Sonido Fulgor

martes, 25 de mayo de 2010

"Los hombres se buscan en su incondición de extranjeros. Nadié está en su casa. El recuerdo de esta servidumbre reúne a la humanidad. La diferencia que se abre entre el yo y el sí mismo, la no-coincidencia de lo idéntico, es una no-indiferencia fundamental con respecto a los hombres.

El hombre libre está consagrado al prójimo, nadie puede salvarse sin los otros. El dominio reservado del alma no es cierra desde el interior. Pues el Eterno "cerró la puerta detrás de Noé", nos dice con admirable precisión un texto del Génesis. ¿Cómo se cerraría en la hora en que la humanidad perezca? ¿Hay horas en que el diluvio no amenaza? He aquí la interioridad imposible que desorienta y reorienta las ciencias humanas de nuestros días: imposibilidad que no aprendemos por la metafísica, ni por el fin de la metafísica. Distancia entre el yo y el sí mismo, recurrencia imposible, identidad imposible. Nadie puede quedarse en sí mismo: la humanidad del hombre, la subjetividad, es una responsabilidad por los otros, una vulnerabilidad extrema. La vuelta a sí mismo se convierte en rodeo interminable. Anterior a la conciencia y a la elección -antes que la creatura se reúna en presente y representación para hacerse esencia- el hombre se aproxima al hombre. Está formado de responsabilidades. Por ellas, desgarra la esencia. No se trata de un sujeto que asume responsabilidades o se evade de las responsabilidades, de un sujeto constituido, puesto en sí y para sí como una libre identidad. Se trata de la subjetividad del sujeto, no de su no-indiferencia con respecto al otro en la responsabilidad ilimitada -porque no se mide por compromisos- y a la que remiten asunción y rechazo de responsabilidades. Se trata de responsabilidad por los otros hacia los que se desvía el movimiento de la recurrencia, en las "entrañas conmovidas" de la subjetividad que desgarra.

Extranjero para sí, obsesionado por los otros, in-quieto, el Yo es rehén, rehén en la recurrencia misma de un yo que no cesa de fallarse a sí mismo. Pero de este modo, siempre más próximo a los otros, más obligado, agravando su fracaso ante sí mismo.



p.130 en adelante, Humanismo del otro hombre, EMMANUEL LEVINAS

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