Sonido Fulgor

viernes, 4 de junio de 2010

Mutabilidad

Somos como las nubes que enmascaran la luna,

que huyen sin descanso, relampaguean, tiemblan,

rasgando con destellos lo oscuro, mas, de pronto,

la noche las rodea y se pierden para siempre;

o arrinconadas liras de cuerdas disonantes

que a cada son diverso responden diferente,

y en cuya hechura frágil ninguna melodía

resuena semejante al volver a tocarla.

Dormidos, pesadillas turban nuestro reposo;

despiertos, vagos sueños contaminan el día;

ya con risa o con llanto, fantasía o razón,

ya abracemos las penas o ya las desechemos

¡da lo mismo! Pues, sea alegre o sea triste,

la senda de su marcha final está ya abierta:

tal vez no sea el pasado del hombre su mañana;

tal vez sólo perdure la Mutabilidad.


MUTABILITY

We are as clouds that veil the midnight moon;

How restlessly they speed, and gleam, and quiver,

Streaking the darkness radiantly! -yet soon

Night closes round, and they are lost for ever:

Or like forgotten lyres, whose dissonant strings

Give various response to each varying blast,

To whose frail frame no second motion brings

One mood or modulation like the last.

We rest. -A dream has power to poison sleep;

We rise. -One wandering thought pollutes the day;

We feel, conceive or reason, laugh or weep;

Embrace fond woe, or cast our cares away:

It is the same! -For, be it joy or sorrow,

The path of its departure still is free:

Man’s yesterday may ne’er be like his morrow;

Nought may endure but Mutablilty.

Who are you, Krishnamurti

Reflexiones rumbo al mundial

Alejandro Jodorowsky: El fútbol, por un lado, canaliza el instinto gregario nacionalista, sirviendo de catarsis a los impulsos guerreros primitivos. Esto satisface el espíritu competitivo de los hombres de conciencia poco desarrollada. Sin embargo cabe preguntarse el porqué de esta inmensa atracción hacia el fútbol, sobrepasando a las otras actividades deportivas. Creo poder explicarlo: el ser humano, al mismo tiempo que es atraído por impulsos cavernarios, también es objeto de una fscinación por lo sagrado. Y el fútbol reúne estos dos aspectos. Fue creado por una sociedad esotérica inglesa, aplicando en su esquema principios de la alta magia. Se juega sobre un rectángulo verde, siendo el verde el color que simboliza la eternidad. El doble cuadrado es un signo iniciático donde se inscribe la sección aurea o divina, tan usada por pintores como Leonardo da Vinci. Las cartas del Tarot de Marsella son rectángulos. Los lenguajes sagrados, como el hebreo o el sánscrito tienen 22 letras principales. Los jugadores de un partido de fútbol son 22, tantos como los 22 arcanos mayores del Tarot o los 22 polígonos regulares. En el centro de la cancha hay un círculo con un punto en el medio: símbolo del oro, en la alquimia, o del sol o del Dios esotérico. En el terreno verde se delimitan en sus esquinas cuatro áreas indicadas por un cuarto de círculo. Corresponden a los cuatro símbolos de los arcanos menores del Tarot: espadas, copas, bastos y oros. Frente a cada arco, que es un medio cuadrado vertical, se extienden dos medios cuadrados horizontales. Si se suman los dos arcos se obtienen tres cuadrados, uno más pequeño, uno medio y uno grande: son los tres cercos cuadrados, cuerpo, alma y espíritu, símbolos del templo, que va del cuadrado exotérico, al cuadrado interior esotérico, donde viene a anidarse la pelota, es decir el Cristo. ¿La pelota símbolo del Señor? Sí. La pelota oficial está compuesta de pentágonos negros y hexágonos blancos. Cincos + seis. Jesús (cinco letras) + Cristo (seis letras). Se parte del gran círculo con el punto central, el dios exterior, (Jehovah, Brahman, Alah), y se lucha para llevar a Dios al centro del templo. Con el gol el hombre simboliza al Dios interior, (Cristo, Atman, Buda)… Estas competencias donde se marcan goles, existían entre los mayas y los aztecas mexicanos, los mapuches chilenos y en gran cantidad de tribus primitivas. No me extraña que a veces se produzcan muertes en los partidos de fútbol . En ellos se une la violencia a lo sacro. Entre los mayas, a los ganadores del partido se les concedía el inmenso honor de ser degollados para que los dioses se alimentaran de su sangre.

domingo, 30 de mayo de 2010

Sueños de Don Bosco



1

Cuando tenía nueve años, tuve un sueño... ¡Este sueño me acompañó a lo largo de toda mi vida! Me pareció estar en un lugar cerca de mi casa, era como un gran patio de juego de la escuela. Había muchos muchachos, algunos de ellos decían malas palabras, Yo me lancé hacia ellos golpeándoles con mis puños. Fue entonces cuando apareció un Personaje que me dijo: “No con puños, sino con amabilidad vencerás a estos muchachos” Yo tenía sólo nueve años. ¿Quién me estaba pidiendo a hacer algo imposible? Él me respondió: “Yo soy el Hijo de Aquella a quien tu madre te enseñó a saludar tres veces al día. Mi Nombre pregúntaselo a mi Madre.” De repente apareció una Mujer de majestuosa presencia. Yo estaba confundido. Ella me llevó hacia ella y me cogió de la mano. Me di cuenta que todos los niños habían desaparecido y en su lugar vi todo tipo de animales: perros, gatos, osos, lobos... Ella me dijo: “Hazte humilde, fuerte y robusto… y lo que tu ves que sucede a estos animales , tu lo tendrás que hacer con mis hijos.” Miré alrededor y vi que los animales salvajes se habían convertido en mansos corderos ... Yo no entendí nada… y pregunté a la Señora que me lo explicara... Ella me dijo: "A su tiempo lo comprenderás todo".

2

Un día del año 1847, después de haber meditado mucho sobre la manera de hacer el bien a la juventud, se me apareció la Reina del Cielo y me llevó a un jardín encantador. Había un rústico, pero hermosísimo y amplio soportal en forma de vestíbulo. Enredaderas cargadas de hojas y de flores envolvían y adornaban las columnas, trepando hacia arriba, y se entrecruzaban formando un gracioso toldo. Daba este soportal a un camino hermoso sobre el cual, a todo el alcance de la mirada, se extendía una pérgola encantadora, flanqueada y cubierta de maravillosos rosales en plena floración. Todo el suelo estaba cubierto de rosas. La bienaventurada Virgen María me dijo:
Quítate los zapatos.
Y cuando me los hube quitado agregó:
Echate a andar bajo la pérgola: es el camino que debes seguir. Me gustó quitarme los zapatos: me hubiera sabido muy mal ajar aquellas rosas tan hermosas. Empecé a andar y advertí en seguida que las rosas escondían agudísimas espinas que hacían sangrar mis pies. Así que me tuve que parar a los pocos pasos y volverme atrás.
Aquí hacen falta los zapatos, dije a mi guía.
Ciertamente, me respondió; hacen falta buenos zapatos.
Me calcé y me puse de nuevo en camino con cierto número de compañeros que aparecieron en aquel momento, pidiendo caminar conmigo.
Ellos me seguían bajo la pérgola, que era de una hermosura increíble. Pero, según avanzábamos, se hacía más estrecha y baja. Colgaban muchas ramas de lo alto y volvían a levantarse como festones; otras caían perpendicularmente sobre el camino. De los troncos de los rosales salían ramas que, a intervalos, avanzaban horizontalmente de acá para allá; otras, formando un tupido seto, invadían una parte del camino; algunas serpenteaban a poca altura del suelo. Todas estaban cubiertas de rosas y yo no veía más que rosas por todas partes: rosas por encima, rosas a los lados, rosas bajo mis pies. Yo, aunque experimentaba agudos dolores en los pies y hacía contorsiones, tocaba las rosas de una u otra parte y sentí que todavía había espinas más punzantes escondidas por debajo. Pero seguí caminando. Mis piernas se enredaban en los mismos ramos extendidos por el suelo y se llenaban de rasguños; movía un ramo transversal, que me impedía el paso o me agachaba para esquivarlo y me pinchaba, me sangraban las manos y toda mi persona. Todas las rosas escondían una enorme cantidad de espinas. A pesar de todo, animado por la Virgen, proseguí mi camino. De vez en cuando, sin embargo recibía pinchazos más punzantes que me producían dolorosos espasmos.
Los que me veían, y eran muchísimos, caminar bajo aquella pérgola, decían: "Don Bosco marcha siempre entre rosas" "Todo le va bien" No veían como las espinas herían mi pobre cuerpo.
Muchos clérigos, sacerdotes y seglares, invitados por mí, s e habían puesto a seguirme alegres, por la belleza de las flores; pero al darse cuenta de que había que caminar sobre las espinas y que éstas pinchaban por todas partes, empezaron a gritar: "Nos hemos equivocado".
Yo les respondí:
El que quiera caminar deliciosamente sobre rosas, vuélvase atrás y síganme los demás.
Muchos se volvieron atrás. Después de un buen trecho de camino, me volví para echar un vistazo a mis compañeros. Que pena tuve al ver que unos habían desaparecido y otros me volvían las espaldas y se alejaban. Volví yo también hacia atrás para llamarlos, pero fue inútil; ni siquiera me escuchaban. Entonces me eché a llorar. ¿Es posible que tenga que andar este camino yo solo?
Pero pronto hallé consuelo. Vi llegar hacia mí un tropel de sacerdotes, clérigos y seglares, los cuales me dijeron: "Somos tuyos, estamos dispuestos a seguirte". Poniéndome a la cabeza reemprendí el camino.
Solamente algunos se descorazonaron y se detuvieron. Una gran parte de ellos, llegó conmigo hasta la meta.
Después de pasar la pérgola, me encontré en un hermosísimo jardín. Mis pocos seguidores habían enflaquecido, estaban desgreñados, ensangrentados. Se levantó entonces una brisa ligera y, a su soplo, todos quedaron sanos. Corrió otro viento y, como por encanto, me encontré rodeado de un número inmenso de jóvenes y clérigos, seglares, coadjutores y también sacerdotes que se pusieron a trabajar conmigo guiando a aquellos jóvenes. Conocí a varios por la fisonomía, pero a muchos no.
Mientras tanto, habiendo llegado a un lugar elevado del jardín, me encontré frente a un edificio monumental, sorprendente por la magnificencia de su arte. Atravesé el umbral y entré en una sala espaciosísima cuya riqueza no podía igualar ningún palacio del mundo. Toda ella estaba cubierta y adornada por rosas fresquísimas y sin espinas que exhalaban un suavísimo aroma. Entonces la Santísima Virgen que había sido mi guía, me preguntó:
¿Sabes que significa lo que ahora ves y lo que has visto antes?
No, le respondí: os ruego que me lo expliquéis.
Entonces Ella me dijo:
Has de saber, que el camino por tí recorrido, entre rosas y espinas, significa el trabajo que deberás realizar en favor de los jóvenes. Tendrás que andar con los zapatos de la mortificación. Las espinas del suelo significan los afectos sensibles, las simpatías o antipatías humanas que distraen al educador de su verdadero fin, y lo hieren, y lo detienen en su misión, impidiéndole caminar y tejer coronas para la vida eterna.
Las rosas son el símbolo de la caridad ardiente que debe ser tu distintivo y el de todos tus colaboradores. Las otras espinas significan los obstáculos, los sufrimientos, los disgustos que os esperan. Pero no perdáis el ánimo. Con la caridad y la mortificación, lo superaréis todo y llegaréis a las rosas sin espinas.
Apenas terminó de hablar la Madre de Dios, volví en mí y me encontré en mi habitación.


3

Contemplé un gran altar dedicado a María y magníficamente adornado. Vi a todos los alumnos del Oratorio avanzando procesionalmente hacia él. Cantaban loas a la Virgen, pero no todos del mismo modo, aunque cantaban la misma canción. Muchos cantaban bien y con precisión de compás, aunque unos fuerte y otros piano. Algunos cantaban con voces malas y muy roncas, éstos desentonaban, ésos caminaban en silencio y se salían de la fila, aquellos bostezaban y parecían aburridos; algunos topaban unos contra otros y se reían entre sí. Todos llevaban regalos para ofrecérselos a María. Tenían todos un ramo de flores, quien más grande, quien más pequeño y distintos los unos de los otros.
Unos tenían un manojo de rosas, otros de claveles, otros de violetas, etc. Algunos llevaban a la Virgen regalos muy extraños. Quien llevaba una cabeza de cerdito, quien un gato, quien un plato de sapos, quien un conejo, quien un corderito y otros regalos.
Había un hermoso joven delante del altar que, si se le miraba atentamente, se veía que detrás de las espadas tenía alas. Era, tal vez, el Angel de la Guarda del Oratorio, el cual, conforme iban llegando los muchachos recibía sus regalos y los colocaba en el altar.
Los primeros ofrecieron magníficos ramos de flores y él, sin decir nada, los colocó al pie del altar. Muchos otros entregaron sus ramos. El los miró; los desató, hizo quitar algunas flores estropeadas, que tiró fuera, y volviendo a arreglar el ramo, lo colocó en el altar.
A otros, que tenían en su ramos flores bonitas, pero sin perfume, como las dalias, las camelias, etc., el Angel hizo quitar también éstas porque la Virgen quiere realidades y no apariencias. Así rehecho el ramo, el Angel lo ofreció a la Virgen. Muchos tenían espinas, pocas o muchas, entre las flores y, otros, clavos. El Angel quitó éstos y aquéllas.
Llegó finalmente el que llevaba el cerdito y el Angel le dijo:
¿cómo te atreves a presentar este regalo a María? ¿sabes que significa el cerdo? Significa el feo vicio de la impureza. María, que es toda pureza, no puede soportar este pecado. Retírate, pues; no eres digno de estar ante Ella.
Vinieron los que llevaban un gato y el Angel les dijo:
¿También vosotros os atrevéis a ofrecer a María estos dones? El gato es la imagen del robo, ¿y vosotros lo ofrecéis a la Virgen? Son ladrones los que roban dinero, objetos, libros a los compañeros, los que sustraen cosas de comer al Oratorio, los que destrozan los vestidos por rabia, los que malgastan el dinero de sus padres no estudiando, etc. E hizo que también éstos se pusieran aparte.
Llegaron los que llevaban platos con sapos y el Angel, mirándoles indignado, les dijo:
Los sapos simbolizan el vergonzoso pecado del escándalo, y ¿vosotros venís a ofrecérselos a la Virgen? Retiraos, id con los que no son dignos. Y se retiraron convencidos.
Avanzaban otros con un cuchillo clavado en el corazón. El cuchillo significa los sacrilegios. El Angel les dijo:
¿No veis que lleváis la muerte en el alma? ¿Qué estáis con vida por misericordia de Dios y que, de lo contrario, estaríais perdidos para siempre? ¡Por favor! ¡Qué os arranquen ese cuchillo!
También éstos fueron echados fuera.
Poco a poco se acercaron todos los demás joven es y ofrecían corderos, conejos, pescado, nueces, uvas, etc. El Angel recibió todo y lo puso sobre el altar. Y después de haber separado así los buenos de los malos, hizo formar en filas ante el altar a aquellos cuyos dones habían sido aceptados por María. Con gran dolor vi que los que habían sido puestos aparte eran más numerosos de lo que yo creía.
Salieron por ambos lados del altar otros dos ángeles que sostenían dos riquísimas cestas llenas de magníficas coronas hechas con rosas estupendas. No eran rosas terrenales, sino como artificiales, símbolo de la inmortalidad.
Y el Angel de la Guarda fue tomando una a una aquellas coronas y coronó a todos los jóvenes formados ante el altar. Las había grandes y pequeñas, pero todas de una belleza incomparable. Os he de advertir que no solamente se hallaban allí los actuales alumnos de la casa, sino también muchos más que yo no había visto nunca.
En esto sucedió algo admirable.
Había muchachos de cara tan fea que casi daban asco y repulsión; a éstos les tocaron las coronas más hermosas, señal de que a un exterior tan feo suplía el regalo de la virtud de la castidad, en grado eminente. Muchos otros tenían la misma virtud, pero en grado menos elevado. Muchos se distinguían por otras virtudes, como la obediencia, la humildad, el amor de Dios y todos tenían coronas proporcionadas al grado de sus virtudes. El Angel les dijo:
María ha querido que hoy fueseis coronados con hermosas flores. Procurad, sin embargo, seguir de modo que no os sean arrebatadas. Hay tres medios para conservarlas: 1. humildad, 2. obediencia y 3. castidad; son tres virtudes que siempre os harán gratos a María y un día os harán dignos de recibir una corona infinitamente más hermosa que ésta.
Entonces los jóvenes empezaron a cantar ante el altar el Ave maris Stella.
Terminada la primera estrofa, y procesionalmente como habían llegado, iniciaron la marcha cantando: Load a María, pero con voces tan fuertes que yo quedé estupefacto, maravillado. Les seguí durante un rato y luego volví atrás para ver a los muchachos que el Angel había puesto aparte: pero no los ví más.
Amigos míos: yo sé quienes fueron coronados y quienes fueron rechazados por el Angel. Se lo diré a cada uno en particular para que todos procuréis ofrecer a María obsequios que Ella se digne aceptar.
Mientras tanto he aquí algunas observaciones.
La primera. Todos llevaban flores a la Virgen, y entre ellas, las había de muchas clases, pero observé que todos, unos más otros menos, tenían espinas en medio de las flores. Pensé y volví a pensar que significaban aquellas espinas y descubrí que significaban la desobediencia. Tener dinero sin licencia y sin querer entregarlo al administrador, pedir permiso para ir a un sitio y después ir a otro; llegar tarde a clase cuando ya hace tiempo que están los demás en ella, hacer merendolas clandestinas; entrar en los dormitorios de otros, lo que está severamente prohibido, no importa el motivo o pretexto que tengáis; levantarse tarde por la mañana; abandonar las prácticas reglamentarias; hablar en horas de silencio; comprar libros sin hacerlos revisar; enviar cartas por medio de terceros para que no sean vistas y recibirlas por el mismo medio; hacer tratos, comprar y vender cosas entre vosotros; esto es lo que significan las espinas.
Muchos de vosotros preguntaréis si es pecado transgredir los reglamentos de la casa. Lo he pensado seriamente y os respondo que sí. No digo si ello es grave o leve; hay que regularse por las circunstancias, pero pecado lo es. Alguno me dirá que en la ley de Dios no se habla de que debamos obedecer los reglamentos de la casa. Escuchad: está en los mandamientos.
¡Honrar padre y madre! ¿Sabéis que quieren decir las palabras padre y madre? Comprenden también a los que hacen sus veces. Además ¿no está escrito en la Escritura: Obedeced a vuestros Superiores? Si a vosotros os toca obedecer, es lógico que a ellos toca mandar. Este es el origen de los reglamentos del Oratorio y ésta es la razón de si deben cumplir o no.
Segunda observación. Algunos llevaban entre sus flores unos clavos, clavos que habían servido para enclavar al buen Jesús. ¿Cómo? Siempre se empieza por las cosas pequeñas y luego se llega a las grandes. Aquel tal quería tener dinero para satisfacer sus caprichos y gastarlo a su antojo y, por eso, no quiso entregarlo; vendió pues sus libros de clase y terminó por robar dinero y prendas a sus compañeros. Aquel otro quería estimular el garguero y llegaron botellas, etc.; después se permitió otras licencias hasta caer en pecado mortal. Así se explican los clavos de aquellos ramos, así es como se crucifica al buen Jesús. Ya dice el apóstol que los pecados vuelven a crucificar al Salvador.
Tercera observación. Muchos jóvenes tenían, entre las flores frescas y olorosas de sus ramos, flores secas y marchitas o sin perfume alguno. Estas significaban las buenas obras hechas en pecado mortal, las cuales no sirven para acrecentar sus méritos; las flores sin perfume son las obras buenas hechas por fines humanos, por ambición o solamente por agradar a superiores y maestros. Por esto el Angel les reprochaba que se atreviesen a presentar a María tales obsequios y les mandaba atrás para que arreglasen su ramo. Ellos se retiraban, lo deshacían, quitaban las flores secas y después, arregladas las flores, las ataban como antes y las llevaban de nuevo al Angel, el cual las aceptaba y ponía sobre la mesa. Una vez terminada su ofrenda, sin ningún orden, se juntaban con los otros que debían recibir la corona.
Yo vi en este sueño todo lo que sucedió y sucederá a mis muchachos. A muchos ya se lo he dicho, a otros se lo diré. Por vuestra parte, procurad que la Santísima Virgen reciba de vosotros dones que no tengan que ser rechazado.

viernes, 28 de mayo de 2010

La ciencia de la meditación. Sharon Bagley.

Todos los huéspedes del Dalai Lama miraron intensamente al escaneo proyectado en pantallas a ambos lados de la habitación, ¡pero cuán distintos huéspedes habrían de ser!. Por un lado, se sentaron cinco neurocientíficos unidos en su creencia que los procesos físicos del cerebro pueden explicar todas las maravillas de la mente, sin apelar a nada espiritual o no físico. Por el otro lado y frente a ellos, se sentaron una docena de monjes tibetanos con sus túnicas azafrán y vino, convencidos de que un hombre joven de cara redonda en medio de ellos era la reecarnación de un antiguo maestro del Dalai Lama, y que otro, que también allí estaba presente, era la reecarnación de un monje del siglo XII. El ambiente que se asumía entre ellos, los budistas, era que que la entidad que llamamos ‘mente’ no es como lo dice la neurociencia, solo una manifestación del cerebro. Para el mundo científico esto era inaudito e iba en contra del modelo de conocimiento hasta ahora paradigmático.

No era, en otras palabras, la típica reunión de ciencias. Pero aunque los Budistas y científicos que se reunieron por cinco días, en el hogar del Dalai Lama en Dharamsala, India, tenían distintas opiniones en lo concerniente a las pequeñeces de la reencarnación y de la relación entre la mente y el cerebro, ellos pusieron las diferencias a un lado en pos del interés de una meta compartida. Todos ellos se habían reunido bajo las sombras de los Himalayas para discutir uno de los más acalorados tópicos de la ciencia del cerebro: la neuroplasticidad. 

El término se refiere la recién descubierta habilidad del cerebro de cambiar su estructura y funcionamiento, en particular el expandir y reforzar los circuitos que son usados y el de empequeñecer o debilitar aquellos raramente utilizados. En su corta historia, la ciencia de la neuroplasticidad, ha mayormente documentado cambios cerebrales que reflejan experiencia física y entrada de datos del mundo exterior. En pianistas que tocan muchos arpegios por ejemplo, las regiones del cerebro que controlan el dedo índice y pulgar se fusionan, aparentemente porque cuando un dedo toca una tecla en uno de esos movimientos tempo rápidos, el otro lo hace casi simultáneamente, engañando al cerebro en creer que los dos dedos son en realidad uno. Como un resultado de estas regiones del cerebro fusionados, el pianista no puede mover esos dedos independientemente uno del otro. 

Últimamente sin embargo, los científicos han comenzado a preguntarse si es que el cerebro puede cambiar en respuesta a señales internas, puramente mentales. Aquí es donde los budistas entran. Su antigua y milenaria tradición de la meditación ofrece un experimento de la vida real sobre el poder de esos fuegos fatuos, pensamientos para alterar la materia física del cerebro. 

“De todos los conceptos en la moderna neurociencia, es la neuroplasticidad la que tiene el más grande potencial para una interacción significativa con el Budismo,” dice el neurocientífico Richard Davidson de la Universidad de Wisconsin, Madison. El Dalai Lama estuvo de acuerdo y animó a los monjes a donar (temporalmente) sus cerebros a la ciencia. El resultado fueron los escaneos que el Prof. Davidson proyecto en Dharamsala. Estos compararon la actividad cerebral en voluntarios quienes eran meditadores novatos para con esos monjes budistas quienes han invertido mas de 10,000 horas en meditación. La tarea era practicar la meditación, generando un sentimiento de amor bondadoso hacia todos los seres. 

“Tratamos de generar un estado mental en el cual la compasión inunda la mente entera sin ningún otro pensamiento,” dice Matthieu Ricard un monje budista en el monasterio Sechen en Katmandú Nepal, quien ostenta un Doctorado en Genética. 

En una asombrosa diferencia entre principiantes y monjes, los últimos mostraron un dramático incremento en una actividad cerebral de alta frecuencia, llamada ‘ondas gamma’ durante la meditación en la compasión. Pensada como una actividad neuronal que identificaba y unía circuitos cerebrales remotos, las ondas gamma yacen en las actividades mentales elevadas tales como la conciencia. El meditador novato “mostró un ligero incremento en la actividad gamma, pero la mayoría de los monjes mostraron incrementos extremadamente grandes, de un tipo que jamás ha sido reportado por la literatura de la neurociencia,” dice el Prof. Davidson sugiriendo que el entrenamiento mental puede traer al cerebro a un nivel de conciencia mucho más grande. 

Usando el escáner cerebral, llamado imagen por resonancia magnética funcional, los científicos señalaron regiones que fueron más activas durante la meditación de la compasión. En casi cada caso, la actividad mejorada era más grande en los cerebros de los monjes que en la de los novatos. Actividad en la corteza prefrontal izquierda (el asiento de emociones positivas tales como la felicidad) literalmente empuntando la actividad en la corteza prefrontal derecha (el sitio de las emociones negativas y la ansiedad) algo nunca antes visto, viniendo de una actividad puramente mental. Un circuito desguanzado que se enciende a la vista del sufrimiento, también mostró mayor actividad en los monjes. Así lo hicieron también las regiones responsables del movimiento planeado, como si los monjes estuviesen ardiendo en ganas de ir y auxiliar aquellos en problemas.

“Se siente como una completa presteza para actuar, de ayudar.” Recordó sr. Ricard. 
El estudio será publicada la siguiente semana en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias. “No podemos desechar la posibilidad de que hay una diferencia preexistente en el funcionamiento cerebral entre monjes y novicios,” menciona el Prof. Davidson, “pero el hecho de que los monjes con mas horas de meditación mostraron los más grandes cambios cerebrales, nos da confianza de que los cambios son de hecho producidos por el entrenamiento mental.” 

Esto abre la seductora posibilidad de que el cerebro, como el resto del cuerpo pueda ser alterado intencionalmente. Justo como los ejercicios aeróbicos esculpen los músculos, así el entrenamiento mental esculpe la materia gris en vías que sólo los científicos pueden empezar a imaginar. 

Autor: Sharon Begley.
Fuente: The wall street journal on line.
Traducción al español por Luis Claudio Gómez.



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