Sonido Fulgor

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sábado, 5 de octubre de 2013

destinatarios múltiples o poema para luis


eva, quisiera poder regalarte todos los pájaros míticos de la alegría todos los colores

últimamente el mundo es un asunto triste de puertas que se cierran
no sé si salir al parque o cambiarme de ciudad
pero la última vez que llegué al mar ni siquiera el agua pudo conmigo
ahora, que esta primavera marchita termina por descomponerse
necesito caminar despacio y tendido
como si el hecho solamente de moverse fuera a cambiar de dirección los vientos
porque la muerte acecha por todas las ventanas estos días
su presencia llega demasiado cerca, como una ola que nos moja los pies

en la radio invitan a desconfiar de la gente

todo contacto tiene matiz de contagio pero la muerte está en otra partes
sospecho que es mentira que uno va haciéndose fuerte con el tiempo
xavi, los viajes tampoco hacen partir la soledad
yo me siento cada vez más vulnerable y menos preparada
luis, esta es la entrada a la que tuviste tanto miedo

hoy voy a salir desacompañada al parque

a ver si alguien dejó caer de su bolsillo un poco de optimismo
y yo me lo encuentro tirado en la grama
ya no tengo ganas de ir en verano a nueva york
ni siquiera le tengo ahora tanto deseo a los conciertos
aquí, en el DF, pasó algo
aún no podemos precisar qué quién cuándo dónde cómo por qué
estoy perdiendo la fe, andrés, yo sé que esa palabra está rota
pero tú sin embargo haces mandalas y laberintos en la pared de una casa
qué malo pensar que esto podría ser sólo el principio de la guerra
y que nos toca estar en este mundo para oler juntos y azorados
el horror de las hormigas

esta década ha sido una hecatombe

estamos destruidos
yo he querido creer en el amor, en la armonía
sé que es posible otro mundo cuando menos adentro de mi cama
marie, no podemos darnos por vencidas
tienen que haber más estrellas debajo de las piedras de los ríos
adentro de los caracoles
mac, ayúdame saltimbanqui por favor a cambiarlo todo que sola no sé
luis, invítame a dormir contigo en un país con maquinillas y moviolas
qué vamos a hacer de tanto periódico embustero
cuántos rincones de la ciudad puedo mostrarte todavía

karina, enseñáme a sonreír tanto como tú

que a mí a veces la vida me parece demasiado amarga
no tiene que ver con que hoy sea domingo
y se superpongan las músicas de todos los vecinos incluyendo la mía
de qué vale sintonizarse, chechen, con los oráculos
de qué vale, lalas, este hondo dolor que da politizarse
miriam, los círculos están descoloridos y apagados los hornos
marina, qué vamos a hacer con nuestros pies adoloridos
ximena, voy a esperarte para ir al centro a bolearnos los zapatos
en dónde quedó nuestro humor negro, yamilé
qué haremos con tanto libro seco en los armarios

fede, yo sí creo en el fuego que echan por la boca los dragones

sueño con cenotes sagrados porque nunca he visto uno
tengo una larga lista de pirámides por conocer en el desierto y en la selva
me gusta dar besos bajo la luz direccional de los museos
luis, vivamos juntos en un país sin nieve en una ciudad con menos escaleras
volvería a caminar de noche contigo otra vez

tengo la memoria llena de momentos explosivos y de calles vacías

este poema es para ti

hoy voy a ir a pasear a chapultepec como ese día

no puede ser que los pájaros míticos de la felicidad no existan

quiero sentarme sola a escribir poemas antibalas

voy a comprar helado de limón este domingo húmedo

ojalá no llueva

NICOLE CECILIA

domingo, 22 de mayo de 2011

El inclasificable Dylan

El
inclasificable
Dylan

Andreas Kurz

Bob Dylan se presentó en los Grammys 2011. Junto con The Avett Brothers y Mumford and Sons cantó “Maggie’s Farm.” El público: vestidos de diseñador, vino caro, arrogancia, autosuficiencia, falta de humor. Neil Young aplaude con entusiasmo. Jennifer Lopez trata de fingir emoción, no lo logra, su cara expresa desconcierto y la ausencia definitiva de comprensión. Veintiséis años antes, Jack Nicholson, sólo cuatro años mayor que Robert Allen Zimmerman, había introducido la aparición de Dylan en Life Aid. The Transcendent Bob Dylan, el músico que formó una manera de ser, más influyente que los Beatles y los Rolling Stones. En 1985, Dylan tenía cuarenta y cuatro años. Me acuerdo que me parecía viejo y acabado, inclusive más acabado que Keith Richards y Ron Wood, sus side kicks en Filadelfia. ¿Dos momentos atípicos en una carrera de más de cincuenta años? En absoluto. Dos momentos que pueden resumir una carrera. El Dylan amable de los Grammys 2011 –abuelo feliz y algo excéntrico rodeado de sus hijos y nietos–, y el Dylan gruñón de 1985 –a la mitad del camino secundado por dos compañeros tan viejos y feos como él revelan los epítetos de su vida: inefable y evasivo.

He asistido a dos conciertos de Dylan: el primero en Austria, en los años ochenta, el segundo en Ciudad de México, en 2008. La misma historia: de malas, desganado, desentonado hace veinticinco años; simpático, animado, aún más desentonado hoy. El público es cada vez más heterogéneo: siguen los de su edad, permanecen los que ahora están a la mitad del camino, hay jóvenes y adolescentes. Mayor elogio no se puede hacer a un músico, uno más trillado tampoco…

Dylan toca para los viejos mejoradores del mundo, millonarios de negocios y burocracia, soñadores y románticos incurables, cínicos e ingenuos, religiosos y ateos. ¿Le vale todo? ¿Ya no hay ideales y convicciones? ¿Una leyenda que pretende disfrutar sus últimos años sin conflictos y controversias, pero con la seguridad de dejar una obra imperecedera? ¿No se da cuenta que en el público de los Grammys está Maggie con toda su familia y abundan los que tienen sesenta y ocho, pero dicen que tienen veinticuatro?

Un setentón quiere disfrutar su pensión. Empieza a hacer las cosas que nunca antes había hecho –viaja o aprende portugués. Dylan da conciertos y escribe canciones, cosas que siempre había hecho. No es un pensionista común y corriente. Hay algo más en él, algo que nos permite olvidar que no tiene voz para cantar, ni sabe tocar la guitarra, que no es ni pacifista, ni luchador por todas las causas buenas al estilo de Bono, que acepta la presencia de la peor lacra de la farándula en el público, y hasta le sonríe. Inefable y evasivo, quizás la ilusión de todos los humanos: ser inclasificable y dar una importancia igual a cero a lo que dicen y opinan los otros sobre uno, llevar la contraria siempre.

Cuando los críticos celebraban a Dylan como genuino sucesor de Woody Guthrie, aquél sacó la batería y la guitarra eléctrica. Cuando la indefinida izquierda estadunidense pensaba tener un portavoz, Dylan empezó a cantar sobre un viaje interior laberíntico que lleva a la negación de todas las seguridades y la aniquilación de todos los dogmas. Cuando todos pensábamos que era una leyenda sin futuro, resucitó con Modern Times. Dylan no es forever young, pero sí sabe que la juventud y la vejez no existen, que el tiempo se puede controlar con la ayuda del movimiento y de los cambios bruscos. El tiempo se deja sorprender así y nos muestra una cara más amable, aunque tenga el aspecto de un limón secado y la expresividad de un sujetapapeles.

En “I Want You”, canción de amor de 1966, hay una estrofa que, cuarenta y cinco años más tarde, ha dejado de ser una apertura hacia el otro para convertirse en un gesto que parece querer alcanzar al tiempo, a todos los tiempos: “The drunken politician leaps/ Upon the street where mothers weep/ And the saviors who are fast asleep, they wait for you/ And I wait for them to interrupt / Me drinkin’ from my broken cup/ And ask me to/ Open up the gate for you.”

Dylan podría ser un existencialista al estilo de Albert Camus. Sé que tratar de medir a Dylan con criterios intelectuales es una falacia, pero sé también que a él no le importaría –ya no le importa–, se burlaría probablemente, haría una mueca que expresa que soy un imbécil y me dejaría vivir con mi imbecilidad y todo. Camus rechaza la idea del suicidio, hay que vivir porque en cada esquina espera una sorpresa que no permite que tome de mi taza rota y que me obliga a abrir todas las puertas.

Dylan no acepta la historicidad de sus canciones, las adapta, las reinventa, las vuelve irreconocibles hasta para sus aficionados más expertos. Lo viejo es nuevo, lo nuevo viejo es. Y todo es moldeable. Escuché “Blowing in the Wind” por primera vez a comienzos de los setenta en la iglesia de mi pueblo natal: en alemán y como canción religiosa. Dylan sigue cantando la canción en sus conciertos. Mejor dicho: la volvió a cantar cuando ya nadie se la esperaba. Hay que llevar la contraria siempre… La canta con una voz que es vómito puro, con instrumentaciones variables y con un significado nihilista: la respuesta flota en el aire, pero el aire todo se lo lleva al carajo. Quizás no tan nihilista porque Dylan sigue aquí para cantarla y sospecho que de vez en cuando el párroco de mi pueblo aún entona con voz temblorosa que la respuesta, amigo mío, sólo Dios la sabe.

¡Qué imagen bonita la de los Grammys! Un público que adora la juventud y la belleza, enamorado de sí mismo y convencido de su superioridad y –no pocos– de su inmortalidad, tiene que aplaudir –hasta jlo– a un hombre arrugado que no pretende disfrazar sus setenta años, quien aúlla, gruñe y solloza una canción cuyo texto insulta a la mayoría de este público. No hay imagen más hermosa del carácter perennemente contestatario de la cultura del rock.

de La Jornada


domingo, 27 de marzo de 2011

Brevedad



Postmodernity or the internet, ilustración de Avidae

La brevedad en el tiempo postmoderno

Fabrizio Andreella

I

En la época de la velocidad absoluta el tiempo es una espera. Contradicción aparente, porque si todo es miniaturizado por las prestaciones de la tecnología, no es que ganemos tiempo, más bien lo fragmentamos en una multitud de esperas momentáneas.

Lo que nos parece una ampliación del tiempo es en realidad una segmentación. El tiempo es desmenuzado como la pantalla de una televisión por cable: mil canales y un control remoto que pulveriza la atención y mueve las caderas de la información en un baile sin fin de pequeñas curiosidades.

Muy a menudo nos toca esperar unos segundos para que un aparato termine de procesar los datos que hemos inyectado en sus entrañas. (Cero-uno, cero-uno. El código binario del mundo digital trabaja para nosotros.)

Claro está que el tiempo de espera es siempre más corto, porque el pertinaz desarrollo tecnológico quiere dar espacio también a otras actividades de las maquinas y a otras esperas de los humanos.

El tiempo de la cotidianidad contemporánea es entonces como uno de esos quesos punteados por minúsculos agujeros, imperceptibles y claustrofóbicas salas de espera en las cuales nos acomodamos mil veces durante el día. Adentro no hay revistas que leer o desconocidos con quienes hablar. Todo es demasiado rápido para empezar algo nuevo, y demasiado lento para no percibir la discontinuidad. No hay más que esperar.

Ese tiempo libre no es un espacio para el ocio creativo, sino algo que hay que llenar con tabletas de vitaminas entretenidas, o sea juegos, noticias, chateos, mensajes cortos, pedazos de música digital, fotos, videos: pastillas que se encuentran en la farmacia trashumante que tenemos en el bolsillo, el iPhone o sus imitadores

Sí, hoy tenemos mucho tiempo libre, pero es un simple adorno que tiene la misma consistencia e importancia del azúcar glass esparcido sobre un pastel. ¿El tiempo tamizado por nuestras herramientas tecnológicas es un tiempo apacible para el sistema nervioso? Y sobre todo, ¿influye en nuestra experiencia?

II

Esta fragmentación no atañe únicamente al tiempo. El mundo que nos alcanza es demasiado abundante, rebosa una cantidad incontrolable de novedades y estilos, de necesidades y aspiraciones, de acontecimientos y noticias.

Necesitamos instrumentos para seleccionar, agrupar, dar formas y conexiones a todos los pedazos recogidos. Solamente así es posible moverse en la jungla mediática de hoy, en la cual hacemos constantemente una obra de absorción de mensajes mediáticos, un copy-paste psicológico que requiere una mesa de mezclas para que todo se amalgame.

Nos vemos obligados a sintetizar, y quizá simplificar, para poder recomponer la masa de informaciones que nos bombardea incesantemente. En el pasado, el arte de la selección parecía una práctica de adultos que no preferían la cantidad y disfrutaban la calidad. Hoy, la selección se vuelve práctica obligatoria para los adolescentes que tienen que aprender a flotar y a orientarse en el mar de la sociedad mediática.

De hecho, vivimos en un mundo informativo digital que sería incomprensible si no fuera por unos instrumentos que, además de seleccionar, fungen de almaceneros. Periódicos, televisión y sitios web reciben y ordenan la información para disponerla en las estanterías a donde llegará nuestra carretilla elevadora: un mouse, un control remoto.

Los bloggers son más bien corredores de noticias, o diyéis de la información que ofrecen una experiencia del mundo a través de las noticias escogidas. Hay quien toca música pésima, y otros que son muy buenos, pero es la reputación que alcanzan lo que determina el éxito del “proceso de civilización mediático-digital” que nos toca.
Nos guste o no, estos almaceneros y diyéis son las venas por donde corre la sangre digital de la información.

III

La condensación y la fugacidad son los estilemas necesarios a la aventura postmoderna. Las píldoras substituyen a los alimentos, las tarjetas al dinero, las pantallas al viaje, Facebook a las cafeterías, la televisión por cable a los estadios de futbol, la pornografía al sexo, los sondeos de opinión a las elecciones democráticas. Estos empobrecimientos de la experiencia sensorial son presentados como fantásticos éxitos del desarrollo y vividos como cómodos “ahorros de tiempo” para el ciudadano.

Esta es una cultura metafóricamente representada por el Post-it. Esas hojitas amarillas, discretas y educadamente pegadizas, son el símbolo de nuestros tiempos. A más de treinta años de su invención, se puede decir que ha sido una idea, más allá de su genial funcionalidad, emblemática de toda una cultura en construcción. En este principio de siglo que ya no es líquido, para utilizar el exitoso lema de Bauman, sino más bien gaseoso; todo es breve, ligero y evanescente como un Post-it.

IV

Sin embargo, existe una larga tradición de cultura y culto a la brevedad, del tajanteveni, vidi, vici (llegué, vi, vencí) de Julio César, a los haikus japoneses. El mismo tiempo fue un sagaz amante de la concisión cuando le quitó todo lo innecesario a las antiguas palabras de los presocráticos y nos entregó la belleza de las ruinas, o sea los fragmentos de Hesíodo, Tales, Anaximandro, Pitágoras, Heráclito, Parménides y otros más.

¿Y qué decir de todos los apasionados de la brevedad en el siglo XX como Cioran, Canetti, Gómez Dávila, Lec, Kraus, Flaiano, Gómez de la Serna? ¿O de la perfección musical, geométrica y cósmica de M’illumino d’immenso (me ilumino de inmensidad), el poema que el 26 de enero de 1917 Giuseppe Ungaretti concibió como dos versos que se reflejan, dos anillos enlazados para el yo y el universo?

Tampoco se puede olvidar la pudorosa parquedad de Jorge Luis Borges, que posiblemente no ganó el más merecido Premio Nobel porque nunca se atrevió a enjaular en la prolijidad su colosal erudición y su genio narrativo. ¿Y dónde podremos liberar al dinosaurio de Augusto Monterroso que todavía está allí, en la memoria de todos sus lectores?

Esas concisiones son relámpagos que abren abismos o espacios siderales, que dan acceso a mundos desconocidos o a nuevos placeres. Bendiciones del arte que nos acercan al silencio. Y se sabe que la última palabra de un verdadero gurú es el silencio, esa palabra muda del espacio que es la forma extrema de brevedad eterna.

V

Aforismos, albures y greguerías; parábolas, epitafios y calambures; sentencias, reglas y códigos; fórmulas, instrucciones y teoremas; proverbios, koans y apotegmas; playlist, recetas y listas; tarjetas, telegramas y graffitis.

Hay miles de formas breves con las cuales hemos logrado la eficiencia del mensaje, hemos evitado la dilapidación de palabras, hemos glorificado el humorismo, destilado el conocimiento, defendido la colectividad, organizado la complejidad, cantado la poesía.

Empero, hoy la brevedad no es una elección de elegancia, sabiduría o pudor, más bien es una necesidad decretada por la inundación de datos informativos, por la reducción del tiempo psicológico a tiempo real, es decir, a una instantaneidad constante, generadora de ansiedades y neurosis que nuestros tiempos consideran simplemente como “actitudes” o “predisposiciones”.

VI

En sus Seis propuestas para el próximo milenio, Italo Calvino advirtió que en tiempos siempre más congestionados, la literatura había que apostar por la “máxima concentración de la poesía y el pensamiento”. La sensación es que algo llegó antes de la literatura y llenó la escena con eslóganes persuasivos y apodícticos como just do it, think different o yes, we can.

Esta atomización del discurso social es hija y al mismo tiempo generadora de la bulimia de datos. Necesitamos comer incesantemente botanas informativas, visuales y emocionales. Los tentempiés mediáticos tienen que ser pequeños, bien cocidos, digeribles y baratos.

Música, televisión, juegos, noticias se tienen que conformar con ese estilo. El estilo de internet, donde brincando sin dirección de una curiosidad a otra le echamos un vistazo a los e-mails, a los títulos de los periódicos, al horóscopo del día, al video en YouTube, al mensajito en Facebook, a los símbolos en Skype. Tenía razón Stanislaw Jerzy Lec: “El hombre nace, vive y muere en el espacio de una frase.”

VII

La realidad es lenta, flemática y demasiado voluminosa. Preferimos las sinopsis de las emociones, las recopilaciones de los sentimientos, el inventario de la complejidad, el resumen de la verdad.

Nos ayuda internet, un distribuidor automático de distracciones de masa y también de increíbles oportunidades. Sin embargo, el orificio de donde salen todos sus productos es angostito y a lo mejor nuestros cerebros se están conformando con ese tamaño. ¿Nos estamos acostumbrando a vivir adentro de las dimensiones de las mercancías?

Fragmentación o síntesis, mundo superficial o condensado, lo cierto es que vivimos la época de la miniaturización, no solamente tecnológica sino también de la experiencia.

VIII

Siempre hemos necesitado sintetizar al mundo –en un mapa o una religión– y reducirlo –con el individualismo o la indiferencia. Hoy ya no es necesario, porque lo hemos doblado bien para traerlo en el bolsillo. No tiene aroma, sus colores son pálidos y, por ser wireless, hay que cargarlo muy a menudo. Pero es más fácil, eso sí, porque los pensamientos largos o profundos ya nos dan dolor de cabeza.

Consumimos esquirlas de muchos productos sin tener la experiencia integral de uno solo. Vivir de suplementos dietéticos sin comida real no es sano. Cualquier nutricionista serio nos dirá que las tabletas de vitaminas no pueden reemplazar completamente a la fruta. Deberíamos reflexionar sobre eso cuando nos sentimos satisfechos con los trozos de realidad adulterada que consumimos en el bufet libre de la modernidad.

En fin, ¿de dónde viene esa atracción fatal hacia la condensación? Breve y rápido quiere decir ligero, y ligero quiere decir transportable. Esa es la razón de la brevedad postmoderna. Queremos empacar y mover el mundo. Queremos procurarnos y saborear en cualquier lugar las emociones, las especulaciones y las querencias que necesitamos. Para transportarlas, hemos desmigajado al mundo y quizá también a nosotros mismos. Sin que nos hayamos dado cuenta, tal vez la duradera época del hombre sedentario ya se acabó para dejar espacio a un nuevo nomadismo solitario. Total, tenemos contactos. ¡Omg! ¡Lol!

De La Jornada Semanal, 27mar11

lunes, 13 de septiembre de 2010

Lección de taxonomía efectiva no.1: Los animales.

Los animales se dividen en:
a] pertenecientes al Emperador, b] embalsamados, c] amaestrados, d] lechones,
e] sirenas, f] fabulosos, g] perros sueltos, h] incluidos en esta
clasificación, i] que se agitan como locos, j] innumerables, k] dibujados
con un pincel finísimo de pelo de camello, l] etcétera, m] que acaban de romper el jarrón, n] que de lejos parecen moscas.

J.L. Borges 
                                                                    "El idioma analítico de John Wilkins", Otras inquisiciones.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Entrevista a Cartier-Bresson




-Sigue siendo un libertario?

Sí, desde siempre. Desde el primer momento, muy temprano por cierto, en que descubrí la existencia de otros mundos aparte de las civilizaciones judeocristiana y musulmana. El anarquismo es, ante todo, una ética y, como tal, se ha mantenido intacto. El mundo ha cambiado, no así el concepto libertario, el desafío frente a todos los poderes. Gracias a eso, he logrado zafarme del falso problema de la celebridad. Ser un fotógrafo conocido es una forma de poder y yo no la deseo.

-Su negativa a dejarse fotografiar, ¿debe entenderse en este sentido?
Sin duda. Hay que pasar inadvertido y protegerse a toda costa. El hecho de ser observado modifica el modo de mirar a los otros.

-Por cierto que jamás se lo ve por televisión.
¿A mí? ¿Y para qué? No soy actor.

-¿Le interesa lo que se televisa?
¿Ese tropel ininterrumpido de imágenes? Ni siquiera son imágenes porque eso no es visual. No es nada. Hombres como Julien Gracq, Samuel Beckett o Louis René des Forets no van a la televisión. Son mis escritores preferidos, entre los contemporáneos.

-Usted ha fotografiado a Julien Gracq.
La primera vez que fui a su casa, charlamos sin llegar a nada. Le dije: "Perdón, adiós” Más tarde, volví a llamarlo y le pregunté: “¿Podemos intentarlo de nuevo?” Y entonces hice un truco con su mirada penetrante. Eso es peligroso porque siempre hay que hablar mientras se fotografía a alguien. Si no, la gente no comprende. En cambio, para dibujar el retrato de alguien se necesita silencio. Pero dejemos la fotografía y hablemos de otra cosa.

-¿De los escritores clásicos?
Siempre releo a los mismos. Saint Simon, que me apasiona, Nietzsche, Stendhal, Montaigne, Baudelaire, la novela inglesa y, por supuesto, Rimbaud. Sin olvidar el Aragón surrealista, el de Paysan de Paris (1926). Y Joyce, y Proust, del que no me canso. Al releer La prisionera, siento una emoción renovada. Cuando salgo de la literatura francesa, por lo general, es para leer algo sobre el budismo tibetano o el zen japonés, más accesible para los occidentales.

-¿Es creyente?
Nunca lo fui. Mis padres eran católicos de izquierda pero, cuando yo era muy pequeño, las historias bíblicas me aterraban. Del cristianismo elijo el amor, por eso prefiero el Cantar de los Cantares al resto. Del budismo, elijo la compasión.

-Pero, ¿qué le ha aportado el budismo?
Me ha permitido captar mejor la cuestión que me obsesiona, que no es el espacio sino el tiempo, la duración infinitesimal, la plenitud del instante. El tiempo es una convención. El budismo nos dice que no es lineal, que no avanza en una sola dirección. ¡En mi juventud detesté tanto el positivismo! Gracias al budismo, que me ha marcado mucho, he podido encarar mejor el problema del tiempo.

-¿También en la fotografía?
En ese aspecto, la fotografía tiene cierto matiz fúnebre. “Listo, retírese. Que pase el siguiente“. En el budismo, lo que importa es el instante. Cézanne expresó en una carta: “Cuando pinto y me pongo a pensar, todo huye”. Los artistas de hoy miran menos y piensan demasiado. El resultado es un supuesto academicismo de vanguardia. Hay que vivir el instante en plenitud, sólo así uno puede estar en lo que hace.

-¿Quiénes influyeron más en su manera de mirar el mundo?
Ante todo, mi tío que, en cierto modo, fue mi padre mítico ya que el mío, el verdadero, murió en la guerra, cuando yo era muy pequeño. Mi tío me llevaba a su taller. Después, el pintor André Lhote, con el que estudié en su Academia. El me decía: “Pequeño surrealista, qué hermosos colores!” De allí proviene mi gusto por la forma, la composición y la geometría en la fotografía. No sé contar, pero sé dónde cae la sección áurea. Todo eso se hace sin premeditación, como algo integrado hasta devenir un reflejo. Encuentro mi placer en la contemplación. Otro hombre que influyó mucho sobre mí fue el crítico y editor de arte Tériade, mi amigo desde la década del 30. Era mi gurú. Jamás me atreví a tutearlo, pese a que entre los dos no había una gran diferencia de edad. Fue por respeto. Él me dijo, hace veinte años, “Has hecho cuanto podías hacer en fotografía; en ella, sólo podrás venir a menos. Deberías volver a la pintura y el dibujo” Desde luego, tenía razón. Seguí su consejo inmediatamente.

-¿No le quedaba nada por demostrar en ese campo?
La fotografía no demuestra absolutamente nada, ni es mi propósito demostrar algo. Mi amigo Sebastiao Salgado sacó fotografías extraordinarias que no fueron concebidas por el ojo de un pintor, sino por el de un sociólogo, un economista, un militante. Respeto muchísimo lo que él hace, pero en él hay una faceta mesiánica que yo no poseo. Es la diferencia que hay entre una novela auténtica, no de tesis, y un libelo.

-¿Cómo sitúa sus dos actividades principales ante el problema del tiempo?
La fotografía es la acción inmediata; el dibujo es la meditación. Aquella es el impulso espontáneo de una atención visual perpetua; capta el instante y su eternidad. En éste, el trazo elabora lo que nuestra conciencia pudo captar de ese instante. Al dibujar, disponemos de un tiempo; no así cuando fotografiamos.

-La fotografía y el dibujo, ¿le proporcionan placeres distintos?
El placer es el mismo; concretar, luchar contra el tiempo. Pero tanto en la fotografía como en el dibujo o la pintura, una vez acabada la obra, quiero saber si tiene sentido o no. Esa es la verdadera crítica. No me interesa saber si aquél a quien muestro lo que hago lo ama o no, si todos los gustos están contenidos en la naturaleza y otras tonterías. Criticar es meterse en la piel de otro e intentar comprender qué quiso hacer. Sólo me importa el porqué de las cosas.

-¿Qué le ha gustado en la fotografía durante tantos años?
Apretar el disparador o, si lo prefiere, sacar la foto. Es mi pasión. Estuve tres años en la India, Birmania, China e Indonesia. En todo ese tiempo, digamos que sólo vi mis fotos por casualidad, en los diarios. Las sacaba y las enviaba a Magnum, sin interesarme por el resultado. Soy como ese cazador al que le apasiona derribar una pieza, pero no la comería. A mí me ocurre lo mismo; sólo me importa disparar. El problema es encontrar el momento oportuno, el instante...

-¿El instante decisivo?
Nada tengo contra esa expresión, pero la llevo pegada a la piel como una etiqueta, desde que Verve publicó mi libro Images a la sauvette, con una ilustración en tapa de Matisse que era un homenaje a la fotografía en general. Yo lo había encabezado con una cita del cardenal de Retz: “Nada hay en el mundo que no tenga un momento decisivo”. Un editor neoyorkino que publicó mi libro, se inspiró en ella y lo tituló The Decisive Moment. Desde entonces, esa frase me persigue.

-¿Cómo concilia los imperativos de ese instante decisivo con su gusto por la geometría?
La composición se basa en el azar. Jamás hago cálculos. Entreveo una estructura y espero que suceda algo. No hay reglas.

-En última instancia, ¿trata su cámara como si fuera una libreta de bosquejos?
Absolutamente. En verdad, me meto en la imagen recortada en el visor. Esta actitud no sólo requiere sensibilidad y concentración; en mi caso, también pide espíritu geométrico.

-¿Por qué nunca dejó encuadrar sus fotos cuando era necesario?
Es mi alegría, mi placer. La única que hice encuadrar fue la del cardenal Pacelli, el futuro Papa, que tomé en Montmartre en 1938. Trabajaba para el diario Cesoir y la foto debía estar lista a las 11. Tuve que alzar la cámara por encima de mi cabeza y disparar a ciegas. Después, hubo que encuadrarla en el laboratorio.

-De todos modos, el laboratorio no lo apasiona...
No tengo nada que ver con todo eso. No es mi oficio. Para mis exposiciones, sólo pido que me dejen pasar una hora a solas, antes de la inauguraión, y sugerir, si fuera preciso, el desplazamiento de tal o cual foto.

-¿Hay fotos que lamenta haber sacado?
En un momento dado, hubo una autocensura pero... eso a nadie le interesa ni le concierne.

-¿En qué situaciones interviene esa autocensura?
En el amor, la violencia, la muerte. Es una cuestión de pudor. Sin olvidar nuestra propia violencia cuando queremos sacar fotos. Comprendo muy bien la renuencia de los orientales a dejarse fotografiar.

-¿Se ha autocensurado a menudo?
Las malas fotos abundan y se desperdician muchas. En 1934, en México, fui muy afortunado. Sólo tuve que empujar una puerta y ahí estaban dos lesbianas haciendo el amor. ¡Qué voluptuosidad, qué sensualidad! No se veían sus rostros. Disparé. Haber podido verlo fue un milagro. Eso nada tiene de obseno. Es el amor físico en plenitud. Nunca habría logrado que posaran.

-¿Qué es el pudor para un fotógrafo?
Los desnudos, por ejemplo. Jamás fotografié uno...

-Pero los ha dibujado...
No es la misma visión. En fotografía, me desagrada. Degas obtuvo un desnudo fotográfico admirable. Salvo en tales casos, es uno de esos temas que a nadie conciernen. En dibujo, es otra cosa. Hago muchos. Es lo que mas me cuesta dibujar; me obstino hasta el encarnizamiento. El dibujo me obsesiona de veras. En las exposiciones, hago muchos bosquejos. No soy un ilustrador; carezco totalmente de imaginación. Cuando era segundo asistente de Jean Renoir, en La regla del fuego y Une partie de campagne, los dos sabíamos muy bien que yo nunca dirigiría un film porque, sinceramente, no tengo imaginación.

-¿Aprendió mucho de su contacto con él?
“De su contacto con él” es una expresión que viene al caso porque, cuando se trabajaba a su lado, lo más enriquecedor era escucharlo y seguirlo. Trabajaba de un día para otro, rehacía los diálogos y cada uno aportaba lo suyo. Era la época del Frente Popular. Estábamos en medio del torbellino, el entusiasmo y el desorden, pero el equipo vivía la experiencia de una auténtica solidaridad entre todos sus miembros. Nos divertíamos mucho. Georges Bataille y yo fuimos extras en Une partie de capmagne, vestidos de seminaristas. Allí estuvieron también Jackes Becker y Luchino Visconti. Entre los niños que participaron como extras en La regla del juego, figuraron los nietos de Paul Cézanne y de Auguste Renoir. Esta experiencia cinematográfica no me dejó ninguna enseñanza técnica. Un segundo asistente no ponía el ojo en el visor.

-¿Cómo se puede tener vista de pintor y, al mismo tiempo, ver el mundo únicamente en blanco y negro?
No predomina la luz, sino la forma. Ese es el quid de la cuestión.

-¿Por eso se dedica al dibujo más que a la pintura?
Soy un apasionado del color pero, para acercarme a la paleta, necesito que alguien me dé un puntapié en el trasero. Quizá tema enfrentar el problema del color. En fotografía, el color se basa en un prisma elemental, se queda en lo químico, no trasciende como en la pintura.

-¿Qué pintores reúne su museo imaginario?
Van Eyck, Cézanne, Uccello. Me obsesiona la composición. Matisse, por supuesto, pero también Bonnard, Bonnard... Y la pintura metafísica del joven de Chirico, por su misterio. Las Meninas, de Velázquez, es el misterio absoluto. No lo comprendo y, por lo tanto, toda vez que lo miro me trastorna. Tal vez sea preciso renunciar a saber y explicar. Limitarse a mirar. La gente identifica, pero no mira. La observo en las exposiciones. Pasa uno o dos minutos frente a un cuadro con los auriculares puestos; exactamente lo que dura la perorata. ¡Pero no somos estudiantes de paleografía¡ La pintura se dirige, ante todo, a la emoción, a la sensibilidad, a la vista. La historia viene después. Durante la muestra de escultores taínos en el Petit Palais, me entretuve observando a los visitantes. Una minoría ínfima daba la vuelta a cada vitrina. A la mayoría, le bastaba echarle un vistazo de frente, acercarse lo imprescindible para leer el tarjetón. ¡Algunos se decepcionaban cuando no encontraban el precio¡ Eso no es amar la pintura.

-Usted ha sido surrealista...
Mas bien he sido “surrealizante”. Conocí muy bien a Bretón, Crevel, Ernst. Pero no amo la pintura surrealista. Es literatura. Magritte está lleno de astucias. ¡Es bueno para la publicidad¡

-La publicidad tampoco le gusta mucho que digamos...
Es la punta de lanza de un sistema que, sin ella, se derrumbaría. Nos obliga a comprar. La aparición de la sociedad de consumo, en la década del 60, es una de las dos grandes fechas del pensamiento contemporáneo; la otra fue el descubrimiento de las matemáticas cuánticas. He trabajado para la industria en condiciones hoy inexistentes, pero jamás para agencias de publicidad.

-Desde siempre, es conocido como un gran rebelde, pero, ¿ha cambiado el objeto de su indignación?
Hay mucha gente lúcida respecto a la demografía y el estallido del mundo, por ejemplo, pero esa lucidez impele a muy poca cosa a rebelarse. En el mejor de los casos, se hastían. Hoy el desastre tiene un nombre: tecnociencia, esta carrera de aprendices de brujos. Eso me rebela. Y el universo de los “especialistas”. Y la supuesta “brecha generacional”. Cuando estamos sobre la tierra, todos pertenecemos a la misma generación. Mientras vivimos sobre la misma tierra, somos solidarios. Esta segregación entre edades me horroriza tanto como los integrismos religiosos.

-¿No discrimina entre jóvenes y viejos?
No, con una sola excepción, que reconozco. Tengo problemas con mis coetáneos alemanes, pero ninguno con los jóvenes alemanes. No siento odio alguno; simplemente, prefiero no conversar con ellos. Hace poco montaron una exposición de fotos mías en Hamburgo. La visité y me sentí muy cómodo, pero... también me invitaron a visitar Salzburgo. De noche, en la Opera, me crucé con hombres de mi edad en smoking, y tuve ganas de preguntarles qué hacían durante la guerra.

-¿Cincuenta años después?
Hice trabajos forzados en treinta “komandos” diferentes. Me evadí tres veces. Tuve compañeros denunciados, torturados, fusilados. Eso no se puede olvidar. Mi nacionalidad no era “francés”, sino “prisionero evadido”. He conocido la verdadera solidaridad; he conocido a personas de una calidad humana... HOMBRES que habían asumido su destino.

-¿Es inútil abrigar la esperanza que alguna vez podamos leer sus memorias?
No soy escritor. Apenas si puedo escribir tarjetas postales. De todos modos, no tengo tiempo.

-Pero, ¿qué hace todo el día?
¿Qué cree que hago? Miro.

martes, 31 de agosto de 2010

Dos entrevistas a Juan Rulfo




PRIMERA

J. S. Primero, señor Rulfo, ¿quisiera usted comentar un poco su formación como escritor?

J. R. Bueno, en realidad es un poco difícil buscar el origen de esa formación. No fue una formación formal, sino más bien arbitraria, si se quiere, basada en lecturas no sistemáticas sino de cuanta cosa me caía en las manos. Por lo tanto no hubo una disciplina formal -una búsqueda tal vez de algo que gustara, que tuviera aspectos humanos coincidentes.


J. S. ¿Entre estas lecturas más o menos caóticas, pues, había algunas obras que tuvieran una importancia especial?

J. R. Pues sí. Entre ellas, las obras de Knut Hamsun, las cuales leí -absorbí realmente- en una edad temprana. Tenía unos catorce o quince años cuando descubrí este autor, quien me impresionó mucho, llevándome a planos antes desconocidos. A un mundo brumoso, como es el mundo nórdico, ¿no? Pero que al mismo tiempo me sustrajo de esta situación tan luminosa donde vivimos nosotros -este país tan brillante, con esa luz tan intensa. Quizá por cierta tendencia a buscar precisamente algo nublado, algo matizado, no tan duro y tan cortante como era el ambiente en que uno vivía. Entonces, de los autores nórdicos, Knut Hamsun fue en realidad el principio, pero después continué buscándolos, leyéndolos, hasta que agoté los pocos autores conocidos en ese tiempo, como Boyersen, Jens Peter Jacobsen, Selma Lagerlof. Para mí fue un verdadero descubrimiento Halldor Laxness -eso fue mucho antes de que recibiera el premio Nobel. De modo que yo sentía una especie de simpatía hacia esos autores. Me daban una impresión más justa, o mejor, más optimista que el mundo un poco áspero como era el nuestro.

J. S. Y en literatura mexicana, por ejemplo en la novela de la Revolución Mexicana, ¿hizo lecturas también?

J. R. Sí. Efectivamente, la novela de la Revolución Mexicana me dio más o menos una idea de lo que había sido la Revolución. Yo conocí la historia a través de la narrativa. Ahí comprendí qué había sido la Revolución. No me tocó vivirla. Reconozco que fueron esos autores, hoy subestimados, los que realmente abrieron el ciclo de la novela mexicana. Por ejemplo, Rafael F. Muñoz, Azuela, Martín Luis Guzmán, López y Fuentes sobre todo en Campamento, más que en el resto de su obra. De Muñoz es importante Se llevaron el cañón para Bachimba. También su novela histórica sobre Santa Anna, que trata irónicamente a este personaje de la historia mexicana.

J. S. ¿Y había leído a Yañez antes de empezar a escribir?

J. R. Sí, había leído Al filo del agua antes de escribir Pedro Páramo.

J. S. ¿Podría dar una idea de cómo llegó a encontrar la manera de escribir Pedro Páramo?



J. R. Pues en primer lugar, fue una búsqueda de estilo. Tenía yo los personajes y el ambiente. Estaba familiarizado con esa región del país, donde había pasado la infancia, y tenía muy ahondadas esas situaciones. Pero no encontraba un modo de expresarlas. Entonces simplemente lo intenté hacer con el lenguaje que yo había oído de mi gente, de la gente de mi pueblo. Había hecho otros intentos -de tipo lingüístico- que habían fracasado porque me resultaban poco académicos y más o menos falsos. Eran incomprensibles en el contexto del ambiente donde yo me había desarrollado. Entonces el sistema aplicado finalmente, primero en los cuentos, después en la novela, fue utilizar el lenguaje del pueblo, el lenguaje hablado que yo había oído de mis mayores, y que sigue vivo hasta hoy.



J. S. ¿Cómo ve usted el hecho de que algunos críticos digan que Pedro Páramo es una novela oscura?

J. R. Bueno, para mí también, en realidad, es oscura. Creo que no es una novela de lectura fácil. Sobre todo intenté sugerir ciertos aspectos, no darlos. Quise cerrar los capítulos de una manera total. Se trata de una novela en que el personaje central es el pueblo. Hay que notar que algunos críticos toman como personaje central a Pedro Páramo. En realidad es el pueblo. Es un pueblo muerto donde no viven más que ánimas, donde todos los personajes están muertos, y aun quien narra está muerto. Entonces no hay un límite entre el espacio y el tiempo. Los muertos no tienen tiempo ni espacio. No se mueven en el tiempo ni en el espacio. Entonces así como aparecen, se desvanecen. Y dentro de este confuso mundo, se supone que los únicos que regresan a la tierra (es una creencia muy popular) son las ánimas, las ánimas de aquéllos muertos que murieron en pecado. Y como era un pueblo en que casi todos morían en pecado, pues regresaban en su mayor parte. Habitaban nuevamente el pueblo, pero eran ánimas, no eran seres vivos.

J. S. Otra pregunta para mí importante: ¿cómo se compagina la visión de un mundo muerto, y por implicación de un México muerto; la visión tan pesimista en donde se niega la progresión del hombre en el tiempo, cómo compaginar esa interpretación tan amarga con la de Juan Rulfo, persona e individuo?

J. R. Bueno, es que en realidad nunca he usado, ni en los cuentos ni en Pedro Páramo, nada autobiográfico. No hay páginas allí que tengan que ver con mi persona ni con mi familia. No utilizo nunca la autobiografía directa. No es porque yo tenga algo en contra de ese modo novelístico. Es simplemente porque los personajes conocidos no me dan la realidad que necesito, y que me dan los personajes imaginados.

J. S. Pero se supone que una novela refleja la visión del mundo que tiene su autor.

J. R. Tal vez en lo profundo haya algo que no esté planteado en forma clara en la superficie de la novela. Yo tuve una infancia muy dura, muy difícil. Una familia que se desintegró muy fácilmente en un lugar que fue totalmente destruido. Desde mi padre y mi madre, inclusive todos los hermanos de mi padre fueron asesinados. Entonces viví en una zona de devastación. No sólo de devastación humana, sino de devastación geográfica. Nunca encontré ni he encontrado hasta la fecha, la lógica de todo eso. No se puede atribuir a la Revolución. Fue más bien una cosa atávica, una cosa de destino, una cosa ilógica. Hasta hoy no he encontrado el punto de apoyo que me muestre por qué en esta familia mía sucedieron en esa forma, y tan sistemáticamente, esa serie de asesinatos y de crueldades.

J. S. Volviendo al arte de escribir novelas, ¿cómo es el proceso de creación de un personaje?



J. R. No puedo saber hasta ahora qué es lo que me lleva a tratar los temas de mi obra narrativa. No tengo un sentido crítico-analítico preestablecido. Simplemente me imagino un personaje y trato de ver a dónde este personaje, al seguir su curso, me va a llevar. No trato yo de encauzarlo, sino de seguirlo aunque sea por caminos oscuros. Yo empiezo primero imaginándome un personaje. Tengo la idea exacta de cómo es ese personaje. Y entonces lo sigo. Sé que no me va a llevar de una manera en secuencia, sino que a veces va a dar saltos. Lo cual es natural, pues la vida de un hombre nunca es continua. Sobre todo si se trata de hechos. Los hechos humanos no siempre se dan en secuencia. De modo que yo trato de evitar momentos muertos, en que no sucede nada. Doy el salto hasta el momento cuando al personaje le sucede algo, cuando se inicia una acción, y a él le toca accionar, recorrer los sucesos de su vida.


J. S. Cambiando un poco el enfoque de esta conversación, ¿diría usted que Pedro Páramo es novela de negación?

J. R. No, en lo absoluto. Simplemente se niegan algunos valores que tradicionalmente se han considerado válidos. Para mí, en lo personal, estos valores no lo son. Por ejemplo, en la cuestión de la creencia, de la fe. Yo fui criado en un ambiente de fe, pero sé que la fe allí ha sido trastocada a tal grado que aparentemente se niega que estos hombres crean, que tengan fe en algo. Pero en realidad precisamente porque tienen fe en algo, por eso han llegado a ese estado. Me refiero a un estado casi negativo. Su fe ha sido destruida. Ellos creyeron alguna vez en algo, los personajes de Pedro Páramo, aunque siguen siendo creyentes, en realidad su fe está deshabitada. No tienen un asidero, una cosa de dónde aferrarse. Tal vez en este sentido se estima que la novela es negativa. Esto me hace pensar en aquellas personas que piensan que la justicia más justa es la mejor de todas las justicias, cuando es la más grande de las injusticias. Así, en estos casos la fe fanática produce precisamente la antifé, la negación de la fe. Debo hacer una advertencia. Yo procedo de una región donde se produjo más que una revolución -la Revolución Mexicana, la conocida-, en donde se produjo asimismo la revolución cristera. En ésta los hombres combatieron unos en contra de otros sin tener fe en la causa que estaban peleando. Creían combatir por su fe, por una causa santa, pero en realidad, si se mirara con cuidado cuál era la base de su lucha, se encontraría uno que esos hombres eran los más carentes de cristianismo.

J. S. Puesto que ya se refirió a su región (Jalisco), ¿no quiere elaborar un poco la personalidad histórica de esa zona?

J. R. Sí, porque hay que entender la historia para entender este fanatismo de que hemos venido hablando. Yo soy de una zona donde la conquista española fue demasiado ruda. Los conquistadores ahí no dejaron ser viviente. Entraron a saco, destruyeron la población indígena, y se establecieron. Toda la región fue colonizada nuevamente por agricultores españoles. Pero el hecho de haber exterminado a la población indígena les trajo una característica muy especial, esa actitud criolla que hasta cierto punto es reaccionaria, conservadora de sus intereses creados. Son intereses que ellos consideraban inalienables. Era lo que ellos cobraban por haber participado en la conquista y en la población de la región. Entonces los hijos de los pobladores, sus descendientes, siempre se consideraron dueños absolutos. Se oponían a cualquier fuerza que pareciera amenazar su propiedad. De ahí la atmósfera de terquedad, de resentimiento acumulado desde siglos atrás, que es un poco el aire que respira el personaje Pedro Páramo desde su niñez. Ahora, para cerrar esta plática, vuelvo al punto del posible negativismo de Pedro Páramo. No creo que sea negativo, sino más bien algo como lo contrario, poner en tela de juicio estas tradiciones nefastas, estas tendencias inhumanas que tienen como únicas consecuencias la crueldad y el sufrimiento.

Publicado originalmente en Siempre! La cultura en México, núm. 1,051 (15-VIII-1973), pp. VI-VII. (Juan Rulfo respondió por escrito a esta entrevista.)


SEGUNDA

Estamos ante Juan Rulfo.
Es un hombre delgado, con cabello corto que comienza a encanecer. Sus movimientos son vigorosos, constantes. Habla y sus ideas son más rápidas que las palabras que las expresan. Sus manos -exageradamente grandes- se debaten ágilmente y expresan, con suprema fidelidad, lo que sus labios pretenden ocultar.
Preguntamos:
-¿Fue justo otorgarle el premio Rómulo Gallegos a Vargas Llosa?
¡No! No lo merecía. Fue una imposición del grupo latinoamericano de París. Considero La Casa Verde y La Ciudad y los Perros como obras que, descubierto el desenlace, no tienen ningún interés.
-¿Quiénes merecían ese premio?
Onetti, del Uruguay; Leopoldo Marechal, de Argentina; Miguel Ángel Asturias de Guatemala; Alejo Carpentier, de Cuba; por ejemplo.
Pienso que con la convocatoria del concurso se trató de excluir a los escritores cubanos y a los de tendencias socialistas.
-Pero Vargas Llosa estuvo en Cuba.
Lo olvidaron los organizadores.
-Como consejero del Centro Mexicano de Escritores: ¿una escuela podría ser un centro de producción masiva de escritores?
No. A nadie se le enseña a escribir, es un atributo que se posee desde que se nace. Sin embargo, se les orienta en el trabajo, se les obliga a escribir. Tomás Mojarro tenía mucho que decir, por ejemplo, y ahí adquirió los elementos para expresarlo. Carlos Fuentes, cuando solicitó la beca, había escrito un solo cuento; Chac Mool. Las becas literarias son muy importantes para el desarrollo cultural de un país. Hasta ahora México ha podido conservarlas, y esperamos que surjan nuevos valores gracias a ellas. Actualmente las personas becadas por el Centro Mexicano de Escritores son ocho. Y se critican severa, ferozmente, entre ellos mismos. Los poetas son los peores y los más holgazanes: tienen muchas defensas; algunas de sus obras son absurdas, inauditas , insólitas. Predomina la influencia de Neruda y el nadaísmo.
-¿Cuál considera el mejor de los poetas actuales?
Jaime Sabines.
-¿Qué opina de las letras mexicanas?
Una gran pobreza. En ningún género tan crítica como en el ensayo. A principios de siglo, por ejemplo, se practicaba con gran maestría y fluidez.
-¿España?
Puede considerarse hasta la generación del 98, lo que sigue es árido y monótono, orientado por ideas fascistas. Adjetivan mucho: característico del orgullo nacional.
-¿Latinoamérica?
Es lo mejor de las letras castellanas, sobre todo los argentinos, los uruguayos… la literatura brasileña es muy interesante también.
-¿Un best seller implica calidad literaria?
Los norteamericanos, principalmente, pueden hacer de cualquiera un best seller; saben los que le agradan leer a la gente: cosas que no tienen tiempo de elegir por sí mismas. Muchos buenos escritores se han prostituido ante el impulso mercantilista de nuestra época; un libro tiene éxito de venta y los editores obligan a su autor a que escriba más, sin interesarse mucho en la calidad.

-Se afirma que con obras como Pedro Páramo y El Llano en Llamas se ha agotado los temas rurales…
Eso es falso y absurdo. Los sociólogos calculan que en un futuro más o menos inmediato, el hombre se desarrollará, predominantemente, en el medio urbano. Sin embargo, en nuestros días, el campo representa las carencias más terribles que padece el hombre. Inclusive, las mejores obras que se han producido en los últimos años, tienen como tema central las miserias cotidianas del medio rural.
-¿No es un caso típico de localismo?
No, en lo absoluto. Obras puramente localistas son las que se desarrollan, por ejemplo, en la colonia Narvarte y, como es evidente, su trascendencia se extiende hasta los mismos límites que señala una simple localidad urbana.
-¿Cuál es la causa de la precaria calidad literaria de los escritores mexicanos?
Es producto inmediato de la falta de estímulo: si un autor escribe un libro excelente, los demás deben tratar de superarlo o, cuanto menos, igualarlo.
-¿Qué opina de los recursos literarios y publicitarios que han adoptados algunos escritores mexicanos contemporáneos?
Es un ciclo: los que principian a escribir pretenden renovar lo establecido y practican métodos y estilos que les parecen más adecuados, el pasado no tiene ninguna validez sustancial, pero, por desgracia, las innovaciones practicadas en México no son originales y se han copiado servilmente en modelos que se consideran superados en otros países.
-¿No cree que las reuniones literarias servirían para ampliar el mercado de venta de sus libros y, además, propiciaría una mejor comprensión de su obra entre los lectores?
No; es una forma de perder el tiempo que puede aprovecharse en labores más útiles. Una vez dentro es imposible sustraerse: a una reunión sigue otra y otra. Además, en nuestro país existen muchas personas que se afanan en organizar este tipo de eventos sociales seudoculturales y los han convertido en una forma de vida.
-¿La Academia Sueca actuó correctamente al otorgar el premio Nóbel al guatemalteco Asturias?
Sí. Lo cual viene a comprobar que él también merecía el premio Rómulo Gallegos. Yo, personalmente, considero a Miguel Ángel Asturias uno de los más grandes novelistas de América Latina. Es un hombre íntegro que ha dedicado toda su existencia a luchar por las clases desvalidas.
-¿La Academia de la Lengua en México?
Simplemente no funciona. Está constituida por un grupo de reaccionarios que se niegan a integrar nuestro idioma con palabras que son de uso común.

Esta entrevista a Juan Rulfo apareció en el número 38 de la revista El Escarabajo de Oro que dirigía en Buenos Aires, Argentina, el escritor Abelardo Castillo. No aparece la fecha de dicha publicación, salvo que está tomada de la revista El Cuento del D.F.

domingo, 15 de agosto de 2010

La de la libélula



Una libélula bélica cálida de Dalí
que en luna se revela tan volátil.
Una pupila que lila ilumina es angelical,
delinea mil claveles paralelos.
Flor del Alelí...
huele la delicia de un reloj en lentitud.

Un caracol que polula en el ciclo mas nebular
duplica en espirales aleluyas.
Un colibrí de la línea labelo multicolor,
sin brújula especula un plenilunio lirio de la luz...
que habla la blancura plurilingüe del color.

Célula floral, pétalo lunar de clima claro...
tan bailable tornasol.

Ve la luz del ala que me vuelas si modulas.
El azul de un cielo tan película de limbo.

Una luciérnaga pálida del estilo Amelie,
que dulce lapizlázuli alucina.
Una molécula líquida helada de girasol,
que baila melodía de ukulele... polen del abril
Dalia sobrevuelo tu pistilo en latitud.

Célula floral, pétalo lunar de clima claro,
tan bailable tornasol.

Ve la luz de ala que me vuelas si modulas.
El azul de un cielo tan película de limbo...

jueves, 12 de agosto de 2010

Aborto

El Fondo de Aborto para la Justicia Social MARIA (Mujeres, Aborto, Reproducción, Información y Acompañamiento) brinda apoyo financiero y asesoría a mujeres de todo el país, que no cuentan con suficientes recursos para poder acceder a los servicios de aborto legal disponibles en el Distrito Federal.
“No quiero que me ames.
Quiero que ames.
Los incendios no tienen dueño.”

A. Jodorowsky

martes, 10 de agosto de 2010

Vicisitudes del humanismo (Carlos Monsiváis)

En esta temporada de abolición de los ideales (la frase anterior es melodramática pero la realidad aludida es más que patética) el humanismo es, la mayoría de las veces, un término hueco, usado con fines de grandilocuencia programada. Hace mucho, casi desde la Primera Guerra Mundial, que no se cree seriamente en las funciones del humanismo como presencia del espíritu clásico (armonía, serenidad, búsqueda de la belleza, fusión de ética y estética), que ejerce a través del conocimiento, la presencia de los valores drásticamente humanos, provengan del cristianismo o de la laicidad.
El humanismo tradicional pierde la mayor parte de su fuerza movilizadora en el siglo XX, luego de las dos guerras mundiales, el Holocausto, las guerras del colonialismo, los golpes de Estado, y muy particularmente los etnocidios, de Ruanda a Darfur, de Camboya a Serbia, de Uganda a Chechenia y el territorio, el enemigo del terrorismo de Estado. La tan debatida frase del filósofo Theodor Adorno (“Es imposible escribir poesía después de Auschwitz”), que en la novela de William Styron, Sophie’s Choice, el personaje del judío americano lleva a su culminación autodestructiva, señala la crisis radical del humanismo, la antigua sustentación del desarrollo libre y pacífico. ¿Cuántos siguen creyendo en él y por qué razones?
En uno de sus apotegmas más citados (“Todo documento de civilización es al mismo tiempo un documento de barbarie”), Walter Benjamín señala los límites del humanismo en una sociedad interconectada y compleja. Esto se complementa con la expresión de Frantz Fanon: en la cultura de Occidente, lo universal se alcanza siempre a expensas de lo local. Y algo parecido sucede con el sistema representacional que se ha vivido, tan dependiente del silencio de los Otros, y carente de autoridad al negarle tajantemente espacio o poder de intervención a sus representados. Así, en el orden de las naciones y de la vida internacional, por razones que incluyen el cambio drástico de los sistemas educativos y la presencia mucho mayor del cinismo como disciplina del entendimiento, el humanismo, no obstante con su remanente cultural aún muy vivo, más bien se ha trasladado a la defensa de los derechos humanos.
¿Qué ha pasado allí desde la década de 1970? En materia de las responsabilidades de matanzas y genocidios, ¿se está ante lo que, en concepto ampliamente debatido, la filósofa alemana Hanna Arendt llamó “la banalidad del mal” (Eichmann en Jerusalem, 1963)? Arendt explica su idea, rebatida entre otros por Gershom Seholem y George Steiner, con una serie de lo que hoy se llaman ideas-fuerza:
—Desde la estupidez del personaje ni siquiera con la mejor voluntad del mundo se puede extraer de Eichmann una profundidad demoniaca o diabólica, tan alejado está de la realidad.
—Se puede debatir de modo prolongado y profundo sobre el papel de Nadie, que es la sustancia verdadera de la forma política conocido como burocracia... Cuando Hitler afirmó que en Alemania un día se consideraría una “desgracia” ser un jurista, se refería con gran consistencia a su sueño de la perfecta burocracia.
—(Algo muy común en América Latina) La razón de Estado de modo equivocado o correcto, como sea, apela a la necesidad, y los crímenes del Estado cometidos en su nombre (que son por entero crímenes en términos del sistema legal dominante del país que se trate), son considerados medidas de emergencia, concesiones hechas a los rigores de la realpolitik, para conservar el poder y asegurar así la continuidad del orden legal existente como un todo.
* * *
La indiferencia ante la tortura, el asesinato, el encarcelamiento injusto, no tiene como paisaje al mal en estado puro, la incomprensión ante los seres deseosos de infligir dolor y muerte. Más bien, se trata de la disminución del valor de la vida humana en un mundo regido por el individualismo extremo. Y ante esto lo declarativo —documentos de la ONU y de la UNESCO, leyes de las naciones, llamados de los clérigos— tiene poca importancia. Y las organizaciones de exterminio disponen de un gran apoyo: la ignorancia deliberada de la población, que es miedo y es táctica de sobrevivencia. ¿Quién protestó en la Alemania de los años 30 cuando las detenciones masivas y las deportaciones de judíos, gitanos y homosexuales? ¿Cuántos clérigos se opusieron públicamente al Holocausto como el pastor Martín Niemoller? ¿Quién le hizo caso en la izquierda mundial a las denuncias sobre los procesos de Moscú, de Praga, de Budapest, de Berlín Oriental? ¿Qué indignación moral se produjo en la derecha ante las atrocidades de Franco en España, de Oliveira Salazar en Portugal, de Trujillo en Santo Domingo, de Somoza en Nicaragua? ¿Qué gobiernos boicotearon efectivamente al régimen de Sudáfrica? ¿Qué se dice de las atrocidades del régimen de China?
Un ejemplo límite en la época de la sociedad sobreinformada: la intervención norteamericana en Vietnam, que da por resultado cientos de miles de víctimas, el uso de armas químicas, el arrasamiento del territorio, el asesinato a mansalva. El proceso del teniente William Calley, convicto y confeso de la matanza en el poblado de My Lai, pone al día el proceso de Eichmann y anticipa el de Klaus Barbie, el carnicero de Lyon. ¿De dónde surge la compulsión homicida? ¿Hay elementos de violencia innata en personas sin antecedentes criminales, o la violencia es también un proceso inducido? ¿Quién es el culpable: el sargento Calley, el secretario de la Defensa Robert MacNamara o el establishment financiero militar? ¿Quién es el culpable: McNamara o el presidente Lyndon Johnson? ¿Quién es el culpable: el presidente Johnson o el sistema de la muy rentable industria bélica? A esto se agregan los casos sucesivos de combatientes de Vietnam que enloquecen y matan a 10, 12 ó 15 personas en restaurantes y edificios de apartamentos, y exhiben las resonancias trágicas del miedo de morir, y el terror y el alivio del crimen en mentalidades a quienes la guerra somete a la fatiga, la droga, la eliminación de los horizontes de normalidad, y despierta en ellos las fuerzas de la perturbación y el ansia del exterminio.
Irak es ya el territorio del neoliberalismo en su dimensión genocida. Si Saddam Hussein no es la banalidad sino la perfección del mal (la teología del crimen masivo), el comportamiento del régimen de Bush es la consumación del horror al actuar “en contra del Eje del Mal” y en nombre “de la civilización cristiana” y destruir un país. Los que se han opuesto a la invasión de Irak, los que denuncian los ecocidios, los que se movilizan contra las represiones en cualquier lugar del mundo, son los continuadores efectivos del humanismo, en la etapa en que el genocidio se quiere hacer pasar como obligación moral.

miércoles, 21 de julio de 2010

Nek Chand Rock Garden

Rock Garden
Casi todo el mundo sabe que el impresionante Taj Mahal es la primera atracción turística de la India. Pero son pocos los que conocen la existencia de un lugar menos impresionante y que está considerado el segundo lugar más turístico del país. Este lugar es el Rock Garden, situado en la ciudad de Chandigarh, y es un enorme jardín (actualmente ocupa 100.000 m2) en el que todo está construido con deshechos.
Todo empezó cuando Nek Chand, un humilde inspector de caminos, recogía toda la basura que encontraba y, después del trabajo, la utilizaba para construir cientos de figuras de animales y hombres que escondía en un terreno detrás de su casa. Era su forma de limpiar los caminos, aprovechar lo que ya no servía y, a la vez, dar rienda suelta a su creatividad.
Un día fue descubierta por las autoridades su obra y Chand temió que sus figuras fueran destruidas ya que estaban en unos terrenos que no eran de su propiedad. Y eso es lo que se pretendía inicialmente, pero como a veces no se sabe si algo puede ser mala suerte o buena suerte, resultó que un alto cargo al que se le había asignado la demolición decidió que toda esa bella obra debía conservarse. A Chand se le asignó un salario y la ayuda de 50 empleados para continuar con su arte. De esa manera nació el Rock Garden hace 37 años.
Rock Garden
Hoy en día este parque es el orgullo de la ciudad de Chandigarh. El asombrado visitante recorre una serie de paisajes con cascadas interconectadas y alimentadas con agua reciclada, cientos de figuras de campesinos, de toros, de monos,… y otras figuras de corte más surrealista surgidas de la imaginación de Chand.
El Rock Garden es un tributo al reciclado, un hermoso jardín realizado a partir de trozos de baldosas (algunos lugares recuerdan las obras de Gaudí), inodoros, cabello humano procedente de las peluquerías, cables, plásticos y un sinfín de objetos desechados por la sociedad.
Web oficial: Nek Chand Fundation
Vía: El País
Rock Garden

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