Sonido Fulgor

viernes, 1 de febrero de 2008

Reflexiones sobre el escribir 2da parte Henry Miller

Este estado de sublime indiferencia es el desarrollo lógico de una vida egocéntrica. Al morir, me desligué de todo problema social; el problema real no consiste en llevarse bien con el vecino ni en contribuir al desenvolvimiento del país, sino en descubrir el propio destino, en vivir una vida acorde con el profundo ritmo del universo; consiste en ser capaz de emplear la palabra alma, de estar en contacto con las cosas "espirituales"... y de dejar de lado las definiciones, las coartadas, las pruebas, los deberes. El paraíso está en todas partes y toda vía, si uno se interna lo necesario por ella, conduce a aquél. Uno sólo puede avanzar retrocediendo, para tomar luego un sendero lateral y seguir luego avanzando y luego retrocediendo. No hay progreso: tratase de un movimiento perpetuo, de un desplazamiento circular, en espiritual, interminable. Todo hombre posee su propio destino y el único mandamiento es que lo siga, que lo acepte no importa adónde aquél lo lleve.No tengo la menor idea de cómo serán mis libros futuros, ni siquiera el que he de escribir inmediatamente después del que estoy escribiendo. Mis mapas y planes apenas me sirven de guía: los dejo de lado a voluntad, invento, deformo, miento, inflo, exagero, mezclo y confundo, conforme a mi humor del día. Sólo obedezco a mis instintos e intuiciones. Nada sé por adelantado. A menudo escribo cosas que no entiendo, aunque seguro de que luego se me aparecerán claras y significativas. Tengo fe en el hombre que está escribiendo, en el hombre que soy yo, en el escritor. Y no creo en las palabras aun cuando las junte el hombre más diestro: Creo en el lenguaje, que es algo que está más allá de las palabras, algo de lo cual las palabras no ofrecen más que una inadecuada ilusión. Las palabras no existen separadamente como no sean en los cerebros de los eruditos, filólogos, etimólogos, etc. Las palabras divorciadas del lenguaje son cosas muertas y no entregan secretos. Un hombre se revela en su estilo, en el lenguaje que él mismo se ha forjado. Creo que para el hombre puro de corazón todo es tan claro como el sonido de una campana, sin excluir los textos esotéricos. Para semejante hombre, el misterio existe siempre, aunque se trate de un misterio que no es misterioso sino lógico, preordenado e implícitamente aceptado. La comprensión no consiste en rasgar los velos del misterio sino en aceptarlo, en vivir bienaventuradamente con él, en él, a través de él y por él. Me gustaría que mis palabras fluyeran en la misma dirección que fluye el mundo, en ese movimiento de serpentina a través de incalculables dimensiones, ejes, latitudes, climas, condiciones. Acepto a priori mi incapacidad para realizar semejante ideal y esto no me preocupa en lo mínimo. En última instancia, el mismo mundo está preñado de fracaso, es la manifestación perfecta de la imperfección, de la conciencia del fracaso. Y el comprender esto, el mismo fracaso queda eliminado. Como el principio prístino del universo, como el inconmovible Absoluto –el Uno, el Todo–, así el creador, esto es el artista, se expresa a partir y a través de la imperfección. Ésta es la tela de la vida, el verdadero signo de lo que vive. Uno se acerca al corazón de la verdad –lo cual, según supongo, es el propósito último del escritor– en la medida en que cesa de luchar, en medida en que rinde la voluntad. El gran escritor es el mismo símbolo de la vida, de lo no perfecto. Se desplaza sin esfuerzo, produciendo la ilusión de la perfección, desde un centro desconocido que, por cierto, no es el centro conectado con el ritmo de todo el universo y , consecuentemente, tan firme, sólido, inconmovible, perdurable, desafiante , anárquico, falto de propósitos como el propio universo. El arte nada enseña como no sea la significación de la vida. La gran obra ha de ser inevitablemente oscura, excepto para un puñado de hombres, para aquéllos que, como el mismo autor, están iniciados en los misterios. La comunicación entonces resulta secundaria; lo importante es la perpetuación. Y para esto sólo es necesario un buen lector.Si soy revolucionario, como se dijo, lo soy inconscientemente. No me rebelo contra el orden del mundo. "Revolución", como Blaise Cendrars dijo de sí mismo. Hay una diferencia. Puedo vivir tanto del lado de la minoría como del lado de la mayoría, y en verdad, creo que me encuentro por encima de una y otra división pues establezco una relación entre ellas que se expresa, en mi actividad literaria, plásticamente y no éticamente. Creo que uno ha de trascender la esfera e influencia del arte. El arte no es más que un medio de vida para vivir más plenamente. No es en sí mismo una vida más plena. Al convertirse en un fin, se destruye a sí mismo. Muchos artistas destruyen la vida por el mismo intento de aferrarla. Han partido el huevo en dos. Creo firmemente que todo arte desaparecerá algún día. Pero el artista permanecerá y la misma vida no será ya "un arte", sino el arte, es decir que definitivamente y para siempre se adueñará del campo del arte. En ningún sentido estamos ahora vivos. Ya no somos animales, pero por cierto todavía no somos hombres. Desde el alborear del arte, todo gran artista pregonó esta verdad, pero pocos fueron los que la comprendieron. Una vez que el arte esté realmente aceptado, dejará de ser. Constituye sólo un sustituto, un lenguaje simbólico que reemplaza algo que ha de ser captado directamente. Pero para que esto sea posible, el hombre ha de transformarse en un ser cabalmente religioso y no simplemente en un creyente, en un primer motor, en un dios en acto. Inevitablemente llegará a serlo. Y de todos los rodeos a lo largo de este sendero, el arte es el más glorioso, el más fecundo, el más instructivo. El artista que cobra total conciencia, deja al punto de serlo. Y la tendencia actual apunta hacia la conciencia, hacia esa cegadora conciencia en la que no podrá florecer ninguna forma actual de vida, ninguna forma de arte.A algunos esto le sonará a superchería, pero lo cierto es que es una honrada afirmación de mis actuales convicciones. Ha de tenerse en cuenta, desde luego, que existe una inevitable discrepancia entre la verdad y lo que uno piensa, aun de sí mismo; pero también ha de tenerse en cuenta que semejante discrepancia existe entre el juicio de otra persona y esa misma verdad. Entre lo sujetivo y lo objetivo no hay diferencia de esencia. Todo es engañoso y más o menos transparente. Todos los fenómenos, incluyendo al hombre y sus pensamientos sobre sí mismo, no constituyen más que un alfabeto móvil, cambiable. No hay hechos sólidos que podamos aferrar. Y así, cuando escribo, y aun cuando mis distorsiones y deformaciones sean deliberadas, no por ello están menos cerca de la verdad de las cosas. Uno puede ser absolutamente sincero y veraz aun cuando admita ser el mentiroso más desaforado del mundo. La ficción y la invención pertenecen a la misma esencia de la vida. Las violentes perturbaciones del espíritu no afectan en modo alguno la verdad.De esta suerte, cualesquiera sean los efectos que pueda, lograr mediante los recursos técnicos, ellos no son nunca meros resultados de la técnica sino que constituyen el más preciso registro señalado por la aguja sismográfica de las experiencias tumultuosas, múltiples, misteriosas e incomprensibles que he visto y que, cuando escribo, vuelvo a vivir en modo distinto, acaso aún más tumultuosamente, más misteriosamente, más incomprensiblemente. La llamada sustancia del hecho sólido, que constituye tanto el punto de partida como el de descanso para contemplar el panorama desde lo alto, la llevo hondamente metida dentro de mí: no podría perderla, alterarla, disfrazarla, por más que me lo propusiera. Y sin embargo, queda alterada, del mismo modo que la faz del mundo queda alterada con cada una de nuestras aspiraciones y espiraciones. Para registrarla, uno debe entonces producir una doble ilusión: de detención y de flujo. Este ardid dual, por así decirlo, es lo que da la ilusión de falsedad: esta mentira, esta huidiza, metamórfica máscara pertenece a la propia esencia del arte. Uno echa el ancla en medio del flujo, uno se pone la máscara de la mentira a fin de revelar la verdad.

continuará...

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