El 20 de junio del 2010, en el Palacio de Bellas Artes, una persona habló públicamente, por primera y única vez, sobre el amor que Omar García y Carlos Monsiváis se profesaron. Fue Elena Poniatowska, quien tomó el micrófono para manifestarle a ambos su respeto: “Quiero decirte que nada en los últimos meses de tu enfermedad me ha conmovido tanto como el amor que te tiene Omar. Su dolor te honra, su entrega es tu trofeo y a mí me hace entender lo que significa la existencia real del amor sin límites, el amor que no tiene fronteras sexuales...”.
Ha pasado casi un año de aquel homenaje y Omar, nacido en el estado de México hace 25 años, regresa al mismo sitio para conversar sobre Carlos, el que sólo él conoció. La cita es a las cinco de la tarde en la cafetería. Llega puntual, desconecta su iPod y de su celular. Toma asiento y pide un juego. Mira fijamente a los ojos, casi sin parpadear, y no dejará de hacerlo en los próximos 40 minutos. Pronuncia algunas palabras, pero desea iniciar esta entrevista.
¿Cómo fue la vida después del diagnóstico?
Es un diagnóstico que se le había dado, pero no le dio tiempo de ponerse a pensar en lo que significaba. El detonador fue un viaje que hizo para asistir a una marcha por los niños del ABC. Regresó enfermo y fue cuando nos enteramos que el caso era delicado. Era algo que no se había tratado, que se dejó porque no le interesaba.
¿Cambiaron sus hábitos?
No necesariamente. Al final ya casi no quería comer. Tenía que decirle: “Tienes que comer, no te puedes parar de la mesa si no lo haces”. En realidad no cambió su vida, pero claro que se tomaron las medidas que nos dijeron los doctores.
¿No sabía que sería mortal?
Sí se sabía. La fibrosis pulmonar es una enfermedad que no es curable y que siempre va avanzando. El cálculo de la esperanza de vida era de cinco años, pero no pensábamos en eso. Tenía prioridades en lo que tenía que trabajar.
¿De algún modo precipitó planes?
No podía precipitar planes porque no paraba de trabajar, ¿qué querías? Si dormía tres horas, ¿que no durmiera nada? Era muy difícil que precipitara algo, imposible. Seguía trabajando igual, de ánimo siempre bien, sólo decaía al mismo tiempo que su salud, era como un miedo, pero jamás fue pesimista.
¿Tú cómo lo enfrentaste?
Fue difícil. Desde que empezó mi relación con él... era como pensar... Él me lo dijo: “Tú estás muy joven, pero yo estoy en el final de mi vida”. Uno siempre piensa en qué es el final de la vida o de quién es el final. Según yo, lo tenía bien asimilado, pero estar con alguien que estaba enfermo no fue ningún problema para mí, todo lo que hice fue con amor. No me causó ningún conflicto. Me preocupaba cuando estaba enfermo. A su regreso de la marcha de la guardería ABC en Hermosillo, sufrió la primera crisis y durante una semana entera, prácticamente, casi no durmió. A cada rato había que revisar su temperatura, sus medicamentos. Todo.
¿Era un buen paciente?
(Omar echa su espalda hacia atrás, la voz tenue que narraba aquellos días cambia por un tono fuerte; dibuja por primera vez la sonrisa y responde).
“¡Ah no! ¡Era el peor paciente, el peor! En esos momentos era como muy...”
¿Renuente?
No sé, era raro. Después de su primera crisis nos esforzamos mucho para salir adelante, los dos le echamos muchísimas ganas, pero cuando ya se sentía bien, dejaba de cuidarse y entonces había que estar detrás de él para que se tomara la medicina. Era un mal paciente, decía que se había tomado la medicina, pero no era cierto. No se daba tiempo para cuidarse, siempre estaba trabajando. A veces ni tiempo se daba para comer, mucho menos para tomarse la medicina. Y es que cuando escribía, leía o veía cine, no había manera de interrumpirlo.
¿En qué trabajaba cuando enfermó?
El libro de Apocalipstick lo sacó en la primera crisis de salud. Fue un esfuerzo muy grande para él y una gran preocupación para mí. Él trabajaba todo el tiempo que podía en el libro; me preocupaba que descansara un poco, pero él era inquieto, muy activo, no podía estar tranquilo.
¿Quizá por eso te lo dedicó?
No sé por qué lo hizo, pero recuerdo que Ariel Rosales, el editor, iba a la casa y decía que estaba perfecto. Para Carlos no era suficiente, siempre sentía que debía revisarlo una vez más. Le dije: “Ya Carlos, tienes que descansar”. No sabía que me lo había dedicado. Cuando me lo regaló vi mi nombre y por un instante creí que lo había escrito (con pluma). Por la noche me preguntó si no quería que me lo dedicara, entendí que ese libro era para mí y después me lo dedicó. El libro le dio mucha fuerza y trabajaba mucho, aunque redujo sus conferencias y presentaciones, e intentábamos salir menos.
Una de las recomendaciones de los doctores fue que sacáramos a los gatos de la casa. Pero Carlos jamás lo aceptó, prefirió salirse de la casa él, siempre estuvo en contra de que los tocaran, es algo que admiré mucho. Unos días a la semana nos íbamos a Cuernavaca para descansar, estar sin gatos y más tranquilos.
¿Te quedaste con alguno?
No, fue muy difícil.
¿Sabes si están bien?
Creo que sí, pero sólo tengo noticias de uno de ellos.
Los rumores que se gestaron alrededor de los gatos, ¿te molestaron?
Los gatos eran una parte importante de la vida de Carlos. Los quería mucho, por encima de todo. Por eso me dolió mucho la muerte de Mito (genial), el más viejo de sus gatos. Un día se enfermó de una pata y lo llevaron al veterinario; me sorprendió su muerte, no sé cómo fue.
¿Daba recomendaciones para su cuidado?
Siempre estaba pendiente de ellos y preguntaba por Inocencia, la encargada de cuidarlos, otra amante de gatos. Los conocía perfectamente. Hacía bromas porque había una gata que se llama Evasiva, teníamos que cuidarla para que pudiera comer aparte de los otros gatos, le decíamos “Evita, ya, acércate”. Carlos se reía divertido. Nos decían que estábamos locos, pero no importaba. Cuando conocí a Carlos les tenía pavor a los gatos, fue horrible para mí, desde llegar a la casa y percibir el olor, no quería entrar. Tiempo después, terminé hablándole a Miau Zetung para que se sentara en mis piernas y poder leer. La casa era de los gatos, por eso cuando vino el dilema, él decidió que nosotros nos teníamos que ir.
¿Seguía leyendo periódicos?
Sí.
¿De qué se carcajeaba?
De muchas cosas, pero era peor cuando se ponía de acuerdo con Jenaro (Villamil) sobre lo que se iba a escribir en “Por mi madre bohemios”. Una de las cosas por las que estaba indignado era la situación de los electricistas.
Después de su muerte se publicó un texto que decía “Los medios de comunicación mexicanos borraron a Omar por decreto de las buenas costumbres”. ¿Tienes algo qué decir?
No. ¿Qué puedo decir? Lo único relevante para mí y lo que realmente me importa es lo que viví y aprendí con Carlos, eso nadie lo puede borrar. Al respecto, lo que hagan o digan los medios de comunicación no me interesa en lo absoluto.
¿Recuerdas las palabras que dijo de ti Elena Poniatowska?
Sí. ¿Qué quieres que te diga?
(La calma de su lenguaje corporal, desaparece. Sus ojos se enrojecen lentamente. Hay un silencio. Sigue).
Creo que Elena fue uno de los testigos del proceso que viví con Carlos. Se dio cuenta de todo lo que pasamos. No tengo nada que decir sobre eso, sólo agradecerle su lealtad a Carlos y su sensibilidad.
¿Estás en el camino de encontrar la paz, la resignación?
No, no he encontrado la paz ni la resignación, pero tengo a mis amigos y a mi familia que de alguna manera ayudan.
Después de recorrer ese sinuoso camino, ¿cuál es la imagen con la que te quedas de Carlos Monsiváis, no el nuestro, el tuyo?
Carlos para mí fue una declaración de amor. Carlos me enseñó a sentir muchas cosas, el arte, la música, la literatura, la indignación por los atropellos hacia alguien, la solidaridad por las demás personas. Carlos para mí fue todo mi mundo desde que lo conocí hasta el último día que estuve a su lado. Me enseñó la pasión por el cine, no había noche que no viéramos una película y las series de televisión también eran básicas.
¿Qué series veían?
The Tudors, Mad Men, Brothers and Sisters, pero la dejamos de ver en la tercera temporada porque el último capítulo, en el que visitaban México, nos pareció una cosa ridícula, retrógrada, no nos gustó nada. Si me preguntas qué películas, no te puedo decir, eran muchas.
¿Qué me queda de Carlos? Sólo puedo decir que Carlos fue una sorpresa para mí cada día, era la persona que confiaba en mí, que me regañaba, que me cuidaba y me aconsejaba, me apapachaba. A veces me despertaba a las tres de la mañana para escuchar una canción de Bola de Nieve, era algo alucinante. Algunas ocasiones me preguntaba sobre cosas que habíamos visto o leído, quería saber si lo había olvidado o si le había puesto atención. Lo que más me fascinaba era cuando le preguntaba alguna cosa que en ninguna parte podía encontrar, él me daba la respuesta correcta y hasta me daba la referencia bibliográfica. Después me decía que tal vez estaba perdiendo la memoria. Era muy gracioso, se reía mucho.
¿Jugaban mucho?
Sí. No me había reído tanto en toda mi vida como con él, no había sido tan feliz como con él. No tengo recuerdos tan felices como los que tuve con él.
¿Se puede saber en dónde se conocieron?
(Por única vez Omar deja salir una carcajada)
No. Eso es mío.
En el homenaje de cuerpo presente, una señora se puso frente a él y comenzó a llorar, a agradecerle lo que había hecho. ¿Qué sentiste al ver las manifestaciones de cariño hacia su persona?
Es parte de la cultura popular de este país y todos escuchamos alguna vez un comentario suyo. De cierta manera ayudó a que se crearan muchas luchas y la gente se lo agradeció. Antes de conocerlo ya me sentía agradecido con él por lo que había hecho por muchos movimientos sociales, no sólo era un escritor, era un hombre que siempre hizo críticas, que buscó la igualdad.
¿Quisieras tener participación en algún homenaje?, ¿en la decisión que se tome respecto a sus cosas, como su biblioteca?
Nadie me ha invitado a nada, pero no es algo que me preocupe.
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