Sonido Fulgor

lunes, 25 de junio de 2012

"La lectura mantiene vivos a los hombres que han muerto pero que han escrito. Y más vivos a los que, vivos, están leyendo."


Gerardo Rod, un muy buen escritor muy poco conocido.

Eduardo Casar

El siete de octubre del dos mil nueve se murió Gerardo Rod.
Fue mi alumno en 1997 en la Escuela de Escritores de la Sogem, y me dio miedo cuando lo vi en el salón porque tenía una cara de lobo y se fue convirtiendo y acabó siendo en cierta forma mi maestro, porque cuando pensaba en hacer algo siempre se me ocurría pensar qué pensaría él de lo que estaba yo haciendo: esos son los maestros que nos van dando el norte, aunque no ocurra muy conscientemente, ya luego se podrá añadir la conciencia.
Se me murió: el señor cáncer se lo fue comiendo desde que comenzó 2009. Le fue comiendo el cáncer las orillas y el fondo, y un día comenzaron a salirle otros dientes hasta que se murió su cáncer de comerse a sí mismo. Y se acabó su cáncer con Gerardo. Y Gerardo acabó con el cáncer de la manera más definitiva. El cáncer ya no existe...
Gerardo Rod, en cambio...
Yo lo quería a Gerardo desde el fondo, y me quedo muriendo con él y todavía, con todo el fondo gris y ese charco inclinado.
Quisiera contarle al que quiera leerlo cómo era aquel, quién era y qué hizo en lo que a mí concierne, sin intentar averiguar más allá de la vida que él me dijo o dejó que supiera.
En 1997 entró a la Sogem donde yo daba un taller que invitaba a escribir. Cuando lo vi me dio miedo, porque Gerardo Rodríguez Arcovedo (es el nombre completo) se dejaba toda la barba que le salía y entonces la barba le trepaba hasta muy cerca de los ojos. (Siempre quise saber cómo sería su cara sin la barba, una cosa que también me ha pasado con Engels.)
¿Cómo sería su cara sin la barba? 

No puedo imaginarla, pero siempre voy a querer imaginarla aunque nunca voy a poder imaginarla.

Además tenía canas y una arracada de plata en la oreja izquierda, y mucho pelo, peinado hacia atrás con algún fijador que lo domaba.
Tenía la voz muy fuerte, tan proyectada hacia adelante que en las mesas de junto se nos quedaban viendo, como queriendo entrar o salirse de la conversación ajena.
Cuando tengo un alumno que me da mucho miedo intento que se ponga de mi lado; le pregunto qué piensa, reconozco su nombre, le demuestro que dudo de manera sincera. Porque dudo de manera sincera. Con Gerardo fuimos simpatizando entre los dos, rebasamos el borde de las clases, disolvimos las clases, nos hicimos amigos poco a poco. Nos tomamos los tragos. Nos fumamos la pipa de la conversación que entrelaza con humo amanecer con música con los descubrimientos.
Por cierta época yo hacía una especie de taller literario individual con Enrique Fernández Castelló sobre la novela que él estaba escribiendo y entonces invité a Gerardo a juntar su opinión con la nuestra, y es que todos los escritores que se respeten a sí mismos (y entre ellos) siempre hacen una especie de taller con los amigos que más admiran y cuyas opiniones más aprecian. Los que no tienen amigos no lo hacen.
Izamos un triángulo que parecía una vela, y luego Rod y Enrique siguieron conversando y estrechando una sintaxis que flotaba entre lecturas y proyectos de escritura. La vela se fue ampliando con la participación telar de la Alma Velasco.
El Fondo Editorial Tierra Adentro publicó el único libro de Gerardo:Historias como cuerpos. Yo escribí y firmé la cuarta de forros. Es el número 246 de esa colección, donde apenas cupo porque ya estaba llegando (Rod) a la edad límite que permitían en esos tiempos los criterios de la colección.
Invito a los editores que lo editaron a que lo reediten, pero como van a decir que por política editorial no lo hacen, entonces invito a cualquier editor a que lo haga: es un libro de cuentos de verdad. Cuentos que logran ser cuentos literarios, no son tramos de historias o pedazos de textos, anécdotas de paso.
Era escritor Gerardo, aunque ya se murió. Como Pessoa, como Pedro Salinas, como Cavafis, como Rilke, como Julio Cortázar. Lo cual no quiere decir que uno no pueda seguir hablando con su pensamiento articulado y sonoro. Porque la lectura mantiene vivos a los hombres que han muerto pero que han escrito. Y más vivos a los que, vivos, están leyendo.
Rod nació en el Estado de México en 1963, aunque yo siempre pensé que era de Mérida porque ahí creció y hasta allá regresaron las partes más dispersas de su cuerpo. Y también porque cuando ya estábamos más o menos borrachos él comenzaba a inflexionar en tonos yucatecos. Allá (en Yucatán) desplegó también su talento como fotógrafo, que le reconocieron. Fue también editor, en Conaculta y sm y otros lados que no me sé muy bien.
Cuando alguien me preguntaba algún dato microscópico sobre la obra de Cortázar yo le hablaba a Gerardo y él sí se lo sabía.
Dejó inéditas como tres novelas, que yo sepa, una de ellas llamada El cadáver del deseo y al menos otros libro de cuentos. Andamos viendo quién quiere publicarlas.
Amó la música que amaba, la demás no mucho que digamos. Cuando le dije que Sabina (quien, por cierto, me fue presentado por Leticia Mainou hace ya muchos años) no me convencía, me armó un curso intensivo sobre el joven Sabina que terminó al final por convencerme.
Escribo sobre Gerardo Rod. ¿Cuál es el asunto con Rod, más allá de los afectos míos? Era un muy buen escritor, que no era conocido, pero que hizo mucho con su literatura y por la literatura, hizo talleres, reprodujo escritores, vivió para eso, desplegado, curioso, intenso y laberinto. Y creo que ese puede ser el caso de muchos, no como Rod porque todos son muy individuales, pero sí muchos.
Nuestra literatura tiene grandes escritores dispersados, dispersos. En Colima, en Tamaulipas, en Guerrero, en Coahuila, en Nayarit y en todos los estados del país y en el etcétera de varios kilómetros cuadriculados por la lengua española. Existen muchos escritores muy buenos, muy queridos por todos los que son sus allegados, pero sus nombres no salen en los periódicos de la capital, y ahí se acaba la historia de sus repercusiones.
Qué lástima. Qué feo, palabra. Qué poca, difusión.
Todos conocemos a alguien de inmensidad que ya no existe como gente y peatón. Todos tenemos vidas muy complejas y muy interesantes, y familias donde hay (como diría Ruy Sánchez) “prosa de intensidades”: una tía loca, secretos, sobre todo socorros, una ola singular que no puede ser sustituida, alguien que no cabe en los números.
Todos tienen un nombre que quisieran.
Y yo quiero decir Gerardo Rod.~
marzo de 2010, Letras Libres


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