Para que no me molesten más, una tarde oímos en casa la lectura de un documento burocrático. ¡He perdido todos estos días con lo del dichoso notario! En lo sucesivo trataré a todos esos funcionarios públicos, u otros, con la vileza digna de una chinche supersónica. Ésa, por otra parte, ha sido siempre mi actitud. Si no me comporté así esta vez fue porque mis sublimes nicoides me inspiraban más que un hueso a un perro. No, incluso mucho más. Mi inspiración era de orden cósmico y es obvio que un notario jamás pueda llegar a comprenderlo. Lo que sentía en el momento en que me interrumpieron era la inminencia de los contornos corpusculares del éxtasis.
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