Sonido Fulgor

sábado, 29 de diciembre de 2007

Décimas de nuestro amor (X. Villaurrutia)








I


A mí mismo me prohibo


revelar nuestro secreto,


decir tu nombre completo


o escribirlo cuando escribo.


Prisionero de ti, vivo


buscándote en la sombría


caverna de mi agonía.


Y cuando a solas te invoco,


en la oscura piedra toco


tu impasible compañía.




II


Si nuestro amor está hecho


de silencios prolongados


que nuestros labios cerrados


maduran dentro del pecho;


y si el corazón deshecho


sangra como la granada


en su sombra congelada,


¿por qué, dolorosa y mustia,


no rompemos esta angustia


para salir de la nada?



III


Por el temor de quererme


tanto como yo te quiero,


has preferido, primero,


para salvarte, perderme.


Pero está mudo e inerme


tu corazón, de tal suerte


que si no me dejas verte


es por no ver en la mía


la imagen de tu agonía:


porque mi muerte es tu muerte.



IV


Te alejas de mí pensando


que me hiere tu presencia,


y no sabes que tu ausencia


es más dolorosa cuando


la soledad se va ahondando,


y en el silencio sombrío,


sin quererlo, a pesar mío,


oigo tu voz en el eco


y hallo tu forma en el hueco


que has dejado en el vacío.



V


¿Por qué dejas entrever


una remota esperanza,


si el deseo no te alcanza,


si nada volverá a ser?


Y si no habrá amanecer


en mi noche interminable


¿de qué sirve que yo hable


en el desierto, y que pida


para reanimar mi vida,


remedio a lo irremediable?



VI


Esta incertidumbre oscura


que sube en mi cuerpo y que


deja en mi boca no sé


qué desolada amargura;


este sabor que perdura


y, como el recuerdo, insiste,


y, como tu olor, persiste


con su penetrante esencia,


es la sola y cruel presencia


tuya, desde que partiste.




VII


Apenas has vuelto, y ya


en todo mi ser avanza,


verde y turbia, la esperanza


para decirme: "¡Aquí está!"


Pero su voz se oirá


rodar sin eco en la oscura


soledad de mi clausura


y yo seguiré pensando


que no hay esperanza cuando


la esperanza es la tortura.



VIII


Ayer te soñé. Temblando


los dos en el goce impuro


y estéril de un sueño oscuro.


Y sobre tu cuerpo blando


mis labios iban dejando


huellas, señales, heridas...


Y tus palabras transidas


y las mías delirantes


de aquellos breves instantes


prolongaban nuestras vidas.



IX


Si nada espero, pues nada


tembló en ti cuando me viste


y ante mis ojos pusiste


la verdad más desolada;


si no brilló en tu mirada


un destello de emoción,


la sola oscura razón,


la fuerza que a ti me lanza,


perdida toda esperanza,


es...¡la desesperación!



X


Mi amor por ti ¡no murió!


Sigue viviendo en la fría,


ignorada galería


que en mi corazón cavó.


Por ella desciendo y no


encontraré la salida,


pues será toda mi vida


esta angustia de buscarte


a ciegas, con la escondida


certidumbre de no hallarte.

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