Desde Auschwitz el problema del mal se volvió tremendo. La afirmación de Dostoievsky en boca de Iván Karamazov: “No puedo creer en un Dios que permite la muerte de los inocentes”, se volvió no sólo un peso terrible en la conciencia religiosa –¿cómo es posible creer en un Dios que delante de la Shoa y de los genocidios modernos, permanece trágicamente silencioso y ausente?–, sino también en esas lúcidas conciencias ateas como la del filósofo Adorno: “Después de Auschwitz ya no es posible escribir poesía”, la palabra sagrada.
No puedo dejar de compartir esa realidad que, desde la muerte de mi hijo y de los miles de asesinados de las maneras más crueles que día con día caen en nuestro país, no sólo persigue a mi conciencia, sino que se ha enquistado en mi piel como un aguamala. ¿Vale la pena creer en un Dios así? ¿Existirá?
En el orden de las evidencias fundamentales, de una concepción de Dios como omnipotencia, como poder, la respuesta es no –el poder, como lo muestran los seres humanos, sólo sirve para oprimir, para violentar y matar. Sin embargo, esa presencia inusitada del mal nos coloca de cara a una realidad de Dios que, aunque presente en el Evangelio mismo y revelada en las palabras de San Juan: “Dios es amor”, sólo puede verse en la oscuridad más absoluta. En realidad Dios es, como el amor, pura debilidad, pura impotencia, pura humildad, pura renuncia. Dios no puede más que amar y, en consecuencia, no puede cambiar nada, sólo puede mostrarse en el accionar de los justos que son tan impotentes, como él, para cambiar algo. Lo saben los místicos, pero sobre todo aquellos que, ajenos a las interpretaciones de las ideologías religiosas, lo encontraron como una gracia en las profundidades de su corazón. Dos de ellas, Simone Weil y Etty Hillesun –a quien dediqué mi columna pasada– lo comprendieron en el centro mismo de la Shoa. “La Creación no es de parte de Dios” –escribió Weil en “El amor de Dios y la desdicha”–un acto de expansión, sino de retiro, de renuncia […] Dios permitió [así] la existencia de cosas distintas a Él, de un valor infinitamente menor que Él […] Dios se negó en sí mismo a favor nuestro para darnos la posibilidad de negarnos por Él. Esta respuesta. Este eco que está en nuestro poder rechazar, es la única justificación posible para la [impotente] locura del amor.”
Etty Hillesun |
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.
Javier Sicilia
de La Jornada
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