Porque la mente es parecida a un espejo: cúbrese de polvo mientras refleja. Ha necesitar de las suaves brisas de la Sabiduría del Alma para que arrebaten el polvo de nuestras ilusiones. Procura, principiante, fundir tu mente con tu Alma.
Huye de la ignorancia, huye igualmente de la ilusión. Aparta tu faz de las decepciones humanas; desconfía de las imágenes que generan tus sentidos, porque son falsas. Pero en lo interior de tu cuerpo, en el sagrario de tus sensaciones, busca en lo impersonal al hombre eterno. Y una vez lo hayas encontrado, mira hacia dentro: eres Buddha.
Apártate del aplauso, oh tú, devoto. El aplauso conduce al engaño propio. Tu cuerpo no es el yo: tu YO existe por sí mismo independientemente del cuerpo, y no le afectan ni los elogios ni los vituperios.
La propia alabanza, oh discípulo, es a manera de una torre elevada, a la cual ha subido un loco presuntuoso, que permanece allí en orgullosa soledad e inadvertido de todos, excepto de él mismo.
El falso saber es desechado por el sabio y esparcido a los vientos por la buena ley. Su rueda gira para todos, así para el humilde como para el soberbio. La Doctrina del Ojo es para la multitud, la Doctrina del Corazón es para los elegidos. Los primeros repiten con orgullo: ¡Ved, yo sé!; los segundos, aquellos que humildemente han recogido la cosecha, en voz baja dicen: así he oído yo.
Helena Blavatsky
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