Sonido Fulgor

viernes, 28 de mayo de 2010

La ciencia de la meditación. Sharon Bagley.

Todos los huéspedes del Dalai Lama miraron intensamente al escaneo proyectado en pantallas a ambos lados de la habitación, ¡pero cuán distintos huéspedes habrían de ser!. Por un lado, se sentaron cinco neurocientíficos unidos en su creencia que los procesos físicos del cerebro pueden explicar todas las maravillas de la mente, sin apelar a nada espiritual o no físico. Por el otro lado y frente a ellos, se sentaron una docena de monjes tibetanos con sus túnicas azafrán y vino, convencidos de que un hombre joven de cara redonda en medio de ellos era la reecarnación de un antiguo maestro del Dalai Lama, y que otro, que también allí estaba presente, era la reecarnación de un monje del siglo XII. El ambiente que se asumía entre ellos, los budistas, era que que la entidad que llamamos ‘mente’ no es como lo dice la neurociencia, solo una manifestación del cerebro. Para el mundo científico esto era inaudito e iba en contra del modelo de conocimiento hasta ahora paradigmático.

No era, en otras palabras, la típica reunión de ciencias. Pero aunque los Budistas y científicos que se reunieron por cinco días, en el hogar del Dalai Lama en Dharamsala, India, tenían distintas opiniones en lo concerniente a las pequeñeces de la reencarnación y de la relación entre la mente y el cerebro, ellos pusieron las diferencias a un lado en pos del interés de una meta compartida. Todos ellos se habían reunido bajo las sombras de los Himalayas para discutir uno de los más acalorados tópicos de la ciencia del cerebro: la neuroplasticidad. 

El término se refiere la recién descubierta habilidad del cerebro de cambiar su estructura y funcionamiento, en particular el expandir y reforzar los circuitos que son usados y el de empequeñecer o debilitar aquellos raramente utilizados. En su corta historia, la ciencia de la neuroplasticidad, ha mayormente documentado cambios cerebrales que reflejan experiencia física y entrada de datos del mundo exterior. En pianistas que tocan muchos arpegios por ejemplo, las regiones del cerebro que controlan el dedo índice y pulgar se fusionan, aparentemente porque cuando un dedo toca una tecla en uno de esos movimientos tempo rápidos, el otro lo hace casi simultáneamente, engañando al cerebro en creer que los dos dedos son en realidad uno. Como un resultado de estas regiones del cerebro fusionados, el pianista no puede mover esos dedos independientemente uno del otro. 

Últimamente sin embargo, los científicos han comenzado a preguntarse si es que el cerebro puede cambiar en respuesta a señales internas, puramente mentales. Aquí es donde los budistas entran. Su antigua y milenaria tradición de la meditación ofrece un experimento de la vida real sobre el poder de esos fuegos fatuos, pensamientos para alterar la materia física del cerebro. 

“De todos los conceptos en la moderna neurociencia, es la neuroplasticidad la que tiene el más grande potencial para una interacción significativa con el Budismo,” dice el neurocientífico Richard Davidson de la Universidad de Wisconsin, Madison. El Dalai Lama estuvo de acuerdo y animó a los monjes a donar (temporalmente) sus cerebros a la ciencia. El resultado fueron los escaneos que el Prof. Davidson proyecto en Dharamsala. Estos compararon la actividad cerebral en voluntarios quienes eran meditadores novatos para con esos monjes budistas quienes han invertido mas de 10,000 horas en meditación. La tarea era practicar la meditación, generando un sentimiento de amor bondadoso hacia todos los seres. 

“Tratamos de generar un estado mental en el cual la compasión inunda la mente entera sin ningún otro pensamiento,” dice Matthieu Ricard un monje budista en el monasterio Sechen en Katmandú Nepal, quien ostenta un Doctorado en Genética. 

En una asombrosa diferencia entre principiantes y monjes, los últimos mostraron un dramático incremento en una actividad cerebral de alta frecuencia, llamada ‘ondas gamma’ durante la meditación en la compasión. Pensada como una actividad neuronal que identificaba y unía circuitos cerebrales remotos, las ondas gamma yacen en las actividades mentales elevadas tales como la conciencia. El meditador novato “mostró un ligero incremento en la actividad gamma, pero la mayoría de los monjes mostraron incrementos extremadamente grandes, de un tipo que jamás ha sido reportado por la literatura de la neurociencia,” dice el Prof. Davidson sugiriendo que el entrenamiento mental puede traer al cerebro a un nivel de conciencia mucho más grande. 

Usando el escáner cerebral, llamado imagen por resonancia magnética funcional, los científicos señalaron regiones que fueron más activas durante la meditación de la compasión. En casi cada caso, la actividad mejorada era más grande en los cerebros de los monjes que en la de los novatos. Actividad en la corteza prefrontal izquierda (el asiento de emociones positivas tales como la felicidad) literalmente empuntando la actividad en la corteza prefrontal derecha (el sitio de las emociones negativas y la ansiedad) algo nunca antes visto, viniendo de una actividad puramente mental. Un circuito desguanzado que se enciende a la vista del sufrimiento, también mostró mayor actividad en los monjes. Así lo hicieron también las regiones responsables del movimiento planeado, como si los monjes estuviesen ardiendo en ganas de ir y auxiliar aquellos en problemas.

“Se siente como una completa presteza para actuar, de ayudar.” Recordó sr. Ricard. 
El estudio será publicada la siguiente semana en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias. “No podemos desechar la posibilidad de que hay una diferencia preexistente en el funcionamiento cerebral entre monjes y novicios,” menciona el Prof. Davidson, “pero el hecho de que los monjes con mas horas de meditación mostraron los más grandes cambios cerebrales, nos da confianza de que los cambios son de hecho producidos por el entrenamiento mental.” 

Esto abre la seductora posibilidad de que el cerebro, como el resto del cuerpo pueda ser alterado intencionalmente. Justo como los ejercicios aeróbicos esculpen los músculos, así el entrenamiento mental esculpe la materia gris en vías que sólo los científicos pueden empezar a imaginar. 

Autor: Sharon Begley.
Fuente: The wall street journal on line.
Traducción al español por Luis Claudio Gómez.



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