Hay que fluir. Como hálitos entre las copas de los árboles, fuego que se expande en un incendio, tierra seca entre manos callosas y cansadas, las estrellas que dejaron de existir hace millones de años y todavía se ven en el cielo, como el níquel aleatorio en el centro de la tierra, o el sueño redundante en la cabeza del sonámbulo, como el final agitado de todas las pesadillas en el puente entre la oniria y el mismo mundo de día tras día, o el arena del desierto que nunca se pisa dos veces hay que fluir.. En donde me encuentro, sin embargo, los párpados están abiertos y la mente atormentada por visiones interminables de caótica quietud. Y en mi insomnio no hay tierra donde se arrastren las serpientes ni agua que hidrate las imágenes de las que están hechas los sueños. Despierto detrás de los mismos ojos, entre las mismas venas y la misma sangre al mismo mundo y al mismo cansancio, con los mismos deseos y los mismos olores, los mismos colores y el hecho mismo de que viendo tanto no veo nada. De unos días para acá tiendo mucho a llorar porque no sé fluir; soy el personaje ciego de una vieja parábola que en su búsqueda se arruinó a sí mismo y se perdió en un laberinto de carne viva y preguntas inútiles. Ahora, en el abismo de un remanso opaco (el mío), estoy perdido como nunca y no sé fluir. Cada vez que lo intento soy espeso y viscoso, una gota de sucio semen derramado después de un sexo vacío como tantos en tantos días, y soy también esa patética necesidad de llenar huecos con silencios, y esperar de falsos gemidos, (falsas palabras de aliento y falsa sabiduría) el consuelo de una vida que cada vez me da más asco. Todos los días soy el mudo testigo de la poesía acribillada mientras el mundo fluye. El agua de la corriente no moja mi cuerpo de roca al fondo del arroyo. Y cada tarde, y cada uno de todos los reflejos en este juego de espejos que llamamos humanidad, nuestra ciencia, nuestra sangre nuestros hijos nuestras luces nuestro concreto nuestros horrores nuestras pasiones y nuestros falsos amores todos Somos todos de piedra. De unos días para acá me pierdo fácilmente en pasillos que no llevan a ningún lado, entre moscas y brea, y el rancio concreto de las calles. Las miradas de los demás relinchan afiladas sobre mi espalda, y en sus risas y perfumes ya no siento nada familiar. Sus ropas de invierno y de primavera desgarran el alma con sus telas falsas y opacas, y sus sucios alientos destilan la sobriedad del olvido y el tabaco. Mis sueños y mis ebriedades están teñidas de la melancolía de las estaciones que se terminan, y no hay consuelo en la lluvia ni en las montañas silenciosas, mudos testigos de la ciudad. No hay consuelo en las jacarandas regadas sobre el piso fuera de estación, ni en los labios de la misma mujer que aparece, siempre con distinta forma, a contagiarme su amargura, y huye del sueño respirando falsas promesas y falsos amores. No hay consuelo en la falsa sabiduría con que nos hemos engañado desde que nacimos, la ciencia de mierda, la filosofía de mierda, las redes que engañosamente nos hacen, con soberbia supremacía, encontrar en delicados sistemas ficticios el ficticio consuelo de la vida ficticia. Ni siquiera me encuentro en mis palabras que alguna vez se impregnaron orgullosas sobre el papel y en las que antes pude refugiarme. Ahora mis palabras están infectas y viejas y han perdido toda su fuerza. Hablan de pesadez y no de alivio. Habría que destruir todos los vestigios de nuestra humanidad, porque es solitaria. Porque soy humano y estoy solo entre otros que no pueden ver su soledad. Estoy solo y muy cansado, y también muy harto de mí. De mis palabras pedantes y falsas, vacías de ensoñación, solas en el mundo de noche, en la noche ahogada que ya no se siente, solas incapaces de escribir el canto desesperado de la ciudad que se hunde y de nosotros que seguimos siendo de piedra mientras el mundo fluye de vuelta a su origen. A veces quiero estar muerto. Quiero estar muy muerto y mandarlo a todo al carajo. Sin embargo, cada tanto una flor perdida entre las jacarandas fuera de estación, un olor fresco que viene lejos y llega girando en el viento, una nube frondosa que amenaza con el relámpago me recuerda el sueño que perdí y me incita a buscar de nuevo la poesía. Hay algo que cautiva en el ritmo de tu respiración y sólo en ti escucho la música olvidada de los delirios que perdí a lo largo de los años. No te parece a ninguna otra. Debajo de tu cuerpo corre ansioso un río. Eres pequeña y firme. Tus senos están casi al roce de su pecho y tu mirada apunta hacia un lugar de hálito y de lumbre, de perla y de caos. Y tus labios, que sólo podrían haber sido descritos en un viejo cuento mágico que terminara con una muerte sobre pétalos durante una tarde anaranjada acercan a la forma de todos los sueños. ¿Me escuchas, M? Hablo de ti porque yo sólo buscaba respuestas y en ti encuentro mi poesía. Buscaba razón y encontré un relámpago. Y encontré mi pluma, que desesperada busca librarse de todas las palabras. Y por eso quiero huir contigo, a ese lugar hecho de viento y oniria muy parecido al mar, a veces soleado, a veces nublado y eléctrico donde la muerte nos envuelva lenta y silenciosa y aprendamos a amarla como al relámpago y al agua. Lo he visto, M, siguiendo tu mirada perdida. El sol revienta contra tus pechos y paso el día haciéndote el amor con un ritmo parecido al ritmo de las olas. A veces mi lengua se pierde en tu espalda de azúcar mientras el mar, poco a poco, nos lava de esta suciedad. Y los cuerpos que son prisiones se derriten y nuestras bocas se colman del sabor de nuestras pieles que comienzan a gotear, y la marea atrapada dentro de nosotros vuelve a su escurridiza violencia y finalmente forma otra vez parte de la ola del fin del tiempo. A veces es necesario olvidar todo. A veces es necesario dejar todo detrás y empezar un viaje lleno de pétalos y delirios lejos de lo que ya conocemos. De los días y las noches iguales que mueren de piedra la lírica inútil de mi prosa que se seca antes de salir por la pluma. Tantas palabras huecas como noches opacas huecas como troncos secos huecas como mujeres amargas huecas como una muerte rígida y solitaria y la filosofía y todo el conocimiento que es tan engañoso y como miradas afiladas y sexos sucios y vacíos hueco como un viejo cajón que tamborilea y su sonido viajante hueco como las letras perdidas que huyen y esta noche que también huye lenta por la boca de la pluma (porque es de noche y no me queda más que suspirarte) Y toda tú te pareces a una noche perdida brutalmente salpicada de estrellas en un camino a la mitad de la nada. Y en la noche a la que te pareces no hay nada detrás de las luces del carro las ruedas y el ronroneo del último motor de nuestras vidas. Detrás de nosotros una ciudad se hunde con sus máquinas de piedra y sus hombres de piedra. Caminando lejos del último camino, rugen las nubes, ruge el relámpago, llueve en esa noche cuando huyamos Pero hoy es otra noche y todo suena falso y lejano. Es otra noche y sigo buscando el agua. No duermo. Tengo insomnio y busco el agua, Y la pluma no resbala sobre el papel. Tengo insomnio y tengo miedo de cerrar los ojos y perder las olas. De despertar y ser de piedra, y haber perdido tu nombre, o de sólo pronunciarlo y no llegar a él. De la pálida muerte que yace tiesa y es el desierto de todos los días. Tengo miedo y tengo insomnio. Pienso en ti. Termina la noche. Hace unos minutos los pájaros comenzaron a cantar, y el rocío del amanecer está salpicado sobre la ventana. R. A.
lunes, 7 de abril de 2008
La Búsqueda del Agua, de R. A.
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