Sonido Fulgor

domingo, 21 de agosto de 2011

Gracia



Etty Hillesum, la extraña presencia de la Gracia

Javier Sicilia


Para Víctor Roura, Eusebio Ruvalcava y todos los poetas
que acompañan con su voz mi silencio. Mil gracias.


Uno de los temas que siempre me han fascinado de las novelas católicas de Graham Greene es el de la Gracia. Nadie como él, que vivía asombrado ante el misterio del perdón –esa sobreabundancia del don que señala el prefijo “per” y que, para decirlo con Óscar Wilde, “borra el pasado” a través del dolor del corazón y la penitencia– ha logrado plasmarlo con tanta finura.
Más allá de lo que cierta interpretación cristiana suele decir en relación con la Gracia, lo que Greene devela es que ella surge donde nada ni nadie podía esperarla –es decir, en circunstancias en las que ningún suelo moral ni espiritual estaba, al menos visiblemente, preparado para albergarla. Desde El poder y la gloria, hasta Un caso acabado, pasando por El fin de la aventura, los procesos de la Gracia surgen en individuos moral y psicológicamente devastados y, en muchos sentidos, ajenos a cualquier vida moral y religiosa. Repentinamente, en medio de sus naufragios, la Gracia irrumpe y los personajes se ven transformados a grados de amor y de despojamiento que frisan la santidad. Nada insólito. Simplemente el amor, el agape, inesperado, gratuito, aparentemente intrascendente como, valga la redundancia, la Gracia misma.
Lo maravilloso de esa visión greeneana es que la Gracia opera así en la realidad de la vida. Uno de los casos más hermosos es el de Etty Hillesum (1914-1943). Nada en la vida de esta joven judía holandesa la preparaba para los grados de santidad a los que llegó. Hija de una familia judía asimilada, ajena a la religiosidad, estudiosa de la literatura y de las lenguas, y rodeada de dos hermanos que tuvieron graves enfermedades psíquicas, Etty era, en el orden moral, un desastre. Abandonada a una sensualidad desbordada, su vida, tasada por el sinsentido, iba de un amante a otro. Sin embargo, esa experiencia le permitió sondear abismos espirituales poco comunes. Etty, por ese extraño misterio de la Gracia, comprendió que detrás de los acontecimientos de nuestras historias personales algo que nos trasciende se dice. Así, en su diario –La vida trastornada– escribe: “Lo original y primero en mí son los sentimientos humanos por los seres humanos. Hay en mí como una fuente misteriosa de amor y compasión por todos […] No creo que esté hecha para ser la compañera de un solo hombre […] No tanto a causa de otros hombres, sino porque me siento habitada por un montón de presencias.”

Graham Greene
Esta profundidad psicológica y espiritual para sondear su vida la llevará a través de Julius Spire –su terapeuta y su más profundo amante–, de los poemas de Rilke y de Las confesiones, de San Agustín, al encuentro que estaba detrás de su pasión: Dios, pero Dios que se expresa siempre en los otros. Lo que Etty descubrió en el signo de su pasión fue su fuente fundamental: el agape o la caridad, para usar la palabra latina. “Si amo a los seres con tanto ardor –escribirá meses después, ya en el campo de concentración de Weterbork al que había partido como parte del personal del Consejo Judío Holandés para asistir a la población judía que era llevada allí–, es porque en cada uno de ellos amo a una parte de ti, Dios mío. E intento sacarte a la luz en los corazones de los otros.” Allí, en ese infierno, como lo califica, no dejó de servir a su pueblo. En 1943, cuando la persecución y el exterminio judío se ahondan, es sacada de su trabajo y enviada junto con toda su familia a Auschwitz, donde morirá en octubre. Estas palabras, escritas en 1942, describen bien las extrañas profundidades a las que, como a los personajes de Greene, la llevó la Gracia, esas profundidades que redimen el horror de la historia:  “Hay que elegir: pensar en nosotros mismos sin preocuparnos de los demás, o distanciarnos de nuestros deseos personales y entregarnos. Para mí esta entrega […] no es una resignación, un abandono a la muerte. Se trata, más bien, de sostener la esperanza donde me sea posible y donde Dios me ha puesto.”
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.


de La Jornada Semanal

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