Sonido Fulgor

sábado, 18 de septiembre de 2010

Poesía y presente (Fernández Granados)


Hace poco, al contestar un cuestionario sobre poética requerido por dos jóvenes académicos, una de las preguntas me provocó una larga reflexión. La pregunta era: "Poesía como conocimiento o poesía como comunicación. ¿Qué postura asume? ¿Considera el poema como comunicación de un contenido emocional, intelectual o como una construcción lingüística autónoma que lo desprende de la experiencia que lo generó?"

Veo aquí un gran malentendido. Un malentendido que, pese a las esclarecedoras tesis de varios críticos contemporáneos y de los propios poetas al hablar del asunto, sigue aparentemente con vigencia para la discusión. Poesía como "conocimiento" versus poesía como "comunicación". Algo semejante a la disyuntiva que se planteaba hace algunos años entre "poesía social" y "poesía pura". Esta última falsa querella, Eliseo Diego la disolvió con bastante sentido común cuando dijo que la poesía, si realmente lo es, termina por ser de todos: el buen poema es un poema social por naturaleza; mientras que, por el contrario, un poema cuyo único sustento es el propósito supuestamente colectivo o popular de su contenido termina siendo mero simulacro didáctico.1
Efectivamente, esa clase de diferendos no existen a fin de cuentas. Si aceptamos que la poesía puede ser una forma de conocimiento —y creo que en cierto sentido lo es—, ese conocimiento parte necesariamente de la experiencia individual, y podría quedarse sólo ahí si no alcanza a ser precisamente poesía, es decir, forma que logra comunicar con palabras dicha experiencia individual, subjetiva por tanto pero de alcance común gracias a la eficacia de la forma alcanzada. Es importante no dejar de señalar que la eficacia comunicativa del poema es producto de la forma alcanzada y no del tema elegido. Los grandes temas no garantizan los grandes poemas; e incluso se podría decir que el tema no es un factor decisivo con respecto a la calidad del resultado. Pero es evidente que la cuestión del alcance común, o de la "comunicación" con la sociedad, es el que se subraya como diferendo teórico en esta discusión, como si el poeta pudiera elegir qué tan populares van a ser sus experiencias que logren ser transmitidas eficientemente a una forma verbal. Lo que se olvida en este punto es que el potencial de comunicación con la sociedad no es un designio del autor sino un atributo del poema. Ningún escritor es popular por simple elección suya.
Jaime Gil de Biedma, por su parte, resuelve esta misma cuestión de un modo original. Para él no hay comunicación sin conocimiento y viceversa. Un poema es en último término comunicación; pero la comunicación que entraña proviene, principal e inevitablemente, de la que establece primero el autor con su propia conciencia: "Poesía es comunicación porque el poema hace entrar a su autor en comunicación consigo mismo",2 es la conclusión a la que llega.
Para T.S. Eliot se trata más bien de una jerarquía de responsabilidades: "Podemos decir que el compromiso del poeta, como poeta, con el pueblo es sólo indirecto. El compromiso directo es con su lengua."3 Entiende, además, que dicha lengua es una forma suprema de lo colectivo y que al establecer su primer compromiso con ella el poeta está sirviendo a la colectividad en un orden más extenso, puesto que la lengua es un bien común que incluye no sólo a los hablantes vivos, sino también a los muertos y a los que nacerán con dicha lengua por herencia.
Eliot también tiene razón si admitimos que la eficacia de un poema sólo está a fin de cuentas en sus palabras, o lo que es lo mismo: en la forma alcanzada por esas palabras en la específica construcción que las sustenta. Es por ello un hecho verbal objetivo, si no del todo autónomo, sí bastante concreto dentro del idioma. Un buen poema no puede, por lo tanto, ser incomunicable. Puede ser, de acuerdo, complejo; puede ser, también, muy original o novedoso; pero lo que no puede es perderse en el autismo porque entonces pierde la comunión, el reconocimiento del otro en la comunidad de una lengua. Deja, sencillamente, de ser una expresión reconocida por los demás como poesía.
A este respecto, por cierto, no hay que olvidar que el señalamiento decisivo sobre el valor de un poeta lo hace finalmente la comunidad. Los poemas pueden ser de alguien, pero la poesía es de todos. Es ridículo que un individuo se proclame a sí mismo poeta por el simple hecho de escribir versos. Ese título se lo tiene que dar la gente. Sólo cuando un poema vive, sobrevive y circula por sí mismo entre los hablantes de un idioma —y no tienen que ser millones, basta con unos cuantos pero que no falten en cada generación—, sólo entonces puede hablarse de superación del autismo o, en un término que me resulta chocante pero es correcto: trascendencia. Y puesto que lo que trasciende no es el poeta sino la poesía, a fin de cuentas es el idioma el que elige a los suyos.

*
Tras los malentendidos que acabo de comentar, detecto otro problema más de fondo. Lo que atestiguan estas disyuntivas (individuo vs. colectividad, conocimiento vs. comunicación) es una crisis en otro lugar: el lugar que ocupa la poesía en la sociedad de hoy. Para nadie es un secreto que la poesía, entendida como género literario, se hunde en su propio lastre de contradicciones y aparece ante el público —el poco que queda— muchas veces como un galimatías, una interminable discusión de modos y una querella de procedimientos. El poeta parece haber pasado de la plaza pública al laboratorio secreto y en ese camino se ha defenestrado. El gusto por este género se vuelve, por lo mismo, cosa de iniciados y, lo peor, a veces es más importante pertenecer al círculo de los iniciados que apreciar con naturalidad un buen poema —ya no digamos escribirlo.
Porque, honestamente: ¿No son hoy en día quizá las canciones del radio los verdaderos poemas populares? ¿No es un poeta contemporáneo, como cualquier escritor, un simple profesional de las palabras? ¿Y cuál es la verdadera razón de ser de la poesía y su viabilidad en este abierto mercado de consumo, mediático y vertiginoso, donde los códigos son tan provisionales y relativos como el objeto que pretenden codificar?
Tal vez la poesía actual discute con sus métodos porque discute fieramente con ella misma. Es una zona, dentro del lenguaje, de reinvención y por lo mismo de inestabilidad. Para una lengua la poesía es su gran laboratorio. De ella pueden surgir fusiones atómicas, especies híbridas, nuevos materiales con propiedades desconocidas o monstruosos clones. Es posible, también, que no exista ya la poesía dentro del espacio prestigioso donde se supone que debería estar, y por ello saber detectarla, donde quiera que se manifieste, es más importante que venerarla (momificarla) en los espacios consagrados. Tal vez eso que llamamos poesía sólo se trata ya de una convención tipográfica demasiado cargada de historia. Si sobrevive, dependerá no tanto de quienes la veneren en sus vitrinas sino de quienes logren sacarla de ellas.
No tengo ninguna certeza sobre el futuro de la poesía como género literario. Tal vez desaparezca o tal vez se reinvente inesperadamente. Quizá un día se descubra que es una función neuroquímica y forma parte de la más ancestral cognición del cerebro humano. Pero de lo que sí estoy seguro es que mientras exista un idioma y seres humanos que lo requieran para comunicarse habrá de pronto algo inquietante entre ellos, cierto estado de las palabras, al que podrán denominar de muchas maneras pero que, en términos arcaicos, no será otra cosa que poesía.
Me consolaré pensando, por lo pronto, que la poesía y la literatura mantienen con todo totalitarismo —incluido el tecnoglobal del nuevo imperio— una objeción de esencias: el que escribe y el que lee buscan estar consigo mismos, no establecen relaciones de producción ni de consumo significativas, son islas que comulgan con otras islas de conciencia (vivas o muertas) en un acto sigiloso que busca abolir el tiempo.

— Jorge Fernández Granados

http://www.letraslibres.com/index.php?art=10063

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