Sonido Fulgor

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Entrevista a Michael Nyman

Al británico Michael Nyman (Londres, 1944), acaso uno de los compositores más influyentes del siglo XX, siempre le ha caracterizado una hiperactividad casi estajanovista. Autor de un catálogo vastísimo inaugura ahora un sello discográfico propio, MN Records, para "hacer más accesible" su inmensa producción al público. Por lo pronto, Nyman ofrece su nueva ópera, Man and boy: Dada, una historia con referencias autobiográficas sobre un hombre y un chiquillo que coleccionan billetes de autobús en el Londres de la posguerra. Al tiempo lanza un disco doble, The composer's cut series, sobre su actividad cinematográfica que arranca con la puesta al día de El piano, El contrato del dibujante y otras piezas para filmes de Peter Greenaway. Nyman atiende esta entrevista mientras repasa sin descanso su teléfono-agenda y da buena cuenta de "una de las grandes aportaciones" de la cultura peninsular: la crema catalana.

PREGUNTA. ¿Por qué ha sentido la necesidad de repasar su música para películas?

RESPUESTA. Estas series son una especie de diario, la actualización de algunas obras que, en el caso de El contrato del dibujante, ya acumulan 28 años a sus espaldas. Al principio, interpretaba mi música para películas con extremo cuidado y fidelidad, ajustándome al tempo original del filme. Ahora es el momento de descontextualizar esas partituras de las imágenes, de dotarlas de una dinámica y un rostro propios.

P. Durante años le irritaba que le preguntaran por [Nyman hace gesto de taparse los oídos] El piano. Ahora, con esta nueva edición, se expone de nuevo a ese peligro...

R. Asumo el riesgo: pregúnteme. He reflexionado y creo que la música de El piano era lo bastante buena y lo bastante seria como para grabarla de nuevo. Con la directora de la película, Jane Campion, me limité a hacer de la mejor manera posible el trabajo que se me encomendó: una música más incidental, más sensible, más, digamos, femenina. Greenaway era un artista mucho más integral. El suyo era el cine de un pensador, de un hombre que se preocupa por los dibujos, por la iluminación...

por todo. El Michael Nyman de El piano es un personaje más de fantasía. Me gusta esa música y puedo interpretarla, pero me siento como un intruso.

P. Lo de poner en marcha un nuevo sello discográfico, tal y como se encuentra el sector, ¿no resulta un poco temerario?

R. Tengo claro que nada me va a parar. Aún no he tenido tiempo de averiguar si éste es un negocio duro. Tampoco me preocupa ganar dinero: sería agradable no perderlo, pero me interesa más ofrecerle al público una visión integral de mi obra. Además, ahora todas las licencias para utilizar mi música dependen directamente de mí, y ésa también es una manera de aumentar los ingresos.

P. Aunque le reporte beneficios económicos, ¿no le irrita que su música se descontextualice en documentales de naturaleza, anuncios de pasta dentífrica o sintonías radiofónicas?

R. No. Lo veo como una guerra de guerrillas de la que me siento orgulloso. Mi música proviene de John Cage, la escuela neoyorquina, el minimalismo. Con ese bagaje, me divierte infiltrarme en el mundo de la publicidad y, de alguna manera, dignificarlo.

P. ¿Entiende que su música y sus conciertos puedan resultar una experiencia demasiado exigente para el público?

R. Confío en una cierta predisposición por parte del oyente, pero me preocupa que se pueda aburrir. Yo he experimentado el aburrimiento profundo durante un concierto, como cuando vas a escuchar a Talvin Singh y emprende uno de esos patéticos e inacabables solos de tabla india. Soy muy respetuoso con el tiempo de los demás y no me gusta hacérselo perder. Por eso, en mis conciertos siempre distribuyo los momentos culminantes, esas melodías que propician una relación casi orgásmica entre el oyente y el intérprete. Es una táctica que he aprendido de la música popular, de Dylan, Oasis o Blur.

P. En su nueva ópera aparece un niño que, como usted, pasa las horas coleccionando billetes de autobús. ¿Es una concesión a la nostalgia?

R. No exactamente, porque el creador de ese personaje es Michael Hastings, el autor del libreto. Pero la historia me ha dado oportunidad de revivir esos buses londinenses de hace 50 años y recrear aspectos y debilidades de los que me habría dado vergüenza hablar en otras circunstancias. Ahora colecciono otras cosas, pero ya no es lo mismo.

P. ¿Ha aprendido a convivir con ese personaje controvertido, de nombre Michael Nyman, que despierta adhesiones inquebrantables y aversiones encendidas?

R. ¿Quién me critica? Dígame: ¿usted conoce a alguno?

P. Sí, a alguno sí.

R. Es ligeramente deprimente que la gente que me critica no se haya tomado la jodida molestia de escuchar mi música. Es tan sencillo como eso. Mis críticos sólo han escuchado El piano, pero no escucharán Man and boy o el Concierto para violín o el Concierto para trombón. Mi Concierto para trombón es una obra fantástica, muy superior a otros diez conciertos para trombones que le puedan venir a la cabeza. Pero como soy ese Michael Nyman compositor para películas, ese Michael Nyman minimalista, no se me toma en serio. No me pasa como, por ejemplo, a Philip Glass.

P. Glass también es minimalista. Y también ha escrito bandas sonoras.

R. Sí, pero le falta una pieza, una melodía con la que le puedas identificar. Él también tiene un Concierto para violín, ciertamente, pero el mío es mejor que el suyo... Y ha podido escribir alguna banda sonora gracias a que antes se rechazó la mía, como en el caso de Las horas. Pero no tiene esos críticos tan afilados. No acierto a comprender qué problema hay conmigo que no parece existir con otros compositores de mi entorno.

El Pais

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