
Para los aztecas, el conocimiento de los diversos cielos era tan importante como el saber acerca de los diversos ciclos humanos.
Contaban ellos que, pese a las apariencias, había más de un cielo sobre las cabezas de los hombres. Al menos, trece, contabilizaban los sabios.
En el primer cielo, según ellos, hay una estrella hembra y una estrella macho. Ellas son las más importantes del firmamento y están puestas en su lugar para velar por la raza humana.
Después hay un segundo cielo donde mora la raza de mujeres sin carnes. Son de puro hueso y se llaman las "mujeres de mal agüero". Permanecen en estado de lactancia, aguardando el fin del mundo, porque saben que cuando llegue ese momento podrán descender y devorar a los hombres. Algunos mitos aseguran que ese día llegará cuando se acaben los dioses y Tezcaltipoca robe al Sol.
En el tercer cielo hay cuatrocientos hombres de cinco colores diferentes: amarillos, negros, blancos, azules y colorados. Su única función es ser guardianes de su propio cielo.
En el cuarto habitan todas las especies de aves. Es, quizás, el más bullicioso, repleto de gorjeos, cantos, graznidos. Todas las aves que pueblan la tierra provienen de ese lugar.
En el quinto cielo, ya bastante alejado de la tierra, residen serpientes de fuego. Están allí para crear cometas y demás señales luminosas del firmamento.
Luego viene un cielo de puro aire. En él están toda clase de vientos, corrientes y brisas. Los dioses lo crearon para que todos los elementos ya creados respiraran y se movieran.
El séptimo cielo es una región de polvo y piedras. Cada tanto se sacude y parte de su contenido cae a la tierra.
En el octavo cielo, más allá de la imaginación humana, los dioses se encuentran y deliberan.
En el noveno están las deidas más antiguas, aquellas que como el tiempo existieron incluso antes que los grandes dioses comenzaran a notarse. De allí en adelante nadie sabía lo que había. Ni siquiera los dioses. Porque hay regiones del universo reservadas para el misterio.
Andreas Koppen
Contaban ellos que, pese a las apariencias, había más de un cielo sobre las cabezas de los hombres. Al menos, trece, contabilizaban los sabios.
En el primer cielo, según ellos, hay una estrella hembra y una estrella macho. Ellas son las más importantes del firmamento y están puestas en su lugar para velar por la raza humana.
Después hay un segundo cielo donde mora la raza de mujeres sin carnes. Son de puro hueso y se llaman las "mujeres de mal agüero". Permanecen en estado de lactancia, aguardando el fin del mundo, porque saben que cuando llegue ese momento podrán descender y devorar a los hombres. Algunos mitos aseguran que ese día llegará cuando se acaben los dioses y Tezcaltipoca robe al Sol.
En el tercer cielo hay cuatrocientos hombres de cinco colores diferentes: amarillos, negros, blancos, azules y colorados. Su única función es ser guardianes de su propio cielo.
En el cuarto habitan todas las especies de aves. Es, quizás, el más bullicioso, repleto de gorjeos, cantos, graznidos. Todas las aves que pueblan la tierra provienen de ese lugar.
En el quinto cielo, ya bastante alejado de la tierra, residen serpientes de fuego. Están allí para crear cometas y demás señales luminosas del firmamento.
Luego viene un cielo de puro aire. En él están toda clase de vientos, corrientes y brisas. Los dioses lo crearon para que todos los elementos ya creados respiraran y se movieran.
El séptimo cielo es una región de polvo y piedras. Cada tanto se sacude y parte de su contenido cae a la tierra.
En el octavo cielo, más allá de la imaginación humana, los dioses se encuentran y deliberan.
En el noveno están las deidas más antiguas, aquellas que como el tiempo existieron incluso antes que los grandes dioses comenzaran a notarse. De allí en adelante nadie sabía lo que había. Ni siquiera los dioses. Porque hay regiones del universo reservadas para el misterio.
Andreas Koppen