Hace mucho que la noche cayó en Londres, pero Rafael Nadal (Manacor, Mallorca; 25 años) todavía no ha salido a cenar. Antes de debutar en el torneo Queen's, vencedor el domingo por sexta vez de Roland Garros, cierra su martes sentándose en un mullido sofá para repasar con EL PAÍS varios ángulos de su biografía: desde Severiano Ballesteros hasta El niño del pijama de rayas, pasando por los valores que distinguen a los campeones.
Pregunta. Aparece usted sobre un banco de madera, fatigado y en el vestuario de Roland Garros. Es una fotografía de los momentos inmediatamente posteriores a su victoria en la final sobre el suizo Roger Federer. ¿Qué está pasando entonces por su cabeza?
Respuesta. Me quedo muy contento conmigo mismo. Entre mi ilusión y la ayuda de mi equipo, se ha conseguido algo que 10 días atrás parecía casi imposible. En aquella imagen... No se vería, pero lo que estoy es llorando en el vestuario. Llego, me quiero sentar y... es un momento emocionante porque era consciente de que había ganado algo que días antes parecía muy complicado. Se ganó con la determinación de cambiar la situación además de con el trabajo diario, de muchos meses y años. Estoy satisfecho de haber sido capaz de asumir el fracaso inicial o, más que fracaso, el desastre de cómo estaba jugando para a partir de ahí ir un poquito mejor cada día.
P. Tras esa foto, sale a la pista central y se hace otra con el baloncestista Pau Gasol. ¿Qué valores unen a dos ganadores de todo como ustedes?
R. Todos los que ganan tienen siempre una cosa en común que es básica. No es la humildad ni todas esas cosas que quedan muy bien y muy bonitas. Mejor si la tienes, como la tiene él, pero hay mucha gente que ha ganado mucho, una barbaridad, y que es arrogante. Lo que te hace ganar es querer ganar y querer hacer todo lo que toca para ganar. Querer trabajar cuando no te apetece. Saber aguantarte en los momentos complicados pensando que van a cambiar. Ser lo suficientemente tozudo para pensar que las cosas saldrán bien cuando no salen a la primera ni a la décima. Que la mente esté preparada para asumir las dificultades para así poder superarlas. Sin lugar a dudas, todos los que ganan tienen eso.
P. ¿Reconoció eso en Severiano Ballesteros? Cuando él falleció, usted ganó un partido y firmó "Seve" en una cámara tras la victoria. Había 24 años de diferencia de edad entre ustedes y, aun así, conectaron.
R. No viví su gran época, pero sí le conocí. Soy un grandísimo apasionado del golf. He visto todos sus vídeos. Lo que hizo Seve tiene la dificultad añadida de haber sido un pionero en España y haber creado un modo, un estilo, mundial. Su mayor virtud, sin duda, es que quería hacerlo y que se sentía preparado para trabajar lo que hiciera falta para llegar hasta allí. Si tú te crees capaz de llegar hasta allí, da igual si lo haces con una hora de entrenamiento o con 10 millones de horas. Lo importante es llegar. Seve tuvo eso. Jugué 18 hoyos con él y mantuve el contacto. Era una persona excelente.
P. ¿Se estaba entrenando en hierba, por esa forma de pensar, 24 horas después de ganar el torneo grande de la tierra?
R. Eso me lo da la experiencia. El primer año que gané Roland Garros, en 2005, no estuve preparado para hacerlo [perdió en la primera ronda de Halle]. También me lo da el querer mejorar siempre en todas las superficies; querer ser bueno en todos los sitios, algo que yo tenía claro. En 2005 no lo conseguí: me superó la felicidad, el bajón de tensión, el que para mí fuera algo increíble ganar mi primer grande. Una vez que conseguí el segundo Roland Garros... Pam, la cabeza se puso a pensar en lo siguiente [en la hierba].
P. Así que ya tiene mecanizado el viaje de Roland Garros a Queen's [fue eliminado el viernes, en los cuartos de final, por el francés Jo-Wilfried Tsonga].
R. ¿Estoy cansado? Sí. ¿Me apetece estar aquí? No. Me apetece estar en casa. Llevo desde la Copa Davis en Bélgica [marzo] sin pasar una semana en casa. Pienso que este es un sacrificio que puede ayudarme a hacerlo luego mejor en Wimbledon [desde el 20 de junio]. Quizás no me ayude. Lo que es seguro es que yo me voy a sentir más tranquilo conmigo mismo habiendo hecho todo lo correcto para llegar bien a Wimbledon. Tener esa tranquilidad contigo mismo te puede permitir jugar mejor en un momento dado.
P. ¿Ganar en París le quita un peso de encima?
R. Ganar Roland Garros, los 10 títulos que llevo del Grand Slam [dos de Wimbledon, uno del Open de Australia y otro del de Estados Unidos, aparte de los seis parisienses], es dar un paso adelante en mi carrera y también en confianza para jugar el resto del año con más tranquilidad. ¿Es quitarse una mochila de encima? Quizá, sí. No estoy obligado a ganar, pero hacerlo es una satisfacción personal muy grande por estar un año más arriba, un año más ganando un torneo grande como mínimo. Este año, cuando he jugado estando sano, he logrado cuatro finales y tres títulos. Luego, está la historia. Siempre digo que no me importa, pero claro que me importa. Lo que pasa es que tampoco tengo tiempo para explicarlo porque al día siguiente estoy jugando otra competición. Claro que me importa la historia. Claro que me importa tener los mismos títulos de Roland Garros que Borg [Björn, sueco]. Claro que me importa ser de los que tienen más del Grand Slam. Claro que me importa. Yo amo el deporte y lo que hace grande al deporte es la historia. Hay que ser humilde, pero no hay que tener tontería encima. Con 10 títulos, ¿estás entre los grandes de la historia? Pues sí. Es una gran satisfacción personal.
P. En París empezó jugando mal y acabó muy bien.
R. Me ha pasado muchas veces. En todos los Roland Garros he comenzado jugando mal. En ninguno entré jugando bien. En este, especialmente, estaba jugando con un pelín más de nervios que los anteriores. En aquellos no había perdido cuatro finales en un año [todas contra el serbio Novak Djokovic]. Eso es duro, pero también hay que ver que estuve en todas. No estuve para ganar las cuatro finales, pero sí para aceptar las derrotas lo suficientemente bien para volver a luchar desde el primer día en el siguiente torneo. En Roland Garros, al ver que no había sido capaz de ganar ninguna de esas cuatro finales, tuve inseguridad a la hora de encarar el torneo. De ahí viene el problema. Una vez pasada la primera semana, vi que ya no me quedaba otra que jugar bien... Y ahí fue cuando me puse a jugar bien. La obligación me llevó a jugar bien.
P. "Le estaba pasando por encima", resumió Carlos Moyà el inicio de Federer. ¿Cómo gestiona esa situación el número uno, el verse superado cuando se supone que es el mejor?
R. Entiendo la pregunta, pero la respuesta es diferente. Cuando juego, no pienso que soy el número uno, sino que estoy en la final de Roland Garros contra Federer y en que sé que, cuando juega a su máximo nivel, es prácticamente imparable. Ahora bien, los partidos no duran ni cinco ni siete juegos. Sé que jugar al máximo nivel durante tres horas es muy complicado. Si lo consigue, le das la mano y te vas para casa porque es brillante y muy difícil de batir. También sé que, si yo cojo el nivel, si yo cojo el ritmo, le haré difícil jugar tan bien. Si yo empiezo a jugar largo, alto, a lograr que los puntos duren más, él puede empezar a cometer errores. Mi objetivo es llegar al menos a esa situación. Ni me siento humillado ni pasado por encima. Siento que tengo que entrar en juego. En eso pensaba: en esperar al momento adecuado para coger un poquito de aire. La superioridad hay que mantenerla todo el rato. Yo me mantengo estable todo el rato. Cuando él juega muy bien, gana; cuando no juega tan bien, pierde. Al final, en la media es donde se gana.
P. Solo ha cedido un 19% de los puntos de break en las seis finales que ha jugado en París. ¿Cómo lo ha conseguido?
R. De algún modo, tienes que ganar las finales. Los partidos de este calibre y exigencia se juegan al límite. Los gana quien salva más situaciones. Lo importante es tener la confianza, la idea clara de lo que vas a hacer. Que la ansiedad y los nervios no te superen para hacer lo que no quieres hacer. Es una suerte que, de momento, siempre he jugado más nervioso los primeros partidos, en los que quizá hay más margen de error, que las finales, en las que hay menos.
P. ¿Por qué recomienda leer El niño del pijama de rayas?
R. Porque me pareció muy duro, pero, dentro de la dureza, tiene un mensaje. Cuando lo haces a los demás, no es tan grave; cuando te lo hacen a ti, es gravísimo. Ellos [los nazis] matan a diestro y siniestro, pero cuando te pasa en tu propia casa... Da que pensar. Siempre hay una doble visión de la vida, de la misma situación. Interesante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario