Nota débil diluida en un rayo total,
asco a la religión, y al orden de las palabras,
irremediablemente caigo, en el orden
buscando la mano comprendida,
la apatía me domina,
relincho en la nada de mi caminata,
vuelo en la sed cayendo de la tierra a un fantasma diluido
entre estrellas quemadas,
en espacios de quebrada mecedora nostálgica,
invadido por piedras piedras,
hacia la sonrisa que cansa, por exceso de tibieza,
el demonio que danza en arcoíris de olores ruines,
al límite de mi escoria, al sueño repugnante del fracaso,
a la canción de la voz temerosa,
del inacabado capricho y rechazo constante del otro,
de la misantropía que deshace las cuerdas de la presencia
y las diluye en un lago de dispersión, de palabras falsas,
de miseria que escupe espejo conjurado en hielo,
infinita prisión,
voy gustoso imaginando barrotes
que debo destruir imitando monstruos
que gritan, de un oído a una vela lastimada,
por la guerra fría donde las caricias
o el desenfreno celestial vomita el rugido
del erotismo bien ganado.
¿Hasta cuando los girasoles impuestos en la acera
serán la piel con la que el viento escribe mi memoria?
Las palabras pesan
Las palabras no son alas
Ni tiempo de alegría gratuita,
Las palabras pesan como
Dagas confabuladoras de angustia.
En el lenguaje caigo aprisionado
como un simio sin historia,
como un espíritu sin aire,
como una hormiga que carga
su silencio sin gozarlo,
en suspiros de gato
que alejan al miedo
llevándome al reposo
del placer banal,
la eternidad es donde estoy
y su sol sigue y sigue
y del Dios al cual odio,
con toda mi Alma,
queda su voluntad de parirme
de robarme mi aburrimiento,
queda mi luz oscura
de su cuchillo fiel,
del encierro al cual me entrego
una y otra vez,
del que salgo pero al que
una fuerza superior
me sigue latigueando
para sufrir, por gusto,
en el hoyo del regodeo
donde la comedia no para
de llorar gusanos.
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