Sonido Fulgor

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sábado, 3 de diciembre de 2011

sábado, 2 de julio de 2011

sábado, 12 de marzo de 2011

Yo soy una novela. Jorge Volpi


Yo soy una novela
Jorge Volpi 

Reconocer el mundo e inventarlo son mecanismos paralelos que apenas se distinguen entre sí. Jorge Volpi demuestra en este ensayo que la ficción desata procesos cerebrales que nos entrenan para enfrentar la vida


En su discurso tras recibir un importante premio literario, un célebre escritor estadunidense confesó que adoraba las novelas porque, a diferencia de casi cualquier otra cosa, éstas no sirven para nada. No sé si la memoria me engaña —y, como habrá de verse más adelante, a fin de cuentas tampoco importa demasiado. Para el escritor neoyorquino real, o para el que ahora dibujo en mi mente (¿o debería decir en mi cerebro?), la ficción literaria, y acaso toda manifestación artística, se distingue por carecer de un fin práctico fuera de lo que suele llamarse, con cierta pedantería, el goce estético: no es ni el primero ni el último en suscribir esta tesis. Una tesis de incierto origen romántico que, como trataré de demostrar en estas páginas, es esencialmente falsa.

novelaSólo en las sociedades que han llegado a ser lo suficientemente prósperas o lo suficientemente descreídas, las obras de arte han sido apreciadas como tales: objetos valiosos, susceptibles de ser comprados o vendidos, pero cuyo valor no depende de su utilidad, sino de la vanidad de sus dueños o la codicia de sus admiradores. Durante buena parte de la Antigüedad, con excepción quizás de la Atenas de Platón o la Roma imperial, mientras se prolongaron las esquivas sombras del Medioevo e incluso en otros momentos puntuales de la historia, un artista o un artesano jamás hubiese suscrito una idea semejante: a sus oídos no sólo hubiese sonado herética, sino absurda. Su trabajo era tan práctico, aun si se trataba de una praxis simbólica, como el de un herrero, un talabartero o un sastre. El arte era o bien decorativo o bien religioso, y nadie se hubiese ofendido al reconocerlo.


Sostener esto hoy, en una época en apariencia tan laica como la nuestra —en el fondo más indiferente que escéptica—, resulta casi blasfemo: sólo un artista menor o descarriado, o un provocador, se atreverían a sugerir que su trabajo sirve efectivamente para algo, o para mucho. Todavía hoy son mayoría quienes piensan que sus obras —otro concepto rimbombante— son productos absolutamente individuales, resultado de su originalidad y de su genio (es decir, de su arrogancia), sin otro fin práctico que permitirles ganarse la vida con ello. 


Se equivocan: en su calidad de herramienta evolutiva, el arte no puede sino perseguir una meta más ambiciosa. ¿Cuál? La obvia: ayudarnos a sobrevivir y, más aún, hacernos auténticamente humanos. (Adviertes en mis palabras cierto menosprecio hacia el arte. No es tal. Creo, más bien, que quienes sacralizan el arte y lo colocan en un pedestal inalcanzable, producto de la inspiración divina o, en nuestra época, del talento o el trabajo, se pierden el bosque por contemplar un solo árbol, por magnífico que sea.)


Que el arte exista en todas partes —las distintas sociedades humanas han conocido y desarrollado sus distintos géneros de maneras básicamente similares— debería prevenirnos sobre su carácter de adaptación por selección natural. Una adaptación sorprendente, qué duda cabe, pero a fin de cuentas tan útil como el tallado de hachas de sílice, la organización en clanes o la invención de la escritura. Porque, como habremos de ver más adelante, el arte, y en especial el arte de la ficción, nos ayuda a adivinar los comportamientos de los otros, y a conocernos a nosotros mismos, lo cual supone una gran ventaja frente a especies menos autoconscientes. 


En contra de la opinión del novelista neoyorquino, resulta difícil pensar que el arte haya surgido de manera casual, como un inesperado subproducto del neocórtex, una errata benéfica o un premio inesperado. Su origen hemos de perseguirlo, más bien, en el pausado y deslumbrante camino que nos transformó en materia capaz de pensar en la materia, en animales capaces de cuestionarse a sí mismos. El arte no sólo es una prueba de nuestra humanidad: somos humanos gracias al arte.


Otro tanto ocurre con la ficción. Al considerarla una especie de don inapreciable, de toque de genio, los románticos asumían que debió aparecer de forma tardía en nuestra especie. Si ello fuera cierto, deberíamos aceptar que durante miles de años la ficción no fue parte de nuestras vidas hasta que, un buen día, nuestros ancestros la descubrieron por casualidad, sumergida bajo el limo de un pantano primordial o en el amenazante fondo de una cueva, como si se tratase de un hallazgo semejante a la regularidad de las estaciones o a la domesticación del fuego. Me niego a creerlo. Prefiero pensar que la ficción ha existido desde el mismo instante en que pisó la Tierra el Homo sapiens. Porque los mecanismos cerebrales por medio de los cuales nos acercamos a la realidad son básicamente idénticos a los que empleamos a la hora de crear o apreciar una ficción. Su suma nos han convertido en lo que somos: organismos autoconscientes, bucles animados. 


Verdad de Perogrullo confirmada por las ciencias cognitivas: todo el tiempo, a todas horas, no sólo percibimos nuestro entorno, sino que lo recreamos, lo manipulamos y lo reordenamos en el oscuro interior de nuestros cerebros —no sólo somos testigos, sino artífices de la realidad. Como espero detallar más adelante, reconocer el mundo e inventarlo son mecanismos paralelos que apenas se distinguen entre sí. 


No podría ser de otra manera: si nuestro cerebro evolucionó y se ensanchó a grados monstruosos —al amparo de deformes cabezotas, nacimientos prematuros y atroces dolores de parto—, fue para hacernos capaces de reaccionar mejor y más rápido frente a las amenazas externas. De otro modo: nos hizo expertos en generar futuros más o menos confiables. (Dices no estar de acuerdo; en tu opinión, casi siempre erramos al predecir el futuro. Tal vez tengas razón cuando te refieres a las sutilezas de lo humano —nuestra civilización es demasiado reciente—, pero en cambio fíjate cómo atrapas esta pelota, cómo huyes de este tigre o cómo esquivas esta bofetada sin necesidad apenas de pensarlo.)


Más tarde, este mecanismo dio un insólito salto hacia adelante y, de una manera que ninguna otra especie ha alcanzado con la misma intensidad, de pronto nos permitió mirarnos a nosotros mismos y convencernos de que, en alguna parte de nuestro interior, existe un centro, un yo que nos estructura, nos controla, nos vuelve quienes somos. El yo habría surgido, en tal caso, como una especie de controlador de vuelo, de capitán de barco. 


Si, como afirma Francis Crick, en el fondo no somos otra cosa que nuestro cerebro —“sorprendente hipótesis”, tan previsible como escalofriante—, deberíamos concluir que eso que llamamos la Realidad, con todo cuanto contiene, se halla inscrita en los millones de neuronas de nuestra corteza cerebral. El universo entero, con sus serpenteantes galaxias y sus constelaciones fugitivas, con sus humeantes planetas y sus esquivos satélites, con su sobrecogedora profusión de plantas y animales, cabe todo allí adentro —aquí adentro. Todo, repito, y eso incluye, irremediablemente, a los demás. A mis semejantes —a mi familia, mis amigos, incluso a mis enemigos— y, sí, también a ustedes, queridos lectores. (Espero que, no por ello, abandonen estas páginas.)


¡Menuda invención evolutiva! Yo no soy sino una ficción de mi cerebro. O, expresado de manera más precisa, mi yo es una fantasía de mi cerebro. Eso sí, la mayor y más poderosa de las fantasías, pues se concibe capaz de generar y controlar a todas las demás. El yo me da orden y coherencia, estructura mi vida, me confiere una identidad más o menos clara —pero no existe ningún lugar preciso en el cerebro donde sea posible localizar a ese esquivo fantasma, a ese omnipresente y omnipotente animalillo que es el yo. 


El escenario resulta inquietante y sin embargo, conforme uno medita sobre sus consecuencias, el horror se desvanece. Frente a esta hipótesis, primero comparece el vértigo: ¿ello significa que la Realidad no existe? ¿Que Yo no existo? No exactamente: la única realidad que conoceremos —y que, en el mejor de los casos, está levemente emparentada con la Realidad— es la realidad de nuestra mente, la realidad que percibimos y luego recreamos sin medida. No es este el lugar para empantanarnos en discusiones filosóficas de mayor calado: nuestro sentido práctico, esa facultad que nos ha permitido sobrevivir y dominar el planeta, nos indica de modo natural que debemos hacer como si la realidad de nuestra mente en efecto se correspondiera con esa Realidad inaprensible que nos es sustraída a cada instante. 


La idea de la ficción, como puede verse, yace completa en ese pedestre y desconcertante como si. El como si que nuestro cerebro aplica a diario para que nuestro cuerpo se mueva razonablemente por el mundo, para que descubra nuevas fuentes de energía y consiga salvaguardarse de depredadores y enemigos. El como si que nos impide tropezar a cada instante, que nos mantiene en equilibrio y que nos impide estrellarnos contra una ventana o caer de una escalera. 


El como si que nos permite tolerar el universo imaginario de una novela es idéntico, pues, al como si que nos lleva a asumir que la realidad es tan sólida y vigorosa como la presenciamos. Si la ficción se parece a la vida cotidiana es porque la vida cotidiana también es —ya lo suponíamos— una ficción. Una ficción sui géneris, matizada por una ficción secundaria —la idea de que la Realidad es real—, pero una ficción al fin y al cabo


No llegaré al extremo de insinuar que todo lo demás, incluidos ustedes, mis lectores, mis hermanos, sólo son invenciones mías, tan predecibles o caprichosas como los personajes de mis libros —un tema recurrente en tantas novelas y películas—, y que acaso yo estoy loco o que sólo yo existo, como en La amante de Wittgenstein, de David Markson. El solipsismo extremo es, también, una invención literaria.
novela2

Sí me gustaría subrayar, por ahora, que el proceso mental que me anima a poseer una idea de ustedes, lectores míos, mis semejantes, es paralelo al mecanismo por medio del cual soy capaz de concebir a alguien inexistente y de darle vida por medio de palabras —de ideas, con las que a fin de cuentas todos hemos sido modelados. Podemos afirmar, con el bardo, que estamos hechos de la misma materia de los sueños, siempre y cuando no olvidemos que los sueños también están hechos de retazos —a veces significativos, a veces inconexos— de ideas. 


El teatro, la ópera, el cine, la televisión, los videojuegos y, por supuesto, la literatura —los diversos soportes de la ficción—, son todos simulacros verosímiles de la realidad: los críticos más sagaces no se han cansado de proclamarlo. Pero la acuciante necesidad que tenemos de sumergirnos en ellos, desde sus ejemplos más elevados hasta los más vulgares, no se origina en un capricho infantil y pasajero, en el ansia de evasión o en el puro y calamitoso tedio, como sugiere el novelista neoyorquino. En cada una de estas manifestaciones, el creador y el espectador no sólo invierten largas horas de esfuerzo —aun la peor ficción, como veremos, resulta siempre demandante—, sino que parecen no cansarse nunca de sus trampas y sus engaños, aun a sabiendas de que lo son. 


¿Don Quijote y Pedro Páramo, Ham-let y Lulú, Darth Vader y Dumbo, Mario y Luigi existen sólo para transcurrir horas aciagas, para apresurar la noche y el sueño, para impedir que —pobres de nosotros— nos vayamos a aburrir? Sonaría inverosímil: una especie no gasta tanta energía, tanto dinero y tantos anhelos en una actividad que sirve nada más que para colmar las horas muertas. 


Los humanos somos rehenes de la ficción. Ni los más severos iconoclastas han logrado combatir nuestra debilidad y nuestra dependencia por las mentiras literarias, teatrales, audiovisuales, cibernéticas. Pero ellas no nos deleitan, no abducen, no nos atormentan de forma adictiva por el hecho de ser mentiras, sino porque, pese a que reconozcamos su condición hechiza y chapucera, las vivimos con la misma pasión con la cual nos enfrentamos a lo real. Porque esas mentiras también pertenecen al dominio de lo real. 


Cuando leo las aventuras de un caballero andante o la desgracia de una mujer adúltera, cuando presencio la indecisión de un príncipe o la agonía de un rey anciano, cuando contemplo la avaricia de un magnate de la prensa o la caída de un imperio galáctico o cuando lucho por sobrevivir a un ataque de invasores alienígenas, mi mente sabe que me encuentro frente a un escenario irreal y al mismo tiempo se esfuerza por olvidar o sepultar esta certeza mientras dura la novela, la pieza teatral, la película o el juego de video. En resumen: la conciencia humana aborrece la falsedad y, al menos durante el tiempo precioso que dura la ficción, prefiere considerarla una suma de verdades parciales, de escenarios alternativos, de existencias paralelas, de aventuras potenciales. 


La evolución convirtió a nuestro cerebro en una máquina de futuro y éste reacciona con el mismo ahínco frente a la realidad y frente a la ficción. Las cuitas y fracasos de un personaje de novela no pueden dejar de conmovernos, igual que no resistimos simpatizar con ciertos héroes o despreciar a ciertos villanos: nos enfadamos, nos sorprendemos, sufrimos y tememos con la misma intensidad que en la vida diaria —y a veces más. 


Hasta hace poco, la empatía era vista con cierto recelo, una especie de campo magnético involuntario, una emoción deslavada y algo cursi. Hoy sabemos, gracias a los estudios de Giacomo Rizzolatti y sus colegas, que la empatía es un fenómeno omnipresente en los humanos —al igual que en ciertos simios, elefantes y delfines—, originada en un tipo especial de neuronas, las ya célebres “neuronas espejo”, localizadas, para sorpresa de propios y extraños, en las áreas motoras del cerebro. 


Desde allí estas sorprendentes células nos hacen imitar los movimientos animales que se atraviesan en nuestro camino como si fuéramos nosotros quienes los llevamos a cabo. Al hacerlo no sólo reconocemos a los agentes que nos rodean, sino que tratamos de predecir su comportamiento, en primera instancia para protegernos de ellos y, a la larga, para comprenderlos a partir de sus actos. (En efecto: si miras por televisión a un contorsionista o a un lanzador de bala olímpico, en tu interior tú también te descoyuntas y también lanzas la maldita bola de metal lo más lejos posible.)



Desde esta perspectiva, la ficción cumple una tarea indispensable para nuestra supervivencia: no sólo nos ayuda a predecir nuestras reacciones en situaciones hipotéticas, sino que nos obliga a representarlas en nuestra mente —a repetirlas y reconstruirlas— y, a partir de allí, a entrever qué sentiríamos si las experimentáramos de verdad. Una vez hecho esto, no tardamos en reconocernos en los demás, porque en alguna medida en ese momento ya somos los demás. 


Repito: no leemos una novela o asistimos a una sala de cine o una función de teatro o nos abismamos en un video-juego sólo para entretenernos, aunque nos entretenga, ni sólo para divertirnos, aunque nos divierta, sino para probarnos en otros ambientes y en especial para ser, vicaria pero efectivamente, al menos durante algunas horas o algunos minutos, otros. “Madame Bovary, c’est moi”, afirmó Flaubert, pero lo mismo podría ser expresado por cualquiera de sus lectores.


Vivir otras vidas no es sólo un juego —aunque sea primordialmente un juego—, sino una conducta provista con sólidas ganancias evolutivas, capaz de transportar, de una mente a otra, ideas que acentúan la interacción social. La empatía. La solidaridad. Qué lejos queda la idea de la ficción como un pasatiempo inútil, destinado a la admiración embelesada, al onanista placer estético. Sin duda la naturaleza del arte contempla también la idea de lo bello —un conjunto de patrones fijados en cada sociedad y en cada época, y reforzados obsesivamente hasta su desgaste—, pero la belleza no sería entonces sino una suerte de anzuelo evolutivo, un cebo para atraernos hacia la información que se esconde detrás de su fachada. Así como el gozo sexual es una adaptación que refuerza la necesidad de los genes de perdurar y reproducirse —y nos condena a la desasosegante persecución de otros cuerpos—, la belleza es el tirabuzón que nos encamina hacia conjuntos de ideas que nos alientan a comprender mejor el mundo, a nuestros semejantes y, por supuesto, a nosotros mismos. 


Si en verdad sólo somos nuestro cerebro, como sugería Crick, en otro nivel es válido decir que sólo somos un gigantesco conjunto de ideas producidas y ancladas en ese cerebro: la idea del yo, ese incómodo testigo que al presenciar los hechos nos separa de ellos, es, ya lo apunté, la más compleja y la más frágil. Porque el yo siempre se halla solo. Irremediablemente solo. Su única escapatoria consiste en identificarse con ese otro conjunto de ideas complejas que son los demás, sean éstos reales o imaginarios. Y, paradójicamente, ese contacto virtual es nuestro único escape del autismo o la demencia. Los humanos somos “símbolos mentales” obsesionados con relacionarnos con otros “símbolos mentales”. (Sé, amada mía, que no te toleras que te llame “símbolo mental”, pero, desde esta perspectiva, decirte por tu nombre sería un encubrimiento.)


Leer una novela o un cuento no es una actividad inocua: desde el momento en que nuestras neuronas nos hacen reconocernos en los personajes de ficción —y apoderarnos así de sus conflictos, sus problemas, sus decisiones, su felicidad o su desgracia—, comenzamos a ser otros. Conforme más contagiosas —más aptas— sean las ideas que contiene una narración, sus secuelas quedarán más tiempo incrustadas en nuestra mente, como si fuesen las secuelas de una enfermedad viral o de una fiebre terciaria. La única cura es, por supuesto, el olvido. Y la lectura de otras novelas. 


Si Alonso Quijano nos fascina es porque se trata de la proyección extrema de lo que suele ocurrirle a cualquier lector empedernido: a fuerza de representarse una y otra vez ciertas escenas de la ficción, termina por considerarlas reales. (Piénsalo: ¿acaso no es tan real Natasha Rostova, en quien has pensado en cientos o miles de ocasiones, como aquel amor de juventud que no has vuelto a ver y sin embargo cambió tu vida para siempre?) 


Dada nuestra naturaleza de animales sociales, la ficción literaria tampoco podría ser entendida, sin embargo, como un mero instrumento para la supervivencia individual. Una novela me permite experimentar vidas y situaciones ajenas pero, como decía antes, también me transmite información social relevante —la literatura es una porción esencial de nuestra memoria compartida. Y se convierte, por tanto, en uno de los medios más contundentes para asentar nuestra idea de humanidad. 


Frente a las diferencias que nos separan —del color de la piel al lugar de nacimiento, obsesiones equivalentemente perniciosas—, la literatura siempre anunció una verdad que hace apenas unos años corroboró la secuenciación del genoma humano: todos somos básicamente idénticos. Al menos en teoría, cualquiera podría ponerse en el sitio de cualquiera. 



Nuestro tiempo desconfía, creo que con razón, del papel social de la literatura: baste recordar los estragos provocados por el compromiso político, el realismo socialista o el frenesí revolucionario. La literatura, es cierto, parece degradarse cuando persigue un fin concreto, cuando soporta una ideología explícita. Porque cualquier ideología es, de entrada, una forma excluyente de otras variedades de pensamiento. En cambio, en su expresión más amplia, más libre, la ficción nos permite ensanchar nuestra idea de lo humano. Con ella no sólo conocemos otras voces y otras experiencias, sino que las sentimos tan vivas como si nos pertenecieran. 


No importa el lugar o la época, las diferencias sociales o las costumbres: nuestro cerebro siempre nos impulsa a colocarnos en el lugar de los personajes de un cuento o una novela. Todos somos capaces de ser Aquiles o Hanuman, Emma Bovary o Aureliano Buendía, Hitler o Adriano, o un incluso un perro o un alienígena, siempre y cuando sus actos nos permitan deducir en su interior algo similar a una conciencia.


No quiero exagerar: leer cuentos y novelas no nos hace por fuerza mejores personas, pero estoy convencido de que quien no lee cuentos y novelas —y quien no persigue las distintas variedades de la ficción— tiene menos posibilidades de comprender el mundo, de comprender a los demás y de comprenderse a sí mismo. Leer ficciones complejas, habitadas por personajes profundos y contradictorios, como tú y como yo, como cada uno de nosotros, impregnadas de emoción y desconcierto, imprevisibles y desafiantes, se convierte en una de las mejores formas de aprender a ser humano. 


Desconfío, pues, de quienes se solazan al despojar a la ficción literaria de su carácter de adaptación evolutiva. De su esencia práctica. Escribimos cuentos y novelas no sólo porque no podemos dejar de hacerlo, no sólo porque nos hagan disfrutar con la perfección de sus frases o la fuerza de sus historias, sino porque los cuentos y las novelas nos han hecho quienes somos. En los relatos del mundo se encuentra lo mejor de nuestra especie: nuestra conciencia, nuestras emociones y sentimientos, nuestra memoria, nuestra inteligencia, nuestras dudas y prejuicios, acaso también la medida de nuestro albedrío. (Ello no excluye que también puedan almacenar lo peor: la maldad gratuita, el odio, la intolerancia, la sevicia.) 


Si la ficción es una herramienta tan poderosa para explorar la naturaleza —y en especial la naturaleza humana—, es porque la ficción también es la realidad. Una vez que las percepciones arriban al cerebro, este órgano húmedo y tenebroso codifica, procesa y a la postre reinventa el mundo tal como un escritor concibe una novela o un lector la descifra. Aun si en la mayor parte de los casos somos capaces de diferenciar lo cierto de lo inventado, su sustancia se mantiene idéntica. A causa de ello, la ficción resulta capital para nuestra especie. La literatura no sirve para entretenernos ni para embelesarnos —la literatura nos hace humanos. 


Jorge Volpi. Escritor y ensayista. Es autor de: El insomnio de BolívarOscuro bosque oscuro y No será la Tierra, entre otros.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Me quito los calcetines
al dormir: son mis pies los que sueñan.

domingo, 30 de mayo de 2010

Sueños de Don Bosco



1

Cuando tenía nueve años, tuve un sueño... ¡Este sueño me acompañó a lo largo de toda mi vida! Me pareció estar en un lugar cerca de mi casa, era como un gran patio de juego de la escuela. Había muchos muchachos, algunos de ellos decían malas palabras, Yo me lancé hacia ellos golpeándoles con mis puños. Fue entonces cuando apareció un Personaje que me dijo: “No con puños, sino con amabilidad vencerás a estos muchachos” Yo tenía sólo nueve años. ¿Quién me estaba pidiendo a hacer algo imposible? Él me respondió: “Yo soy el Hijo de Aquella a quien tu madre te enseñó a saludar tres veces al día. Mi Nombre pregúntaselo a mi Madre.” De repente apareció una Mujer de majestuosa presencia. Yo estaba confundido. Ella me llevó hacia ella y me cogió de la mano. Me di cuenta que todos los niños habían desaparecido y en su lugar vi todo tipo de animales: perros, gatos, osos, lobos... Ella me dijo: “Hazte humilde, fuerte y robusto… y lo que tu ves que sucede a estos animales , tu lo tendrás que hacer con mis hijos.” Miré alrededor y vi que los animales salvajes se habían convertido en mansos corderos ... Yo no entendí nada… y pregunté a la Señora que me lo explicara... Ella me dijo: "A su tiempo lo comprenderás todo".

2

Un día del año 1847, después de haber meditado mucho sobre la manera de hacer el bien a la juventud, se me apareció la Reina del Cielo y me llevó a un jardín encantador. Había un rústico, pero hermosísimo y amplio soportal en forma de vestíbulo. Enredaderas cargadas de hojas y de flores envolvían y adornaban las columnas, trepando hacia arriba, y se entrecruzaban formando un gracioso toldo. Daba este soportal a un camino hermoso sobre el cual, a todo el alcance de la mirada, se extendía una pérgola encantadora, flanqueada y cubierta de maravillosos rosales en plena floración. Todo el suelo estaba cubierto de rosas. La bienaventurada Virgen María me dijo:
Quítate los zapatos.
Y cuando me los hube quitado agregó:
Echate a andar bajo la pérgola: es el camino que debes seguir. Me gustó quitarme los zapatos: me hubiera sabido muy mal ajar aquellas rosas tan hermosas. Empecé a andar y advertí en seguida que las rosas escondían agudísimas espinas que hacían sangrar mis pies. Así que me tuve que parar a los pocos pasos y volverme atrás.
Aquí hacen falta los zapatos, dije a mi guía.
Ciertamente, me respondió; hacen falta buenos zapatos.
Me calcé y me puse de nuevo en camino con cierto número de compañeros que aparecieron en aquel momento, pidiendo caminar conmigo.
Ellos me seguían bajo la pérgola, que era de una hermosura increíble. Pero, según avanzábamos, se hacía más estrecha y baja. Colgaban muchas ramas de lo alto y volvían a levantarse como festones; otras caían perpendicularmente sobre el camino. De los troncos de los rosales salían ramas que, a intervalos, avanzaban horizontalmente de acá para allá; otras, formando un tupido seto, invadían una parte del camino; algunas serpenteaban a poca altura del suelo. Todas estaban cubiertas de rosas y yo no veía más que rosas por todas partes: rosas por encima, rosas a los lados, rosas bajo mis pies. Yo, aunque experimentaba agudos dolores en los pies y hacía contorsiones, tocaba las rosas de una u otra parte y sentí que todavía había espinas más punzantes escondidas por debajo. Pero seguí caminando. Mis piernas se enredaban en los mismos ramos extendidos por el suelo y se llenaban de rasguños; movía un ramo transversal, que me impedía el paso o me agachaba para esquivarlo y me pinchaba, me sangraban las manos y toda mi persona. Todas las rosas escondían una enorme cantidad de espinas. A pesar de todo, animado por la Virgen, proseguí mi camino. De vez en cuando, sin embargo recibía pinchazos más punzantes que me producían dolorosos espasmos.
Los que me veían, y eran muchísimos, caminar bajo aquella pérgola, decían: "Don Bosco marcha siempre entre rosas" "Todo le va bien" No veían como las espinas herían mi pobre cuerpo.
Muchos clérigos, sacerdotes y seglares, invitados por mí, s e habían puesto a seguirme alegres, por la belleza de las flores; pero al darse cuenta de que había que caminar sobre las espinas y que éstas pinchaban por todas partes, empezaron a gritar: "Nos hemos equivocado".
Yo les respondí:
El que quiera caminar deliciosamente sobre rosas, vuélvase atrás y síganme los demás.
Muchos se volvieron atrás. Después de un buen trecho de camino, me volví para echar un vistazo a mis compañeros. Que pena tuve al ver que unos habían desaparecido y otros me volvían las espaldas y se alejaban. Volví yo también hacia atrás para llamarlos, pero fue inútil; ni siquiera me escuchaban. Entonces me eché a llorar. ¿Es posible que tenga que andar este camino yo solo?
Pero pronto hallé consuelo. Vi llegar hacia mí un tropel de sacerdotes, clérigos y seglares, los cuales me dijeron: "Somos tuyos, estamos dispuestos a seguirte". Poniéndome a la cabeza reemprendí el camino.
Solamente algunos se descorazonaron y se detuvieron. Una gran parte de ellos, llegó conmigo hasta la meta.
Después de pasar la pérgola, me encontré en un hermosísimo jardín. Mis pocos seguidores habían enflaquecido, estaban desgreñados, ensangrentados. Se levantó entonces una brisa ligera y, a su soplo, todos quedaron sanos. Corrió otro viento y, como por encanto, me encontré rodeado de un número inmenso de jóvenes y clérigos, seglares, coadjutores y también sacerdotes que se pusieron a trabajar conmigo guiando a aquellos jóvenes. Conocí a varios por la fisonomía, pero a muchos no.
Mientras tanto, habiendo llegado a un lugar elevado del jardín, me encontré frente a un edificio monumental, sorprendente por la magnificencia de su arte. Atravesé el umbral y entré en una sala espaciosísima cuya riqueza no podía igualar ningún palacio del mundo. Toda ella estaba cubierta y adornada por rosas fresquísimas y sin espinas que exhalaban un suavísimo aroma. Entonces la Santísima Virgen que había sido mi guía, me preguntó:
¿Sabes que significa lo que ahora ves y lo que has visto antes?
No, le respondí: os ruego que me lo expliquéis.
Entonces Ella me dijo:
Has de saber, que el camino por tí recorrido, entre rosas y espinas, significa el trabajo que deberás realizar en favor de los jóvenes. Tendrás que andar con los zapatos de la mortificación. Las espinas del suelo significan los afectos sensibles, las simpatías o antipatías humanas que distraen al educador de su verdadero fin, y lo hieren, y lo detienen en su misión, impidiéndole caminar y tejer coronas para la vida eterna.
Las rosas son el símbolo de la caridad ardiente que debe ser tu distintivo y el de todos tus colaboradores. Las otras espinas significan los obstáculos, los sufrimientos, los disgustos que os esperan. Pero no perdáis el ánimo. Con la caridad y la mortificación, lo superaréis todo y llegaréis a las rosas sin espinas.
Apenas terminó de hablar la Madre de Dios, volví en mí y me encontré en mi habitación.


3

Contemplé un gran altar dedicado a María y magníficamente adornado. Vi a todos los alumnos del Oratorio avanzando procesionalmente hacia él. Cantaban loas a la Virgen, pero no todos del mismo modo, aunque cantaban la misma canción. Muchos cantaban bien y con precisión de compás, aunque unos fuerte y otros piano. Algunos cantaban con voces malas y muy roncas, éstos desentonaban, ésos caminaban en silencio y se salían de la fila, aquellos bostezaban y parecían aburridos; algunos topaban unos contra otros y se reían entre sí. Todos llevaban regalos para ofrecérselos a María. Tenían todos un ramo de flores, quien más grande, quien más pequeño y distintos los unos de los otros.
Unos tenían un manojo de rosas, otros de claveles, otros de violetas, etc. Algunos llevaban a la Virgen regalos muy extraños. Quien llevaba una cabeza de cerdito, quien un gato, quien un plato de sapos, quien un conejo, quien un corderito y otros regalos.
Había un hermoso joven delante del altar que, si se le miraba atentamente, se veía que detrás de las espadas tenía alas. Era, tal vez, el Angel de la Guarda del Oratorio, el cual, conforme iban llegando los muchachos recibía sus regalos y los colocaba en el altar.
Los primeros ofrecieron magníficos ramos de flores y él, sin decir nada, los colocó al pie del altar. Muchos otros entregaron sus ramos. El los miró; los desató, hizo quitar algunas flores estropeadas, que tiró fuera, y volviendo a arreglar el ramo, lo colocó en el altar.
A otros, que tenían en su ramos flores bonitas, pero sin perfume, como las dalias, las camelias, etc., el Angel hizo quitar también éstas porque la Virgen quiere realidades y no apariencias. Así rehecho el ramo, el Angel lo ofreció a la Virgen. Muchos tenían espinas, pocas o muchas, entre las flores y, otros, clavos. El Angel quitó éstos y aquéllas.
Llegó finalmente el que llevaba el cerdito y el Angel le dijo:
¿cómo te atreves a presentar este regalo a María? ¿sabes que significa el cerdo? Significa el feo vicio de la impureza. María, que es toda pureza, no puede soportar este pecado. Retírate, pues; no eres digno de estar ante Ella.
Vinieron los que llevaban un gato y el Angel les dijo:
¿También vosotros os atrevéis a ofrecer a María estos dones? El gato es la imagen del robo, ¿y vosotros lo ofrecéis a la Virgen? Son ladrones los que roban dinero, objetos, libros a los compañeros, los que sustraen cosas de comer al Oratorio, los que destrozan los vestidos por rabia, los que malgastan el dinero de sus padres no estudiando, etc. E hizo que también éstos se pusieran aparte.
Llegaron los que llevaban platos con sapos y el Angel, mirándoles indignado, les dijo:
Los sapos simbolizan el vergonzoso pecado del escándalo, y ¿vosotros venís a ofrecérselos a la Virgen? Retiraos, id con los que no son dignos. Y se retiraron convencidos.
Avanzaban otros con un cuchillo clavado en el corazón. El cuchillo significa los sacrilegios. El Angel les dijo:
¿No veis que lleváis la muerte en el alma? ¿Qué estáis con vida por misericordia de Dios y que, de lo contrario, estaríais perdidos para siempre? ¡Por favor! ¡Qué os arranquen ese cuchillo!
También éstos fueron echados fuera.
Poco a poco se acercaron todos los demás joven es y ofrecían corderos, conejos, pescado, nueces, uvas, etc. El Angel recibió todo y lo puso sobre el altar. Y después de haber separado así los buenos de los malos, hizo formar en filas ante el altar a aquellos cuyos dones habían sido aceptados por María. Con gran dolor vi que los que habían sido puestos aparte eran más numerosos de lo que yo creía.
Salieron por ambos lados del altar otros dos ángeles que sostenían dos riquísimas cestas llenas de magníficas coronas hechas con rosas estupendas. No eran rosas terrenales, sino como artificiales, símbolo de la inmortalidad.
Y el Angel de la Guarda fue tomando una a una aquellas coronas y coronó a todos los jóvenes formados ante el altar. Las había grandes y pequeñas, pero todas de una belleza incomparable. Os he de advertir que no solamente se hallaban allí los actuales alumnos de la casa, sino también muchos más que yo no había visto nunca.
En esto sucedió algo admirable.
Había muchachos de cara tan fea que casi daban asco y repulsión; a éstos les tocaron las coronas más hermosas, señal de que a un exterior tan feo suplía el regalo de la virtud de la castidad, en grado eminente. Muchos otros tenían la misma virtud, pero en grado menos elevado. Muchos se distinguían por otras virtudes, como la obediencia, la humildad, el amor de Dios y todos tenían coronas proporcionadas al grado de sus virtudes. El Angel les dijo:
María ha querido que hoy fueseis coronados con hermosas flores. Procurad, sin embargo, seguir de modo que no os sean arrebatadas. Hay tres medios para conservarlas: 1. humildad, 2. obediencia y 3. castidad; son tres virtudes que siempre os harán gratos a María y un día os harán dignos de recibir una corona infinitamente más hermosa que ésta.
Entonces los jóvenes empezaron a cantar ante el altar el Ave maris Stella.
Terminada la primera estrofa, y procesionalmente como habían llegado, iniciaron la marcha cantando: Load a María, pero con voces tan fuertes que yo quedé estupefacto, maravillado. Les seguí durante un rato y luego volví atrás para ver a los muchachos que el Angel había puesto aparte: pero no los ví más.
Amigos míos: yo sé quienes fueron coronados y quienes fueron rechazados por el Angel. Se lo diré a cada uno en particular para que todos procuréis ofrecer a María obsequios que Ella se digne aceptar.
Mientras tanto he aquí algunas observaciones.
La primera. Todos llevaban flores a la Virgen, y entre ellas, las había de muchas clases, pero observé que todos, unos más otros menos, tenían espinas en medio de las flores. Pensé y volví a pensar que significaban aquellas espinas y descubrí que significaban la desobediencia. Tener dinero sin licencia y sin querer entregarlo al administrador, pedir permiso para ir a un sitio y después ir a otro; llegar tarde a clase cuando ya hace tiempo que están los demás en ella, hacer merendolas clandestinas; entrar en los dormitorios de otros, lo que está severamente prohibido, no importa el motivo o pretexto que tengáis; levantarse tarde por la mañana; abandonar las prácticas reglamentarias; hablar en horas de silencio; comprar libros sin hacerlos revisar; enviar cartas por medio de terceros para que no sean vistas y recibirlas por el mismo medio; hacer tratos, comprar y vender cosas entre vosotros; esto es lo que significan las espinas.
Muchos de vosotros preguntaréis si es pecado transgredir los reglamentos de la casa. Lo he pensado seriamente y os respondo que sí. No digo si ello es grave o leve; hay que regularse por las circunstancias, pero pecado lo es. Alguno me dirá que en la ley de Dios no se habla de que debamos obedecer los reglamentos de la casa. Escuchad: está en los mandamientos.
¡Honrar padre y madre! ¿Sabéis que quieren decir las palabras padre y madre? Comprenden también a los que hacen sus veces. Además ¿no está escrito en la Escritura: Obedeced a vuestros Superiores? Si a vosotros os toca obedecer, es lógico que a ellos toca mandar. Este es el origen de los reglamentos del Oratorio y ésta es la razón de si deben cumplir o no.
Segunda observación. Algunos llevaban entre sus flores unos clavos, clavos que habían servido para enclavar al buen Jesús. ¿Cómo? Siempre se empieza por las cosas pequeñas y luego se llega a las grandes. Aquel tal quería tener dinero para satisfacer sus caprichos y gastarlo a su antojo y, por eso, no quiso entregarlo; vendió pues sus libros de clase y terminó por robar dinero y prendas a sus compañeros. Aquel otro quería estimular el garguero y llegaron botellas, etc.; después se permitió otras licencias hasta caer en pecado mortal. Así se explican los clavos de aquellos ramos, así es como se crucifica al buen Jesús. Ya dice el apóstol que los pecados vuelven a crucificar al Salvador.
Tercera observación. Muchos jóvenes tenían, entre las flores frescas y olorosas de sus ramos, flores secas y marchitas o sin perfume alguno. Estas significaban las buenas obras hechas en pecado mortal, las cuales no sirven para acrecentar sus méritos; las flores sin perfume son las obras buenas hechas por fines humanos, por ambición o solamente por agradar a superiores y maestros. Por esto el Angel les reprochaba que se atreviesen a presentar a María tales obsequios y les mandaba atrás para que arreglasen su ramo. Ellos se retiraban, lo deshacían, quitaban las flores secas y después, arregladas las flores, las ataban como antes y las llevaban de nuevo al Angel, el cual las aceptaba y ponía sobre la mesa. Una vez terminada su ofrenda, sin ningún orden, se juntaban con los otros que debían recibir la corona.
Yo vi en este sueño todo lo que sucedió y sucederá a mis muchachos. A muchos ya se lo he dicho, a otros se lo diré. Por vuestra parte, procurad que la Santísima Virgen reciba de vosotros dones que no tengan que ser rechazado.

martes, 25 de mayo de 2010

¿Qué son los sueños?




¿Por qué cuesta tanto interpretar los propios sueños?
Responde la doctora Von Franz que el sueño nunca dice lo que uno ya sabe. Indica algo desconocido, un punto ciego. Es como tratar de verse la espalda. Se la puedes mostrar a un médico para que la examine, pero tú no puedes verla. Por ese motivo hay tantos analistas interpretando sueños ajenos que no pueden interpretarse los suyos.
¿Todos los psicoanalistas adoptan la misma postura ante los sueños?
Carl Gustav Jung y Adler difieren de Freud en su visión de los sueños. Para ellos, el sueño es una expresión normal y creativa del inconsciente y no la reaparición parcial de contenidos reprimidos, como los entiende Freud.
¿Qué nos dice en esencia Jung sobre los sueños?
Jung sugiere que los sueños reflejan el trabajo de una pulsión hacia la salud y la madurez psicológica. Tienen el objetivo de lograr el equilibrio psicológico. Su finalidad es prospectiva hacia el futuro y por eso llamó a los sueños “ejercicio preliminar o esbozo”. El contenido simbólico de un sueño, sería la propuesta de solución de un conflicto. Es el boceto de un camino a recorrer por el soñador en estado despierto.
Preguntamos a Alejandro Jodorowsky: ¿Es el sueño un tipo de comunicación?
Creo que el sueño se comunica con el Universo. Sinceramente pienso que en el sueño los difuntos están y pueden venir a vernos. Claro que puede ser imaginación nuestra, sí, pero ahí están en nuestra memoria.
Continuamos con él, en otras cinco preguntas: ¿Son importantes las enseñanzas que recibimos en un sueño?
Resulta fundamental aplicar las enseñanzas recibidas en los sueños a la vida diurna. Cualquier enseñanza no es operativa hasta que es aplicada
¿Desde cuándo se interpretan los sueños?
La interpretación de los sueños es una práctica tan vieja como el mundo. Con el tiempo, sólo han cambiado las forma de interpretación, desde el sistema simplista que consiste en atribuir sistemáticamente un significado simbólico concreto a tal o cual imagen, hasta el concepto de Jung, según el cual no se trata de explicar el sueño, sino de seguir viviéndolo, mediante el análisis, en estado de vigilia, a fin de ver esa zona adónde nos conduce. Para él, la psiquis era un continuum sin divisiones rígidas entre consciente e inconsciente.
Si interpretamos el sueño como si fuera real ¿Qué hacemos entonces con la realidad?
La realidad es un sueño que vamos creando sobre la marcha. Hay que interpretar las situaciones reales como si se tratara de un sueño, lleno de símbolos.
¿Cómo?
En el sueño rigen las mismas leyes que en la vida cotidiana: hay que distanciarse…Para lograr divertirnos actuando, tanto en el sueño nocturno como en este sueño que llamamos vida, hemos de estar cada vez menos implicados.
Sin embargo, ¿cómo no vamos a estar implicados cuando nos asaltan pesadillas?
Cualquier mensaje que nos envíe desde la región del inconsciente hacia nuestra conciencia de la vigilia, es para nuestro bien…Las pesadillas son mensajes del inconsciente que te dice: “hay aspectos de tu persona real que no te atreves a vivir y que ves como angustiosas monstruosidades. Aprovecho que estás dormido para inquietarte, despertar tu curiosidad, llamarte, rogarte, perseguirte para que por fin entres en mi reino, que es el de tu verdadera y maravillosa esencia. Cesa de temer, hazme frente. Pregúntame: ¿qué me quieres decir? (lo que significa: ¿qué me quiero decir?)
¿Los sueños poseen significados literales?
Pedro Engel defiende que el lenguaje onírico es poético. Hemos de darnos el tiempo para que el sueño nos hable en su propio idioma. No esperar traducciones, ni respuestas superficiales, sino muy por el contrario permitir que el sueño nos abra sus puertas…
En general ¿Qué uso hacemos de todo este material?
Lamentablemente, es muy poco lo que hacemos con nuestros sueños. Es como si se nos diera en herencia un campo repleto de tesoros enterrados, en el que después de una lluvia aflorase un poco de oro. Lo vemos, incluso lo tocamos, y sin embargo no nos comprometemos a excavar para desenterrar todo su potencial. Los sueños tienen algo
que decir, y el soñador tiene que entender este mensaje onírico para sacar provecho de sus recursos inconscientes. El desatender los sueños supone dejar sin abrir una carta que nos enviamos cada noche a nosotros mismos.
Un método para desarrollar nuestra percepción sobre los sueños
Cuenta Alejandro Jodorowsky que hubo un tiempo en que, antes de dormir, tenía la costumbre de pasar revista a todos los sucesos del día. Visualizaba la película de su jornada, primero de principio a fin y, después, a la inversa, según el consejo de un viejo libro de magia. Esta práctica de la “marcha atrás” tenía el efecto de permitir situarlo a cierta distancia de los sucesos del día. El acto de pasar revista a la jornada por la noche equivalía a la práctica de rememorar sus sueños por la mañana.
Explica que el sólo hecho de acordarse de un sueño es ya como organizarlo. No vemos el sueño completo, sino aquello que hemos seleccionado de él. Análogamente, al repasar las últimas veinticuatro horas, no tenía acceso a todos los actos del día, sino a los que había retenido. Esta selección es ya una interpretación sobre la cual basar después los juicios y apreciaciones. Desde esa actitud de testigo se puede interpretar la vida como se interpreta un sueño…
Frases oníricas:
-”El sueño es un incesante encuentro donde todo se puede agregar y todo se puede eliminar” Alejandro Jodorowsky
-”La verdad nunca se obtiene de nadie. Uno la lleva siempre consigo” Alejandro Jodorowsky
- “Mientras estamos dormidos en este mundo, estamos despiertos en el otro” Salvador Dalí
-”Cada sueño es un acto de genialidad, una creación del Espíritu.” R. Bosnak
-”La verdad está en el fondo de los sueños” Alejandro Jodorowsky
-”Cuanto más aptos somos para hacer consciente lo que es inconsciente, más grande es la cantidad de vida que integramos”. Carl Gustav Jung
Imagen: Jacek Yerka




Fuente:  http://planocreativo.wordpress.com/

martes, 13 de abril de 2010

El proceso de individuación (M.L. von Franz)


EL PROCESO DE INDIVUACION

Si observamos nuestros sueños veremos que ciertos contenidos emergen, desaparecen y vuelven otra vez y si los seguimos a lo largo de los años, veremos que cambian lenta pero perceptiblemente. Estos cambios pueden acelerarse si la actitud consciente del soñante está incluida por una interpretación adecuada de los sueños y sus contenidos simbólicos. Se puede percibir en ellos una especie de regulación oculta del desarrollo psíquico. Se trata del proceso de individuación.

El centro organizador desde el cual emana el efecto regulador parece ser una especie de "átomo nuclear" de nuestro sistema psíquico. Jung llamó a ese centro el "sí-mismo" y lo describió como la totalidad de la psique, para distinguirlo del ego, que constituye sólo una pequeña parte de la totalidad de la psique.

A lo largo de las edades los hombres se daban cuenta instintivamente de la existencia de tal centro interior. Los griegos lo llamaron daimon; en Egipto se expresaba con el concepto alma-ba; y los romanos lo veneraban como genius innato. En las sociedades más primitivas solía creerse que era un espíritu tutelar encarnado en un animal.

Este centro interior se mantiene en forma excepcionalmente pura e intacta entre los indios naskapi, habitantes de los bosques de la península de Labrador. Estas gentes sencillas se dedican a la caza y viven en grupos familiares aislados, tan alejados unos de otros que no han podido desarrollar costumbres religiosas colectivas. En su soledad vitalicia, el cazador naskapi tiene que confiar en sus propias voces interiores y revelaciones inconscientes. En su concepto básico de la vida, el alma humana es simplemente un compañero interior al que llama "mi amigo" o mista'peo que significa "gran hombre". Mista'peo reside en el corazón y es inmortal; en el momento de la muerte o poco antes, deja al individuo y luego reencarna en otro ser.

Los naskapi ponen atención a sus sueños y tratan de encontrar su significado. El Gran Hombre favorece a tales personas y les envía mejores sueños. la máxima obligación de un naskapi es seguir sus instrucciones y luego dar a su contenido forma permanente por medio del arte. La generosidad y el amor al prójimo y a los animales le atrae y le da vida. La mentira y la deslealtad lo aleja. Los sueños dan a los naskapi plena capacidad para encontrar su camino en la vida.

El "sí-mismo" puede definirse como un factor de guía interior que es distinto de la personalidad consciente. Es el centro regulador que proporciona una extensión y maduración constante a la personalidad. Puede emerger muy débilmente o puede desarrollarse con una totalidad. Hasta dónde se desarrolla depende de si el ego está dispuesto o no a escuchar el mensaje del "sí-mismo". El innato Gran Hombre se hace más real en una persona receptiva que en quienes lo desdeñan. Tal persona también se convierte en un ser humano más completo. El ego no ha sido producido por la naturaleza para seguir ilimitadamente sus propios impulsos, sino para ayudar a que se realice la totalidad de la psique. Es el ego el que proporciona luz a todo el sistema, permitiéndole convertirse en consciente, y por tanto, realizarse. La realización de la unicidad del hombre individual es la meta del proceso de individuación.

A veces notamos que el inconsciente lleva la dirección con un designio secreto. Es como si estuviese contemplándonos, que nos da su opinión sobre nosotros a través de los sueños. Pero este aspecto creativamente activo del núcleo psíquico puede entrar en juego sólo cuando el ego trata de alcanzar una forma de existencia más profunda y más básica. El ego tiene que ser capaz de estudiar atentamente y entregarse. La gente que vive en culturas más firmemente enraizadas que la nuestra, tienen menos dificultad en comprender que es necesario prescindir de la actitud utilitaria de los proyectos conscientes con el fin de dejar paso al desarrollo interno de la personalidad.

Cada uno de nosotros tiene una tarea única de autorrealización, cada persona tiene que hacer algo diferente, algo que es únicamente suyo.





2. Primer acercamiento al inconsciente

El proceso de individuación efectivo empieza generalmente con una herida de la personalidad y el sufrimiento que la acompaña. Esta conmoción inicial llega a una especie de llamada, aunque no siempre se la reconoce como tal. El encuentro inicial con el "sí-mismo" proyecta una oscura sombra hacia el tiempo venidero. Sea lo que sea, la cosa que puede alejar el mal es siempre única, un talismán mágico, difícil de encontrar. Sólo hay una cosa que parece servir, y es dirigirse directamente, y sin prejuicio hacia la oscuridad que avanza y tratar de encontrar cuál es la finalidad secreta y qué nos exige.

El propósito oculto de la inminente oscuridad generalmente es tan inusitado que sólo se puede encontrar por medio de los sueños y fantasías surgidas del inconsciente. Si dirigimos la atención al inconsciente, con frecuencia se abre camino mediante un torrente de imágenes simbólicas. A veces, ofrece primero una serie de comprobaciones de lo que está mal en nosotros. Luego hay que comenzar el proceso aceptando toda clase de verdades amargas.

3. Percepción de la sombra

Por medio de los sueños podemos entrar en conocimiento de los aspectos de nuestra personalidad, que por diversas razones hemos preferido no contemplar muy de cerca: la percepción de la sombra.

La sombra no es el total de la personalidad inconsciente. representa cualidades y atributos desconocidos o pocos conocidos del ego. Cuando un individuo hace un intento para ver su sombra, se da cuenta de cualidades e impulsos que niega de sí mismo.

Sucede con frecuencia que las cualidades de la niñez de una persona, por ejemplo, la alegría, desaparezcan repentinamente y no sepamos dónde o cómo se fueron. Son esas características perdidas para el soñante las que tratarán de volver del patio trasero de la psique. Esta idea esta asociada con la aparición en los sueños de pasadizos extraños, cámaras y salidas sin cerrar que recuerdan la antigua representación egipcia del mundo infernal, que es un símbolo muy conocido de representación del inconsciente con sus posibilidades desconocidas. Representa la desdeñada capacidad del soñante para gozar de la vida y el lado extravertido de su sombra.

La sombra generalmente contiene valores necesitados por la conciencia, pero que existen en una forma que hace difícil integrarlas en nuestra vida y que la sombra se convierta en nuestro amigo o nuestro enemigo depende en gran parte de nosotros mismos. La sombra se hace hostil sólo cuando es desdeñada o mal comprendida. Cualquier forma que tome, la función de la sombra es representar el lado opuesto del ego.

A veces, la sombra es poderosa, porque la incitación del "sí-mismo" señala en la misma dirección y, así, no se puede saber si es el "sí-mismo" o bien la sombra quien está detrás del impulso interior. Desgraciadamente, en el inconsciente todos los contenidos son borrosos y se funden unos con otros y nunca se puede saber exactamente qué es o dónde está cada cosa o dónde empieza. Con frecuencia, todo lo que es desconocido para el ego se mezcla con la sombra, incluso las fuerzas más valiosas y elevadas. Cuando el sueño no aclara las cosas, la personalidad consciente tendrá que decidir.




Se requiere mucho valor para tomar en serio el inconsciente y ocuparse de los problemas que plantea. La mayoría de las personas son demasiado indolentes para pensar con profundidad aun en esos aspectos morales de su conducta de la cual son conscientes; son demasiado perezosas para considerar cómo el inconsciente les afecta.
El ánima es una personificación de todas las tendencias psicológicas femeninas en la psique de un hombre, tales como vagos sentimientos y estados de humor, sospechas proféticas, captación de lo irracional, capacidad para el amor, sensibilidad para la naturaleza y su relación con el inconsciente. No es una pura casualidad el que en los tiempos antiguos se emplearan sacerdotisas para interpretar la voluntad divina y para establecer comunicación con los dioses.

Un ejemplo especialmente claro de cómo el ánima se experimenta como una figura interior en la psique del hombre se halla en los sanadores y chamanes que encontramos entre los esquimales y otras tribus árticas. Algunos de éstos incluso llevan ropas de mujer o llevan pintados en su vestimenta pechos femeninos con el fin de manifestar su lado femenino, el lado que les capacita para ponerse en relación con la tierra de los fantasmas, es decir, lo que nosotros llamaríamos el inconsciente.

En su manifestación individual, el carácter del ánima de un hombre, por regla general, adopta la forma de la madre. Si comprende que su madre tuvo una influencia negativa sobre él, su ánima se expresará con frecuencia en formas irritables, deprimidas, con incertidumbre, inseguridad y susceptibilidad. En situaciones extremas, el ánima puede conducir al hombre al suicidio, en tal caso el ánima se convierte en un demonio de la muerte. En tal papel aparece en la película de Cocteau Orfeo.

El francés llama a esta figura del ánima una femme fatale. Versiones más moderadas aparecen el ánima sombría personificada en la Reina de la Noche en La Flauta Mágica de Mozart. Las sirenas griegas o lasLorelei germanas también personifican esta aspecto peligroso del ánima.




El siguiente cuento siberiano es un ejemplo:

"Un día, un cazador solitario vio una hermosa mujer saliendo de un profundo bosque, al otro lado del río. Ella le saludó con la mano y canto:
¡Oh, ven, cazador solitario en la calma del anochecer!
¡Ven, ven! Te echo de menos, te echo de menos.
Ahora te besaré, te besaré.
¡Ven, ven!, mi nido está cerca, mi nido está cerca.
¡Ven, ven!, cazador solitario, ahora en la calma del anochecer
El se quitó la ropa y cruzó el río a nado pero, de repente, ella voló en forma de búho riendo y mofándose de él. Cuando trato de cruzar otra vez el río para recuperar su ropa, se hundió en el agua fría"

En este cuento, el ánima simboliza un irreal sueño de amor, felicidad y calor maternal, su nido, un sueño que atrae a los hombres alejándoles de la realidad. El ánima puede ser tan fría y desconsiderada como muchos aspectos misteriosos de la propia naturaleza.

Una manifestación aún más sutil del ánima negativa aparece en ciertos cuentos de hadas en la forma de una princesa que dice a sus pretendientes que le respondan a una serie de acertijos. El ánima en este aspecto envuelve a los hombres en un destructivo juego intelectual. Esos diálogos neuróticos seudointelectuales inhiben al hombre de entrar en contacto directo con la vida. Reflexiona tanto sobre la vida que no puede vivirla y pierde toda su espontaneidad.

Las manifestaciones más frecuentes del ánima toman la forma de fantasías eróticas. Los hombres pueden ser llevados a nutrir sus fantasías viendo películas o soñando despiertos con materiales pornográficos. Éste es un aspecto crudo y primitivo del ánima que se convierte en forzoso sólo cuando un hombre no cultiva sus relaciones sentimentales.




Es la presencia del ánima la que hace que un hombre se enamore de repente cuando ve a una mujer por primera vez. El hombre tendrá la impresión de haber conocido a esa mujer desde siempre. Las mujeres que son "como hadas" atraen especialmente tales proyecciones del ánima porque los hombres pueden atribuir casi todo a una criatura que es tan fascinantemente indefinida y , por tanto, pueden continuar fantaseando en torno a ella.

Pero el ánima también tiene aspectos positivos. Ella es la causante, por ejemplo, del hecho de que un hombre sea capaz de encontrar a su cónyuge adecuada o, en otros casos, abrirle el camino hacia profundidades interiores más hondas. Al establecer esta recepción, el ánima adopta el papel de guía, o mediadora, ése es el papel de Beatrice en el Paraíso de Dante, y también el de la diosa Isis cuando se le aparece en un sueño a Apuleyo, el famoso autor de El Asno de Oro, con el fin de iniciarle en una vida más elevada y más espiritual.

Existen cuatro etapas en el desarrollo del ánima: la figura de Eva simboliza la primera etapa, la cual representa relaciones puramente instintivas y biológicas. La segunda puede verse en la Helena de Fausto: ella personifica un nivel romántico y estético que , no obstante, aun está caracterizado por elementos sexuales. La tercera está representada, por ejemplo, por la Virgen María, una figura que eleva el amor - eros - a alturas de devoción espiritual. El cuarto tipo lo simboliza la Sapiencia, transciende lo más santo y lo más puro. En el desarrollo psíquico del hombre moderno, raramente se alcanza esta etapa.



Pero, ¿qué significa en la práctica el papel del ánima como guía interior del hombre? esta función positiva se produce cuando un hombre toma en serio los sentimientos, esperanzas y fantasías enviadas por su ánima y cuando los fija de alguna forma; por ejemplo, por escrito, en pintura, escultura, composición musical o danza. Cuando trabaja en eso paciente y lentamente, va surgiendo otro material inconsciente más profundo salido de las honduras y conectada con materiales anteriores. Después de que una fantasía ha sido plasmada de alguna forma, debe examinarse intelectual y estéticamente con una reacción valorizadora del sentimiento. Si esto se realiza con devota atención, el proceso de individuación se va haciendo paulatinamente la única realidad y puede desplegarse en su forma verdadera.

"Soy la flor del campo y el lirio del valle. Soy la madre del buen amor y del miedo y del saber y de la santa esperanza... Soy la mediadora de los elementos; convierto lo caliente en frío y viceversa, y lo que es áspero lo suavizo... Soy la ley del sacerdote y la palabra en el profeta y el consejo en el sabio. Mataré y daré vida y no hay nadie que pueda librarse de mi mano"

Fausto. Goethe.





5. El ánimus: el hombre interior

La personificación masculina en el inconsciente de la mujer, el ánimus, no aparece con tanta frecuencia en forma de fantasía erótica; es más apto para tomar forma de convicción "sagrada" oculta. Cuando tal convicción es predicada en voz fuerte se reconoce fácilmente la masculinidad subyacente.Aun en una mujer exteriormente muy femenina, el ánimus puede ser también una fuerza dura e inexorable.

Uno de los temas favoritos que el ánimus repite incesantemente en la meditaciones de las mujeres viene a ser así. "La única cosa que yo deseo en el mundo es amor... y él no me ama" o "En esta situación sólo hay dos posibilidades... y las dos son igual de malas". El ánimus jamás cree en excepciones. Raramente se puede contradecir la opinión del ánimus.

El ánimus está básicamente influido por el padre de la mujer. El padre dota el ánimus de su hija con el matiz especial de convicciones indiscutibles, convicciones que jamás incluyen la realidad personal de la propia mujer tal como es realmente. Esa es la causa de que, algunas veces, el ánimus sea, como el ánima, un demonio de muerte. Por ejemplo, en un cuento gitano, un apuesto extranjero es recibido por una mujer solitaria a pesar de que ella tuvo un sueño que le advertía que él era el rey de la muerte. Después de haber estado con ella algún tiempo, ella le instó a que le dijera quién era realmente. La mujer insiste y él le revela de repente que es la propia muerte. La mujer muere inmediatamente de miedo.




Considerado mitológicamente, el apuesto extranjero es probablemente una imagen del padre que aparece como rey de la muerte. Pero psicológicamente representa una forma particular del ánimus que atrae a las mujeres alejándolas de todas las relaciones humanas y, en especial, de todos los contactos con hombres auténticos. Personifica al capullo de seda de los pensamientos soñadores, llenos de deseos y de juicios acerca de cómo "deberían ser" las cosas, y separan a la mujer de la realidad de la vida.

El ánimus negativo no aparece sólo como un demonio de la muerte. En los mitos y en los cuentos de hadas desempeña el papel de ladrón y asesino. Un ejemplo es Barba Azul, que mataba secretamente a todas sus mujeres en una cámara oculta. En esta forma, el ánimus personifica todas las reflexiones semiconscientes, frías y destructivas que invaden a una mujer en las horas de la madrugada cuando no ha conseguido realizar cierta obligación sentimental. Entonces, pensamientos calculadores, llenos de malicia e intriga, la llevan a un estado que es capaz de desear la muerte de otros.




Alimentando secretas intenciones destructivas, una mujer puede conducir a su marido, y una madre a sus hijos, a enfermedades, accidentes o, incluso, a la muerte. O puede decidir que sus hijos no lleguen a casarse: una forma de mal, profundamente escondida, que raramente sube a superficie de la mente consciente de la madre. Una anciana simple nos dijo una vez, mientras nos enseñaba un retrato de su hijo, ahogado a los veintisiete años: "Lo prefiero así; es mejor que dárselo a otra mujer".

A veces una extraña pasividad y la paralización de todo sentimiento o una profunda inseguridad que puede conducir casi a una sensación de nulidad pueden ser el resultado de la opinión de un ánimus inconsciente. Desgraciadamente, siempre que una de esas personificaciones del inconsciente se apodera de nuestras mentes, parece como si tuviésemos tales pensamientos y sentimientos. Sólo después de haber cesado la posesión, se comprueba con horror que hemos dicho y hecho cosas diametralmente opuestas a nuestros verdaderos sentimientos y pensamientos.

Al igual que el ánima, el ánimus, también tiene un lado muy positivo y valioso; también puede construir un puente hacia el "si-mismo" mediante su actividad creadora. Si obedece los impulsos del ánimus en este sentido, el ánimo destructivo y atormentador se transformará en una actividad creadora y plena de significado.

La atención consciente que una mujer tiene que conceder al problema de su ánimus probablemente requiere mucho tiempo y acarrea infinidad de sufrimientos. Pero si ella se da cuenta de quién y qué es su ánimus y qué hace con ella, y si ella se enfrenta con esas realidades en vez de dejarse poseer, su ánimus puede convertirse en un compañero interior inapreciable que la dota con las cualidades masculinas de iniciativa, arrojo, objetividad y sabiduría espiritual.

El ánimus muestra también cuatro etapas de desarrollo. En la primera etapa, aparece como una personificación de mero poder físico. En la segunda etapa, posee iniciativa y capacidad para planear la acción. En la tercera, el ánimus se transforma en la palabra, apareciendo con frecuencia como profesor o sacerdote. Finalmente, en una cuarta manifestación, el ánimus es la encarnación delsignificado. En este elevado nivel, se convierte en mediador de la experiencia religiosa por la cual la vida adquiere un nuevo significado. Da a la mujer firmeza espiritual, un invisible apoyo interior que la compensa de su blandura exterior. En su forma más desarrollada, el ánimus conecta, la mente de la mujer con la evolución espiritual de su tiempo y puede hacerla más receptiva que a un hombre a las nuevas ideas creadoras.




La mujer tiene que encontrar el atrevimiento y la interior amplitud mental para dudar de la santidad de sus convicciones. Sólo entonces será capaz de aceptar las sugerencias del inconsciente, en especial cuando contradicen las opiniones de su ánimus. Sólo entonces llegarán hasta ella las manifestaciones de su "si-misma" y podrá entender conscientemente su significado.

6. El "sí-mismo": Símbolos de totalidad

Si una persona ha forcejeado seriamente y el tiempo suficiente con el problema del ánima o del ánimus hasta que ya no se sienta parcialmente identificado con él, el inconsciente cambia otra vez su carácter dominante y aparece en una nueva forma simbólica que representa al "sí-mismo", el núcleo más intimo de la psique. En los sueños de una mujer este centro está generalmente personificado como una figura femenina superior: sacerdotisa, madre tierra o diosa de la naturaleza o del amor.


En el caso del hombre, se manifiesta como iniciador y guardián, anciano sabio, espíritu de la naturaleza, etc...


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