Sonido Fulgor

jueves, 24 de julio de 2008

Vendrán a reclamarme.

Con mil ojos disfrazados de antorchas
vendrán a reclamarme
y me dirán
con sus veinte bocas de rabia:

“¿no ves que mueren miles cada día?,
¿no ves que la pobreza,
que los jinetes violentos
del hambre, del crimen, de la peste?”

“¿eres tan ciego como para no ver
la creciente negrura de la guerra
o la suciedad feroz del aire,
y del agua que no alcanza?”

“¿A qué escribir entonces de la luz?”

Tal vez no diga nada

Tal vez me ensanche
con un dolor en las costillas
y reviente
y llueva sobre sus caras negras
un llanto de luciérnagas felices

Lo digo de una vez:

No es que mis ojos
se nieguen a abrirse
ante la sed desgarradora de la sangre.

No es que no me llore todo el cuerpo
ante las pisadas penetrantes de la angustia.

No es que no se me rompan
los huesos de la mano ante la muerte.

Quisiera poder decirles ese día:
“¿Ves la cara de aquel
que tiene mugre en el centro de la vida?
¿crees que necesita saber más
de bestias o de sombras o de fuegos?
¿por qué no regalarle
el aroma del pan
o la corriente de algún río habitado por la risa?”

“¿Ves a aquella
tumbada en la agonía?
¿Por qué no darle a sus oídos
la luna arreglándose el cabello
o el sabor a luz del agua?”

Tal vez no digan nada

Tal vez sigan buscando
rasgar mi voz
con todas sus armas de metal,
de vidrio, de soledad, de rabia.

Lo digo de una vez:

Seguiré cantando
a los labios del sol
cuando escurre entre las flores.

Seguiré cantando
a la piel del musgo
y de las piedras consumidas
por el amor violento del mar.

Seguiré enumerando
las partes de su cuerpo
(del de ella)
como los últimos resquicios
de paz entre la bruma.

Seguiré cantando
el sabor de la niebla
en ese punto
cuando empieza a ser de día
pero la luna sigue llenando de su lumbre
del perfume de su lumbre
el rostro azul de la vida de las aves.

Lo digo de una vez:

Seguiré cantando

como blandiendo un arma de luz.


Emiliano

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