Sonido Fulgor

domingo, 3 de febrero de 2008

"Reflexiones sobre el escribir" última parte Henry Miller


Al principio, soñaba con igualar a Dostoievsky. Alentaba la esperanza de ofrecer al mundo inmensas luchas de almas que devastarían el mundo. Pero pronto acabé por comprender que habíamos evolucionado hasta un punto situado más allá de Dostoievsky, más allá tomado en el sentido de degeneración. Para nosotros, el problema del alma había desaparecido o, en todo caso, se nos presentaba bajo una forma química, extrañamente contorsionada. Ahora trabajamos con elementos cristalinos del alma desintegrada, hecha añicos. Los pintores modernos expresan este estado o condición acaso más fidedignamente que el escritor: Picasso es el ejemplo perfecto de lo que quiero decir. Por lo tanto, me resultaba del todo imposible pensar en escribir novelas. Igualmente inconcebible era par mí internarme por los diversos caminos sin salida representados por los diversos movimientos literarios de Inglaterra, Francia y los Estados Unidos. Me vi forzado, con toda honradez, a tomar los elementos dispares y dispersos de nuestra vida - de la vida del alma, no de la vida cultural- y manipularlas según mi propia personal manera, utilizando mi ego disperso y hecho añicos tan fría, e implacablemente como lo haría con los precios y echazones del mundo fenoménico circundante. La anarquía representada por las formas dominantes de arte jamás me inspiró ansiedad ni me provocó sentimientos de antagonismo; por lo contrario, siempre saludé las influencias disolventes. En una era colocaba bajo el signo de la disolución, la liquidación me parece una virtud, es más, un imperativo moral. No sólo sentí jamás el mínimo deseo de conservar, robustecer o afianzar nada sino que, puedo decirlo, siempre consideré la decadencia como una maravillosa y rica expresión de la vida como crecimiento.Creo que debo confesar también que comencé a escribir porque el escribir era la única puerta de salida que se me ofrecía, la única tarea digna de mis poderes. Intenté honestamente internarme por todos los otros caminos que conducen a la libertad. Soy un hombre que ha querido fracasar en el llamado mundo de la realidad, y esto no significa que mi fracaso se deba a falta de capacidad. Escribir no era para mi una "huida, un medio de evadirme de la realidad cotidiana; por el contrario, significaba una zambullida aún mas profunda en la laguna cenagosa, un sumergirme hasta llegar a las fuentes donde las aguas se renuevan constantemente, donde hay perpetuo movimiento y agitación. Echando una mirada hacia atrás, me veo como una persona capaz de acometer cualquier empresa, de abrazar cualquier vocación. Lo que me llevo a la desesperación fue la monotonía y esterilidad de las otras puertas de salida. Reclamaba un reino en el que yo debía ser a la vez amo y esclavo, y el mundo del arte es el único reino semejante. Entré en él, al parecer, desprovisto de talento, como un novicio, inhábil, torpe, con la lengua atada, casi paralizado por el miedo y la aprensión. Hube de colocar un ladrillos sobre otro, de arrojar millones de palabras sobre el papel antes de escribir una palabra real, auténtica, arrancada de mis propias entrañas: la facilidad verbal que poseía era una desventaja; tenía todos los vicios del hombre educado. Hube de aprender a pensar, sentir y ver de un modo completamente nuevo, de un modo inadecuado, a mi propio modo, que es la cosa más difícil del mundo. Hube de arrojarme a la corriente, sabiendo que probablemente me hundiría. La gran mayoría de artistas se arrojan con salvavidas y , casi siempre, es el salvavidas lo que los hace hundirse. Quien se entrega voluntariamente al mundo de la experiencia jamás se ahogará en el océano de la realidad. Cualquiera sea el progreso que se realice en la vida, éste no se logrará a través de la adaptación sino a través del atrevimiento, en la medida en que uno obedezca al impulso ciego. "No atreverse es fatal", dijo René Crevel, frase que nunca olvidaré. Toda la lógica del universo está contenida en el hecho de osar, esto es de crear sobre la sustentación más tenue, más delgada. Al principio, esta audacia se toma por voluntad , pero con el tiempo la voluntad se desvanece y el proceso automático ocupa su lugar, el cual, a su vez , ha de ser destruido o dejado de lado para que se funde una nueva certeza que nada tiene que ver con el conocimiento, la habilidad, la técnica o la fe. Al osarlo todo, arriba uno a esa misteriosa posición X del artista, anclaje que nadie puede describir con palabras pero que, sin embargo, subsiste y trasunta de cada línea escrita.

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