvidado muchos detalles que iba recordando mientras veía la película. No
solo recuperé la memoria de la película sino de todos los días del rodaje, de
mi vida en Madrid, del verano, de mi casa en Lope de Rueda, de mis amores, de
mis conflictos, de la arrolladora vitalidad de aquella época. Una época
venturosa pero tan frenética que es un milagro que todos los que participamos
en el rodaje hayamos sobrevivido para contarlo. Recordé la dicha sin límite de
ver ensayar y rodar a Carmen Maura y Antonio Banderas, ambos encaramados en el
pico más alto de sus carreras, reafirmándome en lo que yo soñaba cuando decidí
dedicarme a este oficio: el privilegio de ser el primer espectador del trabajo
de los actores. No creo que hubiera gozado más si en vez de Carmen y Antonio
hubiera tenido delante a Bette Davis y Katherine Hepburn. Me emocionó hasta tal
punto la proyección que, antes de que se encendieran las luces, me refugié en
el lavabo del cine para que nadie me viera en semejante estado. Soy muy
pudoroso y me da mucho apuro emocionarme con las imágenes que yo mismo he
creado, o al menos, emocionarme en público.
Me reconcilié incluso con la interpretación del
tercero en discordia, nunca mejor dicho, el actor Eusebio Poncela, que en su
momento no me gustó, y tuvimos nuestros problemas.
Fue muy oportuno volver a ver "La ley del deseo"
el día antes del estreno de "La piel que habito", recordar en nuestro
reencuentro lo que había significado Antonio Banderas en mi carrera y en mi
vida, reconocer que mi eclecticismo viene de antiguo, y que ya el propio
Antonio había interpretado a un explosivo psicópata veintiséis años antes, que
la película transitaba por varios géneros para terminar en un thriller intenso
y nocturno, al que no todos los personajes sobrevivían, porque esa es una de
las reglas del género. Comparada con "La ley…" "La piel…"
tiene mucho menos humor, y la paleta de color es más sombría, no me repito,
pero afortunadamente sigo siendo el mismo.
Continúo con las reacciones generales:
Humor. Hay básicamente dos momentos en los que la
gente se ríe. Dos apariciones. La del Hombre Tigre, interpretado con precisión
salvaje por Roberto Alamo, vestido para la ocasión con un disfraz felino
diseñado por Jean Paul Gaultier (es Carnaval, el disfraz está justificado). El
personaje recurre a un peculiar modo de identificación para que Marilia, la
guardiana de El Cigarral, le abra la puerta. Y la aparición de mi hermano
Agustín, flanqueado por su hijo Miguel, en la boutique vintage de la madre de
Vicente (Jan Cornet). Agustín arrastra una pesada maleta con la ropa de su
mujer, que acaba de abandonarle por enésima vez, y él llega a la tienda
dispuesto a vender toda su ropa. Me alegro del éxito cómico de Agustín. Estoy
seguro de que le hace mucha ilusión. A propósito, ni siquiera hemos hablado de
ello.
La oscuridad. Black is black, pero en lo referente al
cine, la negritud depende del punto de vista del espectador. Yo he perdido la
conciencia de haber hecho mi película más oscura, también de haber emprendido
un camino nuevo. Esto último es muy halagador, pero de momento no soy
consciente. Supongo que todavía no tengo perspectiva. Esperaré veintiséis años.
Ojalá que cuando llegue ese momento me sienta tan orgulloso de haberla
escrito/vivido/dirigido, como después de ver el otro día "La ley del
deseo".
Pedro Almodóvar
13 de septiembre de 2011
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