jueves, 16 de abril de 2009
El rally de los cielos (II de X) (etm)
Allí perdido en la inmensa plenitud, habiendo mirado la estrella que despierta al sol mientras tres garzas, blanquísimas garzas lo levantan, sentía el deseo del sólo mirar al cielo, escucharlo a él, trazar su geometría, sus ríos envenenados de éter, mientras pasaba esto por mi mente mis pies ardían sobre las piedras calientes y culeras, y hasta la gente generosa desconfiaba de mí y yo al principio quería mostrarme amable pero entonces mi nobleza me pedía que no dijera nada, que no mostrara nada, que la escondiera a ella como a un cofre esconden en las aguas violetas del invierno los piratas, y yo obedecí, yo sólo soy fiel al destino trazado por el cielo a mi alma, larga era la obra artesanal del tigre blanco, mis pies aún seguían sin caminar, me convertí en discípulo de la estrella de la mañana que ese día vi difuminarse en la noche de los días, fui fanático del trueno y amante del sol, yo vendría a decir los pájaros aunque no a volar por este vértigo. Antes de que me diera cuenta ya era esclavo del aire y me daba risa que en el agua no hubiera aire, pero mi risa no se escuchaba y yo veía que las burbujas eran de fuego y no sólo de aire. Porque el aire vive para servir al fuego y el agua para dormirlo y la tierra para darle un buen cobijo. La verdad del fuego debe vivir y perdurar en el corazón del hombre. La vida arde y no está en otra parte, pero hay que abrir la puerta.
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