Sonido Fulgor

martes, 6 de septiembre de 2011

Neuro-, Bio-, Psi-. Un testimonio del coloquio 11° 17 Instituto de Estudios Críticos. Eduardo Medina Frías


A decir de Aldo Trucchio, la filosofía está muerta. Como si los grandes sistemas filosóficos de ambiciones omniaberrantes fueran la única forma de pensamiento filosófico en la historia y hoy.


En su apologética negada, Trucchio declara que si bien la filosofía ha muerto, lo que perdura es un pensamiento filosófico; esto puede ser una clave o una perogrullada, porque sabemos que la filosofía, el psicoanálisis o las neurociencias son precisamente eso: pensamientos de cierto orden, entretejidos de pensamientos; su grado de sistematización, no los convierte en otra cosa. Pero si, seguramente, la sistematización puede llevar a la reificación, puede hacer de nuestros pensamientos un tejido ilusorio que concebimos en su ser: como algo separado a nosotros. El olvido: ya no es nuestro pensamiento, sino una realidad objetiva por explorar. Sistematización y método implican una ontología, toda ontología contiene en sí misma las conclusiones que pretendemos confirmar. En este sentido y dentro de los límites de lo posible, la filosofía debe aniquilarse en su sistematización para mantener su lucidez frente a estos menesteres. Proceder opuesto y por necesidad a la ciencias: frente a nosotros, en nosotros, se encuentra la extrañeza, y solo sentimos una gran necesidad, esta es la base de nuestra confusión. El conocimiento comienza como un proceder por supervivencia; lo mesurable de la ciencia, sus hipótesis y teorías se mueven en esta extrañeza de modo efectivo para otorgarnos comida, refugio y seguridad. Los discursos de conocimiento nos otorgan seguridad frente al sufrimiento ubicándonos frente a la tremenda necesidad y nosotros desprovistos, ofreciendo posibilidades ante la impotencia frente a esta extrañeza. El mayor mutismo no es callar, es hablar, erguimos discurso tras discurso en un entretejido que busca la evasión ante esa situación básica. La distancia de la filosofía, por su muerte habla de estos asuntos desde un silencio: el que queda después de la caída de estos discursos. Este silencio es el del vacío, el cual convierte a todos los discursos en meras pantomimas. (No se niega la posible utilidad de algunas).



El suicidio declara que se reconoce la ausencia de una razón por la cual vivir. Hay un rompimiento entre el ser humano y su bios. O más claramente entre el ser humano y los discursos sistematizantes que enuncian el ¿Qué? del bios, otorgándole una diversidad de sentidos, edificándolo como la realidad objetiva de su ser, a la cual renuncia, con el acto de una muerte voluntaria. En la conferencia de Jesús Ramirez fue mencionado el caso de una muchacha que amenazaba con el acto del suicidio como lo irremediable ante cualquier posibilidad vital que se le presentara; Neuro- y Psi- descubren la impotencia de sus discursos ante la aniquilación voluntaria de Bio-.


Neuro- al no ubicar el desequilibrio en la materia que cause el síntoma, al no encontrar la magia química con que resolverlo, descubre el límite de su paradigma, y con ello, se devela su aparato de conocimiento como la ambición neurótica del conocimiento objetivo frente a eso que él mismo denominó en su hipótesis: materia, otorgándole un estatus ontológico que a su vez crea un sentido de bios, uno que prometía cierta bienaventuranza al develar su secreto oculto. Psi- por su parte busca ejercer el poder de su discurso, uno debidamente fundado en un deber ser que responde a ideologías particulares elevadas ontológicamente a nivel de verdad absoluta y sobre de cuales se erige el rumbo social al cual hay que reinsertar al individuo. Pero la suicida renuncia a dicho discurso en cualquiera de sus variantes, desde el momento en que ella es la grieta en el constructo social de dicho discurso, -lo que dice parece tener algo de razón doctorcita y comprendo desde donde lo dice, pero esos juegos ya no son para alguien como yo, yo simplemente deseo acabar con mi vida al salir de aquí. La pregunta crítica apremiante, si se permite hablar a los muertos, no versa sobre el sentido de la vida, de bios, sino que versa, desde el vacío, en si efectivamente el negarle un sentido a bios, porque no hay discursos inherentes a tal, nos lleva por fuerza a declarar que no vale “la pena” mantenernos con vida. 


Existe en nosotros una necesidad neurótica de racionalidad, de determinación. Cierto es que pensar siempre conlleva cierta necesidad de igualar las apariencias bajo el rostro de un principio ordenador, nuestra supervivencia exige aplicar figuras simbólicas y cuantificables a nuestra experiencia, ¿pero en que momento nos olvidamos de la cualidad vacía de dichas categorías y discursos? ¿O será que apenas lo descubrimos? Al hablar de realidad, hablamos de nuestra dimensión de experiencia, dicha experiencia es Bios-. Lo que digamos en torno a esta experiencia crea plataformas, dispositivos de realidad, realidades que se tornan en filtros que velan/determinan nuestra experiencia. Ser es lo que digamos en torno al Ser.
Luisella Brusa desde el psicoanálisis alude al vacío al enunciar la noción de verdad como un mero constructo del lenguaje; sin embargo esto no quiere decir que verdad pueda ser cualquier cosa, se trata de un constructo histórico y cultural, La clave está en que la verdad, como constructo hegemónico, es un constructo de utilidad; elegimos nuestros modelos de realidad en función de nuestra supervivencia: en el ámbito científico por ejemplo, como señaló el Dr. Ricardo Colin, al arribar al espacio vacío, las distintas teorías parecen perder su dureza discursiva y al final pareciera tratarse de una predilección ontológica, durante el siglo pasado, la hipótesis del materialismo reduccionista sin duda fue la predilección de facto a otorgar el mayor avance respecto a nuestro dominio del mundo natural y el beneficio que obtenemos con esto, sin embargo las observaciones cuánticas y la revolución respecto al concepto de energía que conllevan, develan lo naif del presente cientificismo determinista y su ambición totalitaria. La revoluciones científicas ejemplifican a nuestros discursos como meros aparatos cognoscitivos de utilidad temporal, pero develan también como dichos paradigmas se tornan en nuestro modo vital de experiencia; pareciera que no podemos escapar a nuestra tendencia a reificar, a objetivar nuestros propios discursos. Tal vez se trate del insorteable punto ciego de los límites de nuestra mente, ese peculiar término del que pareciera no podemos decir algo certero entonces, del mismo modo en que el ojo no puede verse a sí mismo, o por el contrario, de la mente hemos dicho todo lo que hemos dicho de sus objetos. 


Es totalmente cuestionable esta supuesta dualidad: mente o conciencia como lo inmaterial, vs. cerebro, órgano como lo material, se trata meramente de un discurso temporal; uno que dentro del imperio del cientificismo reduccionista empareja lo real como lo material tangible, y lo irreal como intangible. ¿Conciencia y pensamiento lo irreal o nuestra insorteable realidad? Pienso ahora, lanzándome al mutismo que es hablar, llenándome de mi discurso, que lo real es lo intangible, y lo tangible son nuestros discursos, discursos que son regímenes de poder, que determinan con sus verdades. Bios- es conciencia, conciencia que en su esencia es experiencia vital ilimitada, limitada por nuestra propia enunciación de discursos; conciencia que siempre es posibilidad de espacio fuera de los regímenes del discurso, espacio que es vacío. Vacío que es infinita e ineludible multiplicidad de posibilidades en incesante transformación. La forma es el vacío, el vacío es la forma. Pensar nos dice Camus, es aprender de nuevo a ver, a estar atento, es orientar la conciencia, es hacer de cada idea, de cada imagen, a la manera de Proust, un lugar privilegiado.


Néstor Braunstein se equivoca, al citar al viejo Marx, el ser social no determina al individuo, lo potencializa. No se trata de juegos de lenguaje o predilecciones terminológicas, lenguaje es discurso, discurso es realidad: experiencia vital. Determinación no deja lugar a la acción del individuo, se trata de la vieja trampa Hegeliana. Potencialización pone la conciencia individual en una balanza, donde ciertamente puede quedar determinado: el esclavo, la conciencia alienada; pero bien puede ocurrir la toma de conciencia, y con ello transformar su ser social: la revolución, la deriva incesante.


¿Vale la pena o no la vida ser vivida si carece de sentido y es que carece de sentido? Bien respondía Sartre cuando un estudiante le pedía consejo respecto a si ir o no la guerra, -usted es libre, usted invente-.Se trata pues de una respuesta individual y profunda, en donde la inercia más que la lucidez toma la palabra. Decía Witold Gombrowicz –ataco a todas esas formas que dejan de ser para el hombre un cómodo abrigo y se convierten en rígido caparazón. Ataco todo aquello que, contra nosotros, crece por sí solo y para comprometernos-. Estas formas son para él lo concluso, la madurez. La inmadurez sería lo maleable, la libertad que puede ser cualquier cosa, mientras que la madurez es la máscara social donde lo individual renuncia y se somete frente a una hegemonía a alcanzar su propia forma. Este es el problema de la forma, el hombre como creador de las formas y como esclavo de las formas. Tal vez sea el suicido una forma radical de renuncia a las formas en nombre de una individualidad, un suicidio lúcido; pero tal vez sea el efecto más nefasto de un discurso que nos dicta que la vida “debe” tener un sentido y frente a un posible momento de lucidez ante el vacío, nos decantamos por la pantomima más patética: la del impotente con iniciativa. 


En todo caso, si Bio- es ese lugar privilegiado del que nos habla Camus, ni los químicos de Neuro- ni el discurso neurótico de Psi- podrán hacer algo al respecto del suicidio lúcido. Tampoco respecto al caso de la decidida muchacha mencionado en la segunda conferencia del coloquio. 


Pero tampoco podemos deslindarnos del asunto bajo la excusa filosófica de la libertad individual, no hay libertad en un caso de alienación extrema como el de dicha muchacha, y nuestra tremenda pasividad social, cada acto de inconciencia consiente nos vuelve responsables, responsables de ese suicidio cada vez que callamos ante la injusticia de un discurso de poder inoperante, cada vez que dejamos a las formas deformes hablar y nos perdemos en ese mutismo. Ese suicidio, si ocurre es mucho más nuestro que el de ella.


Yo si pienso, porque renuncio a esos mutismos, que tal vez modelos para-sociales como el presentado por Sorana Iancu podrían posibilitar que un caso así, de manera individual, dicha muchacha vuelva a aprender a ver con nuevos ojos, a descubrir el privilegio del Bios. Un tal vez en tanto que otros modelos sociales, siempre son posibles si aprendemos a morir; a suicidarnos en nuestras formas anquilosadas. 


Mente, conciencia, realidad es lo que quieras que sea. Hola ¿Cómo te llamas?




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