por Herbert Marcuse
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La sustitución del principio del placer por el principio de la realidad es el gran suceso traumático en el desarrollo del hombre -en el desarrollo del género (filogénesis) tanto como en el individuo (ontogénesis). De acuerdo con Freud, este suceso no es único, sino que se repite a través de la historia de la humanidad y en cada individuo. Filogenéticamente, ocurrió primero en la horda original, cuando el padre original monopolizaba el poder y el placer y obligaba a la renunciación a los hijos. Ontogenéticamente, ocurre durante el período de la primera infancia, cuando la sumisión al principio de la realidad es impuesta por los padres y otros educadores. Pero, tanto en el nivel genérico como en el individual, la sumisión se reproduce continuamente. El mando del padre original es seguido, después de la primera rebelión, por el mando de los hijos, y el clan de los hermanos se desarrolla como dominación social y política institucionalizada. El principio de la realidad se materializa en un sistema de instituciones. Y el individuo, creciendo dentro de tal sistema, aprende los requerimientos del principio de la realidad como los de la ley y el orden, y los transmite a la siguiente generación.
El hecho de que el principio de la realidad tiene que ser reestablecido continuamente en el desarrollo del hombre indica que su triunfo sobre el principio del placer no es nunca completo y nunca es seguro. En la concepción freudiana, la civilización no determina "un estado
de la naturaleza" de una vez y para siempre. Lo que la civilización domina y reprime -las exigencias del principio del placer- sigue existiendo dentro de la misma civilización. El inconsciente retiene los objetivos del vencido principio del placer. Rechazando por la realidad externa o inclusive incapaz de alcanzarla, la fuerza total del principio del placer no sólo sobrevive en el inconsciente, sino también afecta de muchas maneras a la misma realidad que ha reemplazado al principio del placer. El retorno de lo reprimido da forma a la historia prohibida y subterránea de la civilización. Y la exploración de esta historia revela no sólo el secreto del individuo sino también el de la civilización. La psicología individual de Freud es en su misma esencia psicológica social. La represión es un fenómeno histórico. La efectiva subyugación de los instintos a los controles represivos es impuesta no por la naturaleza, sino por el hombre.
2
"El hombre sólo es serio con lo agradable, lo bueno y lo perfecto; pero con la belleza juega." (Schiller). Tal formulación sería un esteticismo irresponsable si el campo del juego fuera uno de ornamento, lujo y fiesta en un mundo de otro modo represivo. Pero aquí la función estética es concebida como un principio que gobierna toda la existencia humana y sólo puede hacerlo si llega a ser universal. La cultura estética presupone una revolución total en las formas de percepción y sentimiento, y tal revolución sólo llega a ser posible si la civilización ha alcanzado su más alta madurez física e intelectual. Sólo cuando el constreñimiento de la necesidad sea reemplazado por el constreñimiento de lo superfluo (la abundancia) la existencia misma será impulsada a un libre movimiento que es en sí mismo tanto el fin como los medios. Liberado de las presiones de los propósitos dolorosos y la actuación exigidas por la necesidad, el hombre será restaurado dentro de la libertad para ser lo que tendrá que ser. Pero lo que tendrá que ser será la libertad misma: la libertad para jugar. La facultad mental que ejercita esa libertad es la imaginación. Ella traza y proyecto las potencialidades de todo ser; liberada de su esclavitud en la materia constreñida, aparece como formas puras. Como tal constituye un orden propio; existe de acuerdo con las leyes de la belleza.
Una vez que ha ganado realmente ascendencia como un principio de civilización, el impulso del juego transformará literalmente la realidad. La naturaleza, el mundo objetivo, será experimentada entonces primariamente, ni dominando al hombre (como en la sociedad primitiva) ni siendo dominada por él (como en la civilización preestablecida), sino más bien como un objeto de contemplación. Con este cambio en la experiencia básica y formativa, el mismo objeto de la experiencia cambia: liberada de la explotación violenta y la dominación, y configurada en su lugar por el impulso del juego, la naturaleza será liberada también de su propia brutalidad y llegará a ser libre para desplegar las riquezas de sus formas sin propósitos, que expresan la vida interior de sus objetos. Y un cambio correspondiente tendrá lugar en el mundo subjetivo. En él, también, la experiencia estética detendrá la violenta productividad dirigida a la explotación, que ha convertido al hombre en un objeto de trabajo. Pero él no regresaría a un estado de pasividad sufriente. Su existencia sería activa todavía, pero lo que posee y produce ya no necesitará tener los rasgos de la servidumbre, del terrible designio de su propósito, más allá de la necesidad y la ansiedad, la actividad humana llega ser despliegue -la libre manifestación de sus potencialidades.
En este punto, la calidad explosiva de la concepción de Schiller se ilumina. El ha diagnosticado la enfermedad de la civilización como el conflicto entre los dos impulsos básicos del hombre (el impulso sensual y el de la forma); o más bien, como la violenta solución de este conflicto; el establecimiento de la tiranía represiva de la razón sobre la sensualidad. Consecuentemente, la reconciliación de los principios en conflicto envolverá la anulación de esta tiranía -esto es, el restablecimiento de los derechos de la sensualidad. La libertad tendrá que encontrarse en la liberación de la sensualidad antes que en la razón, y en la limitación de las facultades superiores en favor de las inferiores. En otras palabras, la salvación de la cultura envolverá la abolición de los controles represivos que la civilización ha puesto sobre la sensualidad. Y ésta es la idea básica que se encuentra en la Educación estética. Ella aspira a hacer descansar la moral en el terreno de la sensualidad; las leyes de la razón deben ser reconciliadas con los intereses de los sentidos; el dominante impulso de la forma debe ser restringido...
p. 29 y 77-79
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